jueves, 26 de marzo de 2015

Los jardines




Se habla de una tradición arcadiana que nos viene de los griegos al momento de tocar el tema de los jardines, la Arcadia era una región en el Peloponeso en la que los poetas antiguos ubicaban la mansión de la felicidad y la inocencia humana, el poeta Hesíodo habla de una época feliz en que los hombres vivían como los dioses, sus días transcurrían en la tranquilidad y la alegría y la tierra era más bella que ahora, no trabajaban, jugaban, jamás enfermaban y cuando venía el fin de sus vidas, simplemente les daba sueño y se iban a dormir.
Su imagen principal era la de un jardín que fue imaginado y pintado por grandes artistas como Giorgione, Bellini, Tiziano, Lorraine, Poussin y Chardin, entre otros.
Esta imagen del jardín ideal donde el hombre puede morar feliz, constituyó con el tiempo en el ideal del jardín para el hombre occidental. No es de extrañar que cuando las religiones se expandían hacia otros territorios y naciones, sus templos venían con su idea de los jardines incorporados, e incluso de sus cementerios, conformando una unidad visual en el paisaje.
Los chinos, los hindúes y la mayoría de los pueblos asiáticos tienen su particular idea de jardín, elementos como las piedras, las lámparas, los grandes árboles y los estanques se conjugan para lograr esa combinación con la naturaleza de serenidad y belleza creada y cultivada por el hombre.
En el caso de los jardines japoneses, su historia ilustra de manera clara como fue evolucionando tanto su estética como su composición; del libro de Eric Yamasaki, Japanese Garden Design tomamos el siguiente resumen, nacen estos jardines en el período Heian con las creencias nativas de los dioses sintoístas expresados en árboles y piedras, luego con la introducción desde China del budismo se agregaron lagunas y arreglos de rocas que semejaban tortugas y gruyas, cuando la corriente Zen se estableció, empieza el período Kamakura (1185-1333) con sus rocas verticales, en el periodo Muromachi el agua de los estanques fue sustituida por arena blanca y el paisajismo se hizo minimalista.
En el periodo Momoyama, se vuelve a lo suntuoso, con árboles de cerezo y caminarías con piedras cubiertas de moho, tuvo su momento estelar las ceremonias del té, aparecieron las lámparas de piedra y la iluminación nocturna, para el período Edo (1603-1867), cuando Japón se aísla del mundo, el maestro jardinero Koburi Enshu despliega una serie de técnicas de caminerias en zig-zag y jugando a “esconder y mostrar” en cada curva, los jardines empiezan a tomar en cuenta su entorno, con la restauración Meiji, se hace un compendio de todas estas tradiciones sobresaliendo un sofisticado gusto por las piedras raras.
El jardín del paraíso y otras versiones del vergel original son comunes a todas las civilizaciones, pero fue la idea de la Arcadia la que se fijó con más fuerza en la mente helénica.
Si fuéramos a la búsqueda de antecedentes históricos, la tierra idílica de Dilmun era para los sumerios el paraíso,  donde no había enfermedades ni muerte, para los antiguos pueblos hebreos Palestina era la tierra prometida donde el maná, la leche y la miel alimentaba al pueblo sin mayor esfuerzo, los jardines egipcios y babilónicos representan hitos importantes y monumentales, el mismo Homero le cantó a ese lugar fantástico, Phaikaia, el jardín de los dioses.
Fue Filón de Bizancio quien escribió en el siglo III a.C., el único recuento de aquellos jardines colgantes babilónicos, nos explica: “Sobre estas vigas se amontona una espesa capa de tierra, y se plantan árboles de hoja ancha de los más frecuentes en los jardines, y toda clase de flores multicolores, y, en una palabra, todo lo que alegra a la vista y al paladar con su dulzura. Se labra el lugar como un campo cualquiera y los cuidados de los renuevos se realizan como en cualquier terreno. Así los trabajos de arado se llevan a cabo por encima de las cabezas de los que pasean por las columnas de abajo, y mientras se pisa la superficie del terreno, en los estrados inferiores cercanos a las vigas la tierra permanece inmóvil e intacta”.
Para el profesor Rene Dubos la arcadia era la adecuación idealizada del hombre a su entorno.
