Me gusta la tradición mística oriental, desde muy joven fui influenciado por autores como Hess, Huxley, Watts, Schopenhauer y otros, de modo que el gusanito del budismo vivía cómodamente en mi pensamiento, de hecho he estudiado la vida de Buda y el desarrollo posterior del budismo en sus múltiples formas, pero no fue sino hasta que mi buen amigo Vicente Carrillo Batalla me facilitó el libro de Karen Armstrong, Buddha (2001), y luego de su lectura, decidí escribir algo sobre este personaje, compañero de mi travesía intelectual.
Karen
Armstrong es una historiadora de las religiones comparadas, una ex monja
católica irlandesa que se ha convertido en referencia mundial en temas de
relaciones inter religiosas, conocedora profunda del tema islámico y del
judaísmo, celebridad mediática y conferencista. Su libro sobre Buda tiene la
gran ventaja que lo estructura mostrando que las grandes preguntas que el
hombre se ha venido haciendo sobre su esencia y origen, desde que se inventó la
escritura, no son exclusivas de una región y una cultura, el libro está muy
bien escrito y lo recomiendo para quienes les gusta el tema.
Todos
de alguna manera hemos escuchado o leído sobre la vida de este príncipe que
vivió en el siglo sexto antes de Cristo, Siddhatta Gotama, rodeado del lujo más
exuberante y las comodidades dignas de su rango y que las cambió un día por la
cabeza afeitada y las túnicas amarillas de los monjes mendicantes, que hacía
sus travesías por los inmensos bosques de las fértiles planicies del río
Ganges, en la India. Seis grandes ciudades habían florecido durante esta nueva
era del hierro, la tecnología les había permitido abrirse paso entre la
espesura y cultivar amplios campos que eran conectados por rutas de comercio.
El
estricto sistema de castas y el poder de las familias nobles eran retados y
tenían que convivir con los poderosos banqueros, comerciantes y hombres de
negocios, las grandes urbes como Sāvatthī, Kosambī y Vārānasī eran lugares con
grandes mercados y habían teatros, apuestas, bailes, prostitución y tabernas
donde extranjeros y locales iban a festejar la llegada de las cosechas o las
nuevas caravanas de elefantes con productos de lejanos lugares.
También
había templos y escuelas de filosofía.
Gotama
había nacido en Sakka, una de las pequeñas repúblicas situadas más al norte, su
padre era parte de la asamblea de aristócratas que la gobernaban.
La
vida era ruda en aquellos tiempos, el orden se imponía a la fuerza, el comercio
estaba dirigido por la avaricia y la competencia, cada rey de comarca disponía
de su propio ejército, los valores tradicionales estaban siendo cuestionados
por nuevas costumbres y creencias, era una sociedad en transición, o sea, en
crisis.
La
existencia para muchos era una de insatisfacciones, sufrimiento y lucha
constante. La doctrina de la
reencarnación estaba recientemente en boga desplazando las antiguas creencias
védicas.
Nos
dice Armstrong: “La teoría del kamma
explicaba que no había nadie a quien culpar de nuestro destino más que a
nosotros mismos y que nuestras acciones podían reverberar en un futuro muy
distante… el buen kamma cosecharía un retorno favorable ya que aseguraba una
existencia más agradable la próxima vez.”
Era
la fórmula de causa-efecto llevada a la vida espiritual.
Pero
había otras creencias, se estaban escribiendo en secreto los Upanisads, una
reinterpretación mucho más espiritual de los viejos vedas y que sería en centro
doctrinal del hinduismo.
En
los Upanisads, la esencia del universo y de toda la creación es brahaman, pero no entendida solamente
como una remota e inaprensible realidad trascendental, sino que también emanaba
de todo lo que tenía vida, por más simple y pequeña que fuera, en el hombre, el
brahaman estaba depositado en nuestro ser más profundo (ātman).
Esta
idea de un ser interno y absoluto impresionó a Gotama, de hecho, los monjes de
los bosques andaban en la búsqueda de ese ātman,
el ser absoluto que mora en nosotros y que es sagrado, ese ser que la da
sentido a la vida otro que el dolor y sufrimiento.
Lo
que el hombre usualmente hace es poner barreras para tratar de mantener la
tristeza y el dolor lejos de nuestras vidas, nos rodeamos de lujos, de
seguridades, de cosas materiales, afectos, actividades, honores, relaciones,
pero el destino se impone, todos experimentamos perdidas, enfermamos,
envejecemos, morimos.
Recordemos
que para el budismo y el hinduismo toda en la vida está predeterminada, nuestra
única salvación es el camino de la iluminación, buscar la paz y la calma dentro
de nosotros mismos. “El sabio iluminado continuará viviendo en el mundo y quemará todo
residuo del Kamma malo que ha cometido, pero cuando muera ya no renacerá, porque
ha alcanzado la emancipación del praktri material. – nos dice Karen- Pero ¿Cómo seres humanos mortales, plagados
de una vida de emociones turbulentas y la vida anárquica del cuerpo, podrán
elevarse sobre estas tempestades y vivir sólo del intelecto?”
Uno
de los maestros de Buda Ālarā Kālāma había encontrado un camino para la
iluminación por medio de las técnicas del yoga y la meditación profunda, donde
la respiración jugaba un papel fundamental.
