viernes, 14 de octubre de 2016

La trampa constitucional


A esta altura de la crisis política venezolana resulta obvio que existe una enorme laguna de definiciones en nuestra constitución, cuyos efectos prácticos han tenido sus consecuencias negativas fortaleciendo la dictadura chavista y dañando la democracia.
Pero por si no fuera poco, tenemos a unos líderes políticos que a sabiendas de las imperfecciones del texto constitucional, de sus problemas de interpretación y de la falta de voluntad por parte del gobierno chavista de respetarla, le hacen culto y la reverencian como si fueran un tótem.
Hay un sector de la MUD, diría que mayoritario, que se autodefine como constitucionalista, que de manera muy dogmática, y hasta fanática han puesto al texto constitucional en un altar, y como si fuera el Corán para los fundamentalistas islámicos, la interpretación que resulte del mismo, es palabra de Dios, es decir, no tiene tribunal de alzada, es inapelable.
Pero resulta que estos intérpretes del texto constitucional varían, no solo en calidad y cantidad, sino en ideología, de modo que, tenemos una crisis de interpretaciones entre los sacerdotes constitucionalistas.
Contamos con unos altos interpretes de la constitución en el TSJ, que sin lugar a dudas están del lado de los intereses del gobierno de Maduro, y tenemos a los de la oposición donde vemos una variedad enorme de intérpretes, de “doctores” de la ley que cada uno defiende su punto de vista sobre cuál era la verdadera intención de los constituyentes que parieron el texto de 1999.
Como bien lo saben todos los filósofos del lenguaje, cuando se cuenta con unas tablas de la ley, dándole un orden a las ideas concertadas de cómo conducir la sociedad, que no ha contado con las tradiciones del pueblo, que fue hecha de espaldas a la historia y olvidando que se construye un país para el futuro, el texto resultante puede constituirse en una trampa diabólica, sobre todo en asuntos de hermenéutica, es decir de interpretación de la norma, para ser aplicadas a casos muy concretos, en especial en cuanto a las atribuciones y límites que tiene cada una de los podres públicos que conforman el estado.
Tomemos el caso de las normas que rigen los procesos revocatorios para la figura del presidente de la República, desde que se introdujeron estos artículos a la Constitución de 1999, no hubo medida para los elogios y ditirambos que ponían a aquella Asamblea Constituyente como verdaderos padres de la democracia, y a nuestra constitución como la más avanzada del mundo, por fin la participación del pueblo era tomada en serio y llegaba incluso a poder remover de su oficina al más alto funcionario de la república.
Muy pocos se dieron cuenta de la trampa de los artículos sobre el referendo popular, o de lo que significaba realmente tener a un organismo electoral convertido en poder público, o de la oportunidad de nombrar a un vicepresidente como sustituto del presidente a revocar, haciendo del revocatorio un truco burdo.
Por ello, al aplicar la norma constitucional a una situación específica, de pronto el lenguaje se hace oscuro, los conceptos dejan de ser unívocos, las interpretaciones múltiples y cada palabra puede ser sometida a un procesos de desconstrucción interminable y contradictorio, la constitución no nos sirvió para nada y menos para dilucidar la naturaleza del poder.
Es decir, llegado el momento de la verdad, nos encontramos que no hay certeza, que las interpretaciones pueden llegar hasta cambiar no solo la letra de la ley, sino las intenciones de quienes las redactaron.
Lo mismo nos sucedió al momento de aclarar el equilibrio entre los poderes públicos, los límites de los estados de excepción, la naturaleza del presupuesto nacional, hasta el mismo concepto de nacionalidad e identidad, resultó ser que la Constitución de 1999 era como un chicle, daba para todo.
Pero a esto agréguele que tuviéramos ocupando los puestos de funcionarios de estado a una caterva de bandidos y oportunistas, para encontráramos que la constitución no sólo tenía más huecos que un queso gruyere, sino que era algo opcional y desmontable por partes, que no había una unidad integra, orgánica e indisoluble.
El resultado obvio es que un estado no debería ser sostenido únicamente por un texto constitucional, y menos si ese texto es usado de manera política, sujeto a intereses del momento, como instrumento para el logro de fines por parte de una parcialidad partidista, sino que el elemento fundamental del estado es y debe ser la participación mayoritaria y activa de unos ciudadanos, con la voluntad de hacerse estado y tener gobierno.
Esta adoración irreflexiva al texto constitucional nos ha traído a la aceptación de un estado de cosas que nos ha hecho la vida tiritas, por ese dogmatismo es que tenemos a un gobierno comunistas, represivo, autoritario, criminal y mentiroso que por mucho, mucho tiempo pasó por ser democrático, republicano, respetuoso de las libertades individuales y de la propiedad privada, cuando la realidad era todo lo contrario y ahora nos dice que la constitución solo vale cuando los favorece.
Pero el problema es mucho más grave, estos adoradores del libro son también adoradores de las elecciones, y más que de las elecciones, de los procesos electorales, se creen demócratas porque viven de, por y para el voto, su manera de entender la política solo tiene sentido dentro de los parámetros de los partidos políticos que al fin y al cabo son organizaciones jerárquicas de poder que compiten por el poder del estado.