Ya desde la antigüedad los jardines tenían una función individual y colectiva importante, lugar para la meditación, el romance, la celebración, el descanso… el elemento estético jugaba un predominante papel al momento de escoger los diferentes elementos que ocuparían su lugar en el paisaje íntimo, la armonía tenía que generar belleza, frescor, serenidad, los caminos que lo circulaban, los sitios para contemplarlo, sus accesos y salidas, el conjunto era una obra más de arte.
Cuando los hombres se reunieron en ciudades para vivir, llevaron el jardín a sus calles y plazas, no era el huerto (que cumplía funciones utilitarias), eran esos otros espacios donde la gente gustaba caminar y reunirse entre frondosos árboles o en esas imitaciones de oasis en el desierto, donde de seguro encontrarían un aljibe en el cual refrescarse.
En Arcadia el hombre colabora con la naturaleza con el propósito de generar una abundante diversidad ecológica que de otra manera no existiría. Y arte fue lo que practicaron los romanos al momento de concebir los jardines de Sicilia y Nápoles, dándole ese aire mediterráneo y sensual.
Los jardines botánicos se desarrollaron bajo el patrón que impuso el Museo en Alejandría en los tiempos de Tolomeo, lugar para estudiosos y coleccionistas donde se cultivaban las especies exóticas venidas de otros lugares, pero no por ello, exentos de orden y armonía.
Los árabes, maestros de las fuentes en el Al-Andalúz, crearon para su confort el patio andaluz que tanta influencia tuvo luego en Hispanoamérica, Umberto Eco, en ese hermosísimo libro Historias de las tierras y lugares legendarios, nos dice: “En el Corán las características del Paraíso celestial son similares a las de los distintos paraísos terrenales de la tradición occidental: los justos se hallan en el jardín de las delicias, entre muchachas hermosísimas, fruta abundante y bebidas. Esta imagen del jardín paradisíaco inspira la maravillosa arquitectura islámica de los jardines, lugares de frescura y murmullo de aguas que borbotean”
Los ingleses cultivaron la campiña con verdadero entusiasmo por generaciones, llegando a generar un estilo propio de jardines, desarrollaron el arte topiario (darle formas simétricas a los arbustos), por lo general unos tipos de ficus y setos para adornar laberintos y otras formas ornamentales, de allí tenemos obras maestras como el jardín de Pope en Twickenham, Stoarhead, Inglaterra.
Los franceses hicieron otro tanto, en los grandes palacios reales de París y en los jardines de Giverny en la Bretaña normanda que quedaron inmortalizados por Monet en sus telas.
En Norteamérica los jardines no solo fueron pintados por la escuela paisajista del río Hudson, sino exaltado por la pluma de Thoreau y finalmente desplegado en ambicioso paisajismo por F. Law Olmsted, creador del Central Park de New York y posteriormente, su firma de paisajismo, a cargo de su hijo, diseñó el Country Club de Caracas.
Con el siglo XX los jardines se hacen parte esencial del diseño urbano, en Venezuela tenemos el orgullo de contar con John Stoddart, vanguardista del modernismo en Latinoamérica y uno de los creadores del Parque Rómulo Betancourt o Parque del Este en Caracas, uno de los pocos jardines en el mundo diseñado con una montaña como centro de inspiración.
Los jardines tropicales tienen su propio código y planteamiento y vienen marcados por el uso de los espacios de luz y sombra, ayudados por la exuberancia y cantidad de sus plantas exóticas.
Arcadia ha sufrido continuos pero ligeros cambios, es adaptable a toda clase de alteración secundaria en cuanto a su ecología, tomemos por ejemplo las pequeñas jardineras cultivadas con esmero en apartamentos, o los pequeñísimos terrariums, inspirados en el arte de los Bonzai, pero sin embargo su esencia permanece, ya que protege y preserva lo que es necesario y bueno.

Cultivar un jardín y cuidarlo ya no es solo un hobby, es una necesidad humana, pensar en la infancia sin un jardín es un exabrupto, igual que privarle al anciano la oportunidad de regar sus flores y remover la tierra de sus porrones, los jardines son extensiones necesarias del ser humano, muchas veces, los reflejos de sus almas. – saulgodoy@gmail.com

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