jueves, 22 de octubre de 2015

El respeto



Voy hacer un esfuerzo pedagógico, dedicado a la alta dirigencia chavista, que exige permanentemente respeto hacia sus personas y hacia la revolución (convenientemente identificadas con el país), cuando estoy absolutamente seguro de que ninguno de ellos, empezando por el ciudadano colombiano Nicolás Maduro, que pretende ser el presidente de Venezuela, y no tiene la menor idea de lo que la palabra significa.

Cuando se habla de respeto se habla de valores y, por lo general, el respeto viene aparejado con el de responsabilidad, como los dos lados de una misma moneda.
Los valores son los contenidos de nuestros actos. Cuando actuamos hay dos hechos importantes, la acción en sí (por ejemplo, me detengo a comprar leche en la tienda) y el valor de mi acción, que es mucho más amplio, porque abarca no solo el porqué de mi actuación (porque no hay leche en la casa, porque le hago el favor a una amiga, porque me provocó tomarme un buen vaso de leche fría…) sino el cómo lo hago (llego violentamente a la tienda, busco la leche, pago y me voy; o le abro la puerta a la señora que está antes que yo, saludo cordialmente a los presentes y entablo una amistosa conversación con el cajero; o entro a la tienda, saco mi arma, robo a los presentes y, de paso, me llevo la leche).
Los valores son las pautas, las guías de nuestros comportamientos, por lo que hay muchos y distintos valores de acuerdo a la situación que se nos presenta, a la educación de las personas, a la cultura en la que se desenvuelven y hasta el estado psicológico del momento.
Lo que sí podemos decir, con absoluta certeza, es que los valores se adquieren en la familia y luego en la escuela, muchos de ellos se “nos pegan” a muy tierna edad y, poniéndolos en práctica, van poco a poco mejorando y siendo parte de nosotros, de eso que llaman nuestra personalidad, o el “carácter”, como lo señalaba Wright Mills… pueden verse afectados si una persona cae en circunstancias de vida y laborales que no le permiten su autorrealización, y tienen que vivir con un trabajo precario que bloquea su desarrollo como persona, o la degrada.
El aprendizaje de valores debería ser parte fundamental de nuestra educación y son verdaderamente importantes porque nos permiten actuar con otra gente; gracias a los valores socializamos y nos relacionamos con el mundo.  
Una de las grandes ventajas de tener una buena base de valores es que cuando nos enfrentamos a situaciones difíciles, bien sea en nuestra vida profesional, afectiva, familiar, y hasta en escenarios extremos de sobrevivencia, nuestra formación en los valores nos va a permitir tomar las decisiones correctas y preservar nuestra autoestima, posiblemente nuestra vida; es decir, en esos momentos para los que nadie nos ha preparado, que nos ponen en los extremos, nuestros valores son muchas veces nuestros únicos y más preciados salvavidas.
Por esto, es que hay casos que hemos conocido, de personas que prefieren sacrificar sus vidas a violar sus valores, así de importante pueden llegar a ser.
Por eso es que dicen que los valores son los que da sentido a la vida de las personas.
Pues bien, dentro de esos valores, uno que está muy cerca de lo que se conoce como dignidad humana, se encuentra el respeto.
Para entender mejor el respeto creo conveniente primero entender otro elemento en este juego de relaciones, que es la humillación. Hay un concepto que utiliza el pensador español Sebastián Escámez Navas en su ensayo Tolerancia y Respeto en las Sociedades Modernas, dice sobre la humillación : “es el rechazo de la pertenecía de una persona a la comunidad humana”, es el desprecio a la manera como una persona se presenta a sí misma como parte de un grupo, fue lo que los nazis hicieron con los judíos, o los esclavistas con los negros, o los cristianos con los herejes… en fin, es lo que ha hecho la humanidad durante buena parte de su historia, buscar a los diferentes, a los otros, y tratarlos como inferiores, como cosas, sin dignidad humana.
La humillación se traduce en un trato despectivo, grosero, violento, que puede motivarlo la simple presencia de ese otro diferente y que puede comenzar con simples insultos o motes despectivos como por ejemplo “escuálido”, “pelucón”, “paramilitar”, “imperialista”, “pitiyanqui”, “vende patria”, “traidor”, “güarimbero”, “golpista” y otros, cuya verdadera intención no sólo es someter a esa persona o a su grupo al desprecio, sino restarle toda cualidad humana, para poder hacerle daño, agredirlo, confinarlo, torturarlo, hacerlo pasar hambre y, probablemente, asesinarlo.
Las personas saben cuando se les pierde el respeto cuando violan su privacidad, cuando un gobierno, por ejemplo, no respeta la intimidad de las personas y se la pasa vigilándolas, escuchando sus conversaciones privadas, leyendo su correspondencia, grabándolas y utilizando ese material para denigrar de ellas y ofenderlas publicamente, en la mayoría de los paises civilizados este tipo de acciones constituyen un delito grave, al menos que esté autorizado por un tribunal y se guarden ciertas consideraciones, aún en casos donde está involucrada aspectos de seguridad de estado.
Ahora veamos de qué trata el respeto. Según Stephen Darwall hay dos tipos de respeto, el valorativo y el de reconocimiento, el primero sería el aprecio que sentimos hacia ciertos rasgos de comportamiento del otro, por considerarlos excepcionales, como sería el valor que destacaron los conquistadores españoles, en su lucha en contra de los indios Caribes, cuando conquistaban el valle de Caracas; ese arrojo y esa furia que sus enemigos mostraban en la batalla, era un valor importante para esos soldados que venían a someter a los aborígenes.
