viernes, 27 de noviembre de 2015

Las utopías, monstruos de la razón


Hace ya algunas décadas, dicté un curso en el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos en Caracas sobre las utopías, para aquel momento sólo había conocido el lado inocente y radiante de estas aproximaciones intelectuales al ideal de la sociedad perfecta, principalmente influenciado por mis lecturas de ese gran escritor venezolano, Isaac Pardo, y del socialismo utópico de Fournier, Saint Simon, de Robert Owen, los trabajos clásicos de Tomás Moro (su Utopía, cumplirá 500 años de ser publicada en el 2016), Tomasso Campanella y Francis Bacon y todo lo que pude leer del utopismo cristiano.

Recuerdo que apenas hice mención de una sola distopía, que fue la novela de Aldus Huxley, Un Mundo Feliz, mi conclusión en aquel seminario, fue que las sociedades necesitan de las utopías como formas superiores de plan de ruta, y comulgaba con la idea de que una sociedad sin utopías era una sociedad sin destino.
Pero en los años posteriores leí a Pooper, a Mannheim, a Dostoiesky, a Cioran y otros muchos anti-utopistas, estudié con mucho cuidado los términos en que las describe William Morris y Ernst Bloch (escatología marxista) y descubrí, que las utopías tenían un lado oscuro y siniestro que me hicieron rápidamente superar mi opinión sobre las utopías como los diseños necesarios de una sociedad ideal, aprendí, que las utopías aparte de poner en ridículo el presente, pueden convertirse muy fácilmente, si se les quiere hacer realidad, en una galería de horrores.

Nos recuerda el filósofo Juan David Garcia Bacca: “En adelante todos los reformadores de la sociedad- sean revolucionarios o revoltosos- se propondrán establecer la Edad de Oro o Paraíso Terrenal,- o el Reino de los Cielos. La vida natural es encerrada… Todo esto conduce a dar expresión resaltante a la afirmación o sugerencia: los encierros con barra… Las autoridades: Gobernadores, Sátrapas, Tiranos, Papas, Patriarcas, Ayatolas. Abades, Inquisidores… son las que las emplean e imponen, a veces por Constitución y Reglas.”

La exigencia común de las utopías es el sometimiento del hombre al
Estado, a la religión, a la ciencia, al colectivo… y resulta que quienes las imponen, aunque dicen que sus intensiones son
humanitarias, recurren al despotismo para hacerlas realidad cayendo invariablemente en la peor de las tiranías; las utopías son y siguen siendo el vehículo por excelencia de las ideas milenarias del
socialismo y por ende del totalitarismo, de ese mundo justo, bueno, perfecto y nebuloso que solo se obtiene sacrificando al hombre y su libertad, cambiando radicalmente a la sociedad y a la naturaleza humana para hacerlas dóciles.
Las utopías nacen casi siempre del descontento, de la injusticia, de la discriminación y por lo general provienen de personas y grupos que han sufrido persecuciones, cuyos modos de vida, creencias y valores son criminalizados por la sociedad en un momento dado, en este
sentido, las utopías son una especie de venganza.
Y como buenas utopías, se van al otro extremo, al sueño de cuando estas minorías perseguidas tomen el poder e impongan su ideal al resto de la humanidad, en la creencia de que el hombre y su mundo serán mejores.
Utopías como la planteada por Jonathan Swift en su obra Los Viajes de Gulliver, nos recuerda como, quienes son convidados a sostener esperanzas vanas pueden terminar arruinados y descorazonados, Swift, quien creía que la naturaleza humana era débil y propensa a la corrupción hace que su personaje Gulliver termine loco, en la búsqueda de un ideal imposible.
De estas utopías convertidas en realidad tenemos algunos ejemplos de cómo la luz se transforma en tiniebla, la paz en guerra y la felicidad en terror, los tribunales de la Inquisición, por ejemplo, fue un
producto indeseable de la utopía cristiana, como lo fueron los Gulags en la Rusia estalinista, los centros de reeducación en la China de Mao, los campos de concentración en la Alemania Nazi, los Killing Fields en Camboya, los refugios de damnificados o las cárceles venezolanas en el socialismo del siglo XXI y otras tétricas muestras de cómo la utopía genera, como subproductos, formas de control que se antepone a lo humano, sin importan los sufrimientos, la inmoralidad ni los muertos.
El escritor británico Terry Eagelton sostiene que Marx no fue un utopista, todo lo contrario, su filosofía fue un contra argumentación al utopismo de clase media elaborado en su tiempo y que se negaba rotundamente a discutir el futuro, aunque acepta que su admirado filósofo, es una especie de profeta, en los términos del viejo testamento: “Los Profetas… no son videntes. En vez de mirar el futuro, ellos te advertían que al menos que alimentaras a los hambrientos y recibieras al inmigrante, no habrá futuro. O si lo había, iba a ser uno muy desagradable.”
Las utopías, como bien su nombre lo indica, no son para hacerlas realidad, pero hay quienes se enferman de este idealismo y en nombre de las mejores intenciones imponen una dictadura y asesinan, todo inspirados por estos mitos de un mundo perfecto.
Si bien es cierto que muchas utopías contienen buenas ideas sobre cómo debería funcionar la
sociedad, no son ejemplos para llevarlos a la práctica; fines y medios se confunden en una odiosa telaraña de imposiciones y castigos, las utopías son sueños elaborados para que jamás se hagan posibles.
Sin embargo, Alvin Toffler, el futurólogo norteamericano, plantea la construcción de utopías y anti-utopías como herramientas de experimentos sociales en comunidades controladas, donde se ensaye con complejas interacciones que apunten a nuevas simientes superindustriales, que puedan dar formas evolucionadas de relaciones y jerarquías societarias, incluso habla de factorías de utopías.
Pero la tendencia general es mucho más negativa, el pensador marxista Jean-Francois Lyotard lo advirtió hace ya algunos años, el tiempo de los grandes relatos se acabó, los grandes horizontes ya no existen, solo queda la perplejidad del hombre de sentirse libre, en un mundo sin utopías.
La bien recordada escritora venezolana Stefanía Mosca escribió al respecto: “Ya no se considera a la utopía como un sueño ideal e imposible, sino como una profecía en parte realizada. Ya no es
sinónimo de felicidad, perfección y progreso, pues para muchos el sueño se ha convertido en pesadilla.”
Las utopías pertenecen a la literatura fantástica y a la ciencia ficción, no son planes ni programas, son ejercicios de la imaginación que no desean ni necesitan de compromisos ulteriores, tratar de
llevarlas a cabo, no es solo un esfuerzo fútil, sino peligroso.-           
saulgodoy@gmail.com


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