martes, 13 de diciembre de 2016

Entender el nuevo arte


Cuando una persona se detiene ante una obra de arte, sea esta de cualquiera de las expresiones y materiales que se utilizan en el mundo actual, de cualquier estilo, con el tema que se les ocurra, incluyendo el carecer de tema; cuando el observador trata de abarcarla en su belleza o significado, en su mensaje o forma, las primeras herramientas de las que se vale al percibirla son las que sabiamente señaló George Steiner en su inestimable y pequeña obra En el castillo de Barba Azul. Dijo Steiner: “Lo que nos rige son las imágenes del pasado, las cuales a menudo están en alto grado estructuradas y son muy selectivas, como los mitos. Esas imágenes y construcciones simbólicas del pasado están impresas en nuestra sensibilidad, casi de la misma manera que la información genética. Cada nueva era histórica se refleja en el cuadro y en la mitología… Cuando éstos no están naturalmente presentes, cuando una comunidad es nueva o se ha reagrupado después de un prolongado intervalo de dispersión o sometimiento, un decreto intelectual y emocional crea un tiempo pasado necesario a la gramática del ser.”
Lo primero que buscamos, aún sin saberlo, es a qué se nos parece eso que vemos; qué, en nuestro archivo mental, es semejante y, una vez ubicado, no importa cuán lejano el parecido, le asignamos unos valores… de allí partimos.
Y eso sucede en todas las artes: plástica, música, teatro, literatura, cine, fotografía, danza… siempre hay algo en lo cual referenciamos aquello que estamos percibiendo y que ya está en nuestra experiencia; de no ser así, no hay manera de que pase ese umbral del reconocimiento, y muy probablemente, o sea ignorado o, simplemente, ni siquiera sea percibido.
Es como si tuviéramos un radar, lo que no aparece en el radar no existe.
Y la realidad es que una buena parte del arte contemporáneo no existe para muchísimas personas; las obras que se presentan se alejan cada vez más de esa red referencial del común de las personas y apenas obtenemos algún lejano eco, si acaso.
Las personas que son instruidas, viajadas e informadas, aquellos que están insertos en el proceso de la globalización, componen el público crítico que encuentra un significado o, al menos, un gusto por ese arte contemporáneo, para el que hay que tener cierta comprensión, tanto de lo que quiere decir como de donde se origina; entonces adquiere valor, valor en el conocimiento, en el placer estético y, por supuesto, valor económico. El arte contemporáneo se ha convertido en unas de las parcelas de más alto crecimiento económico en el mundo se utiliza como inversión, como instrumento de canje y como protección a los procesos inflacionarios.
Pero hay otro público que se conecta a otro nivel, mucho más básico y poderoso, con ese nuevo arte, y es la pura energía que se genera por medio de efectos lumínicos, cinéticos, de textura, de volumen o por el simple efecto de “shock” causado por su contenido, que de alguna manera libera sentimientos o desplaza equilibrios en un público que no sabe poner en palabras lo que le conmueve pero que, sencillamente, se conmueve.
Se trata de un universo bastante difuso, donde la moda, la decoración, el espectáculo, el impacto visual, la complejidad de ritmos y variaciones, el futuro y lo futurible se confunden en crítica, burla, exaltación, creación pura de las distintas realidades humanas.
En la 20a bienal de Arte de Sidney, Australia, que culminó hace pocos meses este mismo año, su lema era “El futuro ya está aquí… pero sucede que no está bien distribuido”, y para varias de sus
“Embajadas de pensamiento” u órdenes temáticos, tenían a varios autores de ciencia-ficción, como William Gibson y Stanislaw Lem cuyos textos servían de inspiración a las propuestas.  
Las variantes de tecnologías de punta, de cosmogonías que apenas salen de laboratorios de investigación, de sucesos humanos incomprensibles, como terrorismo, cambio de sexo, transhumanismo, inteligencia artificial, ingeniería genética, migración, se confunden en un flujo y reflujo de imágenes y sonidos que pueden embotar los sentidos.
La multiplicidad mediática, la marea incontrolable de información que cada día nos arropa, el multiculturalismo, la sempiterna violencia, ahora masiva y con incontables víctimas, guerras que no son guerras, hambrunas que no son hambrunas, la escalada poblacional y el hacinamiento de las grandes urbes, la escasez de recursos… hay una serie de elementos claramente postmodernos que nos confrontan con un mosaico cultural de extraordinaria complejidad que es recogido por el arte, transformado y entregado en lenguajes a veces crípticos, o en metáforas de impresionante escala como algunas esculturas públicas.
