El
pensamiento humanista del cristianismo, por ser tan antiguo y ecuménico, ha
influenciado diversas formas de ver el mundo, entre ellas teorías políticas.
Quizás, por sus orígenes utópicos, sea el socialismo uno de los sistemas
políticos con más similitudes o “préstamos” derivados de esta religión.
Una
posición tan vanguardista y directa, a favor de los oprimidos, se convierte en
fácil presa de promesas, programas y estrategias para ganar el favor popular por
parte de políticos y planificadores, aunado esto al factor “esperanza” y
conjugando valores como solidaridad, amor y paz, que constituyen el centro de
las virtudes cristianas, se entiende que la doctrina cristiana sea atractiva
para cualquier sistema ideológico que persiga sumar adeptos.
En un
reciente estudio titulado Creer en un
Dios Justo (y en una Sociedad Justa) Una perspectiva de un Sistema de
Justificación en la Ideología Religiosa, de los profesores Jost, Hawkins,
Nosek, Hennes, Stern, Gosling, Graham, editado por el Journal of Theoretical and Philosophical Phychology, pone al día la
tesis ampliamente discutida de que el origen de las religiones tiene una
motivación social más que cognitiva, sus orígenes tienen que ver más con la
necesidad de orden del grupo, que con necesidades personales de los individuos
en obtener respuestas a fenómenos naturales.
La
religión provee justificaciones ideológicas al orden social existente, de modo
que las instituciones prevalentes y sus influencias sea percibidas como
legítimas y justas y por lo tanto valga la pena obedecerlas y preservarlas.
Algunos
historiadores afirman que el decadente Imperio Romano, en tiempos de
Justiniano, vio en el cristianismo la tabla de salvación para continuar en el
poder y no se equivocaron, a partir de ese momento la iglesia se hizo Estado,
se convirtió en el pilar político fundamental durante la Edad Media e impulsó
la modernidad en el Renacimiento (paradójicamente gracias a la Reforma y la
Contrarreforma), pero lamentablemente, quedó rezagada en su dogmatismo; aún
así, la iglesia sigue allí, con sus altas y sus bajas, siendo hoy una de las
instituciones universales con mayor vitalidad.
En
ese tira y encoge con la política, la iglesia ha tenido sus romances y quiebres
con el socialismo; el socialismo, en su interés por la consecución del poder
político, no repara en emular y hasta confundirse con los principios del
cristianismo, la mayor de las veces con un oportunismo exacerbado; como gestor
de gobiernos, la mayor parte de las aventuras socialistas, dirigidas a
conseguir su “mundo y hombre nuevo”, han terminado en distopías, en tenebrosos
gobiernos totalitarios con su enorme secuela de víctimas y retrocesos sociales.
Una
cosa es la vida del espíritu y otra la vida del hombre en la tierra y, en ese
reparto de lo que corresponde al Cesar y a Dios, la iglesia, por medio de sus
operarios, ha terminado enredada en asuntos muy complicados, incluyendo
diferencias en el concepto de libertad y propiedad privada, por ejemplo, o en
las diferencias entre persona e grupo, o en el deber a la solidaridad, entre
otras importantes distinciones, lo que ha producido oportunidades para una
penetración de la política socialista en predios de la iglesia.
El
siglo XX se ha visto plagado de aclaratorias, concilios, advertencias y hasta
sanciones a algunos de los miembros de la iglesia, en un intento por deslindar
la política de la religión; sobre todo en Latinoamérica, se ha visto
confrontada, tanto doctrinariamente como en su labor pastoral, por un
socialismo militante y revolucionario que la puso a punto de la escisión.
Afortunadamente,
privó la cordura y las aguas volvieron a su curso, pero quedaron las dudas, los
malos entendidos y heridas abiertas, siguen algunos gobiernos y facciones
políticas socialistas insistiendo en atribuirse la moral cristiana como parte
de su ideario, y como demuestra el estudio anteriormente señalado, la visión de
sociedad justa del cristianismo calza perfectamente en la horma marxista.
La
Conferencia Episcopal venezolana ha tenido, en varias ocasiones que aclarar su posición frente al socialismo, que es
comunismo, y en varias oportunidades durante el gobierno de Chávez lo declaró
inaceptable y moralmente deleznable.
Lo
que está sucediendo en Venezuela es un claro ejemplo de esa apropiación
indebida. El presidente Chávez puso a prueba no sólo a la distinguida y
experimentada diplomacia del Vaticano, cuando empezó a insultar y a perseguir a
los representantes del Papa en nuestro país, queriendo cambiar los términos de
la relación entre la iglesia y el Estado, que él representaba, sino que también
puso en contingencia la fe de los venezolanos en su Iglesia, apropiándose de la
simbología, del discurso y hasta de la historia de la Iglesia para engrandecer
su figura mesiánica.
