miércoles, 28 de octubre de 2015

Heidegger y el mago de Oz


Llevo ya algunos años leyendo a Martin Heidegger, tratando de descifrarlo, hundiendo mi entendimiento en esa difícil espesura de su obra traducida al castellano y al inglés, que siempre dejan ese sabor a lo que quiso decir en vez de lo que dijo en realidad, considero pues que, mi falta conocimiento del idioma alemán es un hándicap debido a la inclinación manierista del autor en el uso del lenguaje.
Pero tuve la fortuna de abordarlo desde la acera del frente de su filosofía, es decir, de algunos ensadores críticos y contrarios a sus propuestas, sobre todo de los nominalistas, los escépticos, algunos autores franceses de la escuela continental del pensamiento postmodernista que lo adversaron y por supuesto, de toda esa corriente revisionista alemana del pensamiento nacionalsocialista, porque creo, debemos ya admitirlo sin tapujos, Heidegger era el filósofo que mejor y más profundamente encarnó el nazismo.
Y digo la fortuna porque si lo hubiera estudiado desde el mero aspecto existencialista y
fenomenológico, quizás jamás hubiera estado consciente de los trucos que este viejo y astuto montañés, y ex seminarista jesuita, puso, a manera de trampas semánticas, en el transcurso de su extensísima obra.
El primer libro que leí de este autor fue Schelling y la libertad humana, parte de un seminario que dictó en 1936 y que luego fue ampliando, fue un buen comienzo ya que la continua mención al
“espíritu alemán”, al “idealismo alemán” y la nación alemana, en el espíritu del Discurso de Fitche en la Academia de Berlín, ya hablaba de un nacionalismo a ultranza, de un acto de creación intelectual, que como bien señala el mismo Heidegger sobre las ideas de Fitche, era dar a luz al carácter alemán: “Formación significaba en ese entonces: el saber esencial que configura todas las posiciones fundamentales de la existencia histórica, un saber que es el presupuesto de toda gran voluntad”, este es un claro indicio de un nacionalismo avasallante que me puso inmediatamente en guardia.
Pues bien, toda la obra de Heidegger va encaminada a este monumental esfuerzo, de explicar de la manera más absoluta los complejos mecanismos de una metafísica no solo de la esencia, sino del destino del pueblo alemán, y en el núcleo de su pensamiento, una filosofía antropológica del gran pueblo ario, ligado a la tierra, a la sangre y a un colectivo histórico cuyo destino es la dominación del mundo, impulsado por un nihilismo feroz; si el fin de la vida del hombre es la nada, el objetivo del pueblo Alemán debe ser la dominación del mundo. 
Es por ello que junto a sus conceptos sobre el “ser” y el “ente” sobre la verdad del ser y su esencia le anexa, sin ningún reparo, las nociones de sacrificio, disciplina, raza, suelo, comunidad del pueblo, combate, entrega al líder, manifiestos que pertenecen al ideario nazi y lo convierte en doctrina.
Hitler y la gente que construyó el nacionalsocialismo lo hicieron desde un idealismo muy particular que ya tenía un intenso trabajo de decantación en las ideas nacionales y el carácter alemán, recordemos que Alemania tiene su génesis embrionaria en 1806 cuando dieciséis príncipes prusianos conforman la Liga del Rin, paralelo al trabajo político iba la creación de la nación alemana, fue labor de brillantes mentes como Goethe, Kant, Hegel, Schelling, Herder, Hölderlin y muchos otros que tomaron los caminos de las ciencias, la filosofía y las artes y construyeron una nueva idea de nación signada por su entorno y circunstancias, rodeada de naciones que en un pasado reciente fueron parte de la antigua Germania, y en conflictos culturales y territoriales con los otros estados nacionales que se levantaban a su alrededor.
El nacionalsocialismo nace a principios del siglo XX como resultado, por un lado, de la revolución industrial-científica que atraviesa el país y da a lugar un gran desarrollo fabril, desde Austria llega la influencia de una rica veta de pensadores positivistas que más que la verdad buscaban los resultados y la eficiencia, destacándose entre ellos el Círculo de Viena, y por otra vertiente, las investigaciones religiosas psicologistas de la escuela de Brentano, que su objetivo era encontrar la transcendencia en los actos del hombre, principalmente en la percepción, en los sentimientos primarios del alma y renovar las ideas sobre el papel protagónico del hombre en el cosmos.
Pero por sobre todo, fue el profundo calado que tuvo la ideología socialista que impregnó a la nueva clase trabajadora que se reunía en torno a las industrias pesadas que nacían al norte y a las orilla del Rin.  La izquierda alemana estaba dividida entre comunistas (marxistas), socialistas (internacionales), nacional socialistas, y una serie de pequeños partidos de raíces regionalistas, el disgusto que sentían los nacionalsocialistas hacia los judíos, los rusos y la fuerte tendencia internacionalista marxista que los alejaban de las raíces teutonas, los distinguió de inmediato como enemigos de todas las demás denominaciones de la izquierda, a quienes empezaron a combatir en las calles y en las reuniones de los sindicatos.
Para cuando Heidegger se afilia al partido nazi éste era ya una organización con personalidad propia y Hitler su líder indiscutible, lo que hiso el filósofo fue añadirle su contribución, un pensamiento laberíntico, deconstructivo de los principios cartesianos, con fuertes notas teosofistas, con características de culto, necesarios para poder explicar lo que el filósofo e investigador francés Emmanuel Faye llama “la negación radical de toda humanidad y de todo pensamiento”.
La filosofía de Heidegger se caracteriza por un profundo anti cientifismo, condena la técnica y la tecnología y promueve el contacto directo con la naturaleza sin que medie el pensamiento, tratando de llegar a términos con el absoluto con las formas más primarias de expresión.
Heidegger en plena madurez
Karl Löwitt decía del nacionalsocialismo: “El espíritu del nacionalsocialismo tenía menos que ver con el elemento nacional o social que con un radicalismo decidido y dinámico que rechazaba toda
discusión y todo acuerdo porque se fiaba única y exclusivamente de sí mismo”
, lo que constituía una versión del decisionismo que promovía el teólogo F. Gogarten, la decisión por la fe, que es el fin del camino de todo pensamiento, y que en Heidegger se manifestaría como pura resolución frente a la nada, que no es otra cosa que un nihilismo exacerbado que se resume en la frase heideggeriana “El hombre es un ser para morir”.
Esa era la actitud de Hitler ante los acontecimientos, recordemos, lo que él prometía en su primera campaña política al electorado era una revolución, para quien la palabra derrota o retirada no existían.
Dice el estudioso de la obra de Heidegger Miguel De Beistegui, en su libro Heidegger y lo político: Desde el momento en el cual la muerte se inscribe como el horizonte que constituye la comunidad como tal,  ya se pone en marcha una cierta lógica: es una lógica de la totalización y la inmanencia, donde las singularidades existentes se proyectan contra una interpretación heroico-trágica de su destino. Es una lógica del sacrificio, donde la pluralidad de las existencia se absorbe en la inmanencia de lo Mismo.
Una de sus pocas fotos en un acto nazi

