Éste artículo lo publiqué hace 10 años, en marzo del 2007 y
no lo había vuelto a tocar hasta que revisando mis archivos, me topé con él y
para mi sorpresa, nada de lo dicho había variado, todo lo contrario,
Maduro había distorsionado de tal manera
ese amor, que se había hecho intragable y hasta denigrante.
La fórmula del amor chavista trata de sobrevivir forzosamente
en los actos y propaganda del PSUV, pero contrastado con el número de muertos
asesinados por las bandas criminales del gobierno, por el de enfermos
fallecidos por falta de medicinas, por los millares de niños, que ya son
legiones de angelitos, que han muerto por malnutrición en manos de estos
desalmados; debido a la burla inmensa e inhumana que representan las bolsas de
comida del programa de los CLAP, en frente de estas decenas de miles de
venezolanos que cada día tienen que revisar la basura para conseguir su
sustento diario, es imposible seguir sosteniendo la tesis del amor chavista.
Este gobierno totalitario se está empleando a fondo, como
resulta en todos los regímenes de fuerza que están a punto de terminar, en
eliminar la oposición no sólo política, sino principalmente, a quienes tenemos
la audacia de llamar las cosas por su nombre y no descansar en denunciar su
decrepitud, me refiero a los comunicadores sociales que cada día ponen en la
línea del riesgo, sus vidas en su lucha por la libertad, y el sagrado deber de
defender la libre expresión del pensamiento.
El gobierno de Maduro está llevando a cabo una guerra de
exterminio en contra de intelectuales, profesores, analistas, críticos,
periodistas, artistas y escritores para tratar de intimidarlos, utilizando
todas las armas del poder, vigilancia, violencia gratuita, amenazas, juicios
militares y probablemente, secuestros y asesinatos selectivos, se trata de
consabida técnica de intimidación a la cubana, que coinciden con los abiertos
llamados a la violencia pública en contra de los enemigos del régimen que está
haciendo Diosdado Cabello en su nefasto programa de televisión, y con las
amenazas del Ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, en contra de
supuestos enemigos de Venezuela, que resulta que somos todos los demócratas de
convicción.
El asalto y saqueo del Palacio de Las Academias perpetrado
con toda impunidad hace unas semanas, y donde trataron de destruir la memoria
histórica de esa institución sustrayendo todas sus computadoras y equipos para
la investigación, resulta, al igual que la calamitosa situación económica y de
seguridad a la que tienen sometida a las universidades del país, un evidente
ataque en contra todo lo que signifique inteligencia y educación.
Ya hay intelectuales y periodistas denunciando intentos de
secuestro, asalto a residencias y robo de familiares cercanos por parte de
estos colectivos armados y “pranes”, para hacer llegar el mensaje, desde el
gobierno, de que deben silenciar sus voces críticas en contra de la autoridad
fascista y comunista de Maduro, no se trata de una situación general de
inseguridad, aquí hay claramente un patrón de amenaza y acción en contra de las
voces disidentes de la oposición libre y democrática en Venezuela, los
organismos internacionales deben estar muy atentos a esta escalada de violencia
selectiva, decretada por el ilegítimo presidente chavista, Nicolás Maduro
Moros, a quien acuso públicamente, de propiciar estos desmanes.
Dedico este artículo al valiente analista político Antonio
Sánchez García y a su esposa, la artista venezolana Soledad Bravo, por la
agresión de que fueron víctimas recientemente por parte de las bandas armadas
del gobierno, que cobardemente violaron su hogar, y al profesor Santiago
Guevara, de la Universidad de Carabobo, detenido injustamente y sometido a un
juicio militar por unos idiotas morales, al servicio del crimen organizado; he
aquí el artículo en cuestión.
Se trata de un amor extraño, colectivo, impersonal, social…
varios filósofos han puesto su mira en este fenómeno del amor a las masas,
propio de los tiempos de las tecnologías de comunicación que hacen posible esa
creación mediática y artificial que refuerza la idea de que existe ese gran
colectivo que los populistas llaman “Pueblo”.
Si bien el amor cristiano prescribe el amor por el hombre,
por todos los hombres, éste sólo se
valida en el contacto, en el “hecho de la convivencia” que es el momento en que
se logra personalizar ese amor, sólo la interacción lo hace real, ya que se
trata de un intercambio de reconocimientos que hace posible la comunicación y
por ende, el acto de amor.
