La
República de Venezuela tiene una Constitución, que fue elaborada y aprobada por
una Asamblea Constituyente bajo la Presidencia de Hugo Chávez, revolucionario
comunista que fue el primero en juramentarse bajo su puesta en vigencia en el
mes de julio del año 2000, igualmente se eligieron los miembros al parlamento
unicameral bajo la nueva Constitución, que fue aclamada como “la mejor del mundo, la más avanzada”
por el mismo gobierno bolivariano.
Es
la misma Constitución que nos rige hoy en día, con la diferencia que el
gobierno revolucionario comunista, ahora en manos del “hijo de Chávez” el
indocumentado Nicolás Maduro, la viola todo los días para poder ejercer el
poder, que no es lo mismo que gobernar.
Dicho
esto, vamos a retroceder la película para entender el terreno que pisamos, esa nueva
Constitución no surgió de una chistera de mago, ni fue un producto espontáneo
de unos genios constitucionalistas, fue decantada principalmente de su antecesora
la constitución de 1961. Promulgada durante la presidencia de Rómulo
Betancourt, fue una constitución esencialmente estatista, que afirmaba los
derechos del Estado por encima de los derechos ciudadanos, de carácter social
en el sentido que regulaba las prestaciones del estado hacia los diferentes
grupos sociales, adelantaba la modernización del estado bienestar situando al
estado como garante de la seguridad social de sus ciudadanos, presidencialista,
dándole el rol protagónico y de más poder a la oficina del Ejecutivo, fue una
constitución muy de la época con un marcado acento socialista.
Con la Constitución del 2000 los revolucionarios bolivarianos intentaron penetrarla con elementos marxistas, sobre todo en el asunto de darle prioridad a la colectivización de la organización social y de marcar el acento en la participación directa y protagónica del pueblo, en su carácter de sujeto del que deviene la soberanía.
Con la Constitución del 2000 los revolucionarios bolivarianos intentaron penetrarla con elementos marxistas, sobre todo en el asunto de darle prioridad a la colectivización de la organización social y de marcar el acento en la participación directa y protagónica del pueblo, en su carácter de sujeto del que deviene la soberanía.
Y
me detengo un momento en analizar este punto porque la Constitución de 1961
trató, desde el campo socialista, de modernizar el estado, haciendo hincapié en
el método representativo en la toma de decisiones, tratando de fortalecer a las
instituciones para que en nombre del pueblo, del soberano, hubiera cierta
organicidad en el flujo del poder, y se escogió el método vertical de
transmisión de voluntad política, el pueblo elige a sus representantes y estos
actúan en su nombre.
Esta
concepción del estado nace de las doctrinas elaboradas por el inglés (irlandés)
Edmund Burke, quien le daba un rol definitorio en la política de estado, al
Parlamento, como el legítimo representante de la nación, una postura muy en
boga en el mundo, en los tiempos en que esta constitución fue elaborada.
Pero
debido a su espíritu revolucionario-marxista, el chavismo, como fuerza
ideológica comulgaba más con las concepciones rousseaunianas que le tenían
enorme desconfianza a las agrupaciones corporativas que asumían las
representaciones políticas de sus miembros, las oligarquías, y que creía en la
democracia directa, a la usanza de las viejas repúblicas griegas donde la gente
se reunía en el foro a deliberar y todos participaban levantando la mano.
Pero
en la práctica ocurrió lo contrario, el gobierno chavista debido a su
naturaleza autoritaria y totalitaria, y a pesar de las buenas intensiones
plasmadas en el nuevo texto constitucional, rechazaba la participación popular,
evitaba a toda costa elevar consultas al pueblo, excepto cuando sabía que podía
ganar el plebiscito o cuando necesitaba el show, la puesta en escena de gente
deliberando y proponiendo para beneficio de las cámaras y de su aparato de
propaganda.
La
verdadera forma de gobernar del chavismo estaba muy alejado de la idea de
Rousseau quien consideraba al individuo libre de sumar su voluntad individual
al del colectivo para generar la voluntad popular, el chavismo es un modelo más
cercano al absolutismo oriental bien del Emperador y el sistema de Mandarines
al que Confucio, que con sus Analectas dictó principios de obediencia en la
antigua China, o a los sultanatos y califatos del Medio Oriente que tuvieron en
el Sátrapa la figura fundamental en las operaciones de poder.