Nunca
antes la Iglesia había sido expuesta al escarnio con las acusaciones que hacía
a los cuatro vientos, Chávez utilizó el terrorismo contra los templos y su
feligresía, algunos sacerdotes tuvieron que irse del país acosados por
los cuerpos de seguridad, les sembró expedientes de actividades criminales y
moralmente reprobables y espió a su alta jerarquía, él mismo encabezó una
campaña de promoción de la santería y la brujería para descalificar y alterar
la fe del pueblo.
Tanto
fue el abuso que, en uno de mis artículos, pedí públicamente excomulgaran al
poseso que nos mal gobernaba, pero vaya usted a saber qué pasaba por las
cabezas de esos prelados y lo que, intramuros, se discutía y decidía, el asunto
fue, que prefirieron soportar la tempestad.
Y
creo que tuvieron razón, al final Chávez, enfermo y sometido por el miedo ante
la muerte, se olvidó de atacar a la iglesia, y en sus últimos días predicaba su
fe cristiana como si nada hubiera pasado, invocando - eso sí, de cuando en vez
- a los “espíritus de la sabana”.
Y
estamos ahora con “el hijo de Chávez” presidiendo el gobierno, un Maduro menos
ensañado contra la Iglesia, con sus propias creencias paganas que vienen de la
lejana India, pero insistiendo en que Jesucristo era socialista y que Dios está
con la revolución.
Todavía
quedan situaciones no resueltas entre la iglesia venezolana y algunos de los
partidos que se dicen socialistas, sobre todo con los de la oposición, donde
muchos de sus partidarios comparten la fe de la Iglesia, mientras ondean las
banderas de ese marxismo disfrazado que es el socialismo, o el progresismo.
Prevalece
en el imaginario popular la confusión de que ser socialista es ser cristiano,
que practicar la caridad y la solidaridad es ser socialista, que preocuparse
por los pobres y excluidos es privilegio de la izquierda, una confusión que, a
veces, parece ser promovida por la misma Iglesia y que, para mi sorpresa, sigue
aflorando en artículos en que se asocian a esa ideología atea y materialista.
Las declaraciones del padre jesuita Numa Molina a un
canal del chavismo es un claro ejemplo de lo que señalo, dice Molina: "El verdadero sentido de la celebración de la Navidad ha sido
distorsionado por el sistema capitalista salvaje que ha inoculado con intención
en la población la idea errónea que es sinónimo de consumir,
de 'estrenar' ropa y accesorios que las
grandes corporaciones comerciales ponen a la disposición de todos".
Es
patético y lamentable el grado de confusión mental que este sacerdote tiene de
la doctrina de la iglesia, parecen más bien las declaraciones de un político
del PSUV, ha mezclado agua con aceite con el solo propósito de establecer una
clara posición ideológica afín con los intereses del partido de gobierno,
dejando muy mal parada no solo a la fe cristiana sino a su orden, que cada día
que pasa se me hace más y más infiltrada por el comunismo.
Remata
su declaración a la prensa con estas palabras que son de un arcaísmo tal, que
me suena a las tesis de los años sesenta sobre la teoría de la dependencia de
la periferia al centro en aquel modelo desarrollado por la CEPAL: “Al contrario,
dijo, Molina, el hombre urbanista está condenado a ser
como el primer esclavo, el blanco del capitalismo salvaje, ¿crees que los
campesinos del campo adentro están preocupados por estrenar, por saber que se
van a poner? no, es una programación que nos hicieron, para estrenar en
diciembre y hay millones de tontos que vamos a comprar una camisa o un
pantalón, incluso sin necesitarlo, argumentó”.
Pero
tenemos un problema aún más grave y es la muy pública actitud del Papa
Francisco quien publicita su disgusto en contra la ideología capitalista, a la
que condena como promotora de prácticas peligrosas para la continuidad de la
civilización humana, y su actitud de complacencia y aceptación de prácticas y
gobiernos socialistas, sin importar su pésimo desempeño en el respeto de los
derechos humanos y sus prácticas antidemocráticas.
Dicen,
quienes han estudiado la trayectoria y vida del Papa Francisco, que sus
vivencias en Argentina durante el surgimiento de la Teología de la Liberación
lo marcaron y dejaron la impronta socialista en su pensamiento y visión del
mundo, lo que crea un grave conflicto en el mundo occidental donde existe una
feligresía profundamente capitalista y cristiana.
Como
dije anteriormente, no sé qué les pasa por la cabeza a los representantes de
Dios en la tierra, pero es mi opinión, como laico comprometido con mi Iglesia,
que sería muy positivo un deslinde, de una vez por todas, o por lo menos una
aclaratoria entre quienes se dicen cristianos y socialistas, que deje bien
clara la diametral oposición en esa yunta: los socialistas no creen en Dios y,
si creen, no son socialistas.- saulgodoy@gmail.com
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