Terminé el libro, Ética Para un Nuevo Milenio (1999), del Dalai Lama (Tenzin Gyatso), y como en todos sus libros sobre la filosofía budista del Tíbet, hay siempre un obsequio de sabiduría en sus páginas, en este caso me aclaró un concepto fundamental, que es el de la felicidad y que quiero compartir con ustedes.
Como
ya saben, el Dalai Lama no es solo la cabeza de estado de una nación conocida
como el Tíbet, invadida por los chinos y posteriormente exilado en 1959, sino
que es un hombre santo y es figura central de la religión budista tibetana, el
gobierno de la India lo acogió y le asignó como residencia las montañas de
Dharamsala donde actualmente vive.
Como
reencarnación viviente del Buda es un hombre muy ocupado, se la pasa viajando,
impartiendo conocimientos en las principales capitales del mundo, abogando por
el restablecimiento de la libertad para su nación, recogiendo fondos para
ayudar a los cientos de miles de tibetanos refugiados en el extranjero y en
China; como líder espiritual de una de las principales religiones del mundo
promueve las enseñanzas de esta milenaria creencia y práctica que ha
desarrollado no solo una cosmogonía propia, sino una ética, que es estudiada y
observada por millones de personas en el mundo.
El
budismo tibetano es una variante de las creencias budistas que derivaron del
budismo indio y que arraigaron en los templos de los Himalaya y que tienen en
el Lhasa su centro administrativo, ciudad por cierto, recientemente afectada
por un terremoto de gran magnitud y donde se perdió una buena parte de su
patrimonio histórico.
A
pesar de haber perdido a su país y vivir exilado, el Dalia Lama trata de
mantenerse centrado y en equilibrio ya que, según sus propias palabras: “Durante el curso de mi vida, he tenido que
manejar grandes responsabilidades y dificultades. A los dieciséis, perdí mi
libertad cuando el Tíbet fue ocupado. A
los veinticuatro, perdí a mi país cuando me convertí en un exilado. Por
cuarenta años he vivido como refugiado en un país extranjero… Por todo este
tiempo he tratado de servir a mis hermanos refugiados y, en lo posible a los
tibetanos que quedaron en el Tíbet. En el ínterin, nuestra patria ha conocido
enorme destrucción y sufrimiento… Sin embargo, aunque ciertamente siento y pienso
sobre estas pérdidas, a pesar de ello todavía conservo mi serenidad básica, en
la mayoría de los días estoy calmado y contento. Aún cuando las dificultades aparecen, como
debe ser, no me molestan. No tengo ninguna duda en admitir que soy feliz. De acuerdo a mi experiencia, la principal
característica de la felicidad genuina es paz, paz interna. Por esto no quiero decir esa sensación de
estar despegado del mundo. Tampoco hablo de la ausencia de sentimientos. Al
contrario, la paz a la que me refiero está enraizada en mi preocupación por los
otros y requiere un alto grado de sensibilidad y sentimientos, sin embargo no
puedo decir que he sido muy exitoso en ello. Pero sí le atribuyo a mi sensación
de paz al esfuerzo que hago por preocuparme por los otros.”
Creo
que el Dalai Lama dio en el clavo, la felicidad es definitivamente lograr la
paz interior, si no hay paz no hay equilibrio, si no hay equilibrio surge la
inquietud, el nerviosismo, las preocupaciones que pueden llevar a las
enfermedades, a las crisis, a la violencia y probablemente, a una muerte
prematura.
El
Dalia Lama explica de manera sencilla lo que le funcionó a él, ese
desprendimiento y vocación por la solidaridad humana, desplazó sobre los otros
la atención a sus propios problemas, y como bien explica en otros capítulos de
su libro, descubrió que la compasión, es una herramienta poderosa que limpia el
alma de todos esos sentimientos tóxicos que constantemente estamos acumulando
en nuestra vidas.
La
felicidad, como bien lo proclama, no es acumular dinero o cosas que el dinero
puede comprar, ni lo es vivir de acuerdo a la ciencia y el derecho, que aunque
son grandes ayudas para proyectarnos y tener buena calidad de vida, no resuelve
nuestro problema fundamental, que es justamente el de las decisiones éticas,
las que tienen que ver con nuestra percepción del bien y del mal, que son esas
pequeñas cosas que se van acumulando en nuestras vidas producto de malas
decisiones y que por culpa, remordimiento o sentimiento de fracaso nos van
llenando de negatividad y convirtiéndonos en unos cínicos.
El
equilibrio interior de logra por medio de una buena vida, de una adecuada
alimentación, de cuidar la salud y fomentar buenas relaciones en nuestro
entorno, de manejar con criterio nuestros sentimientos y emociones, evitando
ser parte de injusticias, ayudando a quien lo necesita, evitando en lo posible
las situaciones desagradables, el dolor y la tristeza, llenando nuestros días
de ideas y pensamientos positivos, en pocas palabras, siendo una buena persona.
Personas
comprometidas con posiciones de liderazgo y notoriedad como el Dalai Lama,
personas con esa gran espiritualidad tienen obligatoriamente que dar mucho más
que lo que usted o yo pudiéramos dar, sin que esto signifique que no seamos
capaces de crecernos en situaciones extremas y llevar aliento a nuestra familia
o comunidad.
Vivir
como una buena persona, como un buen ser humano es ya un comienzo en esta
búsqueda por la felicidad, no son las ataduras, los compromisos, nuestros
sentimientos de posesión los que nos harán libres, al contrario, de alguna
manera, ir practicando el desprendimiento, viviendo con honestidad y ocuparnos
de quienes nos rodean, nos irán liberando de nuestros problemas y cargándonos
de buenas energías.
El
Dalai Lama nos descubre que un mundo donde cada día nos vemos obligados a
compartir nuestro espacio vital con otros, con extraños, a quienes no conocemos
y ni siquiera nos comunicamos, es nuestra obligación tender los puentes.
Hemos
conocido personas muy exitosas, que viven en grandes mansiones y aparentemente
lo tienen todo, pero sus vidas son un asco, tienen el gabinete del baño lleno
de frascos de ansiolíticos, de píldoras para dormir, de jarabe para las úlceras
estomacales, sabemos de casos de personas que se han aprovechado de sus cargos
para robar y a pesar de los millones en las cuentas bancarias, viven temeroso,
intranquilos, aterrados hasta de sus sombras; hay profesionales tan concentrado
en sus carreras y en lograr méritos profesionales que se les ha olvidado como
amar a sus esposas o como compartir con sus hijos y eso, da una profunda
tristeza.
El
éxito material o tener las posibilidades de rodearnos de todo lo mejor, no
garantiza la paz interior, lo más probable es que la haga imposible, pues quien
acumula riqueza, gasta una enorme cantidad de tiempo y energía en multiplicarla
o conservarla.
La
felicidad es lograr la paz interior, esa fue una gran lección de un hombre sin
patria, de un refugiado, de un sabio, gracias Dalai. -
saulgodoy@gmail.com
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