En sus etapas tempranas, el movimiento surrealista fue un ataque frontal en contra de la organización política y las normas sociales, Breton creía firmemente que aquella imposición de valores, estilos, tendencias, precios y mercados era, absolutamente contra natura para una sociedad que en su esencia era heterogénea e impredecible, creadora y dinámica, decía Breton: “Era todo el sistema de defensa de la sociedad al que estábamos atacando: al ejército, a la justicia, la policía, la religión, la medicina legal y a la psiquiatría, al aparato educativo.”
Si
hay un arte que es político en su esencia es el vanguardismo contemporáneo; no
importa que muchos de sus artistas, críticos y coleccionistas lo nieguen,
aludiendo la pureza de sus intenciones, lo esencial de sus formas y medios… el
lenguaje está allí y sus gritos son ensordecedores.
El
simple hecho de querer romper con el arte instituido, con sus reglas, con sus
vínculos a una clase social o a una particular visión del mundo, es ya tomar
una posición política, con lo que la pregunta debería definirse en otros
términos ¿Se puede no ser político siendo un artista en el mundo actual? O, si
quieren, podemos referirlo como algo mucho más general ¿Puede el ser humano
pretender ser apolítico en el mundo de hoy?
Hay
un hecho indudable, el arte logró romper su dependencia con sus benefactores
aristocráticos y religiosos, que lo sostenían; ahora, libres de los salones
académicos, encuentran en las galerías, en el mercado y en los críticos,
maneras de que el trabajo de los artistas sea evaluado por sus propios méritos,
gozando ahora de mayor libertad, pero enredado en una nueva madeja de relaciones
políticas con una diversidad de grupos sociales e intereses mercantiles y de
poder.
El muralista mexicano y comunista Diego Rivera |
El
arte y el artista son engranajes fundamentales en esa búsqueda hobbesiana por
la vida justa del hombre y del orden justo de la sociedad; no hay manera de
sustraerse de ese sino, no tanto porque el artista sea un producto de la
sociedad, sino porque, necesariamente, la búsqueda de la belleza, el orden y el
lenguaje para expresar esos ideales, dependen en gran medida de ese sentido de
justicia que constantemente buscamos para nosotros y quienes nos rodean.
Incluso
quienes dirigen su búsqueda en los territorios extremos de lo feo, lo mórbido,
el desajuste y la violencia, como lo son esos espectáculos donde se desarrollan
sacrificios de animales, donde la tragedia es la nota obligada para forzar la
reacción del público, donde lo que se busca es impresionar los sentidos y
remover las pasiones más bajas… aún en esos territorios de lo absurdo, donde
provocar el disgusto del espectador es una meta, hay una pesada carga política,
una crítica insoslayable al orden que ya no se reconoce como tal.
Hay
un definitivo deseo de cambio social en los artistas contemporáneos, todo ese noveau art, esa búsqueda de nuevas
formas de expresión, de alguna manera, desdicen de ese ideal del arte puro, de
estar desligado de compromisos, creencias y dependencias, corroboramos una y
otra vez el dicho, ningún artista es una isla, y menos en un mundo
interconectado y globalizado.
El
arte moderno es, al menos conceptualmente, un rompimiento con los paradigmas
dominantes y en sociedades con regímenes totalitarios y policiales, donde el
arte se puede hacer más crítico o reflejar una realidad sórdida, los artistas
son vigilados, muchas veces perseguidos y buena parte de ellos censurados; pero
no es el caso que les prohíban exponer, o que les cierren las salas, basta que
el arte llamado “oficialista” cope los espacios en galerías y museos, en
teatros y salas de conciertos, es suficiente con que los artistas a favor del
régimen se lleven todo el presupuesto y las ayudas del gobierno, que sólo sus
libros sean publicados y sus obras premiadas.
Una de las criaturas "apolíticas" del Sistema |
Cuando
un gobierno hegemónico y centralista acalla la crítica por medio del
autoritarismo y excluye a un grupo de artistas porque no comulga con la ideología
del poder, o, aplicando diferencias de clase, prefiere a unos en vez que a
otros, haciendo que a los artistas libres e independientes se les ignore por
los medios de comunicación en poder del estado, o se les niegue su presencia en
los espacios públicos, establece intentos de silenciar el arte y a los artistas
que verdaderamente tienen algo que decir; de allí que existan artistas de la
oposición y artistas del régimen.
Hay
una confusión en cuanto al contenido político de las obras de arte, una cosa es
el arte oficial, el que se encuentra sumiso al estado, el que festeja al líder
o a la revolución, ese arte de contenido social explícito y que tiene que ver
con esa visión ideológica y programática de dogmas y valores del partido de
gobierno; otro muy distinto es la crítica acérrima a sus resultados, la que
hacen por ejemplo los humoristas, caricaturistas, dramaturgos, a la utopía que
pretenden imponer los dictadores, a esa sociedad de los “verdaderos patriotas y
revolucionarios” que tratan de suprimir y, de hecho, castigan la diferencia, la
disidencia, la oposición, lo contrario… es muy difícil, cuando no imposible,
permanecer “neutro”.
