martes, 18 de octubre de 2016

La nacionalidad venezolana


El asunto de la nacionalidad es un tema complejo, no sólo por las vinculaciones que se establecen con la identidad de los individuos, sino especialmente por las que se crean entre el estado y sus ciudadanos, lo que significa que estamos hablando no sólo de una denominación que afecta al individuo, sino de un rasgo fundamental, que es determinante del carácter nacional, colectivo.
En estos años de gobierno chavista los esfuerzos por cambiar nuestro concepto de nacionalidad han tenido dos etapas claramente delimitadas.

La campaña de Chávez por cambiar nuestra identidad nacional.
Para mi estuvo siempre muy claro que el discurso integrador de Chávez era un intento por disolver el carácter nacional de los venezolanos, con el expreso propósito de asimilarnos como colonia cubana; en algún momento de sus alucinaciones como nuevo Padre de la Patria estuvo la intención expresa de que Cuba y Venezuela se fundieran en una sola nacionalidad, donde, por tener la preeminencia revolucionaria, llevaría la batuta.
Chávez apeló al discurso bolivariano, donde El Libertador, comparando a la América hispana con los EEUU, veía como aquella gigantesca federación de estados asociados en el norte se hacía cada vez más rica y poderosa, mientras que Latinoamérica, que se comportaba como un colectivo disgregado de naciones, se desgastaba en ruinosas revoluciones.
Bolívar creyó, en algún momento de su vida, que la unión de los países de Latinoamérica  era no sólo deseable sino posible, pero luego, en su trayectoria como militar y político, en medio de cruentas guerras de independencia y en el proceso de formación de los estados, se dio cuenta de que no existía el “animus”, la concordia suficiente para establecer una unión, y desistió de su proyecto Gran Colombiano.
Chávez y los hermanos Castro hablaban de la “patria grande”, una especie de unión de repúblicas socialistas, que era la fórmula que había exportado el estalinismo para el bloque de repúblicas del este europeo, que también fue la intención detrás de un bloque Panafricano de naciones, y lo que trató de consolidar China en sureste asiático.
En Latinoamérica, el Ché Guevara murió tratando de lograrlo vía la insurrección, pero la obra de Fidel Castro, que decidió infiltrar los procesos democráticos, sus instituciones, y aprovechar de llegar al poder a través de las elecciones libres y populares, fue la fórmula que logró consolidar, a partir de la década de los noventa, una red de organizaciones políticas, gremiales, de estudiantes y de militares infectados de comunismo, que dio el resultado de una Latinoamérica roja rojita.
Afortunadamente para nuestra región, esta marea socialista se revirtió, no tanto por los esfuerzos de una derecha integrada y organizada, sino por las enormes deficiencias estructurales de los gobiernos socialistas, empezando por su gusto por la corrupción y el empeño de asociarse con organizaciones del crimen internacional.
Los pueblos no aguantaron la voracidad de los socialistas en el poder; uno a uno fueron cayendo entre los escándalos de malversación, la ineficiencia administrativa y la sed de poder de algunos líderes, que quisieron perpetuarse en el mandato, contradiciendo algunas reglas fundamentales de la democracia.
Venezuela se convirtió en el caso más virulento de este cáncer socialista, empezando porque su líder, Hugo Chávez, trató de venderse como el líder del continente, el nuevo Simón Bolívar; su tesis de una integración Latinoamérica a como diera lugar, tuvo como resultado los disparates de un Mercosur politizado, un Unasur al servicio de los intereses de La Habana, la impregnación con ese tufillo comunista y antinorteamericano en todos los esfuerzos de integración en el Caribe, Centroamérica, los pactos amazónicos y andino, las fachadas Atlántica y del Pacífico, todos y cada uno de los esfuerzos de cooperación y convivencia internacionales, que dejaron, prácticamente, dos décadas perdidas para nuestro continente.
