Judith
Butler, la filósofa norteamericana, experta en el tema de las identidades y la
retórica de la formación de los sujetos, dijo en uno de sus enjundiosos
estudios, que nosotros, los intelectuales, deberíamos dejarnos de esa pésima
costumbre de querer ser siempre transparentes y claros en nuestras exposiciones
hacia nuestro público, que hay temas necesariamente complicados que requieren
de un lenguaje especializado, de un trabajo duro y doloroso con textos que no
son accesibles sino a una comunidad de expertos, pero cuya investigación es
necesaria para adelantar y explorar territorio no cartografiado del pensamiento.
Dice
Butler que este tipo de académico o experto, se convierte fácilmente en cabeza
de turco, en ejemplos de la pérdida de tiempo, recursos y esfuerzos de la
sociedad en materias que en nada contribuyen al avance de la humanidad, lo cual
es un error, porque las más de las veces, en la complejidad que proponen sus
descubrimientos, nacen las teorías unificadoras, los avances, los nuevos
horizontes.
Pues
eso sucede con la desconstrucción estética, un movimiento clásicamente
postmodernista que nació dentro de la especialidad de la teoría crítica
literaria, y que fue aplicada al arte en general, que por su compleja
estructura y funcionamiento, resulta en uno de los temas más peliagudos de las
humanidades.
Dicho
esto, voy a tratar en reincidir en mi pequeña obsesión de ser transparente, por
lo menos hasta un nivel de exposición que bastará para darles una idea de lo
que digo.
Dicen
algunos expertos, que en la crítica literaria se acumulan las herramientas
fundamentales para la comprensión de la realidad para la mente occidental, que
fue esta disciplina la que se embarcó en sistematizar los modelos y aparatos
conceptuales que hicieron posible que la filosofía pudiera avanzar en los
pantanosos terrenos de la metafísica, sobre todo de la ontología.
Con
el desarrollo de la hermenéutica, la filología y la semiótica se pudo entender como
la mente humana captura, procesa y ordena la información que los sentidos
recogen del mundo, y cómo se arma el gran rompecabezas de la realidad.
Esto
se hizo primero con las traducciones, interpretaciones, estudios y síntesis de
las llamadas obras sapienciales, entre las que se ubican los textos religiosos
(revelados) antiguos y los códices y comentarios de derecho y jurisprudencia.
Ya en
la Edad Media florecieron en los monasterios y universidades toda una corriente
de estudio del lenguaje, la gramática, la dialéctica, de la retórica, se
planteó el problema de los universales, de las categorías y conceptos, ya
estaba muy desarrollado el trabajo de la crítica literaria sobre los textos
clásicos, sobre todo la de los exégetas de la obra de Homero y de las tragedias
griegas, se habían expurgado de errores y falsificaciones las grandes obras, se
hicieron los primeros cánones de la literatura.
Había
infinidad de escuelas de traductores que competían entre sí, la lógica era
cultivada con gran esmero, famosas eran las argumentaciones de Juan Duns Escoto
y Ockham, aparecieron las escuelas nominalistas y realistas, se empezó a desarrollar
el orden geométrico; la exactitud de las palabras en la descripción del mundo
que se estudiaba en Oxford, contrastaba con los elevados giros que alcanzó
Dante en Florencia y Shakespeare en Straford para expresar los vuelos más
arriesgados de los sentimientos humanos.
El campo de la estética estaba dado para el
enfrentamiento entre la metáfora, que privilegia el sentido alegórico de la
interpretación, y la metonimia, que privilegia el sentido literal de las obras,
y aunque el concepto de texto siempre fue fundamental en la práctica de la
hermenéutica, el mismo ha variado de manera singular a través de los tiempo,
dejemos que sea el investigador mexicano Mauricio Beuchot (2008) quien nos
explique el punto: “La misma noción de
texto ha cambiado mucho. Los textos no son solo los escritos, como ha sido lo
usual, sino también los hablados —en los que ha insistido Gadamer—, los actuados
—las acciones significativas, de Ricoeur— y aun de otros tipos: un poema, una
pintura y una pieza de teatro son ejemplos de textos; van, pues, más allá de la
palabra y el enunciado. (Los medievales y los renacentistas llegaban a decir
que el mundo mismo era un texto.)”
Con
Descartes llega el rigor, y para muchos, la modernidad, la razón autónoma se
hace cargo de la búsqueda de la verdad sobre el mundo, el método científico
toma las riendas del progreso y los grandes misterios del universo parecen ya
no resistirse a la curiosidad del hombre civilizado, las interpretaciones
alegóricas se reducen al máximo, el empirismo y la racionalidad acorralan la hermenéutica.