Buda
aprendió yoga y pronto alcanzó los niveles superiores de conciencia que lo
llevaron a una realidad alterna desde la cual pudo alcanzar la tranquilidad y
claridad de pensamiento.
El
yoga lo que hace es poner orden en lo que luego se llamaría subconsciente,
caracterizado por una caótica prevalencia de egoísmos, pasiones, disgustos e
instintos de sobrevivencia.
Al
estar conscientes de estos demonios en constante lucha, lo que hacemos es
traerlos a la luz, reconocerlos, dominarlos e imponer un equilibrio en nuestra
mente para poder progresar espiritualmente. Siendo el principal enemigo a
derrotar, el egoísmo que nos impide conocer a Dios.
Tanto
el cuerpo como la mente trabajan a un ritmo de perpetuo movimiento,
pestañeamos, nos rascamos, estiramos, cambiamos de posición, movemos la cabeza,
gesticulamos con las manos, y en nuestra mente, el flujo constante de nuevas
ideas hace que sea difícil concentrarnos en una sola, nuestras fantasías nos
atropellan, es muy fácil soñar despiertos, nuestro discurso interno varía a
cada momento, las imágenes en nuestras cabezas se suceden unas tras otras
caóticamente, nuestra atención es efímera y es casi imposible concentrarnos en
una sola tarea a fondo.
Con
el yoga le damos una parado a todo eso, física y mentalmente nos obligamos a
inmovilizarnos, con ejercicios y disciplina podemos llevar orden, parar el
mundo y obtener la paz tan necesaria para un pensamiento claro, y en etapas más
avanzadas se puede inducir al trance y entrar en otras realidades.
El Buda sonriente, una de las representaciones más populares en Asia |
Pero
Gotama no estaba satisfecho con sus avances, el yoga le daba un respiro a su
alma y cuerpo, pero luego de salir del trance volvían los apetitos a asaltar su
cuerpo, el mundo regresaba a sacudirlo con sus exigencias. Sin abandonar la
práctica del yoga, Gotama se embarcó en la vida asceta, desprendiéndose de
muchas de sus necesidades físicas, entre ellas el hambre y el sueño,
martirizando la carne, alejado de todo contacto humano se alimentaba de sus
propias eses y orina, pasaba noches gélidas desnudo, o expuesto al sol
inclemente, inmóvil, dejaba de respirar por largos períodos de tiempo hasta que
su cabeza estaba a punto de estallar.
Pero
a pesar de su sacrificio y casi morir en el intento, se daba cuenta que lo que
había hecho era estar más consciente que nunca de su cuerpo, el ascetismo
tampoco resolvía su búsqueda de iluminación.
La
leyenda cuenta que fue entonces que Gotama recordó un episodio de su niñez, fue
llevado a los campos donde los campesinos preparaban la tierra, la niñera lo
dejó debajo de la sombra de un gran árbol y allí pudo observar como
el arado abría un surco y desalojaba brotes de hierba e insectos y sus huevos,
en ese momento sintió una gran compasión por la vida que dejaba de ser y entró
repentinamente en un estado de trance, seguido de una inmensa felicidad que lo
arrobó, el niño sin saber yoga, adoptó una posición de asana y estuvo experimentando el éxtasis de la iluminación por el
tiempo que estuvo debajo del árbol.
Fue
cuando reconoció que no debía ir en contra de su cuerpo, de su humanidad, que
debía aceptar su condición, que dentro de sus posibilidades estaba la de poder
alcanzar el nirvana ¿Qué debía hacer para volver a repetir aquella experiencia?
Pensó
que si un hombre quería alcanzar el éxtasis debía negarse a las actividades
violentas, a mentir, a robar, a intoxicarse y tener sexo, este último lo tomó
de manera natural, no era pecado pero dejarse llevar por el sexo consumía
abundante energía que debía invertirse en el trabajo interno, cada pasión
humana tenía un comienzo y un final, una intensidad y una causa, estando
consciente de sus mecanismos ayudaban a controlarlas sin negarlas, dejarlas
pasar sin invertir energía en ellas.
El
desear cosas y estar con personas ocupaban demasiado tiempo y nos hacía más
egoístas, aumentaba la intensidad de nuestros deseos por obtenerlas y
desearlas, dominando estos impulsos nos acercaba al conocimiento de que nos era
útil o inútil para obtener la iluminación.
Dominar los celos, la envidia y la rabia era fundamental para poder
avanzar y no llenarnos de mal karma.
El
mundo nos impulsa a un cambio constante, deseamos novedades, nuevas
experiencias, conocer gente, escalar posiciones, obtener triunfos, reclamar la
atención de otros pero estos cambios implican que el miedo nos acompaña a cada
momento, miedo al fracaso, al rechazo, al error, al dolor y ese miedo es el que
nos hace vulnerables e impiden nuestra felicidad, no hay manera de obtener
calma y paz si estamos llenos de miedo.
En
este punto Gotama inicia su verdadero ascenso hacia la iluminación.
Quien
esté interesado en estos asuntos debe leer el libro de Karen Armstrong, sus
páginas rebozan no solo sabiduría sino de mucho amor, y está escrito para
dejarnos ver a un Buda humano y asequible, solo espero haberles sembrado la
curiosidad sobre el budismo. – saulgodoy@gmail.com
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