Hal Foster (2010) resume la categoría de “Arte Contemporáneo” diciendo que no es algo nuevo.  Lo que es nuevo es el sentido de su variedad; muchas de sus manifestaciones parecen flotar libres de todo determinismo histórico, de definición conceptual y de juicio crítico.
Ya no se trata de elementos psicológicos, de transcendentalismo, o de momentos de deja vù como los que producía el arte del siglo XX; ahora los montajes en galerías y museos son parte de un entramado de atmósferas, de puestas en escena dignos de un plató de Hollywood, con efectos especiales, música incidental y espacios diseñados para provocar emociones.
El Arte Contemporáneo es un estado de flujo continuo, donde las viejas jerarquías y categorías se resquebrajan ante una avalancha de cambios e impresiones culturales que aparecen sin parar, fertilizándose entre ellas y produciendo nuevas formas de producción, contenidos que obligan a revisiones y escrutinios de partes de la sociedad que antes no tenían participación.
Tenemos el arte de las calles, el arte de espacios públicos y ecológicos, espectáculos inmensos como conciertos, fiestas rave, happenings que convocan una masa de gente que es al mismo tiempo  público y parte del espectáculo; ahora las cámaras en los drones nos ubican en pantallas gigantes entre los intérpretes, nos hacen parte de esos millones de pixels que se transmiten vía internet y se hacen realidad virtual al otro lado del mundo, en tiempo real, donde somos exhibidos como parte de un montaje.
Otros salones nos invitan a la serenidad y al relajamiento, en obras que parecen laberintos monocromáticos de luz y sombra, paseándonos por jardines industriales, revelándonos composiciones fotográficas de seres unicelulares en medio del sopor de un cuarteto de música minimalista, entre lánguidas y espigadas camareras que ofrecen degustaciones de mini porciones de comida molecular.
Sabemos que el arte ha cambiado cuando nos encontramos formando parte de una multitud desnuda para la cámara de un artista asiático en un parque de una gran ciudad, u observando cómo se sostienen del alto techo vehículos automotores guindando de cables, entre luces estroboscópicas, simulando el estallido de una poderosa bomba en un atentado.
Las instalaciones no tienen ahora límites, se valen de inmensos edificios abandonados para hacernos pasar de sala en sala, confrontando un arte que asemeja escombros ¿o son escombros ready-made, semejando arte?
Quien tenía por referencia las salas de los clásicos museos del ahora lejano siglo XX no tienen manera de medir los impactos del nuevo arte; confrontamos obras de gran formato que sólo pudieron entrar a la sala de exhibición por un techo desmontable y con ayuda de grúas, o enormes esculturas de animales en medio de avenidas transitadas, o monumentales niños saliendo del agua entre canales.
Los museos, curadores, galeristas están obligados a ser creativos para manejar, exhibir, preservar, registrar, mucho de este nuevo arte, que consume decenas de terabytes en sus presentaciones, que obliga a una logística casi militar para hacer los montajes, que empuja al público a pensar sobre lo que están viendo… muchas de estas obras ya no son estáticas e inamovibles, ahora se trata de procesos, actos relacionales que incluyen al observador, flujos de acontecimientos múltiples que llegan simultáneamente de diversas partes del mundo.
¿Y cómo se valora este arte? ¿Cómo consiguen el financiamiento? Hay alguien que les asigna valor y precio a estas obras, razón por la cual pueden ser presentadas, no una sino varias veces; algunas se hacen objeto de inversión, pues su valor se incrementa en el tiempo, otras tienen listas de patrocinantes que se exhiben sin pudor y son parte de la imagen.
En tiempos de complejidad máxima se hacen necesarios los críticos, para que expliquen o interpreten lo que estamos experimentando, porque en estas obras hay política, hay ideología, hay tendencias culturales que nacen y mueren como si fueran neutrinos, y la necesidad de registrar su breve paso, para enriquecernos como humanos, es vital para nuestro acervo, ¿O son tan solo ilusiones mediáticas de un bombardeo informacional que ya es imposible de cuantificar y menos aún explicar?   -    saulgodoy@gmail.com








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