lunes, 13 de marzo de 2017

La violencia revolucionaria


Las revoluciones no tienen ninguna consideración ni por las cosas ni por la vida, en el momento que ocurren se desata una violencia sin reglas, sin normas, lo que quiere decir que el derecho deja de existir, que la sacralidad por la vida no tiene ninguna importancia, las cosas y los cuerpos se convierten en herramientas que se usan- tal y como lo refirió Benjamin- el orden instituido se destruye y cuando no hay un nuevo orden que sustituya al anterior, la revolución se hace permanente y se entra en una dinámica de fuerza sin dirección, que según Giorgo Agamben- es potencia que nunca se desarrolla en acto y que hacen imposible la vida.
 Esa es la esencia del chavismo, fuerza sin dirección que muchas veces termina canibalizándose destruyendo toda posibilidad de orden, eliminando de manera suicida todo aquello que sustenta a una sociedad, ambiente, alimentos, economía, recursos, población, cultura…
Cuando se llega a estos estadios de violencia política lo que impera es una biopolítica, una “gerencia” de quien vive y quien muere, quien come y quien recibe atención médica, todo el aparato del estado se vuelca al manejo de los recursos vitales que sustentan la vida, no de personas, porque las revoluciones jamás tienen en consideración al ser humano, sino a entes animales que pueden ser llevados a la muerte por una orden, sin proceso, sin apelación, sin derecho a la defensa, es la violencia en su más cruda manifestación, la de unos hombres armados, vestidos de negros, con unas caretas en forma de calaveras que están “autorizados” a terminar con la vida de la población sin consecuencias, ni castigo, es un trabajo, como el del carnicero que hiende el punzón en el cuello del animal y secciona los centros nerviosos del cuerpo.
Es la gran maquinaria del holocausto, es el estado convertido en asesino de su propia población para conservar lo que ellos presumen es, institucionalidad, que no es otra cosa que inyectarle miedo al cuerpo social, que es lo que necesitan para conservar el poder y prevalecer, hasta que ya no quede nada ni nadie sobre qué prevalecer.
La violencia revolucionaria, que es lo único que sabe hacer el chavismo y su líder Nicolás Maduro Moros, desde el mismo momento de su juramentación como supuesto presidente de Venezuela dejó de ser gobierno y se convirtió en administrador de su propio estado de excepción, un espacio y un tiempo sin leyes, sin derecho, sin democracia, el que todavía algunos políticos continúen defendiendo la tesis de que todavía se guardan ciertas apariencias, que el hecho de que este servidor prosiga sacando sus escritos y continúe con vida, es prueba de que todavía contamos con un mínimo de estado de derecho y algunas libertades básicas en juego, no solo constituye una equivocada lectura de la realidad sino un daño terrible que se le hace al país.
Chávez no se cansaba de repetirlo, estábamos en una revolución permanente, y tampoco le temblaba el pulso en pedir le fueran otorgados poderes extraordinarios, fuera de la constitución, para poder crear y gobernar bajo estados de excepción.
El jurista Carl Schmitt con uno de sus clientes
Tal como lo sentenció el jurista alemán Carl Schmith, en su obra Teología Política (1922), el soberano es quien decide el estado de excepción, y el soberano en este momento en Venezuela es el que tiene las armas e impone su voluntad, el que negocia con la miseria humana y hace del hambre y las enfermedades de la gente un negocio, el que decide qué partido político es legal y que elecciones corresponden al momento, el estado de excepción tiene la particularidad, según lo escribió Agamben en su obra Homo Sacer (2003): “Tanto más urgente resulta así la cuestión de los confines: si las medidas excepcionales son el fruto de los períodos de crisis política y, en tanto tales, están comprendidas en el terreno político y no en el terreno jurídico-constitucional (De Martino, 1973, p. 320), ellas se encuentran en la paradójica situación de ser medidas jurídicas que no pueden ser comprendidas en el plano del derecho, y el estado de excepción se presenta como la forma legal de aquello que no puede tener forma legal.”
