Las
revoluciones no tienen ninguna consideración ni por las cosas ni por la vida,
en el momento que ocurren se desata una violencia sin reglas, sin normas, lo
que quiere decir que el derecho deja de existir, que la sacralidad por la vida
no tiene ninguna importancia, las cosas y los cuerpos se convierten en
herramientas que se usan- tal y como lo refirió Benjamin- el orden instituido
se destruye y cuando no hay un nuevo orden que sustituya al anterior, la
revolución se hace permanente y se entra en una dinámica de fuerza sin
dirección, que según Giorgo Agamben- es potencia que nunca se desarrolla en
acto y que hacen imposible la vida.
Esa
es la esencia del chavismo, fuerza sin dirección que muchas veces termina
canibalizándose destruyendo toda posibilidad de orden, eliminando de manera
suicida todo aquello que sustenta a una sociedad, ambiente, alimentos, economía,
recursos, población, cultura…
Cuando
se llega a estos estadios de violencia política lo que impera es una
biopolítica, una “gerencia” de quien vive y quien muere, quien come y quien
recibe atención médica, todo el aparato del estado se vuelca al manejo de los
recursos vitales que sustentan la vida, no de personas, porque las revoluciones
jamás tienen en consideración al ser humano, sino a entes animales que pueden
ser llevados a la muerte por una orden, sin proceso, sin apelación, sin derecho
a la defensa, es la violencia en su más cruda manifestación, la de unos hombres
armados, vestidos de negros, con unas caretas en forma de calaveras que están
“autorizados” a terminar con la vida de la población sin consecuencias, ni
castigo, es un trabajo, como el del carnicero que hiende el punzón en el cuello
del animal y secciona los centros nerviosos del cuerpo.
Es la
gran maquinaria del holocausto, es el estado convertido en asesino de su propia
población para conservar lo que ellos presumen es, institucionalidad, que no es
otra cosa que inyectarle miedo al cuerpo social, que es lo que necesitan para
conservar el poder y prevalecer, hasta que ya no quede nada ni nadie sobre qué
prevalecer.
La
violencia revolucionaria, que es lo único que sabe hacer el chavismo y su líder
Nicolás Maduro Moros, desde el mismo momento de su juramentación como supuesto
presidente de Venezuela dejó de ser gobierno y se convirtió en administrador de
su propio estado de excepción, un espacio y un tiempo sin leyes, sin derecho,
sin democracia, el que todavía algunos políticos continúen defendiendo la tesis
de que todavía se guardan ciertas apariencias, que el hecho de que este
servidor prosiga sacando sus escritos y continúe con vida, es prueba de que
todavía contamos con un mínimo de estado de derecho y algunas libertades
básicas en juego, no solo constituye una equivocada lectura de la realidad sino
un daño terrible que se le hace al país.
Chávez
no se cansaba de repetirlo, estábamos en una revolución permanente, y tampoco
le temblaba el pulso en pedir le fueran otorgados poderes extraordinarios,
fuera de la constitución, para poder crear y gobernar bajo estados de
excepción.
El jurista Carl Schmitt con uno de sus clientes |
Tal
como lo sentenció el jurista alemán Carl Schmith, en su obra Teología Política (1922), el soberano es quien decide el estado de
excepción, y el soberano en este momento en Venezuela es el que tiene las armas
e impone su voluntad, el que negocia con la miseria humana y hace del hambre y
las enfermedades de la gente un negocio, el que decide qué partido político es
legal y que elecciones corresponden al momento, el estado de excepción tiene la
particularidad, según lo escribió Agamben en su obra Homo Sacer (2003): “Tanto más
urgente resulta así la cuestión de los confines: si las medidas
excepcionales son el fruto de los períodos de crisis política y, en tanto
tales, están comprendidas en el terreno político y no en el terreno
jurídico-constitucional (De Martino, 1973, p. 320), ellas se encuentran en la
paradójica situación de ser medidas jurídicas que no pueden ser comprendidas en
el plano del derecho, y el estado de excepción se presenta como la
forma legal de aquello que no puede tener forma legal.”
