sábado, 13 de agosto de 2016

¿Qué valor tiene la ética en nuestros días?


Tal y como dice la maldición china: “Vive en tiempos interesantes”, me ha tocado vivir, y con creces, en el caos. Pero tengo una buena opinión del caos; de esos momentos de desorden y cambios repentinos, en los que el azar y los grandes números toman control de un determinismo invisible aunque siempre presente, emergen patrones y direcciones, no sólo en los vórtices de violencia inusitada, sino en esas pequeñas islas de estabilidad logradas por “atractores”, que se juntan en nuevas combinaciones, que descubren, con una inteligencia propia, nuevas formas e ideas, que tratan de multiplicarse y recuperar el control en ese hervidero de energías sin dirección.
Es por ello que no me cansaré de repetir que no cambio por nada estos tiempos de los que soy, no sólo testigo, sino en algunos momentos víctima, interprete y atractor. Creo, sinceramente, que Venezuela está viviendo el futuro de la humanidad, somos como un laboratorio donde se están dando todas esas fuerzas sociales e individuales que luchan por prevalecer en medio de la disolución del orden político, de la convivencia humana.
Tomando la idea de Huntington, no sólo estamos viviendo un choque de civilizaciones, estamos probando la resiliencia de nuestra cultura occidental, atacada sin respiro ni cuartel por la irracionalidad, por las ideologías más violentas, ciegas y peligrosas, que se han venido preparando en Latinoamérica desde mucho antes de que se guisara, en los años sesenta, la Teología de la Liberación.
Y veo que la iglesia cristiana, de la que soy parte, se está jugando el pellejo bajo la conducción de un Papa que no está muy claro de lo que pasa en su continente de origen, cuando su gusto por la ideología izquierdista le lleva a tomar posiciones que en nada están ayudando a la institución religiosa, que pierde su punto de apoyo en este marasmo de posiciones encontradas.
El gobierno republicano de los EEUU, bajo la conducción del presidente Barak Obama, ha permitido que se desarrollaran en el subcontinente, e incluso en su propio país, polos ideológicos apoyados en esas ideas anti humanistas, disfrazadas de humanismo, sacrificando la libertad por la igualdad y dando como resultado un nuevo fundamentalismo, precipitando de la venganza, el resentimiento, la revolución y el cobro de injusticias “históricas” de tiempos coloniales e imperiales que ya no existen, al menos en las formas que generaron tales reclamos y heridas en el inconsciente colectivo de muchas minorías (la mención de que la Casa Blanca fue construida por esclavos negros, por ejemplo).
El problema de este mal llamado “despertar de los pueblos”, que es como le dicen en el argot libertario revolucionario, es que las causas de estos agravios ya no existen, pero así se encauza toda esa fuerza negativa contra las instituciones democráticas y las fuerzas productivas que alimentan el desarrollo de los países. Así surgen esos brotes de violencia o renacen las consignas de la subversión, o se hacen populares las filiaciones a movimientos terroristas.
Se trata de una anti política que busca la destrucción del orden establecido, en el entendido de que el status quo es el responsable directo de las penurias, desventajas y falta de oportunidades que esos diferentes grupos marginales (algunos más grandes que otros) sufren por cualquier circunstancia. Muchas de  esas condiciones desfavorables son creadas por los mismos grupos, incapaces de admitir alguna responsabilidad sobre su actual estado, cuando es más conveniente endosarle la culpa al otro, identificando como responsables a los que tienen éxito y están organizados.

El poder de las minorías militantes
Todas esas minorías que reclaman acceso al poder, sin ni siquiera tener representatividad, ni preparación política, ni objetivos claros para reivindicar sus pretensiones, ni mucho menos una cultura republicana y civilista que coadyuve al mantenimiento del orden social, son elementos del caos, sólo busca satisfacer intereses propios y egoístas amparados en una supuesta lucha social.
Estos son los grupos que, una vez enganchados en las estructuras de poder, se hacen dueños de sectores completos de la administración pública, llena únicamente de adeptos obedientes a las camarillas ideológicas y partidistas, que desestiman la participación ciudadana, en clara preferencia por la lealtad al líder o al grupo que los llevó a una oficina pública, que deja de ser pública para convertirse en coto privado de un grupo de interés.
