miércoles, 24 de junio de 2015

La historia de Buda



Me gusta la tradición mística oriental, desde muy joven fui influenciado por autores como Hess, Huxley, Watts, Schopenhauer y otros, de modo que el gusanito del budismo vivía cómodamente en mi pensamiento, de hecho he estudiado la vida de Buda y el desarrollo posterior del budismo en sus múltiples formas, pero no fue sino hasta que mi buen amigo Vicente Carrillo Batalla me facilitó el libro de Karen Armstrong, Buddha (2001), y luego de su lectura, decidí escribir algo sobre este personaje, compañero de mi travesía intelectual.
Karen Armstrong es una historiadora de las religiones comparadas, una ex monja católica irlandesa que se ha convertido en referencia mundial en temas de relaciones inter religiosas, conocedora profunda del tema islámico y del judaísmo, celebridad mediática y conferencista. Su libro sobre Buda tiene la gran ventaja que lo estructura mostrando que las grandes preguntas que el hombre se ha venido haciendo sobre su esencia y origen, desde que se inventó la escritura, no son exclusivas de una región y una cultura, el libro está muy bien escrito y lo recomiendo para quienes les gusta el tema.
Todos de alguna manera hemos escuchado o leído sobre la vida de este príncipe que vivió en el siglo sexto antes de Cristo, Siddhatta Gotama, rodeado del lujo más exuberante y las comodidades dignas de su rango y que las cambió un día por la cabeza afeitada y las túnicas amarillas de los monjes mendicantes, que hacía sus travesías por los inmensos bosques de las fértiles planicies del río Ganges, en la India. Seis grandes ciudades habían florecido durante esta nueva era del hierro, la tecnología les había permitido abrirse paso entre la espesura y cultivar amplios campos que eran conectados por rutas de comercio.
El estricto sistema de castas y el poder de las familias nobles eran retados y tenían que convivir con los poderosos banqueros, comerciantes y hombres de negocios, las grandes urbes como Sāvatthī, Kosambī y Vārānasī eran lugares con grandes mercados y habían teatros, apuestas, bailes, prostitución y tabernas donde extranjeros y locales iban a festejar la llegada de las cosechas o las nuevas caravanas de elefantes con productos de lejanos lugares.
También había templos y escuelas de filosofía.
Gotama había nacido en Sakka, una de las pequeñas repúblicas situadas más al norte, su padre era parte de la asamblea de aristócratas que la gobernaban.
La vida era ruda en aquellos tiempos, el orden se imponía a la fuerza, el comercio estaba dirigido por la avaricia y la competencia, cada rey de comarca disponía de su propio ejército, los valores tradicionales estaban siendo cuestionados por nuevas costumbres y creencias, era una sociedad en transición, o sea, en crisis.
La existencia para muchos era una de insatisfacciones, sufrimiento y lucha constante.  La doctrina de la reencarnación estaba recientemente en boga desplazando las antiguas creencias védicas.
Nos dice Armstrong: “La teoría del kamma explicaba que no había nadie a quien culpar de nuestro destino más que a nosotros mismos y que nuestras acciones podían reverberar en un futuro muy distante… el buen kamma cosecharía un retorno favorable ya que aseguraba una existencia más agradable la próxima vez.”
Era la fórmula de causa-efecto llevada a la vida espiritual.
Pero había otras creencias, se estaban escribiendo en secreto los Upanisads, una reinterpretación mucho más espiritual de los viejos vedas y que sería en centro doctrinal del hinduismo.
En los Upanisads, la esencia del universo y de toda la creación es brahaman, pero no entendida solamente como una remota e inaprensible realidad trascendental, sino que también emanaba de todo lo que tenía vida, por más simple y pequeña que fuera, en el hombre, el brahaman estaba depositado en nuestro ser más profundo (ātman).
Esta idea de un ser interno y absoluto impresionó a Gotama, de hecho, los monjes de los bosques andaban en la búsqueda de ese ātman, el ser absoluto que mora en nosotros y que es sagrado, ese ser que la da sentido a la vida otro que el dolor y sufrimiento.
Lo que el hombre usualmente hace es poner barreras para tratar de mantener la tristeza y el dolor lejos de nuestras vidas, nos rodeamos de lujos, de seguridades, de cosas materiales, afectos, actividades, honores, relaciones, pero el destino se impone, todos experimentamos perdidas, enfermamos, envejecemos, morimos.
Recordemos que para el budismo y el hinduismo toda en la vida está predeterminada, nuestra única salvación es el camino de la iluminación, buscar la paz y la calma dentro de nosotros mismos.  “El sabio iluminado continuará viviendo en el mundo y quemará todo residuo del Kamma malo que ha cometido, pero cuando muera ya no renacerá, porque ha alcanzado la emancipación del praktri material. – nos dice Karen- Pero ¿Cómo seres humanos mortales, plagados de una vida de emociones turbulentas y la vida anárquica del cuerpo, podrán elevarse sobre estas tempestades y vivir sólo del intelecto?”