Describir este amor colectivo es difícil, y para algunos no
pasa de ser un juego verbal que en el fondo degrada al hombre, lo deshumaniza
al punto, de hacerlo inaprensible.
Cuando un político dice amar a su pueblo (a un colectivo) se
trata más de un recurso retórico con el que desfigura a los individuos, cancela
sus atributos como personas, las diferencias que los identifican, para en su
lugar imponer una idea totalizadora y uniforme de ciertos rasgos, que complacen
a una ideología o estrategia, que nada tienen que ver con el amor a la persona.
El escritor norteamericano Irving Singer en su libro La búsqueda del amor (The Johns Hopkins
University Press, 1994) escribe sobre un amor social, en el que ubica el amor
por la nación, que sería una extensión del amor por la familia, y el amor por
la humanidad, del que duda si es, en realidad, amor.
Dice Singer, que éste amor por la humanidad es un amor raro
y escaso, precisamente, porque carece de sentido. La iglesia lo predica como uno
de los mandamientos “Ama a tu prójimo”, un amor indiscriminado sobre el que
alertaron grandes pensadores como San Agustín hasta Freud, por su falta de foco,
y por ser la excusa perfecta para los que no pueden, ni quieren practicar el
amor personalizado, es decir, aquellas personas incapaces de brindar amor real.
David Hume. precisaba que ese sentimiento por los extraños,
más que amor, era simpatía y la base del sentimiento humanitario, que es ya más
un acto racional, que sentimental. Igualmente Weber y Fisher, ambos sociólogos,
hablaban que se trataba de filantropía, pero siempre sobre una base del
reconocimiento del otro como sentimiento fraternal, ese ideal humanista tan
popular durante el romanticismo y que, más que un sentimiento, era un ideal
ético.
Hugo Chávez, “el humanista”, condenaba al amor a sí mismo como
egoísta, nada que tenga que ver con el individualismo era de su agrado, ya que
distraía su verdadero objetivo político, que eran los votos, conseguir la
victoria electoral en su permanente campaña, que era su seguro para seguir en
el poder, por lo que se entiende su “delirio” de amor por la gran masa de
desposeídos.
El punto que quiero resaltar, es que el amor humano es
enemigo del proceso revolucionario, pero el amor mediático, esa expresión de
gratitud de los grandes artistas para con su público, de los que sólo creen en los
grandes números, de los que llenan estadios completos y le dicen a la masa
informe que la aman, es el amor de los políticos, el amor del líder por sus
seguidores, que sólo es posible vía micrófonos, cámaras de televisión, grandes
pantallas, avenidas llenas de altavoces, gigantografías de la estrella
abrazando niños y viejitas, de grandes concentraciones de muchedumbres donde se
hace catarsis colectivas con el ideal del padre-Dios, dador de tantos favores y
centro de la ilusión del cariño de la masa por el líder necesario.
Hitler fue el gran pionero de estos actos masivos de amor
colectivo hacia el Pueblo, con su verbo encendido los llevaba hasta el
paroxismo sexual y desataba en ellos sentimientos incontrolables de histeria;
Willheim Reich fue el primero de los psiquiatras de masas que estudió el
fenómeno de esa relación cuasi-sexual que se establecía entre el líder del
nacionalsocialismo y sus seguidores.
Pero como todo acto circense, el tiempo se encarga de erosionar
la magia del espectáculo. La realidad se impone y cuando los hombres y mujeres,
que han sido llevados de un lado al otro en autobuses, a pasar molestias y
trabajo para llenar huecos en la audiencia, para marchar en las avenidas y
llenar las plazas, cuando ya el discurso es repetitivo y cansón, cuando las
promesas no se cumplen, cuando el ideal no se concreta y, de regreso a casa,
tienen que enfrentar la misma miseria, hambre y desaliento, entonces el pueblo
empieza a dudar de su relación con el líder, empiezan a cuestionarse ese amor
que no es amor.
En ese momento se caen las caretas y se dan cuenta las
víctimas, de que en realidad todo había sido un engaño, que simplemente fueron
usados para satisfacer una perversión, personalísima, de un hombre enfermo, que
no tenía ninguna capacidad de amor verdadero, pero que hacía gala justamente de
lo que carecía, de lo que jamás pudo dar a nadie, ni siquiera a su familia, a
quienes llenó de oro y privilegios, pero nunca de verdadero amor. -
saulgodoy@gmail.com
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