En ningún país, excepto en Venezuela, se dio con tanta fuerza y fervor la destrucción del concepto de nacionalidad, que a su vez afectó profundamente la noción de ciudadanía; parte de la estrategia chavista para quedarse “para siempre” en el poder era, precisamente, acabar con el sentido de identidad del venezolano, labor en la que todavía persisten.
No fue accidental que la bandera cubana llegara a ondear en los patios de las academias y fuertes militares venezolanos, que se invitaran a líderes socialistas latinoamericanos para que opinaran sobre la política interna del país, que contratara a políticos españoles como los del partido Podemos, para ayudarlo a confeccionar, como asesores, un estado represor y robarle la libertad y los derechos a sus ciudadanos, buscando siempre el comentario hiriente y violento contra nuestros líderes de la oposición política.
No fue una casualidad que todos nuestros medios de comunicación masiva se llenaran de mensajes continuos y hostiles contra nuestra individualidad y se resaltara el espíritu de la revolución bolivariana, que era de carácter internacional, ecuménica, colectiva; para robarle importancia a la persona humana, al ciudadano, al venezolano, para convertirlo en ficha del comunismo internacional, se quiso suplantar los valores individuales, de la familia venezolana, por aquellos de la tropa, del partido único, de la comuna.
Todos los actos de solidaridad de Venezuela para la ayuda humanitaria internacional se convertían en actos políticos, a favor del espíritu humanista socialista, de la misma manera como cada acto de gobierno, la inauguración de una cancha deportiva, la entrega de unidades de patrullaje o la apertura de algún centro de salud se transformaban en actos de bondad del gran líder y sus amigos cubanos.
Los venezolanos fuimos bombardeados, desde el primer momento en que entró el chavismo en el poder político, para que olvidáramos nuestras raíces, valores y costumbres fundamentales, a cambio de una anodina reverencia por lo que no era nuestro, por un Martí jamás superior a nuestro Andrés Bello, por una Pachamama boliviana en vez del Dios de los cristianos, por un Ché en vez de un Páez, por un Allende en vez de un Arturo Uslar, por un Emiliano Zapata en vez de un Jacinto Convit.
Para destruir nuestra identidad era necesario humillarnos, minimizarnos, destruir nuestras fortalezas espirituales, confundir nuestros sentimientos y, ultimadamente, debilitar nuestra mente con hambre, miseria y violencia.
Este inmenso lavado de cerebros que se propuso Chávez en nuestra contra, utilizando desde textos escolares “envenenados”, incluyendo perseguir a la iglesia católica y romana para darle preeminencia al santerismo y la brujería, destruir nuestros centros de investigaciones científicas, despreciar a los maestros y reducirlos a un gremio de menesterosos, destruir el arte académico, convertir los museos en depósitos de cosas viejas, utilizar nuestros símbolos patrios como si fueran herramientas de propaganda política, manipular nuestra historia nacional para hacer ver que éramos socialistas aún viviendo como tribus, antes del descubrimiento de América, y de cambiarnos todas las referencias de nuestra nacionalidad, empezando por la apariencia del Padre de la Patria.
Estos absurdos serían motivos de risa si en la realidad no hubieran ocurrido, pero sucedieron; todavía hoy, dolorosamente, insisten en borrarnos el alma nacional.

