martes, 17 de mayo de 2016

Las mujeres revolucionarias socialistas en Venezuela


 Nota al lector desprevenido: En el siguiente artículo emito opiniones fuertes sobre la participación de un grupo de mujeres en el proceso revolucionario bolivariano-chavista que no identifican ni son muestra fidedigna de la mujer venezolana, por ello titulé el artículo, Las mujeres revolucionarias socialistas en Venezuela, que por supuesto no incluye las que participaron en el pasado independentista y de las guerras federales, y con quienes gustan compararse con fines meramente propagandísticos.
El tema de la emancipación y de la igualdad de las mujeres es controvertido al momento de hacer igualitarias las responsabilidades políticas y criminales que pudieran encontrarse en subsiguientes procesos judiciales contra algunas de estas mujeres, las que durante los gobiernos chavistas demostraron la misma propensión y actuaron con la misma saña homicida, violenta y criminal contra el pueblo de Venezuela.
Tampoco estoy en contra de las mujeres, ni mi intención es denigrar del género, sólo quiero dejar constancia de que la igualdad entre hombres y mujeres en mi país debe ser absoluta, y que de ninguna manera deben privar preferencias ni permitir que se aludan a privilegios del género como la maternidad, que son abuelas o personas de la Tercera Edad, al momento de asignar responsabilidades históricas en sucesos recientes,  con su secuela de víctimas y graves daños a la nación.