Esta igualdad mal entendida y peor aplicada crea mayores desequilibrios sociales, generando enfrentamientos entre los poderes y desconocimiento de la voluntad popular; al pretender perpetuarse en el poder, generan graves distorsiones en las interpretaciones legales y aún constitucionales, las trampas y las mentiras se hacen frecuentes y, como no son castigadas, ni se corrige sus efectos, se crea, por acumulación, una cultura política paralela que desdice de la democracia y su precario equilibrio en la equidad y la justicia.
Vienen entonces los colapsos en el orden social, los descalabros económicos, la violencia, la hambruna y el caos. Venezuela es un país que ha entrado en esa espiral entrópica de disolución del orden; en el caso de los EEUU, sus brotes de violencia raciales, de protestas de emigrantes, de burbujas en Wall Street, de ataques terroristas… se trata de manifestaciones que pueden ser controladas cuando se detectan y se resuelven a tiempo, pero son claros indicios de que hay corrientes subterráneas que buscan romper el orden y que, si no se les atienden como es debido, puede que logren su cometido.
La ideología es un componente principal en esta ecuación del caos, es como el combustible que alimenta el fuego, porque da a las masas justificativos preparados en laboratorios políticos, filosofías a la medida de los reclamos, con culpables incluidos, con ánimos de revancha y esperando compensaciones irrealizables; a la gente no le hace falta pensar, porque todo está resuelto en unos cuantos memes y consignas que insuflan la esperanza con aires de utopía, el paraíso en la tierra, y vienen los menos capaces, que apelan a los sentimientos en campañas electorales populistas, a tomar el poder.
De esta manera se van ubicando en los gobiernos del mundo grupos populistas socialistas, cuyo fin primordial no es producir e innovar para crear riqueza, sino dosificar lo que encuentran, pero ya no con el criterio pragmático de “la mayor felicidad para el mayor número”, sino de otorgar lo necesario para sobrevivir.
La ética está en el corazón del problema de nuestra civilización occidental; el principal reto del mundo en la actualidad es el de la sobrepoblación mundial, que tiene como consecuencia directa la pobreza, el crecimiento demográfico incontrolado, para el cual la iglesia cristiana no tiene una respuesta en los actuales momentos, todo lo contrario, se hace parte del problema porque padece una disfunción ontológica.
Los pensadores de la izquierda, convenientemente, no le han puesto el acento al crecimiento humano, sino al capitalismo, como forma productiva que consume recursos de manera intensiva y sin límites; el Papa Francisco gusta de esta idea, pues con ella evade la presión de pronunciarse sobre el tema del control de la natalidad, que le impone el conflicto que tiene la iglesia entre la realidad y el dogma, pero atacando al capitalismo termina minando el concepto de libertad; cree que, impulsando la idea de la igualdad, corrige de alguna manera su idea de justicia social, pues cree que la libertad puede ser limitada, y en casos extremos, prescindible.
Ese espaldarazo al populismo socialista, claramente reflejado en su posición durante su visita a Cuba, y la política desarrollada por Obama de acercamiento al régimen más oprobioso de occidente, revelan una política que pretende tener alcances mundiales, para favorecer a las minorías más radicales y resentidas, las cuales integran el flujo de corrientes migratorias de los grupos étnicos y religiosos más reaccionarios que existen, y con esto quiero decir “peligrosos” para la estabilidad de occidente, pues son grupos de inmigrantes que no se integran a la cultura receptora, que pretenden el derecho de ser autónomos y que tienen el ánimo de conquista cultural del medio en que se implantan.