Uno de los graves errores de concepción de la MUD fue limitar su participación exclusivamente a los partidos políticos, dejando por fuera a una gran gama de instituciones, personas, gremios y grupos de interés que hacen política y que tienen una enorme influencia en la opinión pública; autoproclamándose líderes de la oposición, los políticos nos impusieron sus intereses y limitaron de manera severa, nuestras posibilidades de sobrevivencia como personas.
Dice el gran politólogo norteamericano Samuel P. Huntington en su obra Orden Político en Sociedades en Cambio (1968) que si una democracia quiere subsistir debe incrementar la participación política de los ciudadanos, sus instituciones deben estar preparadas para recibir al mayor número de ideas, propuestas y organizaciones, todo lo contrario de lo que hizo la MUD, que se llenó de constitucionalistas, pacifistas y demócratas electoreros.
Los partidos políticos no son la panacea ni la única organización que tiene algo que decir en la arena política, de hecho, nuestros partidos políticos adolecen de un retardo organizativo e ideológico, y aunque en muchos participe la juventud, sus líderes tienen mentalidad de viejos y cometen los mismos errores que sus antecesores.
No aceptando sino a sus iguales, teniendo a la vista solamente sus intereses electorales, dejaron por fuera una enorme cantidad de iniciativas y posibilidades que les hubieran servido en estos tiempos de crisis, pero en su ceguera ideológica insistieron en sus fetichismos y nos fueron montando la crisis que hoy vivimos.
Esa ceguera constitucional no les permitió ver con objetividad a su contrario, ni pudieron medir el verdadero peligro que el chavismo representaba para los intereses de la nación, enfrascados en sus cuentas de cuantos alcaldes, gobernadores y diputados podían ganar, se olvidaron de sobrevivir.
Al no percatarse de la amenaza de un gobierno militarista y totalitario en construcción, al reconocer en “el otro” a un igual, como si fueran unos ciudadanos decentes, creyentes en la ley y el orden, seres racionales y oponentes políticos, cuando la verdad era que estos “venezolanos” se solazaban en la opresión, eran unos esclavistas, ineficientes para todo, excepto para arruinar al país.
Durante 17 años tuvimos como norma del juego político una constitución, que permitió la destrucción de la institucionalidad en el gobierno, y llegado este momento en que estamos a punto de perder incluso nuestro derecho al voto, he de preguntar ¿De qué nos sirvió tener, respetar, conocer una Constitución? ¿No debían los militares ser los guardianes del orden constitucional, con el que hoy, un extranjero indocumentado se limpia su asqueroso trasero? ¿De qué nos sirve seguir siendo constitucionalista cuando unos criminales de toga se encargaron de anularla?
Un país no se hace solo de normas, de leyes, de constituciones, si no hay una verdadera comunidad de hombres libres que quieran vivir juntos, trabajar para prosperar, construir una nación, levantar sus familias y negocios para que todos podamos tener una mejor vida, no hay manera de tener país.
Sin ese elemento integrador, de arraigo, de confianza y de costumbres comunes, sin esa cultura de país que nos permite el intercambio pacífico de ideas, el debate libre del conocimiento, no podremos ser nunca una patria, no tendremos jamás razones para defender nuestro estilo de vida, ni una causa para morir por algo justo y bueno.
Mientras tengamos como representantes políticos a oradores absurdos que no saben distinguir un enemigo de la patria de un aliado, mientras tengamos a hierofantes de un culto a la cobardía disfrazada de pacifismo como defensores de la constitución, a oportunistas que ven en sus propios verdugos, socios para hacer negocios, no hay carta magna en la tierra que pueda ayudarnos a convivir.
Hasta ahora hemos sido unos adoradores del libro y hasta aquí nos han traído estos lodos ¿No es tiempo de cambiar? Yo creo que sí, luego de salir de esta pesadilla chavista deberíamos estar claros que Venezuela no fue construida por las 26 constituciones que hemos tenido desde 1811, ni por los abogados que se despliegan en ejercicios retóricos y leguleyos para demostrar que la de ellos, es la interpretación correcta de la constitución, o si el mandatario de turno amaneció con la puntada que la constitución ya no es necesaria.
Contamos con el ánimo y nuestra cultura, nos reconocemos como venezolanos y unidos por una historia común que no es poca cosa, es a partir de ellas que podemos empezar por darnos ese país que todos queremos, olvidémonos de utopías y modelos políticos que no van con nosotros, aprendamos a distinguir cuando una constitución está hecha al apuro de complacer un caudillo o darle alas a unos alucinados revolucionarios.
No soy un anti constitucionalista ni enemigo del orden jurídico, al contrario, creo en el poder de los textos como medios de preservar los acuerdos y los compromisos, pero si vamos a respetar la ley debemos hacerlo todos, los ciudadanos de a pié y principalmente los que nos gobiernan.
Desde el momento en que Maduro decidió irrespetar a la Asamblea Nacional se desmeritó como jefe de estado, y puso en entredicho a todas las instituciones, si prescinde del Parlamento y crea sustitutos de calle, o los magistrados usurpan las funciones del poder legislativo, se dio inicio a un desmontaje de la República, ya no hay estado de derecho, la Constitución fue violada por la máxima autoridad nacional y haciéndolo, quedó en entredicho su autoridad y el poder de su investidura.
Ya lo que viene es un desmoronamiento del estado venezolano, el tótem que representaba la sagrada alianza de los poderes republicanos fue demolido por un extranjero indocumentado ante la mirada impávida de nuestras FFAA, al soberano sólo le queda rescatar el orden violado y restituir el pacto.   -  saulgodoy@gmail.com










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