El respeto de reconocimiento es el que incorporamos en nuestras acciones o pensamientos como una muestra de consideración hacia el otro y que se muestra por medio de un trato favorable a esa persona, por algún rasgo que consideramos adecuado bien de su trato o de sus obras, como sería el respeto que sentían los británicos hacia el llanero José Antonio Páez como jefe indiscutible de aquellos hombres a caballo que conocían las sabanas como las palmas de sus manos.
En todo caso, el respeto implica un miramiento y consideración, nos obliga a un trato serio y cortés con esa persona o situación, atendiéndola como importante.
Pero el respeto no es gratuito, hay que ganarlo, por lo que tenemos que recurrir a la responsabilidad; actuar responsablemente, con nosotros y los otros, es fundamental para que la gente nos tome en serio y nos considere con respeto.
Si llego a una reunión con un cliente y este empieza a comportarse como si fuera mi superior, incluso llega al insulto y hacer burla de mis alegatos, es probable que ni siquiera escuche los suyos y me vaya del sitio para no verlo nunca más.
Richart Sennet ha estudiado el fenómeno a profundidad y nos dice: “Desde el punto de vista de la sociología, la falta de respeto interesa porque es lo que impide que los individuos se otorguen reconocimiento, esto es, que consideren su respectiva presencia con dignidad recíproca y se traten de forma integral y autónoma. El respeto tiene que ver, pues, con la forma en que se ve y se trata al otro; es, por tanto, un aspecto de la vida íntimamente ligado a la desigualdad social, tanto a las condiciones naturales que ésta reproduce o intensifica como a las políticas que intervienen en pos de su disminución.”
A nadie le gusta sentirse excluido y, menos aún, insultado; las relaciones que se sostienen bajo estos términos terminan por lo general en conflicto, retraimiento o en rompimientos.
Algunos estudiosos del estado bienestar, o de esa burocracia que los gobiernos crean para atender a los excluidos, señalan que la misma dependencia al estado por parte de sectores de la sociedad que acuden a los programas de beneficencia es fuente de baja estima, inferioridad o vergüenza.
Ser dependiente del estado puede entenderse como “caridad hiriente”. El gobierno chavista, por ejemplo, es experto en proporcionarla, obligando a sus “clientes” a hacer grandes colas, a ser numerados, maltratados y manejados como si fueran ganado al momento de procurarse necesidades tan básicas como la alimentación.
Pero además de esto, hay personas cuya naturaleza es conflictiva, violenta e impositiva, su forma de pensar es la de resolver cualquier relación humana de manera dominante, doblegando a su contraparte, incluso utilizando la violencia verbal; personas que viven continuamente confrontadas por sus faltas de mérito para las posiciones que ocupan y canalizan su agresividad contra quienes perciben como superiores y teniéndolos como enemigos. 
Hay un autor alemán, Carl Schmitt, un jurista importante de los tiempos del nacional socialismo, quien sostenía la tesis del enemigo necesario, quien no participara de tu campo de las ideas, o de tu misma nacionalidad o raza, era considerado como inferior y, por lo tanto, sujeto a los dictámenes de tu voluntad. Para esas personas el enemigo te define, te da contorno, por lo tanto es necesario.
Este tipo de actitud raya en la intolerancia, en la incapacidad de aceptar al otro diferente, y en la necesidad de imponer su voluntad sobre el contrario; este es el tipo de pensamiento y doctrina que fue públicamente laudada y tomada como directriz por los jueces miembros del Tribunal Supremo del chavismo, para justificar la llamada justicia revolucionaria, utilizando los mismos argumentos que los nazis esgrimieron para la exterminación masiva de los judíos durante el Tercer Reich en Alemania.
Pero hay otro tipo de respeto, y es el que exigen los criminales por medio de la fuerza y del terror que infunden sus actos en una comunidad; es el respeto por infundir miedo, que muchas veces es más una pose, una actitud soportada por amenazas e insultos,  y muchas veces por actos violentos. Es el comportamiento que se practica en las cárceles y prisiones, para que un preso gane el respeto del plantel; el gran inconveniente en este tipo de comportamiento es que, por su naturaleza pública y vocinglera, siempre atrae a otros depredadores mucho más violentos, que terminan por eliminarlo.
Cuando uno observa a personas o grupos clamando por respeto, sucede una de dos: o son realmente víctimas de la intolerancia de otro grupo, o se trata de patanes y mal vivientes clamando por que los tomen en serio, con la pretensión que las posiciones que detentan les dan el derecho a la igualdad en todo momento y circunstancia.
El respeto depende mucho de la reciprocidad, pero cuando esta reciprocidad es asimétrica vienen los problemas, sobre todo en sociedades donde prevalece la meritocracia como valor, donde quien no llene las condiciones mínimas de actuación y preparación en cargos de responsabilidad siempre será el que plantee las asimetrías y trate de obligar al otro a descender a su nivel para sentirse a gusto.
Responsabilidad y respeto no pueden existir una sin el otro; menos aún en la política, donde son requisitos imprescindibles la convivencia y la credibilidad.
Cuando expresamente exiges respeto es porque no te respetan, y si no te respetan es porque no tienes valores. Si no tienes dignidad, si te la pasas engañando a los demás, humillándolos, manipulándolos, haciéndoles mal, lo más probable es que jamás te tomen en serio… lo único que te queda es seguir amenazando e insultando, hasta que te tengas que enfrentar un depredador más poderoso que tú. -  saulgodoy@gmail.com




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