Se trata de una primitiva forma de derecho que no tiene como fundamental la vida sino relaciones de explotación y servidumbre, el estado chavista está conformado para, como en una granja de animales (y me viene la idea de la fábula de Orwell), tenerla organizada para que cada animal le dé al gobierno el máximo de retorno con un mínimo de inversión, que trabajen y produzcan para finalmente expoliarlos, quitarles su unidad productiva y condenarlos a la muerte económica, que significa, que dependan al final del camino, de alguno de los programas sociales del gobierno, que mantendrá según la disponibilidad de recursos.
Igual que en un campo de concentración, la mayor parte de los políticos opositores juegan el papel de los colaboracionistas que se prestan hacer de carceleros, de mantener a la masa tranquila y plácida para que siga operando sin sobresaltos el estado de excepción, de acusar con el gobierno a aquellos que son peligrosos para el régimen y de los que no se conforman con cultivar una esperanza vana que en algún momento, la situación terminará y todo volverá a la normalidad.
Esto la hacen alimentando la peligrosa sensación de que el chavismo es gobierno, que su origen es legítimo, de que respetan la constitución, de que hay unas reglas mínimas, que si jugamos con ellas, dentro del marco de los partidos políticos y la posibilidad de que nos permitan elegir, pudiera sobrevenir una victoria electoral que le cambie el rostro a nuestra realidad.
Esa mensaje, que cada vez se hace más evidente, es una mentira sostenida por argumentos leguleyos y pragmáticos, ha llevado a la política nacional a convertirse en una caricatura, en una marioneta que baila al son de la música que le toquen los revolucionarios, es absolutamente un gesto vacío y sin sentido tratar de contar con representación política que a todas luces cree que lo mejor es lo que nos sucede, que todavía no estamos preparados para enfrentar nuestro destino, que solo cohabitando con los corruptos, mafiosos y narcotraficantes del régimen, es posible la paz y la concordia.
Y mientras las fuerzas ciegas y destructivas de esta revolución continuada siguen envileciendo nuestra institucionalidad con un presidente del Tribunal Supremo de Justicia con antecedentes por homicidio, mientras se descubren cementerios clandestinos en nuestras principales cárceles y tenemos a una mujer como ministro de asuntos penitenciarios que utiliza a los reos de la justicia revolucionaria como mano de obra para imponer su hegemonía del terror, mientras vemos a las FFAA manejando el sucio negocio de la comida para su propio beneficio y a una canciller diciendo mentiras en cada foro que asiste a defender el estado de excepción que existe en Venezuela, el cáncer del totalitarismo crece en Latinoamérica esperando por más pruebas y expedientes.
El filósofo Giorgio Agamben
Venezuela se ha convertido en una llaga dentro del sistema de naciones americanas, imponiendo el silencio a la fuerza para que nadie conozca el horror, en el sentido que el novelista inglés de origen polaco Joseph Conrad le dio a la palabra en su obra El corazón de las tinieblas (1902), cree Maduro que logrará detener, o cuando menos retardar, lo que ya es inevitable; lo que no pudimos hacer los venezolanos, la comunidad de naciones civilizadas lo hará, y aquí traigo de nuevo a colación a Agamben quien advirtió con mucha claridad: “El totalitarismo moderno puede ser definido, en este sentido, como la instauración, a través del estado de excepción, de una guerra civil legal, que permite la eliminación física no sólo de los adversarios políticos sino de categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no integrables en el sistema político. Desde entonces, la creación voluntaria de un estado de emergencia permanente (aunque eventualmente no declarado en sentido técnico) devino una de las prácticas esenciales de los Estados contemporáneos, aun de aquellos así llamados democráticos.”
El que tenga ojos que vea, el que tenga oídos que escuche.    -    saulgodoy@gmail.com




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