Cuando empecé a leer su obra Ser y Tiempo, ya estaba advertido por el nominalista Jud Evans que entraba al mundo de fantasías ontológicas de Heidegger, especie de disneylandia trascendente cuya clave, para Evans, era sustituir la palabra “Dios” por la de “Ser” para darnos cuenta del fraude enorme que nos jugaba. 
Y es que llegó un momento en la elaboración del pensamiento Heideggeriano, que éste tuvo que construir su propio lenguaje para explicar su filosofía, usó palabras nuevas como “Da-sein” (estar existiendo o  la existencia humana) y atribuyó a las palabras nuevos significados que nada tenían que ver con su real significado.
Reificó la palabra “existir”, que es una modalidad de existencia de los seres vivos, y la convirtió en una palabra-ente, como si existir fuera algo con vida propia, una especie de palabra-envase donde se reúnen las condiciones fundamentales de la existencia humana, lo cual no existe en la realidad, que pudiera usarse para fines pedagógicos, para resaltar un cúmulo de atributos, pero nunca para tratarla como si efectivamente “existir” fuera un ente que existencia propia.
El mismo Heidegger le había comentado en una ocasión a Karl Löwith en 1936, en Roma, que su punto de contacto con el nazismo surgió de su concepto de historicidad expresado en Ser y Tiempo, el problema de la historia es un problema ontológico, nos dice Heidegger: Pero si el Dasein, en cuanto “ser en el mundo”, existe en esencia en el “ser con otros”, su gestarse histórico es un “gestarse con” y se constituye como destino colectivo [Geschick]. Con esta expresión designamos el gestarse histórico de la comunidad [Gemeinschajt], del pueblo [o la nación: Volk]. El destino colectivo no surge de la unión de destinos individuales, así como el “ser respecto de otro” tampoco puede concebirse como el “acaecer con” de varios sujetos. En el “ser respecto de otro” en el mismo mundo y en la “resolución” para determinadas posibilidades se trazan ya por anticipado los “destinos individuales”. En la coparticipación [Mitteilung] y en la lucha [Kampf] es donde se libera el poder [Macht] del destino colectivo. El destino colectivo del Dasein, en forma de destino individual, en su “generación” [Generation] y con ella es lo que constituye el gestarse histórico pleno y propio del Dasein.
Según la apreciación del filósofo norteamericano Stephen Hicks, en su obra Explicando el Postmodernismo, Heidegger se concentra en concluir que: “1) Las más profundas verdades de la realidad son conflicto y contradicción, 2) La razón es subjetiva e impotente para alcanzar la verdad sobre la realidad, 3) Los elementos de la razón- palabras y conceptos- son obstáculos que deben ser desmontados, por medio de la deconstrucción, o de alguna manera desenmascarado, 4) Las contradicciones lógicas no son signos de fracaso y carecen de importancia, 5) Los sentimientos, en especial los de ansiedad y angustia, son mejores guías que la razón, 6) El verdadero enemigo a derrotar es la tradición filosófica occidental, bien sea platónica, aristotélica, lockeana o cartesiana, que están basadas en la ley de la no-contradicción y de la distinción sujeto-objeto.”

A medida que avanzo en la obra de Heidegger, principalmente la que se desprende de Ser y Tiempo, me doy cuenta que hay un enorme paralelismo entre el Mago de Oz y Heidegger, un manipulador de efectos y trucos, escondido detrás de un cuarto, rodeado de una fama de pensador profundo y audaz, desde el que daba vida a un mundo de fantasía y horror que, terminó por convertirse en la justificación última del nazismo, y en mi país, en una mala copia, que se llama: el socialismo bolivariano del siglo XXI. –  
saulgodoy@gmail.com


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