Creo que nadie ha llegado tan lejos en sus expectativas sobre lo que significa montarnos en la ruta del transhumanismo que el escritor e historiador israelita, Yuval Noah Harari, quien pretende que la ciencia nos ayude a dar el gran paso convertirnos de simples hombres, en dioses, y todo es posible gracias a la bioingeniería, a los avances en informática, nanotecnología y otro cúmulo de especialidades que nos ayudarán a dar este gran paso.
Pero
es una transición que tiene sus consecuencias, y una de las más importantes y
difíciles consiste en aceptar con humildad que el hombre no es libre, que ese
asunto del libre albedrío es una fantasía producto de una antigua creencia
cultural, que supone que la persona tiene un centro unitario e indivisible que
llamamos “alma”.
Yuval Noah Harari |
De
esta creencia se desprende la idea de que el ser humano es una entidad que goza
de libertad, pero elimine usted esta idea de que el hombre tiene un espíritu e
inmediatamente el concepto de una voluntad libre colapsa.
Harari
lo ilustra de la siguiente manera: “Cuando
una neurona se dispara y emite una descarga eléctrica, esto puede ser debido a
una reacción determinada por un estímulo externo, o puede ser el resultado de
eventos fortuitos como podría ser la descomposición espontánea de un átomo
radioactivo. Ninguna de estas opciones deja lugar para la libre voluntad… la
palabra sagrada “libertad” se convierte, al igual que “alma”, en términos
vacíos que no tienen significado. El libre albedrío existe únicamente en
historia imaginarias que el hombre ha inventado.”
Todo
esto significa que nosotros los humanos no somos muy diferentes a un cajero
automático con un algoritmo un poco más complicado que el que hace funcionar a
un cajero automático, que trabaja en base a comandos que hacen funcionar
circuitos eléctricos y a su vez ponen en movimiento piezas mecánicas,
engranajes, fuelles y palancas. Los algoritmos que funcionan en los humanos lo
hacen por medio de sensaciones, emociones y sentimientos, los seres humanos
funcionamos en base a algoritmos que tenemos impresos internamente y estamos
programados por la naturaleza a hacer copias de nosotros mismos.
El filósofo John Grey |
John
Grey, en cuanto hace su crítica a los libros Homo Deus: a Brief History of
Tomorrow (2016) y Sapiens: a Brief History of Humankind (2011) de Harari, para la publicación New Statesman, y quien a su vez es una
de las autoridades académicas en Inglaterra el área de la filosofía del
humanismo, se autocalifica como un liberal agnóstico, se coloca en el lado
contrario a Harari.
Grey
es de los que piensan que la cultura humana es acumulativa y en especial en lo
concerniente a la ética y la política, y que esta cualidad, nos lleva a superar
nuestras limitantes biológicas y es lo que nos ha permitido alterar y mejorar
la condición humana y en general, la sociedad.
Grey
es un autoproclamado ateo, de modo que no se anda paladeando creencias como el
alma humana, como tampoco cree que exista una “humanidad”.
Cuando
ataca el postulado de Harari que la humanidad en este siglo XXI tiene la opción
de hacernos pasar de un vulgar Homo sapiens a un esplendoroso Homo deus, Grey
le responde: “…el prospecto de la especie
humana pueda hacer un upgrading de
sí misma hacia un endiosamiento se desmorona. La Humanidad no puede convertirse
en Dios, porque la humanidad no existe. Todo lo que existe en la actualidad es
una multifactorial muestra de lo que es el animal humano, con sus
contradicciones históricas e inevitables divisiones. La idea de que la especie
humana es un agente colectivo, planteándose enormes proyectos y construyéndolos
en la historia, es un mito humanista.”
El
escenario que plantea Hariri que bioingenieros modificarán intencionalmente el
código genético humano para trasplantarlos en unos cyborgs, a quienes les han creado órganos y miembros de manera
artificial, haciendo implantes de instrumentos inorgánicos como manos biónicas
y ojos artificiales, con millones de nao-robots introducidos en el torrente
sanguíneo para hacer diagnósticos y reparaciones inmediatas, expertos en
programación y hardware crearán interfases
que puedan actuar tanto en el mundo orgánico como en el cibernético sin ningún
problema, la tendencia será a liberar la inteligencia del mundo de las
sensaciones y de la conciencia.
