sábado, 5 de noviembre de 2016

Los límites del transhumanismo


Creo que nadie ha llegado tan lejos en sus expectativas sobre lo que significa montarnos en la ruta del transhumanismo que el escritor e historiador israelita, Yuval Noah Harari, quien pretende que la ciencia nos ayude a dar el gran paso convertirnos de simples hombres, en dioses, y todo es posible gracias a la bioingeniería, a los avances en informática, nanotecnología y otro cúmulo de especialidades que nos ayudarán a dar este gran paso.
Pero es una transición que tiene sus consecuencias, y una de las más importantes y difíciles consiste en aceptar con humildad que el hombre no es libre, que ese asunto del libre albedrío es una fantasía producto de una antigua creencia cultural, que supone que la persona tiene un centro unitario e indivisible que llamamos “alma”.
Yuval Noah Harari
De esta creencia se desprende la idea de que el ser humano es una entidad que goza de libertad, pero elimine usted esta idea de que el hombre tiene un espíritu e inmediatamente el concepto de una voluntad libre colapsa.
Harari lo ilustra de la siguiente manera: “Cuando una neurona se dispara y emite una descarga eléctrica, esto puede ser debido a una reacción determinada por un estímulo externo, o puede ser el resultado de eventos fortuitos como podría ser la descomposición espontánea de un átomo radioactivo. Ninguna de estas opciones deja lugar para la libre voluntad… la palabra sagrada “libertad” se convierte, al igual que “alma”, en términos vacíos que no tienen significado. El libre albedrío existe únicamente en historia imaginarias que el hombre ha inventado.”
Todo esto significa que nosotros los humanos no somos muy diferentes a un cajero automático con un algoritmo un poco más complicado que el que hace funcionar a un cajero automático, que trabaja en base a comandos que hacen funcionar circuitos eléctricos y a su vez ponen en movimiento piezas mecánicas, engranajes, fuelles y palancas. Los algoritmos que funcionan en los humanos lo hacen por medio de sensaciones, emociones y sentimientos, los seres humanos funcionamos en base a algoritmos que tenemos impresos internamente y estamos programados por la naturaleza a hacer copias de nosotros mismos.
El filósofo John Grey
John Grey, en cuanto hace su crítica a los libros Homo Deus: a Brief History of Tomorrow (2016) y  Sapiens: a Brief History of Humankind (2011)  de Harari, para la publicación New Statesman, y quien a su vez es una de las autoridades académicas en Inglaterra el área de la filosofía del humanismo, se autocalifica como un liberal agnóstico, se coloca en el lado contrario a Harari.
Grey es de los que piensan que la cultura humana es acumulativa y en especial en lo concerniente a la ética y la política, y que esta cualidad, nos lleva a superar nuestras limitantes biológicas y es lo que nos ha permitido alterar y mejorar la condición humana y en general, la sociedad.
Grey es un autoproclamado ateo, de modo que no se anda paladeando creencias como el alma humana, como tampoco cree que exista una “humanidad”.
Cuando ataca el postulado de Harari que la humanidad en este siglo XXI tiene la opción de hacernos pasar de un vulgar Homo sapiens a un esplendoroso Homo deus, Grey le responde: “…el prospecto de la especie humana pueda hacer un upgrading de sí misma hacia un endiosamiento se desmorona. La Humanidad no puede convertirse en Dios, porque la humanidad no existe. Todo lo que existe en la actualidad es una multifactorial muestra de lo que es el animal humano, con sus contradicciones históricas e inevitables divisiones. La idea de que la especie humana es un agente colectivo, planteándose enormes proyectos y construyéndolos en la historia, es un mito humanista.”
El escenario que plantea Hariri que bioingenieros modificarán intencionalmente el código genético humano para trasplantarlos en unos cyborgs, a quienes les han creado órganos y miembros de manera artificial, haciendo implantes de instrumentos inorgánicos como manos biónicas y ojos artificiales, con millones de nao-robots introducidos en el torrente sanguíneo para hacer diagnósticos y reparaciones inmediatas, expertos en programación y hardware crearán interfases que puedan actuar tanto en el mundo orgánico como en el cibernético sin ningún problema, la tendencia será a liberar la inteligencia del mundo de las sensaciones y de la conciencia.
