miércoles, 25 de mayo de 2016

El origen de la violencia


 "… Cortés entonces se enojó de veras. Prendió a muchos de ellos, y les tomó en sus dichos, en que confesaron ser verdad aquello. Por lo cual condenó a los más culpados, según el proceso y tiempo. Ahorcó a Juan Escudero y a Diego Cermeño, piloto. Azotó a Gonzalo de Umbría, que también era piloto, y a Alonso Peñate. A los demás no los tocó. Con este castigo se hizo Cortés temer y tener en más que hasta allí y en verdad, si hubiese sido blando, nunca los hubiese señoreado…"
                                                           Francisco López de Gómara
                       Historia General de las Indias, Conquista de Méjico


La sociología y la biología todavía tratan de deslindar el origen de la violencia en el hombre, los argumentos que explican el origen en la biología, se basan en las diferentes Teorías del Conflicto desarrolladas por la sociología; en ellas encontramos dos grandes campos, el de la inherencia y el de la contingencia; dependiendo de cual se escoja, resultarán importantes visiones y soluciones al problema de la violencia.
Según el profesor H. Eckstein y tomado de su trabajo Aproximaciones Teóricas para Explicar la Violencia Colectiva publicado en el Manual del Conflicto Político, (1980, N.Y.,The Free Press.), nos indica:
Contingencia: "Algo es contingente si lo origina causas aberrantes o inusuales, condiciones que ocurren accidentalmente y que involucran un importante factor aleatorio."
Inherente: "Algo es inherente si siempre tiende a ocurrir o si potencialmente existe y sólo puede ser obstruido o distraído para que no ocurra."
Si pensamos que la agresión no es innata al hombre y se la atribuimos a factores ambientales, externos, entonces estamos adelantando opinión dentro del marco de la teoría contingente; incluso, quienes explican factores biológicos internos como desbalances bioquímicos en la persona, señalando condiciones inusuales y fuera de lo normal, también suscriben esta teoría.
Hobbes, por ejemplo, quien se inscribe dentro de la teoría de la inherencia, explica la violencia como parte fundamental de la condición humana, potenciada por la escasez de recursos, sean estos materiales, honoríficos o de otra índole; esta necesidad jamás podrá ser satisfecha totalmente - decía- lo que sí se puede hacer y de hecho se hace, es controlar la lucha de los hombres en la consecución de estos recursos por medio de una ideología legitimada o de una doctrina social, ambas maneras apoyadas por un poder de coerción.
El exceso de demanda de estos recursos puede destruir fácilmente el orden social, de allí la necesidad de las medidas de control (la ley) y la coerción (la fuerza).
Pero si el conflicto se percibe como un fenómeno de contingencia, la respuesta es muy diferente. Más que controlar la lucha por los recursos, la solución se ubica en la satisfacción de la demanda.
Si bien la coerción puede contener la presión social, no la puede detener indefinidamente; en algún momento estalla el conflicto. Los contingentitas pretenden disipar la presión social manipulando el ambiente, permitiendo, en pequeñas dosis, que la presión escape.
Marx, que vio el origen del conflicto en la diferencia de clases; las relaciones del explotador y el explotado, estructuró estas diferencias en un marco de violencia; la clase obrera tenía ante sí una lucha que sólo terminaría cuando se expulsara al opresor, justificó la violencia de las masas con base en reivindicaciones económicas.
Según el autor alemán Peter Bruckner en su obra Psicología Social del Anti-autoritarismo (Siglo XXI, Argentina Editores, 1974) comenta: "El hecho de que la violencia descarnada haya vuelto a la política de las clases dominantes en estados parlamentarios y democráticos como los Estados Unidos y Francia y que se tolere su ejercicio en España, Portugal, Grecia, Brasil y otros países, daría ya motivo para estremecerse, pero además se anuncia en él, en parte, el ocaso de las culturas occidentales."
Bruckner no vacila en demostrar que el capitalismo engendra la violencia en el individuo, en su núcleo fundamental que es la familia, por medio de mecanismos autoritarios que el autor asume, no están presentes en los sistemas socialistas.
Hay posiciones muy serias en la antropología que juzga a la cultura como factor determinante en la violencia de los pueblos, el hecho de que existan culturas más pacíficas que otras indican que no todo el peso de la violencia recae en la biología.
Las nuevas teorías ambientalistas destacan, que en la naturaleza la competencia y por ende la violencia no son los factores predominantes, al contrario, son la dependencia y la colaboración entre organismos los comportamientos más exitosos en la lucha por la vida.
