Voy hacer un esfuerzo pedagógico, dedicado a la alta dirigencia chavista, que exige permanentemente respeto hacia sus personas y hacia la revolución (convenientemente identificadas con el país), cuando estoy absolutamente seguro de que ninguno de ellos, empezando por el ciudadano colombiano Nicolás Maduro, que pretende ser el presidente de Venezuela, y no tiene la menor idea de lo que la palabra significa.
Cuando
se habla de respeto se habla de valores y, por lo general, el respeto viene
aparejado con el de responsabilidad, como los dos lados de una misma moneda.
Los
valores son los contenidos de nuestros actos. Cuando actuamos hay dos hechos
importantes, la acción en sí (por ejemplo, me detengo a comprar leche en la
tienda) y el valor de mi acción, que es mucho más amplio, porque abarca no solo
el porqué de mi actuación (porque no hay leche en la casa, porque le hago el
favor a una amiga, porque me provocó tomarme un buen vaso de leche fría…) sino
el cómo lo hago (llego violentamente a la tienda, busco la leche, pago y me voy;
o le abro la puerta a la señora que está antes que yo, saludo cordialmente a
los presentes y entablo una amistosa conversación con el cajero; o entro a la
tienda, saco mi arma, robo a los presentes y, de paso, me llevo la leche).
Los
valores son las pautas, las guías de nuestros comportamientos, por lo que hay
muchos y distintos valores de acuerdo a la situación que se nos presenta, a la
educación de las personas, a la cultura en la que se desenvuelven y hasta el
estado psicológico del momento.
Lo
que sí podemos decir, con absoluta certeza, es que los valores se adquieren en
la familia y luego en la escuela, muchos de ellos se “nos pegan” a muy tierna
edad y, poniéndolos en práctica, van poco a poco mejorando y siendo parte de
nosotros, de eso que llaman nuestra personalidad, o el “carácter”, como lo
señalaba Wright Mills… pueden verse afectados si una persona cae en
circunstancias de vida y laborales que no le permiten su autorrealización, y
tienen que vivir con un trabajo precario que bloquea su desarrollo como
persona, o la degrada.
El
aprendizaje de valores debería ser parte fundamental de nuestra educación y son
verdaderamente importantes porque nos permiten actuar con otra gente; gracias a
los valores socializamos y nos relacionamos con el mundo.
Una
de las grandes ventajas de tener una buena base de valores es que cuando nos
enfrentamos a situaciones difíciles, bien sea en nuestra vida profesional,
afectiva, familiar, y hasta en escenarios extremos de sobrevivencia, nuestra
formación en los valores nos va a permitir tomar las decisiones correctas y
preservar nuestra autoestima, posiblemente nuestra vida; es decir, en esos
momentos para los que nadie nos ha preparado, que nos ponen en los extremos, nuestros
valores son muchas veces nuestros únicos y más preciados salvavidas.
Por
esto, es que hay casos que hemos conocido, de personas que prefieren sacrificar
sus vidas a violar sus valores, así de importante pueden llegar a ser.
Por
eso es que dicen que los valores son los que da sentido a la vida de las
personas.
Pues
bien, dentro de esos valores, uno que está muy cerca de lo que se conoce como
dignidad humana, se encuentra el respeto.
Para
entender mejor el respeto creo conveniente primero entender otro elemento en
este juego de relaciones, que es la humillación. Hay un concepto que utiliza el
pensador español Sebastián Escámez Navas en su ensayo Tolerancia y Respeto en las Sociedades Modernas, dice sobre la
humillación : “es el rechazo de la
pertenecía de una persona a la comunidad humana”, es el desprecio a la
manera como una persona se presenta a sí misma como parte de un grupo, fue lo
que los nazis hicieron con los judíos, o los esclavistas con los negros, o los
cristianos con los herejes… en fin, es lo que ha hecho la humanidad durante
buena parte de su historia, buscar a los diferentes, a los otros, y tratarlos
como inferiores, como cosas, sin dignidad humana.