Es claro, que al contrario de la gran mayoría de los transhumanistas, que buscan en las nuevas tecnologías y posibilidades que se abren, mejorar al ser humano, hacerlo más longevo, inteligente, resistente, Harari considera que el ser humano está ya obsoleto y debemos crear algo nuevo, diferente, empezar desde cero una nueva raza de dioses.
Harari piensa que los primeros interesados en que esto suceda serán los gobiernos y grandes corporaciones que tienen el dinero y el acceso a estas tecnologías, pero Grey desconfía de las buenas intenciones, estas creaciones pudieran caer en manos de organizaciones criminales, sectas religiosas, dictadores bananeros, grupos terroristas y modificar su diseño de acuerdo a sus intereses, ¿Y por qué no? Que ellas se modifiquen a sí mismas para salir del control humano.
Los algoritmos, esas instrucciones paso a paso que se le dictan a las máquinas para que hagan su trabajo no necesitan de consciencia para que funcionen, de hecho los programas que utilizan empresas como Amazon para hacerle recomendaciones a sus lectores, las computadoras que controlan el mercado de Wall Street y las predicciones que hacen para las grandes empresas de inversión, el software que maneja el intrincado mundo de las direcciones por GPS en gran parte de los autos en los países desarrollados y las recomendaciones que hacen las empresas de citas para quienes buscan parejas perfectas en internet, la hacen estos algoritmos.
Uno de los grandes misterios sobre la consciencia es que no se sabe cómo o por qué apareció en los seres vivos, en el ser humano precisamente, y dentro de los estudiosos de la Inteligencia Artificial todavía está sin responder la pregunta, si aumentando en las máquinas su rapidez de procesamiento, la cantidad de información que manejan y optimizando su capacidad de relación, pudieran en un determinado momento desarrollar consciencia propia, ya hay atisbos de que pueden aprender por sí mismas y modificar sus procesos.
Sería terrorífico pensar en que se podría crear un dios colérico a la imagen y semejanza de un Diosdado Cabello, o que un cyborg de Maduro pudiera ponerse en modo de super-bruto, para garantizar su prevalencia sobre la oposición, estoy seguro que el chavismo estaría ganado para desarrollar unos modelos de dioses chavistas.
Lo más probable, predice Gray de las asunciones de Harari, es que no solo exista un solo tipo de hombres dioses, sino una extensa variedad que les sea de utilidad a los grupos que tengan acceso a la tecnología y que satisfagan sus intereses.
Una de las aserciones que hace Yuval Harari y que me parecen más interesantes, es la aparición de una nueva religión en este siglo XXI que él llama “Dataism”, que viene de la palabra inglesa data, o información. Y es la creencia que: “el universo consiste en un flujo constante de data, y que el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de la data.”
Las grandes contribuciones de la cultura universal consisten precisamente en el valor que se le asigna a esta data, las Sinfonías de Beethoven, las teoría sobre la historia de Toynbee, la poesía de Bob Dylan serán valoradas por este único aspecto, y no se trata de la idea para un culto, no, está sustentada en dos de la ideas más poderosas desarrolladas en el siglo XX, la tesis neo-Darwiniana que dice que todos los seres vivos son algoritmos bioquímicos y la Teoría de la Inteligencia Artificial fundada por Alan Turing.
Y no se trata de una provocación exclusivamente intelectual, la motivación religiosa estriba en que promete la inmortalidad, la posibilidad de poder separar la mente de su vehículo de carne y hueso y transferirla al ciberespacio, Harari le atribuye a esta idea un poder equiparable a la idea cristiana y promete será muy popular.
Luego de las lecturas que hice de estos autores y que me despertaron una gran inquietud, sólo pude tranquilizarme luego de sumergirme en la obra de Martin Buber y Rudolf Otto a quienes vengo estudiando para calmar mi sed por lo religioso en un mundo de tantas contradicciones.   -   saulgodoy@gmail.com







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