Esta
relación del lenguaje con el mundo y el conocimiento se hace cada vez más
evidente, sobre todo en áreas tan abstractas y difíciles como la apreciación
artística, la descripción de los valores y principios estéticos, la valoración
del gusto y la expresión de lo sublime, describir una obra musical o una
pintura en términos del lenguaje escrito y para ser leído por otros, confronta
niveles de complejidad enormes, sobre todo si esta relación quiere hacerse
desde un punto de vista científico o lo más cercano a la “verdad”, y más
complicado aún cuando varias escuelas de filosofía ubican la expresión
artística como uno de los niveles de mayor trascendencia espiritual de la
persona humana.
La
estética, controlada por mucho tiempo por los factores de poder en las
sociedades (el estado, las religiones, el comercio, las academias etc.) había
evolucionado, pero constreñida a normas y reglas rígidas, a la veeduría de unos
cuerpos colegiados cuyos miembros nada tenían que ver con el arte ni con el
artista, y que le asignaban a las obras no sólo su valor e importancia, sino
hacían posible la sobrevivencia de
escuelas y talleres, de orfeones, orquestas, por medio del patronazgo y la
contratación de servicios principalmente para las cortes reales.
Esa
necesidad del ser humano por la belleza, por la justa proporción, por el
equilibrio en medio del caos y el desorden ha sido una de las maneras que ha
tenido el estado para el control de las poblaciones, hay ideología invasivas
como el socialismo que utilizan el concepto de arte y belleza, su manipulación
y aún su ausencias, para desequilibrar el espíritu de las personas y promover
sus credos de obediencia y terror, el uso de la censura, la gerencia por parte
de las instituciones del estado de los cánones de belleza y de arte oficial,
son claramente instrumentos de opresión.
Ideologías
corrosivas como el socialismo del siglo XXI que imponen el culto a la pobreza,
a lo feo y miserable, al hambre y la muerte, a la enfermedad y el horror como
paradigma estético, que bombardean a sus audiencias con gente horrible, mal
vestida, peor hablada e inculta, violenta y desaseada como ejemplos de los
nuevos hombres y mujeres, están claramente manipulando la psique del público
para descéntralo, confundirlo e introducir elementos distorsionadores de la
realidad, están utilizando una hermenéutica colonialista, de dominio con fines
claramente políticos.
El
llamado Sistema de Orquestas que opera en Venezuela, para las orquestas y
grupos de cámara de la música clásica, que fue una buena idea en sus comienzos
para el desarrollo de las capacidades artísticas en niños y jóvenes, fue
convertido un instrumento de ideologización chavista y comunista, allí no hay
margen para la interpretación de las obras de arte, se impone una sola manera
de apreciación y decodificación del repertorio musical, el estilo de “banda
show” se hace obvio, en vez de buscar la perfección de la interpretación de las
partituras de los grandes compositores, se premia el efectismo, la ejecución
circense, que lleva solapado un contenido intertextual ideológico, de un
nacionalismo ramplón y vulgar.
Dentro
del sistema existe una manera de relacionarse entre jóvenes tipo comuna, se
trata de uno de los esfuerzos del colectivismo más exitosos del neomarxismo, su
modelo operativo centralista, autoritario, comunal, dependiente del estado y
convertido en maquinaria de propaganda socialista; le da la oportunidad de
sobresalir solamente a aquellos talentos que estén comprometidos con la
revolución chavista y hayan culminado un proceso de lavado de cerebro
exitosamente, el producto final son no-personas, fichas del gobierno
manipuladas a distancia y vacías de sentimiento e ideas.
Ha
sido gracias al postmodernismo, en especial a la corriente deconstructivista (aquella
que reduce la interpretación de los textos a su organicidad gramática y
semántica) la que ha predominado en muchos claustros académicos en los países
del primer mundo.
El
postmodernismo cree en la relatividad de la palabra, en sus orígenes
multívocos, en la imposibilidad de determinar sus raíces semánticas, por lo
tanto “vale todo” en el mundo simbólico del lenguaje, que al convertirse en
estructura fundamental del conocimiento, deviene en una imperfecta y muchas
veces, poco confiable manera de abarcar la realidad.