Los esfuerzos de Maduro por llevarnos al deshonor
La nacionalidad, según se expresa en el ensayo Nacionalidad e identidad (2013), de la profesora Elena Rodríguez Pineau conlleva a importantes situaciones: Se presenta tradicionalmente como un presupuesto para el disfrute de derechos políticos, civiles o sociales, derechos que se vinculan a ese estatuto de ciudadano. Pero la evolución en la percepción de los derechos conlleva igualmente un cambio en la concepción de estos estatutos de nacional y ciudadano.  Así, en primer lugar, a partir de la constatación de que la nacionalidad es una condición para poder acceder a derechos, se puede considerar que la nacionalidad no es sólo una «concesión» del Estado –que determina quiénes son sus nacionales– sino que pasa a ser un derecho, y fundamental, pues es el que permite tener derechos. De este modo, la nacionalidad conferiría el «derecho a tener derechos»”
Y esto es importante no solo para el ciudadano común sino también para las instituciones, la institución militar, por ejemplo, no podría existir sin el concepto de nacionalidad y ciudadanía, ya que sin valores patrios, lo que resulta de esos contingentes de hombres y mujeres en uniforme, carentes de valores, al servicio del socialismo internacional, sin nación definida, serían bandas armadas; sin referencias de identidad nacional lo que queda son mercenarios al servicio de quien pague más.
Y ha sucedido, y lamentablemente es ya un hecho recurrente, que estos comunistas pro-castristas que conforman el gobierno, han utilizado nuestro documentos de nacionalidad, en especial, nuestros pasaportes diplomáticos, para darle inmunidad a terroristas y narcotraficantes en sus movilizaciones por el mundo, en detrimento de la imagen país que hasta hace muy poco era respetada.
Ustedes no saben lo que me irrita, hasta hervirme la sangre, cada vez que escucho y veo a un extranjero indocumentado haciéndose pasar como venezolano, manipulando nuestra historia y símbolos patrios con propósitos criminales, hablando de nuestra historia como si él perteneciera a nuestro pueblo, referirse a Bolívar como si  Maduro fuera venezolano.
Porque esa fue la última maldad de ese obcecado comunista que fue Hugo Chávez Frías, para terminar de hundirnos y culminar su acto de destrucción de nuestra nacionalidad, nos dejó un presidente extranjero, a sabiendas de que era un impostor, un agente al servicio de los intereses cubanos.
Nicolás Maduro es un hombre sin honor, quien reniega de su pasado, de su familia, de su patria de origen no puede jamás ser un buen hombre, menos aún un ciudadano, quien miente, jura en vano, se esconde detrás de identidades falsas para lograr sus propósitos tiene mentalidad de esclavo, quien juró lealtad a una revolución, a unos extranjeros, que sin lugar a dudas odian a Venezuela y quieren verla destruida, no puede ser presidente del país y menos, Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas.
Pero, a pesar de estos dieciocho años de indoctrinación forzada, la venezolanidad es tan fuerte, está tan arraigada en nuestro genoma, que ante estos intentos del gobierno por borrar nuestra identidad, la gente insurge en la protesta diaria, se rebela ante la injusticia, sabe cuando le dicen mentiras y lo que piden con insistencia es cambio, basta de tanta maldad, el pueblo ya se cansó de este sainete oprobioso, y creo que las FFAA también.
El pueblo está ahora desnutrido, enfermo, radicalmente cansado de su situación existencial y todo apunta a que viene un quiebre de consecuencias impredecibles, principalmente porque es el mismo gobierno quien está taponeando todas las salidas pacíficas posibles; a pesar de que hay sectores en la MUD que aceptan al chavismo y pretenden ayudarlos, como si nunca hubieran roto un plato, los venezolanos que quieren venganza, que son legión, y desean ponerle punto final a esta vergüenza, van a provocar la extinción del chavismo, y con ellos, la de  sus colaboradores.
Haber hecho esta campaña contra nuestra esencia, tratar de trocarnos en algo que no somos, creer que pueden comprar venezolanos con bolsas de comida, es seguir provocando sin piedad nuestros más oscuros instintos, porque el venezolano tiene un lado salvaje que se está despertando, una semilla animal que no nos ha abandonado y que en el pasado dio cuenta de nuestros opresores de la manera más pavorosa posible.
Hoy está ocurriendo de nuevo, el chavismo ha despertado a nuestro “Mr. Hide”, y tendrá sus consecuencias; puedo imaginarme que será un episodio terrible, algo muy parecido a lo que sucedió en 1572, en París, la Noche de San Bartolomé, contra los hugonotes, o lo que presenció el pintor español Goya y Lucientes en las calles de Madrid, cuando Napoleón I invadió España.
Dios los agarre confesados.   -   saulgodoy@gmail.com








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