Pero fue la biología la que daría explicaciones profundas a los comportamientos violentos; eso, antes que llegara el psicoanálisis.
Keith Webb que escribió el excelente artículo Ciencia, Biología y Conflicto (1994) para la Universidad de Kent, en Inglaterra, nos dice: "El argumento de que existen bases biológicas en el comportamiento violento del hombre deviene de numerosas fuentes. La más simple y, quizás, la más ampliamente difundida es la Teoría Darwiniana. En un distante pasado, cuando el hombre se encontraba compitiendo por sobrevivir, tenía más oportunidad si el sujeto era más fuerte y agresivo que los demás. Mientras más agresivo tenía mejor oportunidad de aparearse, de alimentarse y de defender a los suyos. De modo que, en términos evolutivos la selección del más apto significaba la selección del más agresivo. Por lo que, a través de los siglos de existencia humana, y antes de que se desarrollaran las comunidades agrarias, la agresión fue un componente genético desarrollado en su biología."
Uno de los guías espirituales de la actualidad, Osho, tiene una visión particular de la violencia que nos pareció oportuno resaltar; él dice en su trabajo intitulado Más Allá de la Psicología , cap 18: "Y el hombre es básicamente un cazador; el no es por naturaleza vegetariano. Primero fue cazador, y por miles de años era simplemente un comedor de hombres, y el canibalismo prevalecía por doquier. El comerse a seres humanos capturados de las tribus enemigas era perfectamente ético. Todo eso lo lleva el hombre en su inconsciente."
Osho alega en su argumento que los violentos no ven en el hombre sino materia, materia que pueden destruir sin el menor remordimiento y lo hacen con armas sobrantes de un mercado mundial, que al convertirse en obsoletas para las naciones industrializadas, son ofrecidas a los países del tercer mundo.
Agrega, que existiendo las armas atómicas que pueden destruir ciudades completas y hasta países, las armas individuales ganaron aceptación entre el hombre común, pero como no se puede hacer guerras con las armas atómicas, y las guerras son necesarias para la naturaleza humana, para descargar su agresividad nata y liberar presión, y gracias a la proliferación de estas armas pequeñas, nace el fenómeno del terrorismo.
Osho sigue su discurso con los remedios espirituales para un mundo enfermo por la violencia y la represión de sus instintos naturales, pero sus alegatos sobre la naturaleza del terrorismo aportan un ángulo interesante.
Para los que afirman que el hombre en estado natural es un animal violento, que toma las cosas a la fuerza y doblega a los demás para hacer cumplir su voluntad, el terror es fundamental para mantener la cohesión del grupo. A medida que el hombre se civiliza, que se integra socialmente y comprende la necesidad del orden y la organización en el grupo, sacrifica algo de esa libertad natural de hacer lo que le venga en gana, en aras de unas normas comunes de convivencia y protección mutuas,
Poco a poco van apareciendo las instituciones sociales, los pueblos se van civilizando y va conformándose el Estado. A medida que los ciudadanos van comprendiendo la utilidad del orden social, de acatar las leyes y de resolver conflictos por órganos jurisdiccionales, se hace cada vez menos necesaria la violencia, la cual es sustituida por la razón, esto en su aspecto ideal, pues hay pensadores, como C. Wright Mills, quien dice: "Toda política es una lucha por el poder; la última manifestación del poder es la violencia."
O como Max Weber, que opina: "El Estado es... el mandato del hombre sobre el hombre basado en el medio legítimo, o supuestamente legítimo de la violencia... Todos los Estados están basados en la violencia."
 El uso del terror, para de forma sistemática imponer sobre otros la voluntad del opresor, es tan antiguo como la historia. No le fue difícil a los líderes de algunas tribus comprender que el castigo ejemplarizante en contra de amigos y enemigos mantenía el orden y disminuía el disentimiento. Eso sí, el castigo debía ser brutal y aplicado sin contemplación. De China nos viene el antiguo adagio: “Mata a uno y asustarás a diez mil”.
Tal era el poder de la fama de algunas tribus violentas que ganaban guerras sin pelear, los enemigos se sometían asustados economizando a los conquistadores recursos y tiempo. Pero el terror tenía sus límites y sus inconvenientes, la violencia tendía a generar más violencia, la calma que se generaba era aparente, pues la venganza y el rencor de los sobrevivientes era difícil de olvidar. La resistencia, si no era acabada, se volvía más virulenta, más arriesgada y aprendía rápidamente a usar el terror en contra del terror.
