martes, 6 de diciembre de 2016

Arte y política



En sus etapas tempranas, el movimiento surrealista fue un ataque frontal en contra de la organización política y las normas sociales, Breton creía firmemente que aquella imposición de valores, estilos, tendencias, precios y mercados era, absolutamente contra natura para una sociedad que en su esencia era heterogénea e impredecible, creadora y dinámica, decía Breton: “Era todo el sistema de defensa de la sociedad al que estábamos atacando: al ejército, a la justicia, la policía, la religión, la medicina legal y a la psiquiatría, al aparato educativo.”
Si hay un arte que es político en su esencia es el vanguardismo contemporáneo; no importa que muchos de sus artistas, críticos y coleccionistas lo nieguen, aludiendo la pureza de sus intenciones,  lo esencial de sus formas y medios… el lenguaje está allí y sus gritos son ensordecedores.
El simple hecho de querer romper con el arte instituido, con sus reglas, con sus vínculos a una clase social o a una particular visión del mundo, es ya tomar una posición política, con lo que la pregunta debería definirse en otros términos ¿Se puede no ser político siendo un artista en el mundo actual? O, si quieren, podemos referirlo como algo mucho más general ¿Puede el ser humano pretender ser apolítico en el mundo de hoy?
Hay un hecho indudable, el arte logró romper su dependencia con sus benefactores aristocráticos y religiosos, que lo sostenían; ahora, libres de los salones académicos, encuentran en las galerías, en el mercado y en los críticos, maneras de que el trabajo de los artistas sea evaluado por sus propios méritos, gozando ahora de mayor libertad, pero enredado en una nueva madeja de relaciones políticas con una diversidad de grupos sociales e intereses mercantiles y de poder.
El muralista mexicano y comunista Diego Rivera
El arte y el artista son engranajes fundamentales en esa búsqueda hobbesiana por la vida justa del hombre y del orden justo de la sociedad; no hay manera de sustraerse de ese sino, no tanto porque el artista sea un producto de la sociedad, sino porque, necesariamente, la búsqueda de la belleza, el orden y el lenguaje para expresar esos ideales, dependen en gran medida de ese sentido de justicia que constantemente buscamos para nosotros y quienes nos rodean.
Incluso quienes dirigen su búsqueda en los territorios extremos de lo feo, lo mórbido, el desajuste y la violencia, como lo son esos espectáculos donde se desarrollan sacrificios de animales, donde la tragedia es la nota obligada para forzar la reacción del público, donde lo que se busca es impresionar los sentidos y remover las pasiones más bajas… aún en esos territorios de lo absurdo, donde provocar el disgusto del espectador es una meta, hay una pesada carga política, una crítica insoslayable al orden que ya no se reconoce como tal.
Hay un definitivo deseo de cambio social en los artistas contemporáneos, todo ese noveau art, esa búsqueda de nuevas formas de expresión, de alguna manera, desdicen de ese ideal del arte puro, de estar desligado de compromisos, creencias y dependencias, corroboramos una y otra vez el dicho, ningún artista es una isla, y menos en un mundo interconectado y globalizado.
El arte moderno es, al menos conceptualmente, un rompimiento con los paradigmas dominantes y en sociedades con regímenes totalitarios y policiales, donde el arte se puede hacer más crítico o reflejar una realidad sórdida, los artistas son vigilados, muchas veces perseguidos y buena parte de ellos censurados; pero no es el caso que les prohíban exponer, o que les cierren las salas, basta que el arte llamado “oficialista” cope los espacios en galerías y museos, en teatros y salas de conciertos, es suficiente con que los artistas a favor del régimen se lleven todo el presupuesto y las ayudas del gobierno, que sólo sus libros sean publicados y sus obras premiadas.
Una de las criaturas "apolíticas" del Sistema
Cuando un gobierno hegemónico y centralista acalla la crítica por medio del autoritarismo y excluye a un grupo de artistas porque no comulga con la ideología del poder, o, aplicando diferencias de clase, prefiere a unos en vez que a otros, haciendo que a los artistas libres e independientes se les ignore por los medios de comunicación en poder del estado, o se les niegue su presencia en los espacios públicos, establece intentos de silenciar el arte y a los artistas que verdaderamente tienen algo que decir; de allí que existan artistas de la oposición y artistas del régimen.
Hay una confusión en cuanto al contenido político de las obras de arte, una cosa es el arte oficial, el que se encuentra sumiso al estado, el que festeja al líder o a la revolución, ese arte de contenido social explícito y que tiene que ver con esa visión ideológica y programática de dogmas y valores del partido de gobierno; otro muy distinto es la crítica acérrima a sus resultados, la que hacen por ejemplo los humoristas, caricaturistas, dramaturgos, a la utopía que pretenden imponer los dictadores, a esa sociedad de los “verdaderos patriotas y revolucionarios” que tratan de suprimir y, de hecho, castigan la diferencia, la disidencia, la oposición, lo contrario… es muy difícil, cuando no imposible, permanecer “neutro”.