Uno de los maestros de Buda Ālarā Kālāma había encontrado un camino para la iluminación por medio de las técnicas del yoga y la meditación profunda, donde la respiración jugaba un papel fundamental.
Buda aprendió yoga y pronto alcanzó los niveles superiores de conciencia que lo llevaron a una realidad alterna desde la cual pudo alcanzar la tranquilidad y claridad de pensamiento.
El yoga lo que hace es poner orden en lo que luego se llamaría subconsciente, caracterizado por una caótica prevalencia de egoísmos, pasiones, disgustos e instintos de sobrevivencia.
Al estar conscientes de estos demonios en constante lucha, lo que hacemos es traerlos a la luz, reconocerlos, dominarlos e imponer un equilibrio en nuestra mente para poder progresar espiritualmente. Siendo el principal enemigo a derrotar, el egoísmo que nos impide conocer a Dios.
Tanto el cuerpo como la mente trabajan a un ritmo de perpetuo movimiento, pestañeamos, nos rascamos, estiramos, cambiamos de posición, movemos la cabeza, gesticulamos con las manos, y en nuestra mente, el flujo constante de nuevas ideas hace que sea difícil concentrarnos en una sola, nuestras fantasías nos atropellan, es muy fácil soñar despiertos, nuestro discurso interno varía a cada momento, las imágenes en nuestras cabezas se suceden unas tras otras caóticamente, nuestra atención es efímera y es casi imposible concentrarnos en una sola tarea a fondo.
Con el yoga le damos una parado a todo eso, física y mentalmente nos obligamos a inmovilizarnos, con ejercicios y disciplina podemos llevar orden, parar el mundo y obtener la paz tan necesaria para un pensamiento claro, y en etapas más avanzadas se puede inducir al trance y entrar en otras realidades.
El Buda sonriente, una de las representaciones más populares en Asia
Pero Gotama no estaba satisfecho con sus avances, el yoga le daba un respiro a su alma y cuerpo, pero luego de salir del trance volvían los apetitos a asaltar su cuerpo, el mundo regresaba a sacudirlo con sus exigencias. Sin abandonar la práctica del yoga, Gotama se embarcó en la vida asceta, desprendiéndose de muchas de sus necesidades físicas, entre ellas el hambre y el sueño, martirizando la carne, alejado de todo contacto humano se alimentaba de sus propias eses y orina, pasaba noches gélidas desnudo, o expuesto al sol inclemente, inmóvil, dejaba de respirar por largos períodos de tiempo hasta que su cabeza estaba a punto de estallar.
Pero a pesar de su sacrificio y casi morir en el intento, se daba cuenta que lo que había hecho era estar más consciente que nunca de su cuerpo, el ascetismo tampoco resolvía su búsqueda de iluminación.
La leyenda cuenta que fue entonces que Gotama recordó un episodio de su niñez, fue llevado a los campos donde los campesinos preparaban la tierra, la niñera lo dejó debajo de la sombra de un gran árbol y allí pudo observar como el arado abría un surco y desalojaba brotes de hierba e insectos y sus huevos, en ese momento sintió una gran compasión por la vida que dejaba de ser y entró repentinamente en un estado de trance, seguido de una inmensa felicidad que lo arrobó, el niño sin saber yoga, adoptó una posición de asana y estuvo experimentando el éxtasis de la iluminación por el tiempo que estuvo debajo del árbol.
Fue cuando reconoció que no debía ir en contra de su cuerpo, de su humanidad, que debía aceptar su condición, que dentro de sus posibilidades estaba la de poder alcanzar el nirvana ¿Qué debía hacer para volver a repetir aquella experiencia?
Pensó que si un hombre quería alcanzar el éxtasis debía negarse a las actividades violentas, a mentir, a robar, a intoxicarse y tener sexo, este último lo tomó de manera natural, no era pecado pero dejarse llevar por el sexo consumía abundante energía que debía invertirse en el trabajo interno, cada pasión humana tenía un comienzo y un final, una intensidad y una causa, estando consciente de sus mecanismos ayudaban a controlarlas sin negarlas, dejarlas pasar sin invertir energía en ellas.
El desear cosas y estar con personas ocupaban demasiado tiempo y nos hacía más egoístas, aumentaba la intensidad de nuestros deseos por obtenerlas y desearlas, dominando estos impulsos nos acercaba al conocimiento de que nos era útil o inútil para obtener la iluminación.  Dominar los celos, la envidia y la rabia era fundamental para poder avanzar y no llenarnos de mal karma.
El mundo nos impulsa a un cambio constante, deseamos novedades, nuevas experiencias, conocer gente, escalar posiciones, obtener triunfos, reclamar la atención de otros pero estos cambios implican que el miedo nos acompaña a cada momento, miedo al fracaso, al rechazo, al error, al dolor y ese miedo es el que nos hace vulnerables e impiden nuestra felicidad, no hay manera de obtener calma y paz si estamos llenos de miedo.
En este punto Gotama inicia su verdadero ascenso hacia la iluminación.
Quien esté interesado en estos asuntos debe leer el libro de Karen Armstrong, sus páginas rebozan no solo sabiduría sino de mucho amor, y está escrito para dejarnos ver a un Buda humano y asequible, solo espero haberles sembrado la curiosidad sobre el budismo. – saulgodoy@gmail.com














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