Para quienes todavía no se han percatado de la ideología y valores que se manejan en el partido Republicano de los EEUU, del pensamiento político que impulsa al presidente Donald Trump y de las perspectivas que se le abren al nuevo gobierno de esa gran nación, hay un filósofo y politólogo norteamericano de nombre Leo Strauss (1899-1973), que se ha convertido en el gran gurú de la derecha norteamericana.
Ya he
escrito sobre Strauss anteriormente en este blog, de su estudio sobre
Maimónides, y lo he mencionado por diversas razones, siendo la principal, sus
estudios sobre los clásicos políticos del pasado, entre ellos: Platón, Spinoza,
Maquiavelo, Hobbes, de los modernos Nietsczhe, Schmitt y Heidegger, para
nombrar solo algunos de los autores que estudió a profundidad e interpretó de
una manera novedosa, él la llamaba exoterismo (o una lectura esotérica), que no
era otra cosa que una hermenéutica especial que usaba al momento de interpretar
textos de filosofía pre-modernos, se trata de una especie de código con el que
los autores ocultaban sus enseñanzas a los no-iniciados.
Maimónides
fue uno de los autores, que interpretando textos revelados inventaba exégesis,
que tenían una lectura interna y otra externa, y por medio de parábolas sobre
un mismo texto, daba las explicaciones literales y filosóficas.
Strauss
cuando hacía sus exhaustivas lecturas, pretendía conocer tanto lo que decía el
autor como lo que callaba, en su trabajo Como
Estudiar el Tratado Político-Teológico de Spinoza (1947), dice lo
siguiente:
Entender las palabras de otro hombre,
vivo o muerto, puede significar dos cosas diferentes que por el momento
llamaremos interpretación y explicación.
Por interpretación entendemos el tratar de asegurarnos que fue lo que
dijo y como él entendía lo que dijo, sin importar si ese entendimiento lo
expresó explícitamente o no. Por
explicación entendemos el aproximarnos a las implicaciones de lo que dijo y no
estaba consciente. (…) es igualmente obvio que, dentro de la interpretación, el
entender el significado explícito de lo planteado precede al entendimiento de
lo que el autor sabía pero no dijo explícitamente: uno no puede caer en cuenta,
o de ninguna manera probar, que una aseveración es falsa antes de que uno pueda
entender la proposición misma.
Pues Leo Strauss no sólo era polémico por su
aproximación a estos autores y sus obras, sino que también fue y es duramente
criticado por sus ideas democráticas, que algunos autores, consideran elitistas
y muy poco participativas y que conllevan a la creación de una oligarquía
ilustrada; Strauss creía que occidente, en especial los EEUU estaban en franca
decadencia, fue justamente esta crítica la que creó mal disposición de sectores
académicos hacia la visión estraussiana que llevó a muchos intelectuales a
asociar su filosofía, con el más recalcitrante imperialismo norteamericano.
La influencia de las ideas de Strauss tienen ya
tiempo rondando el campo Republicano, pero ha sido con la victoria de Donald
Trump que una serie de intelectuales de la derecha norteamericana se han
descubierto como seguidores del que fuera uno de los más destacados profesores
de la Universidad de Chicago, donde por varias décadas estuvo plantada su
tienda.
Han sido varios los republicanos que han alcanzado
altos lugares en las administraciones de los Bush, y ahora con Trump un grupo
grande de estraussianos que son estudiosos de las ideas del maestro y que no
les gusta lo que los gobiernos demócratas han hecho con el país llevándolo por
la senda del socialismo.
Entre varios aspectos negativos, los demócratas han
desarrollado un estado bienestar de proporciones ciclópeas, para ello, han
tenido que implantar un “estado administrativo” manejado por profesionales universitarios
progresistas, dirigidos por los Obama y los Clinton, este modelo fue inaugurado
por el presidente Woodrow Wilson quien se trajo de Princeton las primeras
camadas de Phd’s (doctores) para que
trabajaran en el gobierno.