Ningún arte o artista puede sostenerse en el limbo de la indiferencia o de la asepsia política. Ni siquiera en el caso de la música, considerada por muchos como el arte menos político, pero allí está el sistema de orquestas de Venezuela, sirviéndole al régimen en sus grandes festejos, representándolo en sus giras y presentaciones, llevando sus símbolos y escrutados por la mirada atenta de los comisarios políticos, coadyuvando  no sólo a sostener su imagen sino a llevar su mensaje a otros pueblos, distrayendo la atención sobre los crímenes del régimen y publicitando sus triunfos colectivistas.
Para los artistas plásticos el mensaje es inocultable, por muy abstracta  o conceptual que sea la obra; encajada en el contexto político del momento, la misma dice incluso más que un discurso o un manifiesto, únicamente que lo hace por contraste, ya la obra se impone como una posición tomada, puede crear metalenguajes o metáforas de indudable valor crítico y no pocas veces como confrontación radical.
El artista que a estas alturas de la historia pretenda pasar como un ser virginal e impoluto en cuanto a la política, simplemente es tomado como un farsante. En las sociedades llamadas del capitalismo tardío, el artista exitoso, que juega a las reglas del mercado, cuyas obras encuentran aliento en los medios de comunicación masivos, dispone del favoritismo del público consumidor de arte, es comúnmente despreciado como un artista comercial, que ha vendido su alma al mercado por unas monedas, mientras que los espíritus verdaderamente originales y que llevan el arte a su próximo estadio evolutivo, son los que reciben reconocimiento post-morten si tiene la suerte de ser “descubierto”.
El artista postmoderno está definitivamente atrapado en las reglas económicas del mundo en que vive, o es un artista del Estado, o es esclavo del mercado, es un vil comerciante de su arte. Pertenecer al grupo de artistas anónimos es casi lo mismo que no existir, un artista debe decidir en algún momento a qué intereses cortejar… y esa es una decisión política.
Si bien la autonomía del artista y su arte se basa en la posibilidad real de gozar de la libertad de expresión y de pensamiento, no son menos reales los efectos que produce esa manifestación de libertad; lo que diga, lo que haga, cualquiera sea su discurso, necesita de las instituciones para tener un impacto en el público y, una vez logrado éste, tiene consecuencias sociales. El argumento de que es posible el arte por el arte es cada vez menos creíble y posible.
Tomemos el caso de los artistas Gustave Courbet, quien 1871 formó parte de la Comuna de París, como elemento del Comité para la Cultura, y quien se encargó de negarle a la Academia de las Artes la importancia que por lustros había acaparado para sí, como guía indispensable de las artes, y de William Morris, quien en 1887 estuvo en las calles de Londres en aquel Domingo Sangriento, junto a los trabajadores, y como artesano fundó las bases de un movimiento artístico utópico para negar el industrialismo y devolverle al pueblo su capacidad de producir arte para sus vidas.
Luego vendría el arte socialista, con la revolución de Octubre en 1917 en Rusia, donde tendrían lugar los movimientos constructivistas (preconizaban la investigación tecnológica y arquitectónica en una estética que estuviera al servicio del progreso social), los futuristas o supremacistas que terminarían el Programa Productivista, la antesala de ese extraño bodrio estalinista  llamado “realismo social”, cuando ya el arte estaba asimilado como nunca a una ideología de estado.
No fue sino hasta 1919 que Walter Gropius funda, sobre las bases del constructivismo, esa “catedral del socialismo” que fue el archifamoso movimiento Bauhaus, joya en la corona del expresionismo alemán, hasta que apareció el dadaísmo como negación del construccionismo y el Bauhaus.
El rechazo que tuvo el movimiento Dada hacia la pintura fue un hito histórico, Duchamp creía sinceramente que la pintura era una expresión innecesaria para el arte, esta manifestación de rechazo y ataque en contra de las ideologías dominantes, técnicas y artistas de fama, fue fundamental como elemento de crítica demoledora en contra de las teorías estéticas del momento.
Y así vamos, de la modernidad hacia el postmodernismo, encontrándonos con influyentes movimientos artísticos, todos con profundas raíces políticas, que marcaron buena parte del siglo XX.

Pero atención, no estoy diciendo que el arte es un producto de la política, lo que recalco es que el arte puro, sustraído del entorno social, es una entelequia; que es casi imposible separar la obra de arte de su contexto, al artista de su medio social y al consumidor del arte, de las imposiciones del mercado, todo convive en una tupida red de interrelaciones sociales y políticas de las que nadie puede escapar… de modo que convido a aquellos artistas, que se tienen por ángeles caídos del cielo, a que tiren la primera piedra en contra de los artistas “comprometidos”… porque todos lo estamos, de una u otra manera, con el estado o el capital, con el colectivo o con la crítica, con la academia o con el mercado, con el público o con el poder...  -   saulgodoy@gmail.com

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