Ningún
arte o artista puede sostenerse en el limbo de la indiferencia o de la asepsia
política. Ni siquiera en el caso de la música, considerada por muchos como el
arte menos político, pero allí está el sistema de orquestas de Venezuela, sirviéndole
al régimen en sus grandes festejos, representándolo en sus giras y
presentaciones, llevando sus símbolos y escrutados por la mirada atenta de los
comisarios políticos, coadyuvando no
sólo a sostener su imagen sino a llevar su mensaje a otros pueblos, distrayendo
la atención sobre los crímenes del régimen y publicitando sus triunfos
colectivistas.
Para
los artistas plásticos el mensaje es inocultable, por muy abstracta o conceptual que sea la obra; encajada en el
contexto político del momento, la misma dice incluso más que un discurso o un
manifiesto, únicamente que lo hace por contraste, ya la obra se impone como una
posición tomada, puede crear metalenguajes o metáforas de indudable valor
crítico y no pocas veces como confrontación radical.
El
artista que a estas alturas de la historia pretenda pasar como un ser virginal
e impoluto en cuanto a la política, simplemente es tomado como un farsante. En
las sociedades llamadas del capitalismo tardío, el artista exitoso, que juega a
las reglas del mercado, cuyas obras encuentran aliento en los medios de
comunicación masivos, dispone del favoritismo del público consumidor de arte, es
comúnmente despreciado como un artista comercial, que ha vendido su alma al
mercado por unas monedas, mientras que los espíritus verdaderamente originales
y que llevan el arte a su próximo estadio evolutivo, son los que reciben
reconocimiento post-morten si tiene
la suerte de ser “descubierto”.
El
artista postmoderno está definitivamente atrapado en las reglas económicas del
mundo en que vive, o es un artista del Estado, o es esclavo del mercado, es un
vil comerciante de su arte. Pertenecer al grupo de artistas anónimos es casi lo
mismo que no existir, un artista debe decidir en algún momento a qué intereses
cortejar… y esa es una decisión política.
Si
bien la autonomía del artista y su arte se basa en la posibilidad real de gozar
de la libertad de expresión y de pensamiento, no son menos reales los efectos
que produce esa manifestación de libertad; lo que diga, lo que haga, cualquiera
sea su discurso, necesita de las instituciones para tener un impacto en el
público y, una vez logrado éste, tiene consecuencias sociales. El argumento de
que es posible el arte por el arte es cada vez menos creíble y posible.
Tomemos
el caso de los artistas Gustave Courbet, quien 1871 formó parte de la Comuna de
París, como elemento del Comité para la Cultura, y quien se encargó de negarle
a la Academia de las Artes la importancia que por lustros había acaparado para
sí, como guía indispensable de las artes, y de William Morris, quien en 1887
estuvo en las calles de Londres en aquel Domingo Sangriento, junto a los
trabajadores, y como artesano fundó las bases de un movimiento artístico
utópico para negar el industrialismo y devolverle al pueblo su capacidad de
producir arte para sus vidas.
Luego
vendría el arte socialista, con la revolución de Octubre en 1917 en Rusia,
donde tendrían lugar los movimientos constructivistas (preconizaban la
investigación tecnológica y arquitectónica en una estética que estuviera al
servicio del progreso social), los futuristas o supremacistas que terminarían
el Programa Productivista, la antesala de ese extraño bodrio estalinista llamado “realismo social”, cuando ya el arte
estaba asimilado como nunca a una ideología de estado.
No
fue sino hasta 1919 que Walter Gropius funda, sobre las bases del
constructivismo, esa “catedral del socialismo” que fue el archifamoso
movimiento Bauhaus, joya en la corona del expresionismo alemán, hasta que
apareció el dadaísmo como negación del construccionismo y el Bauhaus.
El
rechazo que tuvo el movimiento Dada hacia la pintura fue un hito histórico,
Duchamp creía sinceramente que la pintura era una expresión innecesaria para el
arte, esta manifestación de rechazo y ataque en contra de las ideologías
dominantes, técnicas y artistas de fama, fue fundamental como elemento de
crítica demoledora en contra de las teorías estéticas del momento.
Y
así vamos, de la modernidad hacia el postmodernismo, encontrándonos con
influyentes movimientos artísticos, todos con profundas raíces políticas, que
marcaron buena parte del siglo XX.
Pero
atención, no estoy diciendo que el arte es un producto de la política, lo que
recalco es que el arte puro, sustraído del entorno social, es una entelequia;
que es casi imposible separar la obra de arte de su contexto, al artista de su
medio social y al consumidor del arte, de las imposiciones del mercado, todo
convive en una tupida red de interrelaciones sociales y políticas de las que
nadie puede escapar… de modo que convido a aquellos artistas, que se tienen por
ángeles caídos del cielo, a que tiren la primera piedra en contra de los artistas
“comprometidos”… porque todos lo estamos, de una u otra manera, con el estado o
el capital, con el colectivo o con la crítica, con la academia o con el mercado,
con el público o con el poder... - saulgodoy@gmail.com
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