Este “cuarto poder” en manos de estos intelectuales
de izquierda, desarrollaron una serie de costosos programas sociales de muy
poca eficiencia, que obligaban a una parte de la población, primordialmente a
los empresarios e industriales a financiar soluciones para las clases de menos
recursos, y que al mismo tiempo,
erosionaban los verdaderos valores democráticos de la población en aras de una
“gerencia científica”, implantaron una industria cultural muy al estilo de la
Escuela de Frankfort, donde prevalecía la ingeniería social y la jerarquización
de expertos avalados por las universidades.
Cuando Donald Trump aparece en el paisaje como
candidato con altas posibilidades de hacer impacto en la mayoría silenciosa, se
dieron cuenta los estraussianos que contaba con tres características que lo
hacían un ganador, la primera era que no se iba a quedar callado y que en el
momento de armar un escándalo no tendría competencia, la segunda, que
despreciaba a los “expertos”, ni era convencional, por lo que no se atendría a
las reglas del juego, pero lo más importante, no se dejaba impresionar por los
profesores y especialistas.
El grupo de Claremont, un grupo de graduados de esa
universidad, seguidores de las ideas de Leo Strauss, concibieron un plan que
llamaron La Toma de la Cabina del Piloto del vuelo 93, en una clara alegoría de
que los EEUU estaba en peligro de perderse, y había que tomar por asalto la
Casa Blanca, y desde el principio estuvieron asesorando y apoyando a ese
empresario, nuevo en la política, e imposible de callar.
Uno de los más notables dirigentes del grupo de
Claremont es el profesor de Ciencias Políticas Charles R. Kesler, experto en los Papeles Federalistas, uno de los más importantes documentos que
inspiraron a los padres fundadores de los EEUU e impidieron la secesión de la
unión, y firme creyente de que los demócratas habían sacado del carril a la
nación, y la llevaban hacia el desastre, uno de los puntos de honor que hace el
grupo de Claremont es que el poder de gobernar deriva de la voluntad de los
electores y no, como creen los demócratas, que deriva de la experticia de los
especialistas, de allí que una de las metas de Trump sea la desconstrucción del
estado administrativo.
El profesor Leo Strauss |
La nueva política
que se está cocinando en la Casa Blanca tiene mucho de estraussiana y es
probable que de allí salgan nuevas maneras de entender el mundo, por ejemplo
para Strauss el gran enemigo no era el comunismo, sino el despotismo oriental,
el tirano totalitario, y la gran debilidad de occidente consistía en la falta
de confianza en sí mismo, producto de las visiones modernistas y
postmodernistas que arrancaban en la filosofía de Nietzsche y pasaban por las
elucubraciones nihilistas de Heidegger; para rescatar el pensamiento político
occidental Strauss proponía la vuelta a los clásicos, al pensamiento
aristotélico, a la interpretación bíblica de una teología natural.
Para el profesor
Sergio Daniel Morresi, en su trabajo Leo
Strauss y La Redención Clásica del Mundo Moderno (2011) explicando los
fines últimos de todo gobierno. dice que Strauss entendía que:
En
los tiempos del milagro griego, la práctica (o praxis) no era
instrumental (algo reservado a la técnica o techné), sino que versaba
sobre la buena vida y en ese sentido era necesaria facilitar su cenit, es
decir, la teoría, la filosofía, la contemplación. Dicho de otro modo, la
práctica era necesariamente política (ética y legislación); una política que
permitiera una vida buena a todos, pero que –sobre todo– posibilitara que los
hombres que tuvieran inclinación, tesón y talento para la reflexión se
dedicaran a la filosofía… El problema es que en la modernidad se perdió de
vista la diferencia entre la mera vida y la vida buena. Al perderse de vista esta distinción, se hizo
posible, primero, reducir la práctica a la teoría y, luego, “invertir la
relación entre teoría y práctica… pero se trata ya de una práctica
desnaturalizada, lejana a la vida buena, limitada a la satisfacción de las
necesidades y de los impulsos de cada individuo”.
-
saulgodoy@gmail.com
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