He ahí el dilema ético para la cultura occidental eurocentrista (en la cual incluyo a Venezuela) ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestra seguridad de existir en libertad por un mundo de igualdad, donde los extremistas son “más iguales” que los demás? ¿Vamos a preferir a una sociedad plural que a una multicultural? Y en este último punto tenemos un problema, porque hay grupos humanos que son como el agua y el aceite, porque hay culturas antagónicas, porque hay formas de vida que no se vinculan jamás, porque hay pensamientos e ideas peligrosas, que inducen al error y corroen el sentido común, porque en definitiva hay diferencias insalvables en ideales y visiones del mundo…

Una receta para el futuro
El Papa Francisco y el presidente Obama piensan que sí es posible un mundo de iguales sin importar su cultura, Hilary Clinton piensa que sí se puede convivir con lo extremo diferente, la actual Comunidad Económica Europea piensa que sí puede integrar a emigrantes que crean que los equivocados son los europeos, o cualquiera que sea diferente a ellos… contra la evidencia que se nos presenta a diario, occidente pareciera estar renunciando a su derecho de ser cultura principal y guía de luz del mundo, para diluirse en el montón, que prefiere entregarle el testigo a ideologías duras como el chavismo, el fundamentalismo islámico, el populismo socialista, los grupos armados subversivos para dejar que le impongan a un mundo sobrepoblado un nuevo orden social, donde ilusamente pretenden que prevalecerá la igualdad y la justicia social.
La lógica detrás de esta posición es que, en un mundo con muchas bocas que alimentar, con recursos limitados, la única manera de garantizar la paz mundial es por medio del socialismo populista, en manos de gobiernos fuertes, preferiblemente militares, que hagan posible la distribución equitativa de la miseria y puedan mantener el orden.
Ya no se trata de fomentar la idea de una libertad responsable, sino de imponer políticas y modos de vida, que garanticen estabilidad y orden en un mundo en escasez, por lo que priva la coerción y la prevalencia del argumento maltusiano.
Esta idea de una organicidad social, convenientemente elaborada por el socialismo, donde impera un centro desarrollado y una periferia dependiente, siempre conserva islas de prosperidad, centros capitalistas de producción que estarán en las grandes capitales del mundo, donde la gente que tenga el privilegio de vivir allí, gozará del bienestar y los adelantos de la última tecnología; el resto del mundo será controlado por un gobierno absoluto, universal, que impondrá políticas hortadoras a la periferia, siempre que cuente con el músculo suficiente para hacerlas cumplir.
Ya existen diseños, elaborados de think tanks socialistas (principalmente del partido demócrata de los EEUU), que presentan propuestas concretas. Tengo un empresario amigo que ha participado en varias reuniones internacionales, de corporaciones e instituciones que creen en estos escenarios, que me asegura que lo que está sucediendo en nuestro país fue pensado y discutido en una de las reuniones en Davos; allí se decidió el apoyo a Chávez, conscientes de que estaban creando en Venezuela un globo de ensayo de todas estas tesis, pero el experimento se les salió de control y se desparramó y ahora deben recoger y reparar el desastre (¿Qué tal como teoría conspirativa?).
El mundo será, en menos de un lustro, como la Venezuela de hoy, con gobiernos autoritarios, que controlen a las masas a través del uso político de la comida, las medicinas, la seguridad personal, el control hegemónico de los medios de comunicación… gobiernos de corte socialista, donde lo importante será el reparto igualitario de la miseria, mientras una élite que se perpetúa en el ejercicio del poder disfruta de los privilegios del dominio. Esto será así para gran parte de los países del orbe, al menos que se tomen los correctivos necesarios y entre ellos es fundamental no menospreciar la libertad, fustigar menos al capitalismo, entender de qué se trata realmente el socialismo y presentarle batalla al populismo, en cualquiera de sus formas, cuando apenas haga aparición en nuestros países.
El Papa Juan Pablo II, en ocasión de la celebración de los 50 años de la creación de la ONU, dio un importante discurso en la Asamblea General; allí disertó sobre la libertad humana y dijo: “La libertad es la medida de la dignidad y la grandeza del hombre. Vivir la libertad que los individuos y los pueblos buscan es un gran desafío para el crecimiento espiritual del hombre y para la vitalidad moral de las naciones. La cuestión fundamental, que hoy todos debemos afrontar, es la del uso responsable de la libertad, tanto en dimensión personal como social. Es necesario, por tanto, que nuestra reflexión se centre sobre la cuestión de la estructura moral de la libertad, que es la arquitectura interior de la cultura de la libertad.”