En uno de mis anteriores artículos razonaba sobre el papel de la mujer en la revolución socialista bolivariana; ese movimiento político, lamentablemente, atrajo hacia sus filas no a la mujer intelectual y académica, no a la mujer comprometida con las ideas socialistas, sino a un grupo de mujeres “pata en el suelo” que querían aprovecharse de una situación circunstancial, como en la nunca bien ponderada revolución mexicana, que era acompañar a sus hombres, a sus soldados, en la marcha triunfal al poder.
Este grupo de mujeres que, a lo largo de 17 años, hemos visto y escuchado como voceras del régimen, eran tan vulgares, arcaicas y malintencionadas como sus contrapartes masculinos, actuaron como oportunistas, las vimos cuando llegaron, feas, greñudas, obscenas con el lenguaje, violentas de ánimo, mal vestidas y las vemos ahora, igualmente feas, ignorantes y violentas pero ahora con un “look” contemporáneo, muy modositas en sus costosos trajes de taller, con el pelo planchado, arregladas y enjoyadas, pero bastante amargadas, porque saben que van de salida, doblemente resentidas porque probaron de la buena vida y ahora, el mismo pueblo que las puso “donde hay”, les quita lo que por sus propios méritos no habrían podido tener.
Y es que esta revolución no daba para más, fue una revolución “de sargentos”, como diría Wilheim Reich, de hombrecitos reunidos en torno al campamento, soñando como fascistas el día de su venganza con la sociedad que los habían maltratado ¿Qué otro tipo de mujer podía agregarse a ellos sino las encrespadas y descalzas que conocieron toda su vida?
Sin embargo, el poder es un bálsamo mágico que cambia la vida de las personas, y como si fuera la miel del panal, atrajo a otro tipo de mujeres; bellas, inteligentes, jóvenes, con los senos recién operados y tongoneándose, llegaron estas damiselas para calentarle la cama a la soldadesca. Eran las cortesanas; y los machos alfa del gobierno, viendo la necesidad de mostrar sus triunfos al pueblo con mujeres presentables, que hablaran bien de su virilidad, de su buen gusto y de su nuevo rol como conductores de la manada, las lucieron orgullosos.
Y es que en la cultura militar se encuentra la fantasía implantada de que lo menos que se merece un guerrero es tener un “hembrón” de su brazo, para exhibirla como un trofeo de la guerra ganada (no importa si fue contra civiles desarmados), y si se trata de una miss, mejor.
En nuestro país la genética actúa muy lentamente; por lo general, esas bellas hetairas, la mayoría artistas del baile y del canto, actrices, despampanantes presentadoras de televisión, tienen algo en común, un desarrollado instinto de sobrevivencia y un escaso cerebro, cosa que está cambiando, afortunadamente… pero al momento del triunfo de la revolución, con el fin de siglo, había que conformarse con lo que había.
Con el paso del tiempo, que en funciones de gobierno acelera su marcha como afectado por un horizonte de eventos en un hueco negro, los altos jerarcas del régimen, en su populista pretensión de brindarle igual participación “a todos y a todas”, necesitó del concurso de otro tipo de mujer, la gerente de conveniencia, una especie de ejecutiva revolucionaria, que siguiera las órdenes sin chistar y que pudiera explicarlas al gran público en un lenguaje técnico y profesional.
Se necesitaba de mujeres que lucieran inteligentes para ocupar cargos de responsabilidad, con la suficiente habilidad y prestancia para engañar al público, a los electores y ciudadanos y hacerlos creer que sus decisiones y acciones eran decisorias en la gestación de las políticas públicas, que sus voluntades marcaban el rumbo del país; para ello debía hacerles creer a esas mujeres que dirigían ciertos procesos, que podían empoderarse de algunas áreas no fundamentales del poder, y ganar alguna que otra elección.
Los militares chavistas, que no son ningunos tontos, sabían que estos cargos debían ser ocupados por mujeres de apariencia inteligente, que por lo general no son agraciadas, con ese aspecto de que son incapaces de matar una mosca, esto para crear la ilusión de que se trataba de demócratas construyendo democracia.
Estos cargos de extrema confianza, para la cúpula militar, correspondían a los poderes públicos sobre todo a los del recién creado Poder Ciudadano; debían convencer a la gente que era el pueblo, no los revolucionarios, el que movía los hilos del poder; igualmente, necesitaban a esas mujeres en las instancias judiciales, en algunas gobernaciones, en el parlamento, en los ministerios… una de las razones para que tantas mujeres de este tipo participaran, era porque a la oposición le iba a resultar cuesta arriba atacarlas sin que aparecieran como unos cobardes e irrespetuosos, valor muy acendrado en la conciencia burguesa.
Por lo demás, resultó muy conveniente tal participación de féminas en el gobierno, pues le daba a los más astutos la excelente oportunidad de privilegiar a sus esposas, amantes y familiares para tales cargos, todo quedaba en familia, como debe ser en una revolución.
Ya no eran las greñudas, ni las bimbos, ahora eran las constipadas, que se vieran graves y respetables ante las cámaras para anunciarle al país las buenas y las malas noticias.
Entran a escena un nuevo tipo de mujeres, profesionales, supuestamente ideologizadas, igualmente resentidas con la sociedad por no haber reconocido en ellas su genio; tenían títulos profesionales, exhibían buen hablar, eran preferiblemente señoras de su casa, con familia, con ese aire de respetabilidad que tanto le gusta a la clase media venezolana.
Aunque la condición obligante para esas mujeres inteligentes, con las que los militares no se sienten cómodos, era que fueran sumisas a la voz del amo, nada de independencia o pensamientos propios, nada de originalidad ni de inspiraciones repentinas, tenían que hacer y decir lo que se les decía y punto (nuestros militares son firmes creyentes en que dosis regulares de violencia doméstica hacen maravillas en el carácter de sus compañeras, sobre todo para que comprendan quién manda.)
A cambio les daban lo que necesitaban, privilegios, una buena cancha mediática y dinero, montones de dinero en sueldos y comisiones, en contrataciones fraudulentas, en proyectos costosísimos e irrealizables… en pocas palabras, las convirtieron en rehenes perfectas; sabiendo que la inteligencia cultivada tiene ese doble filo, de darse cuenta de las cosas que suceden y de una posible conciencia moral que las critica, a cada una de ellas le construían un expediente de hechos de corrupción que mantenían a buen resguardo, y lo utilizaban para bajarle los humos al momento de querer ser personas autónomas y dueñas de su destino. Y, como bien lo practica el servicio de inteligencia cubano, buscar algo en sus vidas personales que sirva de seguro, que garantice que esa mujer profesional, preparada, asertiva y con conciencia no se convierta en un problema a futuro… los revolucionarios no quieren tener un cañón suelto cuando la nave se vea sacudida por un mar picado.
Es por ello que a las mujeres inteligentes le buscan su secreto, su punto débil, para la mayoría basta con la familia inmediata, con los hijos, ¿Quién desea hacerle mal a un hijo o a una hija?, pero también hurgan en los secretos de alcoba y buscan por ese amante furtivo, por esa “debilidad” de un día de vino y rosas, o por ese hijo mal querido y abandonado, por ese expediente judicial del marido y las cuentas que todavía tiene con la sociedad ¿Y por qué no? esa enfermedad incurable que necesita de tanto dinero, viajes y especialistas, y más en medio de una guerra económica donde la escasez y las privaciones son la norma.
De esta manera, el socialismo revolucionario militar mantiene a sus figuras claves bajo control; puede ser que la extorsión no sea el mecanismo más idóneo, pero si es efectivo al momento de hacer sentir a los subordinados quién es el jefe.
Es por ello que todos esos principios familiares, sociales, del alma mater, de todos esos valores que nos enseñaron en nuestra juventud sobre la patria y a la comunidad a las que nos debemos, de ser personas correctas, de vivir nuestras vidas de acuerdo a la verdad, de no hacer mal a los demás, de defender lo más preciado que es nuestra libertad… todo ese mundo moral y ético, sin el cual seríamos sólo animales abrevando en el charco de la vida, se convierte en papelillos desde el momento en que le vendemos el alma al Mefistófeles ideológico. Fama y dinero por nuestros más caros principios y sentimientos.
Lo más probable es que esas mujeres, todas esas profesionales compradas por el régimen, en muy poco tiempo terminen confundidas con “las patas en el suelo” en un tribunal de justicia, llorando amargas lágrimas y gritando que lo hicieron por sus hijos, por su futuro.  -  saulgodoy@gmail.com


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