Cuando los historiadores, economistas y sociólogos se ponen a investigar el secreto del éxito de los países desarrollados, de las economías triunfantes y de las sociedades del primer mundo, siempre aparece el factor innovación como uno de los elementos indispensables
Pero
se trata de innovación en su sentido más amplio, no sólo tecnológico, sino
innovación en la organización, en las maneras de hacer negocios, en la
producción, en los productos, en los servicios y en las instituciones, sobre
todo en el gobierno.
Tampoco
debemos confundir el crecimiento por acumulación de capital, con el crecimiento
producto de la innovación; son dos cosas diferentes pero imbricadas en su
desarrollo.
Para
que haya innovación se necesita inversión de capital, para que haya inversión
de capital se necesita que éste haya podido ser acumulado, si no hay capital no
hay inversiones y si hay capital se necesita que existan oportunidades de
ganancias, recordemos que las principales características de cualquier
innovación son incertidumbre, investigación, exploración, riesgo financiero,
experimentación y descubrimiento.

El
primer paso a dar es permitir a los individuos conformar organizaciones para el
emprendimiento, con un mínimo de control tanto político como religioso; el
aspecto religioso ya no es tan definitivo, aunque todavía pesa en áreas como el
desarrollo de células madres, el perfeccionamiento de algunas drogas, la
genética, algunos potenciadores artificiales de facultades humanas, la
extensión de la vida o la contención de la muerte.
Estos
emprendimientos necesitan no sólo de amplias libertades, sino de dinero,
talento e infraestructura; lo que no precisan son trabas legales y frenos
burocráticos.

Los
gobiernos favorecen que las empresas innovadoras tomen una serie de decisiones y riesgos que
no todos pueden hacer, y permiten unos márgenes de ganancias que corresponden a
productos y servicios únicos, que abren mercados que no existían, en una carrera
altamente competitiva a nivel mundial.
Esta
licencia para el emprendimiento hace a las empresas innovadoras capaces de
cambiar de línea de investigación si ven en la ruta otras más atractivas,
descartar productos si estos no funcionan, asociarse con otras empresas y, por
supuesto, también pueden salir derrotadas, perder la inversión y el esfuerzo
quedando fuera del juego.

Dicen
Nathan Rosemberg y L.E. Birdzell, Jr., en su extraordinario libro How the west grew rich (1986): “Es poco probable que una sociedad
socialista pueda ser tan innovadora como las occidentales si no utilizan una de
sus principales características que es la propiedad privada de los medios de
producción y sin que se restrinja el centralismo y su tendencia planificadora. Dicho de otra manera, el sistema de innovación
occidental está irremediablemente unido al sistema de derechos a la propiedad
privada.”
Los
gobiernos estatistas, centralizados, que propenden al colectivismo y al control
de los mercados, a lo más que pueden aspirar es a ser consumidores de las
innovaciones que otras sociedades más libres y con el impulso emprendedor crean
y venden; pero es prácticamente imposible tratar de montarse en la ola de los
cambios y convertirse en propulsores de las transformaciones necesarias para el
progreso científico, económico y social de sus naciones-estados manteniendo una
mano en el freno y una venda en los ojos.

Todas
esas ideas y movimientos que devienen del marxismo y del leninismo son una
tranca para el factor innovación; cuando un país socialista o estatista
invierte en innovación es porque el gobierno está detrás, con fuertes intereses
de orden militar o estratégico, apostando a la investigación y al desarrollo, gastando
una enorme cantidad de dinero y recursos, para lograr finalmente la innovación,
que la más de las veces no compite ni en calidad ni en precio con las
innovaciones del mundo libre y, por supuesto, nunca en la variedad de productos
que occidente ofrece.

En
una sociedad como la norteamericana o la europea los principales contratistas
del estado provienen de la empresa privada, son ellos los que desarrollan las
tecnologías de punta, tanto en la carrera armamentista como en otros campos
como la salud, agricultura, industria, etc.
En
Venezuela las investigaciones científicas están casi todas centralizadas en
manos del estado y manejadas por un gobierno cuyas principales prioridades son
ideológicas, no el avance de la tecnología y de la calidad de vida de sus
ciudadanos; haciendo este artículo constaté de que existe en la estructura de gobierno
un Viceministro para la Planificación del Conocimiento, que compite con un
Viceministro Para la Felicidad por el título del viceministro más desocupado
del país.

La
aplicación de un obsoleto y primitivo sistema económico, enemigo de la
productividad y de la propiedad privada, absolutamente rentista y dependiente
de la industria petrolera, con un tren gubernamental inepto y corrupto ha
propiciado la más alta inflación del mundo, una devaluación monetaria agresiva…
una falta de oportunidades y de fuentes de trabajo ha propiciado un ambiente absolutamente
tóxico para la innovación.
Para
que el lector de haga una idea de lo que cuestan las cosas, principalmente los bienes
tecnológicos, tomemos algo tan común como un Smartphone, un Iphone 5, en
octubre del 2012 costaba 7 mil bolívares; a mediados del 2013 el mismo teléfono
estaba ya en 40 mil bolívares; a principios del 2015 superaba los 200 mil
bolívares… imagine lo que pudiera costar para un investigador una copiadora
3-D, o un cromatógrafo de gases digital.

Para
que se den una idea de la manera como el gobierno chavista trata a las
universidades, a la Universidad Central de Venezuela le acaban de asignar 4.4
millardos de bolívares para su funcionamiento en el 2016, cuando los
administradores de esa casa de estudios ha pedido un presupuesto mínimo de 13.6
millardos, la UVC ha tenido que anunciar el cierre de muchos de sus servicios,
incluido el del comedor, el gobierno no quiere innovación, quiere magia.
En el
2014, cuando se publicó el listado de universidades latinoamericanas con mayor
productividad científica (QS Latin American University Rankings 2014), la
Universidad Simón Bolívar, que siempre se ubicó entre las veinte primeras,
descendió al puesto 23; entre las razones que aluden las autoridades está la disminución de los presupuestos de las Universidades, la carencia
de financiamiento en investigación, la disminución de incentivos a los
investigadores, el éxodo del recurso humano calificado del país, y la presencia
cada vez menor de estudiantes de postgrado en las universidades venezolanas.

Hay
una criatura burocrática, conocida por sus siglas como el FONACIT, creada para
acaparar todos los recursos económicos destinados a la innovación (públicos y
privados), que no es otra cosa que una inmensa alcabala, erigida para controlar
la investigación y el desarrollo científico del país y que resulta en una
trampa para fomentar la corrupción y el tráfico de influencias con fines
meramente políticos. Más recursos que se ponen en las manos de los menos
competentes.

En
pocas palabras, la llegada del socialismo bolivariano a nuestro país ha
significado la quiebra de las investigaciones científicas y tecnológicas, el
emprendimiento innovador fue sepultado, en aras de un Plan de la Patria destinado a convertirnos en un país potencia… nadie sabe lo que eso significa. -
saulgodoy@gmail.com
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