El castrati que canta y se niega a morir
He estado interpretando para mis lectores esta compleja realidad que nos tiene encadenados a la miseria y la violencia; el chavismo ha sido una plaga terrible que nos ha destruido el país, fue el vector que se aprovechó de que éramos una sociedad abierta y democrática, que jugando con esos valores, confundiendo a la gente, ofreciéndole lo que no podía cumplir, con la promesa a los votantes de liberarlos de sus cadenas, sólo nos esclavizó aún más.
El chavismo es una fuerza política que le ha dado cobijo a elementos tan perturbadores como el narcotráfico, el terrorismo islámico, fuerzas de liberación e independentistas que tratan de fracturar a otros estados democráticos, como en el caso de España, los movimientos antisemitas, movimientos sociales reconvertidos en mafias y antros de corrupción, como Las Madres de la Plaza de Mayo en Argentina, las organizaciones de defensa de los indígenas en Bolivia o sus cooperativas mineras, ciertos grupos de activistas negros y organizaciones demócratas en los EEUU, algunas organizaciones de izquierda insertas en las universidades y sindicatos chilenos, el desprestigiado Foro de Sao Paulo, personajes tan oscuros como el ex presidente Ernesto Samper y la ex senadora Piedad Córdoba en Colombia… toda una red de desestabilización, al servicio de los enemigos de la democracia y trabajando en apariencia, ese es su discurso, a favor de la mentada revolución bolivariana.
El chavismo es una fuerza ciega, destructiva, sin capacidad de futuro, su misión se enfoca en las necesidades inmediatas, del momento actual, sus frutos son únicamente para un grupo de elegidos, no para todos, su éxito depende del fracaso de la mayoría, de que se dejen explotar mansamente en aras de unos ideales que no resisten el menor análisis racional y, aunque prediquen que se trata de una forma radical de democracia, allí no hay nada que sustente la construcción del espacio público, la deliberación política, la promoción de asociaciones intermedias que preserven las libertades locales y que medien entre las esferas individual y el poder central.
Es por ello que, vuelvo a insistir, mientras Venezuela viva esta ordalía no habrá paz en el continente; el de nosotros no es un problema local que puede ser fácilmente confinado a nuestras fronteras y resuelto con la imposición de una cuarentena, el problema es mucho más grave y creo que el Departamento de Estado de los EEUU se está dando cuenta, y por fin la OEA se ha pronunciado; si no se apagan las brasas del chavismo en nuestro país de una manera definitiva y contundente, la epidemia se extenderá como ese fuego insidioso que viaja por la vegetación rala, a nivel del suelo y que, cuando uno cree haberlo apagado, con un nuevo golpe de viento se convierte en un voraz el incendio, incontrolable.
Las fuerzas democráticas del continente tienen una muy dura batalla que librar en las próximas semanas, el chavismo goza de buena salud en Cuba, Nicaragua y Bolivia, el chavismo está retomando fuerza en algunos países, que los ponen en situación de riesgo, como en Colombia, en Panamá, en Ecuador, en algunas islas del Caribe y, me temo, que en algunas regiones de los EEUU.
Los enemigos de la libertad están ganando la guerra en las mentes de los hombres y están recibiendo apoyo de personas de nuestro bando, por parte de gente confundida en sus principios éticos, o como diría el analista político Daniel J. Mahoney, “los amigos inmoderados de la democracia”.
Los venezolanos que creemos en la libertad debemos dar la lucha por nuestra autodeterminación. Nos quieren imponer un régimen populista socialista que, durante estos 18 años, utilizando todos los instrumentos de la manipulación mental que sólo el totalitarismo puede manejar, ha tratado de crear a ese “nuevo hombre”, que no es otra cosa que un sub-humano, desnutrido, sin esperanza, sin ánimos de resistencia, un despojo manipulable. En mi opinión, escogieron al país equivocado para hacer este experimento social; los venezolanos no tenemos madera de esclavos, desde los Caribes, etnia nativa de estas tierras, hay en nuestros genes suficientes reservas de independencia que hacen impracticable este malogrado intento de robarnos lo único que nos diferencia de los animales: la libertad.        –        saulgodoy@gmail.com






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