Esto
es así, porque toda la filosofía política del marxismo necesariamente desemboca
en la tiranía del hombre fuerte del régimen, del líder indiscutible quien
gobierna al lado de la Gran Asamblea Nacional quienes son los representantes
directos del pueblo y conjuntamente manejan la soberanía nacional, esa es la
estructura de poder en todo régimen comunista.
El
gran problema del chavismo en Venezuela es que nace dentro de una concepción de
un estado liberal democrático de gobierno, constitucional, lo que significa que
todos los actos del gobierno deben estar circunscritos a la letra de la ley,
que lleva implícito la necesidad de una mayoría parlamentaria como expresión de
la soberanía popular, pero es justamente esa idea de ese parlamento que viene
desde los tiempos de Rómulo, la gran piedra de tranca del chavismo.
Mientras
ellos tuvieron mayoría parlamentaria el presidente hizo y deshizo, ambas voluntades,
la del poder ejecutivo y la del poder legislativo eran unánimes, coincidían en
todo, lo que el líder le pedía al parlamento el parlamento lo aprobaba, le dio
las leyes que necesitaba, incluso poderes extraordinarios, borrachos de poder
quisieron cambiar la constitución por métodos irregulares (presentaron un
referéndum donde se modificaban 69 artículos de la Constitución, el cual fue
rechazado por el pueblo en el 2007), de hecho, hay algunas leyes, como la Ley Orgánica de las Fuerza Armada Nacional
Bolivariana que contra viento y marea fue aprobada en ese parlamento de
mayoría chavista en el 2008, una ley inconstitucional que modifica
sustancialmente dos artículos de la Constitución Nacional (art. 228 y 229) y
que al día de hoy, a pesar de que la hacen pasar por vigente, es nula e
inaplicable, carente de toda legalidad.
Pero
la actuación más bochornosa y en contra de todo criterio democrático y de
respeto al estado de derecho, fue la actuación del Diputado Diosdado Cabello
como presidente de la Asamblea Nacional, en la última sesión de la Asamblea
Nacional que terminaba su período en diciembre del 2015, tras una derrota
electoral sin precedentes donde el partido de gobierno, el PSUV, pierde de
manera abrumadora el control del parlamento.
En
esa cuestionada actuación, la bancada oficialista nombra a la carrera, sin
respetar los términos de ley, sin hacer caso a los procedimientos, violando las
formas, irrespetando los requisitos exigidos por ley, a los que son hoy los
nuevos magistrados que conforman el Tribunal Supremo de Justicia.
En
esa actuación quedaba más que claro, que el gobierno chavista ni siquiera
honraba la supuesta concepción rousseauniana del parlamento, era simplemente un
instrumento más del poder en manos de un claque que hacía su voluntad a
espaldas del pueblo, porque esos parlamentarios que se confabularon para
nombrar a esos magistrados, no estaban representando a ningún pueblo, ni
estaban pensando en el interés general.
La
razón más directa, la más importante de las consecuencias del ejercicio del
poder político es sin duda alguna gobernar, si se utiliza el poder político
para otra cosa, para usufructuarlo y enriquecer a los políticos y su entorno,
para favorecer otros intereses aparte de los nacionales, para proteger o
extender los dominios de unas mafias o carteles de drogas, para obtener fines
de organizaciones internacionales en otros países, indudablemente no se está
gobernando.
Pero,
¿Qué es gobernar? Para unos es ejecutar las decisiones del pueblo, en forma de
programas y planes que se presentaron en las campañas electorales y que la
gente votó para que se tradujeran en realidades, los chavistas vendieron varios
Planes de la Patria y ninguno se ha cumplido, todo lo contrario, sus metas de
hacer al país próspero, independiente, autosustentable, feliz, como tanto le
gusta esa etérea condición, no se ha alcanzado, y por la situación actual, no
se alcanzará en el futuro próximo, todo lo contrario, la gestión de gobierno
del chavismo, lo que hizo fue arruinar al país, hacerlo más pobre y
dependiente, más inseguro.
Lo
más inaceptable de esta situación es que el gobierno ha hecho más difícil para
los ciudadanos poder medir las ejecutorias del gobierno, principalmente porque
el gobierno no informa, no consulta, no hay manera de que presente balance y se
haga responsable de las consecuencias de sus actos administrativos; cualquier
ciudadano afectado por alguna medida que tome o no el gobierno, no encuentra
quien pueda responder por esos resultados, no hay interlocutor, menos aún
reparación del daño o del derecho violado, lo que probablemente resulte de un
reclamo de esta naturaleza sea represión, castigo, persecución.