El veterano Capitán retirado ex-Marine de los Estados Unidos e historiador militar Robert B. Asprey, en su monumental obra The Guerrilla in History, nos lleva a tiempos del Imperio Romano y sus colonias para explicarnos lo que él llama “la Paradoja del Terror”.
Asprey nos dice: “Los esclavos Celtíberos que trabajaban en las minas de plata de Nueva Cartago debían considerar a los legionarios Romanos como objetos de temor induciendo un miedo extremo. Para esclavizar las mentes, los legionarios eran armas de terror diseñadas para mantener a los esclavos en las minas, y aparentemente funcionaron eficientemente con este propósito.
De tiempo en tiempo, éstos y otros esclavos se levantaban, en secreto y atacaban a los romanos, quienes al encontrarse con un centinela asesinado o un destacamento emboscado y exterminado, sin duda hablaban sentimentalmente acerca del uso de tácticas terroristas. ¿Pero quiénes habían introducido este particular terror en este particular ambiente? Los romanos. ¿Tenían otra opción? Ciertamente: pudieron haber mantenido sus manos fuera de la Península Ibérica, o pudieron haber gobernado justa y sabiamente (como algunos oficiales trataron de hacer). En su lugar, vinieron como conquistadores y gobernaron por la avaricia, y, por tanto gobernaron con la opresión mantenida por el terror ¿Qué opciones tenían los nativos para deshacerse de la presencia romana o convertirla en una forma más benigna? Solo una: la fuerza. ¿Qué tipo de fuerza? Aquella que sus mentes limitadas podían evocar. Sin armas, ni entrenamiento ni organización, tenían que depender de sus habilidades, de ataques sorpresa, emboscadas, masacres. ¿Era esto terrorismo o contraterrorismo?”.
El filósofo E. M. Cioran en su oscura y perturbadora obra Historia y Utopía (Tusquets editores, Barcelona, 1995), en su ensayo Odisea del Rencor expone lo siguiente: "Los caminos de la crueldad son diversos. Al sustituir la jungla, la conversación permite a nuestra bestialidad gastarse sin perjuicio inmediato para nuestros semejantes. Si, por el capricho de un poder maléfico, perdiéramos el uso de la palabra, nadie se encontraría a salvo. Hemos logrado pasar al dominio de nuestros pensamientos la necesidad del asesinato inscrita en nuestra sangre: sólo esta acrobacia explica la posibilidad, y la permanencia, de la sociedad."
Efectivamente, el proceso civilizatorio del hombre ha hecho posible que todas esas pulsiones primitivas queden refrenadas y hasta canalizadas hacia otros fines, de allí el importante papel que juega la cultura en el hombre.
Pero, de nuevo, la psique humana es sumamente frágil, la línea de la normalidad es difusa y cambiante, el comportamiento apropiado difícil de definir, las presiones alienadoras poderosas y constantes, el hombre fácilmente puede sucumbir a las salidas y pretensiones de su cerebro reptiliano y saltar la cerca hacia el campo de la violencia.
¿Qué pasa cuando a un hombre se le retira toda oportunidad de participación, de identidad, de contacto con los otros, qué pasa cuando obligamos a nuestros semejantes a recluirse en guetos de miseria y violencia, cuando se les niega los más básicos derechos humanos?
O podemos hacernos una pregunta todavía más simple, ¿Qué pasa cuando un hombre es capaz de morir y matar por sus ideas?. Ya no se trata de defender un territorio, o a las crías, o la comida, se trata de ideas.
El psicoanálisis nos brinda interesantes propuestas para entender la violencia  primaria de los individuos, no sólo se adentra en las pulsiones (instinto, para Nietzsche) sino que nos lleva al seno de la familia, caldero de pasiones y represiones, instintos, donde el individuo aprende y desaprende como canalizar estas pulsiones.
En su erudita obra La Violencia Fundamental, (Fondo de Cultura Económica, México, 1990) el Psicoanalista Jean Bergeret nos adentra en el mundo del mito de Edipo, de las pulsiones libidinosas que forman la piedra fundamental donde Freud descubrió el origen de la violencia en el hombre.
Bergeret, entre otras muchas consideraciones, nos habla de la crueldad instintiva primitiva: "…presente tanto en el niño pequeño como en el hombre salvaje… Freud describe esta crueldad como íntimamente unida a continuación con la libido, pero la sitúa primero como independiente de la actividad sexual y centrada en una necesidad de posesión que no tiene nunca en cuenta todavía el dolor de los demás."
Bergeret nos habla de una psicopatología donde tienen cabida estados depresivos y ciertas vivencias fóbicas que dispararían los contenidos violentos de las personas sobre todo en el campo criminal; asesinatos pasionales, violaciones, infanticidios y hasta el suicidio, todas estas acciones se caracterizan por un alto contenido de ansiedad en los sujetos.