La
humillación se traduce en un trato despectivo, grosero, violento, que puede
motivarlo la simple presencia de ese otro diferente y que puede comenzar con
simples insultos o motes despectivos como por ejemplo “escuálido”, “pelucón”, “paramilitar”,
“imperialista”, “pitiyanqui”, “vende patria”, “traidor”, “güarimbero”, “golpista”
y otros, cuya verdadera intención no sólo es someter a esa persona o a su grupo
al desprecio, sino restarle toda cualidad humana, para poder hacerle daño,
agredirlo, confinarlo, torturarlo, hacerlo pasar hambre y, probablemente,
asesinarlo.
Las personas saben cuando se les pierde el respeto cuando violan su privacidad, cuando un gobierno, por ejemplo, no respeta la intimidad de las personas y se la pasa vigilándolas, escuchando sus conversaciones privadas, leyendo su correspondencia, grabándolas y utilizando ese material para denigrar de ellas y ofenderlas publicamente, en la mayoría de los paises civilizados este tipo de acciones constituyen un delito grave, al menos que esté autorizado por un tribunal y se guarden ciertas consideraciones, aún en casos donde está involucrada aspectos de seguridad de estado.
Las personas saben cuando se les pierde el respeto cuando violan su privacidad, cuando un gobierno, por ejemplo, no respeta la intimidad de las personas y se la pasa vigilándolas, escuchando sus conversaciones privadas, leyendo su correspondencia, grabándolas y utilizando ese material para denigrar de ellas y ofenderlas publicamente, en la mayoría de los paises civilizados este tipo de acciones constituyen un delito grave, al menos que esté autorizado por un tribunal y se guarden ciertas consideraciones, aún en casos donde está involucrada aspectos de seguridad de estado.
Ahora
veamos de qué trata el respeto. Según Stephen Darwall hay dos tipos de respeto,
el valorativo y el de reconocimiento, el primero sería el aprecio que sentimos
hacia ciertos rasgos de comportamiento del otro, por considerarlos
excepcionales, como sería el valor que destacaron los conquistadores españoles,
en su lucha en contra de los indios Caribes, cuando conquistaban el valle de
Caracas; ese arrojo y esa furia que sus enemigos mostraban en la batalla, era
un valor importante para esos soldados que venían a someter a los aborígenes.
El
respeto de reconocimiento es el que incorporamos en nuestras acciones o
pensamientos como una muestra de consideración hacia el otro y que se muestra
por medio de un trato favorable a esa persona, por algún rasgo que consideramos
adecuado bien de su trato o de sus obras, como sería el respeto que sentían los
británicos hacia el llanero José Antonio Páez como jefe indiscutible de
aquellos hombres a caballo que conocían las sabanas como las palmas de sus
manos.
En
todo caso, el respeto implica un miramiento y consideración, nos obliga a un
trato serio y cortés con esa persona o situación, atendiéndola como importante.
Pero
el respeto no es gratuito, hay que ganarlo, por lo que tenemos que recurrir a
la responsabilidad; actuar responsablemente, con nosotros y los otros, es
fundamental para que la gente nos tome en serio y nos considere con respeto.
Si
llego a una reunión con un cliente y este empieza a comportarse como si fuera
mi superior, incluso llega al insulto y hacer burla de mis alegatos, es
probable que ni siquiera escuche los suyos y me vaya del sitio para no verlo
nunca más.
Richart Sennet ha estudiado el fenómeno a
profundidad y nos dice: “Desde el punto
de vista de la sociología, la falta de respeto interesa porque es lo que impide
que los individuos se otorguen reconocimiento, esto es, que consideren su
respectiva presencia con dignidad recíproca y se traten de forma integral y
autónoma. El respeto tiene que ver, pues, con la forma en que se ve y se trata
al otro; es, por tanto, un aspecto de la vida íntimamente ligado a la
desigualdad social, tanto a las condiciones naturales que ésta reproduce o intensifica
como a las políticas que intervienen en pos de su disminución.”