El
postmodernismo tiene una historia tan truculenta como sus productos
intelectuales, para quien desee leer una historia de su nacimiento les
recomiendo el libro de Perry Anderson, Los
Orígenes de la Postmodernidad (1998), hay diferentes arranques y en distintos
tiempos y modos, la postmodernidad tienen orígenes literarios, sociales,
económicos, ideológicos que abarcaron distintos continentes y acontecimientos
históricos, es una historia complicada ungida por un solo elemento en común: el
cambio.
El filósofo francés Jean-Francois Lyotard en su obra
La condition postmoderne (1979) dejó
establecido su punto de vista: “la
apuesta de la posmodernidad como un todo- no era -exhibir la verdad dentro del
cierre de la representación, sino plantear perspectivas dentro del retorno de la voluntad”
Pero fue sin duda alguna en el ámbito de la
investigación de las ciencias sociales donde se destacó una nueva manera de ver
el conocimiento y de traerlo a la luz de las nuevas realidades, Perry lo
describe magníficamente cuando dice:
Paralelamente
a esos cambios en las artes, y a veces obrando directamente dentro de ellos,
los discursos que se ocupaban tradicionalmente del terreno cultural han sufrido
una implosión propia. Las disciplinas, antes rigurosamente separadas, de la historia
del arte, la crítica literaria, la sociología, las ciencias políticas y la
historia, empezaron a perder sus límites claros y a cruzarse unas con otras en
unos estudios híbridos y transversales que ya no se podían asignar fácilmente a
un dominio u otro. Jameson [Fredrick] observó que la obra de Michel Foucault
era un ejemplo destacado de semejante trabajo inclasificable. Lo que venía a reemplazar
las viejas divisiones entre las disciplinas era un nuevo fenómeno discursivo,
designado insuperablemente por su abreviatura norteamericana: theory (teoría).
Los escritores Mailer, Ginsberg y Burroughs |
Para
el momento en que los modelos lingüísticos predominantes eran el formalismo y
el estructuralismo, tanto en Europa como en los EEUU, sobrevino de parte de la
literatura, principalmente del teatro y del cine, una avalancha de propuesta
que golpeaban de lleno en la línea de flotación de estas aproximaciones
“reaccionarias”, las novelas de Burroughs, la poesía neobarroca de Lezama Lima,
las obras de teatro de Beckett y Sartre, las películas de Warhol y Buñuel,
constituían apenas una muestra de la revolución que se estaba llevando a cabo
en la expresividad de ciertas vanguardias.
El
postmodernismo continental estuvo íntimamente vinculado con el marxismo luego
de los sucesos de mayo del 68 en París, de allí partieron una serie de
búsquedas e investigaciones que abrieron nuevos caminos sobre todo en el
estructuralismo, el descontructivismo y el neohistorcismo, de hecho la crítica
política ya no fue la misma utilizando el análisis crítico-lingüístico, donde
ya se destacaba el tropos como vehículo por excelencia de la ideología.
Aquí
ya estamos entrando en aguas profundas de modo que vamos a tratar de explicar
la situación que tenemos por delante de la manera más sencilla posible, hay un
territorio de conocimiento allá afuera que los expertos refieren como la
poética, es decir, el análisis de de las formas y estructuras literarias, una
de ellas es el tropo que es una figura semántica mediante la cual una palabra u
oración toman un significado diferente de la significación propia de esos
vocablos, una metáfora es un tropos.
Walter
Benjamin, Riffaterre, Jauss, De Man, Eagleton y otros teóricos (la mayoría de
ellos marxistas) se refieren a la ideología del lenguaje; en cada uno de los
lenguajes, sus estructuras están conformadas de tal manera que en sus
combinatorias saltan algunos chispazos, producto de su propia configuración, De
Man los llamaba “aberraciones” de las que se desprenden significados otros de
los del discurso que interpretan, un análisis crítico de cualquier texto
(recuerden que puede tratarse de una pintura, o un edificio, o un video juego),
y más si se trata de lo estético, requiere de diferentes lecturas para
desentrañar los múltiples significados.
Para
los desconstructivistas como De Man, solo desmontando estas múltiples lecturas
es que podemos descubrir la verdadera hermenéutica, la interpretación de
cualquier obra de arte es confrontar su gruesa capa de significados, una por
una, muchos de ellas ocultas a simple vista, pero actuantes sobre la psique del
individuo.
Me
detengo en este punto para no abusar de su confianza, espero haberme explicado
en esta breve introducción, en otros artículos veremos un poco de ese mundo
fenomenológico que significa vivir dentro de un lenguaje y de la manera que
afecta nuestra visión del mundo y nuestra realidad. -
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