Es diferente en el caso de los escenarios de guerra: "Si la violencia ha podido ser considerada como "la matriz de las sociedades", los problemas que se refieren a la guerra no pueden ser planteados de forma demasiado simplista. Si es evidente que a nivel de los combates y de los combatientes, en toda batalla como en toda insurrección, el despertar de la ley del - él o yo- preside de entrada los comportamientos de un hombre al que se confía un arma, con obligación de servirse de ella o de perder la vida, no puede tratarse de lo mismo  a nivel del funcionamiento mental de los estrategas, de los jefes del ejército profesional y de los muchos especialistas que intervienen con mucha mayor frialdad afectiva y en niveles mentales más complejos, en todas las empresas militares."
De esta teoría psicoanalítica se desprende, que existe una violencia pulsional libidinosa positiva, que hace que el individuo primitivo conquiste su entorno, que le obedezca hasta poder controlarlo por otros medios no-violentos. Pero también existe una pulsión a la muerte que ya no tiene nada de sexual, y está cargada de violencia y potencial destructor; esta pulsión está desconectada de la necesidad de la supervivencia y más cercana a las formas de violencia no erotizadas, que tienen que ver más con la tendencia primitiva a la crueldad.
En 1920 Freud consideró a la agresividad como proveniente de la pulsión de la muerte, ya que apunta a perjudicar de forma muy específica al objeto, a destruirlo eventualmente, sobre todo a hacerlo sufrir. Amor y muerte, eros y tánatos, violencia y sexo, son los ingredientes esenciales en las discusiones de la violencia.
Mientras, por un lado, tenemos a los grupos fundamentalistas religiosos que, controlando y restringiendo las manifestaciones libidinosas de sus miembros, logran canalizar violencia ciega hacia sus objetivos. Tenemos otros grupos que usan el sexo como medio de control, sólo dándoles satisfacciones sexuales a sus prosélitos como premios a sus tareas de violencia, y dentro de la intimidad del grupo.
Controlando la vida sexual de los operativos terroristas pueden los grupos radicales dirigir la violencia, no es el único elemento en la compleja ecuación de una mente terrorista pero es un elemento que se debe tomar en consideración.
Más allá del sexo, los sociólogos en especial los de la corriente marxista, se han encargado de descubrir para nosotros el mundo de relaciones de la opresión social, la explotación de clases y finalmente la alienación del hombre. Las injusticias y la miseria son el caldo de cultivo de la violencia social, el ánimo de venganza, el odio de clases y, finalmente, la acción en contra de los opresores nos hacen ver un mecanismo muy preciso de acción-reacción, aún en sociedades tan desarrolladas como los Estados Unidos presenciamos, de cuando en vez, esos violentos estallidos de violencia de calle, de barrios enteros en llamas, de saqueos y muertes.
De nuevo, los sociólogos nos ofrecen estudios de la violencia muy pormenorizados donde se nos muestra estadísticamente desde las variables climáticas, de raza, de presión social, de índices de pobreza y acción de los gobiernos locales que conllevan a ese singular momento donde estallan las masas críticas de violencia social.
El terrorismo se nutre de estos momentos sociales de descontentos e injusticias, allí florecen las organizaciones y redes, las alianzas y los escondites, cuando el agravio no tiene otra salida, la presión fácilmente puede escapar con la acción armada y anónima, reivindicando posiciones e ideologías de los desposeídos.
De allí que la pobreza sea tan importante para quienes estudiamos la violencia, la pobreza es la excusa perfecta para hacer estallar la próxima bomba, o secuestrar al próximo político.
Nos hemos paseado por diferentes aproximaciones al fenómeno de la violencia, cada una de las posiciones apunta en un sentido que le son propios y sobre el cual sustentan sus argumentos, la mayoría son de carácter ideológicos y apuntan a una patología.
Pero como todo discurso ideológico pretende disimular la realidad por medio de un discurso racional, presentando pruebas científicas que sacan de unas áreas de investigación para justificar otras, estos argumentos pretenden no solo explicar la violencia, algunos pretenden justificarla, transformando su contenido moral y hasta histórico con el fin de determinar las violencias buenas de las malas.
Quien comete un acto de violencia por lo general tiende a legitimarlo, lo hace necesario y moralmente correcto, como es el caso de la violencia revolucionaria, que casi siempre termina siendo “justa”, pero cuando el acto viene del otro, entonces es terrorismo y criminal.  –

saulgodoy@gmail.com

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