A
nadie le gusta sentirse excluido y, menos aún, insultado; las relaciones que se
sostienen bajo estos términos terminan por lo general en conflicto,
retraimiento o en rompimientos.
Algunos
estudiosos del estado bienestar, o de esa burocracia que los gobiernos crean
para atender a los excluidos, señalan que la misma dependencia al estado por
parte de sectores de la sociedad que acuden a los programas de beneficencia es
fuente de baja estima, inferioridad o vergüenza.
Ser
dependiente del estado puede entenderse como “caridad hiriente”. El gobierno
chavista, por ejemplo, es experto en proporcionarla, obligando a sus “clientes”
a hacer grandes colas, a ser numerados, maltratados y manejados como si fueran
ganado al momento de procurarse necesidades tan básicas como la alimentación.
Pero además
de esto, hay personas cuya naturaleza es conflictiva, violenta e impositiva, su
forma de pensar es la de resolver cualquier relación humana de manera dominante,
doblegando a su contraparte, incluso utilizando la violencia verbal; personas
que viven continuamente confrontadas por sus faltas de mérito para las
posiciones que ocupan y canalizan su agresividad contra quienes perciben como
superiores y teniéndolos como enemigos.
Hay
un autor alemán, Carl Schmitt, un jurista importante de los tiempos del
nacional socialismo, quien sostenía la tesis del enemigo necesario, quien no
participara de tu campo de las ideas, o de tu misma nacionalidad o raza, era
considerado como inferior y, por lo tanto, sujeto a los dictámenes de tu
voluntad. Para esas personas el enemigo te define, te da contorno, por lo tanto
es necesario.
Este
tipo de actitud raya en la intolerancia, en la incapacidad de aceptar al otro
diferente, y en la necesidad de imponer su voluntad sobre el contrario; este es
el tipo de pensamiento y doctrina que fue públicamente laudada y tomada como
directriz por los jueces miembros del Tribunal Supremo del chavismo, para
justificar la llamada justicia revolucionaria, utilizando los mismos argumentos
que los nazis esgrimieron para la exterminación masiva de los judíos durante el
Tercer Reich en Alemania.
Pero
hay otro tipo de respeto, y es el que exigen los criminales por medio de la
fuerza y del terror que infunden sus actos en una comunidad; es el respeto por infundir
miedo, que muchas veces es más una pose, una actitud soportada por amenazas e
insultos, y muchas veces por actos
violentos. Es el comportamiento que se practica en las cárceles y prisiones,
para que un preso gane el respeto del plantel; el gran inconveniente en este
tipo de comportamiento es que, por su naturaleza pública y vocinglera, siempre
atrae a otros depredadores mucho más violentos, que terminan por eliminarlo.
Cuando
uno observa a personas o grupos clamando por respeto, sucede una de dos: o son
realmente víctimas de la intolerancia de otro grupo, o se trata de patanes y
mal vivientes clamando por que los tomen en serio, con la pretensión que las
posiciones que detentan les dan el derecho a la igualdad en todo momento y
circunstancia.
El
respeto depende mucho de la reciprocidad, pero cuando esta reciprocidad es
asimétrica vienen los problemas, sobre todo en sociedades donde prevalece la meritocracia
como valor, donde quien no llene las condiciones mínimas de actuación y preparación
en cargos de responsabilidad siempre será el que plantee las asimetrías y trate
de obligar al otro a descender a su nivel para sentirse a gusto.
Responsabilidad
y respeto no pueden existir una sin el otro; menos aún en la política, donde son
requisitos imprescindibles la convivencia y la credibilidad.
Cuando
expresamente exiges respeto es porque no te respetan, y si no te respetan es
porque no tienes valores. Si no tienes dignidad, si te la pasas engañando a los
demás, humillándolos, manipulándolos, haciéndoles mal, lo más probable es que
jamás te tomen en serio… lo único que te queda es seguir amenazando e
insultando, hasta que te tengas que enfrentar un depredador más poderoso que
tú. - saulgodoy@gmail.com
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