Es
claro, que al contrario de la gran mayoría de los transhumanistas, que buscan
en las nuevas tecnologías y posibilidades que se abren, mejorar al ser humano,
hacerlo más longevo, inteligente, resistente, Harari considera que el ser
humano está ya obsoleto y debemos crear algo nuevo, diferente, empezar desde
cero una nueva raza de dioses.
Harari
piensa que los primeros interesados en que esto suceda serán los gobiernos y
grandes corporaciones que tienen el dinero y el acceso a estas tecnologías,
pero Grey desconfía de las buenas intenciones, estas creaciones pudieran caer
en manos de organizaciones criminales, sectas religiosas, dictadores bananeros,
grupos terroristas y modificar su diseño de acuerdo a sus intereses, ¿Y por qué
no? Que ellas se modifiquen a sí mismas para salir del control humano.
Los
algoritmos, esas instrucciones paso a paso que se le dictan a las máquinas para
que hagan su trabajo no necesitan de consciencia para que funcionen, de hecho
los programas que utilizan empresas como Amazon para hacerle recomendaciones a
sus lectores, las computadoras que controlan el mercado de Wall Street y las
predicciones que hacen para las grandes empresas de inversión, el software que
maneja el intrincado mundo de las direcciones por GPS en gran parte de los
autos en los países desarrollados y las recomendaciones que hacen las empresas
de citas para quienes buscan parejas perfectas en internet, la hacen estos
algoritmos.
Uno
de los grandes misterios sobre la consciencia es que no se sabe cómo o por qué
apareció en los seres vivos, en el ser humano precisamente, y dentro de los
estudiosos de la Inteligencia Artificial todavía está sin responder la
pregunta, si aumentando en las máquinas su rapidez de procesamiento, la
cantidad de información que manejan y optimizando su capacidad de relación,
pudieran en un determinado momento desarrollar consciencia propia, ya hay
atisbos de que pueden aprender por sí mismas y modificar sus procesos.
Sería
terrorífico pensar en que se podría crear un dios colérico a la imagen y
semejanza de un Diosdado Cabello, o que un cyborg de Maduro pudiera ponerse en
modo de super-bruto, para garantizar su prevalencia sobre la oposición, estoy
seguro que el chavismo estaría ganado para desarrollar unos modelos de dioses
chavistas.
Lo
más probable, predice Gray de las asunciones de Harari, es que no solo exista
un solo tipo de hombres dioses, sino una extensa variedad que les sea de
utilidad a los grupos que tengan acceso a la tecnología y que satisfagan sus
intereses.
Una
de las aserciones que hace Yuval Harari y que me parecen más interesantes, es
la aparición de una nueva religión en este siglo XXI que él llama “Dataism”,
que viene de la palabra inglesa data, o información. Y es la creencia que: “el universo consiste en un flujo constante
de data, y que el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su
contribución al procesamiento de la data.”
Las
grandes contribuciones de la cultura universal consisten precisamente en el
valor que se le asigna a esta data, las Sinfonías de Beethoven, las teoría
sobre la historia de Toynbee, la poesía de Bob Dylan serán valoradas por este
único aspecto, y no se trata de la idea para un culto, no, está sustentada en
dos de la ideas más poderosas desarrolladas en el siglo XX, la tesis
neo-Darwiniana que dice que todos los seres vivos son algoritmos bioquímicos y
la Teoría de la Inteligencia Artificial fundada por Alan Turing.
Y no
se trata de una provocación exclusivamente intelectual, la motivación religiosa
estriba en que promete la inmortalidad, la posibilidad de poder separar la
mente de su vehículo de carne y hueso y transferirla al ciberespacio, Harari le
atribuye a esta idea un poder equiparable a la idea cristiana y promete será
muy popular.
Luego
de las lecturas que hice de estos autores y que me despertaron una gran
inquietud, sólo pude tranquilizarme luego de sumergirme en la obra de Martin
Buber y Rudolf Otto a quienes vengo estudiando para calmar mi sed por lo
religioso en un mundo de tantas contradicciones. -
saulgodoy@gmail.com
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