Gobernar,
o eso que llaman “buen gobierno” son acciones administrativas que inciden en la
esfera pública de las sociedades organizadas para ayudar a que se perfeccionen
no sólo las instituciones del estado que prestan algún servicio, sino también a
la sociedad civil organizada, a la libre empresa, a sus organizaciones de
apoyo, ONG’s, fundaciones, grupos de investigación o educación, gobernar en el
mundo actual está relacionado con más y mejor democracia lo que implica no solo
cuidar las libertades ciudadanas sino mejorarlas, que sean cada vez más amplias
y que estén organizadas hacia una metas de desarrollo, que la economía funcione
lo mejor posible en medio de oportunidades y variedad de mercados, coadyuvando
a las empresas para que generen puestos de trabajos, riqueza, una buena base
impositiva, reglas claras y un ambiente de seguridad y respeto a la ley.
Gobernar
significa dignificar al ser humano, que reine el respeto y la cordialidad entre
los ciudadanos, que se les eduque en los mejores principios y valores, que se
minimicen los problemas sociales, principalmente la pobreza y la ignorancia, en
pocas palabras, gobernar es mantener un ambiente de libertades y justicia,
capaz de promover oportunidades, innovación y cultura.
Una
cosa es gobernar mal, ser inepto en la consecución de las metas consignados en
los programas y planes de gobierno, pero otra cosa es no gobernar, y vuelvo a
mi idea fundamental, gobernar es ocuparse de la sociedad que lo ha elegido para
elevarla de su actual condición a una mejor, pero si se ocupa de otras cosas, si
llena las cárceles de presos políticos, si lo que hace es hacer quebrar a las
empresas, ahuyentar la inversión, favorecer la corrupción, si lo que pretende
es internacionalizar una ideología, financiar la subversión y el narcotráfico,
mantener económicamente a otros países a costa del sufrimiento de la población,
si su tarea es pelear en contra del Imperio, combatir al capitalismo, manejar
el precio mundial del petróleo, sostener intervenciones en asuntos internos de
otras naciones, entonces no está gobernando, hay una ausencia absoluta en el
cargo para el cual el soberano le dio el poder político.
Nicolás
Maduro no ha ejercido el mandato del pueblo en las tareas de gobierno de
Venezuela, es más, ganó esa designación mintiendo y engañado al soberano,
haciéndose pasar por quien no es, y en el ejercicio de su cargo, lo que ha
hecho es desgraciar el buen nombre del país y del gentilicio de los venezolanos,
sus acciones van en contracorriente al espíritu democrático e incluso,
suspendiendo indefinidamente los actos electorales en el país, acallando la voz
del soberano e impidiendo que la voluntad popular se manifieste libremente, ha
roto de manera definitiva el hilo constitucional.
Es
suficiente razón para que los representantes del soberano reunidos en el
Parlamento y de acuerdo a la Constitución vigente, sobre todo por el imperativo
del artículo 350, procedan a enjuiciarlo por abandono del cargo.
Bajo
esta perspectiva, el peor error de la actual Asamblea Nacional es seguir
reconociendo como legítimo a ese TSJ nombrado sin cumplir los extremos legales,
no se puede tomar como un hecho jurídico y político tal actuación, sin burlarse
de toda la institución parlamentaria en la historia de la humanidad, no puede
la oposición basar sus actuaciones políticas y legislativas en sentencias que
provienen de un órgano viciado de origen, manipulado y comprometido con el
crimen, sin insultar la inteligencia de los venezolanos.
El
TSJ es simplemente una herramienta oprobiosa de dominio judicial sobre la
sociedad venezolana, manejada políticamente por el Ejecutivo Nacional que a su vez,
es manipulado por intereses extranjeros que operan desde La Habana, Cuba, para
la destrucción de la democracia y la ruina del país, es por ello que celebro
que la Asamblea Nacional haya retomada su iniciativa de seguirle el juicio
político al indocumentado Nicolás Maduro, y que en esta oportunidad, haya lugar
a una decisión que dignifique a la patria.
- saulgodoy@gmail.com
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