Se
trata de una primitiva forma de derecho que no tiene como fundamental la vida
sino relaciones de explotación y servidumbre, el estado chavista está
conformado para, como en una granja de animales (y me viene la idea de la
fábula de Orwell), tenerla organizada para que cada animal le dé al gobierno el
máximo de retorno con un mínimo de inversión, que trabajen y produzcan para
finalmente expoliarlos, quitarles su unidad productiva y condenarlos a la
muerte económica, que significa, que dependan al final del camino, de alguno de
los programas sociales del gobierno, que mantendrá según la disponibilidad de
recursos.
Igual
que en un campo de concentración, la mayor parte de los políticos opositores
juegan el papel de los colaboracionistas que se prestan hacer de carceleros, de
mantener a la masa tranquila y plácida para que siga operando sin sobresaltos
el estado de excepción, de acusar con el gobierno a aquellos que son peligrosos
para el régimen y de los que no se conforman con cultivar una esperanza vana
que en algún momento, la situación terminará y todo volverá a la normalidad.
Esto
la hacen alimentando la peligrosa sensación de que el chavismo es gobierno, que
su origen es legítimo, de que respetan la constitución, de que hay unas reglas
mínimas, que si jugamos con ellas, dentro del marco de los partidos políticos y
la posibilidad de que nos permitan elegir, pudiera sobrevenir una victoria
electoral que le cambie el rostro a nuestra realidad.
Esa
mensaje, que cada vez se hace más evidente, es una mentira sostenida por
argumentos leguleyos y pragmáticos, ha llevado a la política nacional a
convertirse en una caricatura, en una marioneta que baila al son de la música
que le toquen los revolucionarios, es absolutamente un gesto vacío y sin
sentido tratar de contar con representación política que a todas luces cree que
lo mejor es lo que nos sucede, que todavía no estamos preparados para enfrentar
nuestro destino, que solo cohabitando con los corruptos, mafiosos y narcotraficantes
del régimen, es posible la paz y la concordia.
Y
mientras las fuerzas ciegas y destructivas de esta revolución continuada siguen
envileciendo nuestra institucionalidad con un presidente del Tribunal Supremo
de Justicia con antecedentes por homicidio, mientras se descubren cementerios
clandestinos en nuestras principales cárceles y tenemos a una mujer como
ministro de asuntos penitenciarios que utiliza a los reos de la justicia
revolucionaria como mano de obra para imponer su hegemonía del terror, mientras
vemos a las FFAA manejando el sucio negocio de la comida para su propio
beneficio y a una canciller diciendo mentiras en cada foro que asiste a
defender el estado de excepción que existe en Venezuela, el cáncer del
totalitarismo crece en Latinoamérica esperando por más pruebas y expedientes.
El filósofo Giorgio Agamben |
Venezuela
se ha convertido en una llaga dentro del sistema de naciones americanas,
imponiendo el silencio a la fuerza para que nadie conozca el horror, en el
sentido que el novelista inglés de origen polaco Joseph Conrad le dio a la
palabra en su obra El corazón de las
tinieblas (1902), cree Maduro que logrará detener, o cuando menos retardar,
lo que ya es inevitable; lo que no pudimos hacer los venezolanos, la comunidad
de naciones civilizadas lo hará, y aquí traigo de nuevo a colación a Agamben
quien advirtió con mucha claridad: “El
totalitarismo moderno puede ser definido, en este sentido, como la
instauración, a través del estado de excepción, de una guerra civil legal, que
permite la eliminación física no sólo de los adversarios políticos sino de
categorías enteras de ciudadanos que por cualquier razón resultan no
integrables en el sistema político. Desde entonces, la creación voluntaria de
un estado de emergencia permanente (aunque eventualmente no declarado en
sentido técnico) devino una de las prácticas esenciales de los Estados
contemporáneos, aun de aquellos así llamados democráticos.”
El
que tenga ojos que vea, el que tenga oídos que escuche. -
saulgodoy@gmail.com
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