Adorno era ante todo un sociólogo y su obra tomada como un todo, no es sino una gran crítica a la sociedad de su tiempo, lo que a su vez genera complicadas relaciones con sus vastos y variados intereses que incluían la filosofía, la psicología, la música, la literatura, la política… y en uno de sus temas recurrentes, la estética, generó una compleja estructura de pensamiento que para la investigadora alemana Anna-Louise Kratzsch: “La Teoría Estética se compone así misma como unos conceptos abiertos, conectados relacionalmente, con numerosas entradas y accesos. Complejos parciales posicionados unos al lado de los otros y en círculos, alrededor de un núcleo.”
Empezando por un lúgubre panorama del mundo que
vivió como exilado durante la Segunda Guerra Mundial, el industrialismo
gigantesco que presenció en los EEUU, los tremores de la Guerra Fría y los
acelerados cambios culturales que presenció (no sólo tuvo la oportunidad de
trabajar en Hollywood, sino que fue parte de un Think Tank para el Departamento de Defensa de ese país).
Theodor
Wiesengrund Adorno (1903-1969), nunca dejó de tener sus contactos con el mundo
académico a ambas orillas del Atlántico, muchos de sus compañeros de la Escuela
de Fráncfort que viajaron con él a Norteamérica se quedaron el restos de sus
días impartiendo clases en universidades americanas, él regresó para trabajar
en la reconstrucción de Europa.
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Benjamin y Adorno los grandes estetas de la Escuela de Francfurt |
Fue
gran amigo y mentor de Walter Benjamín quien lamentablemente fue una de las
víctimas de la guerra, y entre ambos se había formado un estrecho vínculo sobre
el tema de la estética, que Adorno nunca abandonó y que tuvo la oportunidad de
desarrollar en sus últimos años de vida.
Adorno
era de la opinión que la industria cultural imponía la generación de un arte
sin estética, esto era así debido, entre otros muchos factores, por la
necesidad de masificar los productos, por la imposición de una cadena de
mercadeo y distribución que nada tenía que ver con el arte, el arte moderno
para cumplir con su promesa de lo “nuevo”, de lo que todavía no existe, de las
nuevas utopías del progreso, obligatoriamente tenían que romper con los usos,
estilos y tradiciones del pasado, se desliga de las formas y categorías
convencionales.
El
arte avant-garde dejaba de ser una
búsqueda orgánica de forma y contenido para convertirse en una serie de
experimentos con materiales y formatos que se transformaban ellos mismos en
arte-objeto, que luego mutaban en montajes, esta negativa visión del arte
moderno acompaña su Teoría Estética
(1969) desde su mismo comienzo:
Ha
llegado a ser evidente que nada referente al arte es evidente: ni en el mismo,
ni en su relación con la totalidad, ni siquiera en su derecho a la existencia.
El arte todo se ha hecho posible, se ha franqueado la puerta a la infinitud y
la reflexión tiene que enfrentarse con ello. Pero esta infinitud abierta no ha
podido compensar todo lo que se ha perdido en concebir el arte como tarea
irreflexiva o aproblemática. La
ampliación de su horizonte ha sido en muchos aspectos una autentica disminución.
Los movimientos artísticos de 1910 se
adentraron audazmente por el mar de lo que nunca se había sospechado, pero este
mar no les proporciono la prometida felicidad a su aventura. El proceso desencadenado entonces acabó por
devorar las mismas categorías en cuyo nombre comenzara. Factores cada vez más numerosos fueron
arrastrados por el torbellino de los nuevos tabúes, y los artistas sintieron
menos alegría por el nuevo reino de libertad que habían conquistado y más deseo
de hallar un orden pasajero en el que no podían hallar fundamento suficiente. Y
es que la libertad del arte se había conseguido para el individuo pero entraba
en contradicción con la perenne falta de libertad de la totalidad.
Recordemos
que Adorno es un socialista con profundas raíces marxistas, caracteriza a la
sociedad de su tiempo como burguesa-capitalista y como -alto capitalismo- los
modos de la economía en que vivió, y en este contexto es que desarrolla su idea
de lo “nuevo”, tan fundamental en su teoría.
Adorno
contrapone lo nuevo al recuerdo, al tiempo y la memoria, todo queda arrasado
ante el empuje del arte moderno y pone a Schoenberg
y su música atonal como ejemplo de ese proceso, se une a la crítica de lo
moderno que hace Beckett en sus obras de teatro, y tiene a Edgar Allan Poe y a
Baudelaire como verdaderos maestros del modernismo porque conservan esas
tradiciones heredadas y escalan nuevas alturas con ellas.
Pero
en el capitalismo tardío y gracias a las formas monopólicas capitalista, donde el
valor de cambio priva sobre el valor de uso, que es lo que se consume, “… en el arte moderno es la abstracción, esa
irritante indeterminación de lo que es y cuál es su propósito, lo que
constituye la clave de lo que una obra debe ser.” De modo que Adorno considera al arte
moderno más como una alienación del sistema, que como la mimesis de la que
constantemente nos recuerda, sucede en el arte clásico.
En
su Teoría Estética, Adorno remacha:
El
arte, al irse transformando, empuja su propio concepto hacia contenidos que no
tenía. La tensión existente ente aquello
de lo que el arte ha sido expulsado y e1 pasado del mismo es lo que
circunscribe la llamada cuestión de la constitución estética. Sólo puede
interpretarse el arte por su ley de desarrollo, no por sus invariantes. Se
determina por su relación con aquello que no es arte.
Pero
en el arte avant-garde donde no hay límites, ni reglas, y todo está permitido,
el arte puede ser cualquier cosa, incluso lo no artístico, objetos encontrados
en la basura, lienzos en blanco, música sin armonía, ni melodía, sin ritmo,
totalmente incidental, hasta la ausencia de sonido pudiera ser música, estos
tipos de planteamientos extremos no eran del gusto de Adorno, no les encontraba
sentido y porque entendía se trataba del malestar de la cultura, de una
contradicción existencial entre la libertad absoluta del arte, en medio de una
humanidad atrapada en la redes del consumismo y la producción en serie, ese
quiebre afectaba la continuidad estética.
De
hecho, fue Adorno quien afirmó que después de Auschwitz la poesía no era
posible, el holocausto era para este esteta, la culminación barbárica de una
sociedad sometida a procesos industriales deshumanizados, a técnicas que tenían
vida propia y para los cuales el ser humano era simple materia prima.
Nos
dice la profesora Anna-Louise Kratzsch
en su ensayo Adorno y el Arte Moderno (2007): “La categoría de lo nuevo en una sociedad de commodities es sólo
pretensión, es sólo una apariencia artificialmente producida. Si el arte se ajusta a la apariencia externa
expresa resistencia pero sólo a aquellos que quieran ver resistencia. La reproducción de Warhol de 100 latas de
sopas Campbell podría tener ese potencial de resistencia, tanto como carecer de
ella.”
La teoría estética de Adorno para muchos estudiosos
persiste demasiado en el lamento, la nostalgia y el pesimismo, esa capacidad
del arte de trasmitir el sufrimiento humano parece haberse perdido entre el
pandemónium de ensamblajes, happenings, teatro experimental, música
constructivista, film y videos objetuales, el jazz libre, performances; desde
su atalaya hegeliana, Adorno se pregunta de nuevo, si el arte ha entrado en su
ocaso.
Dice Adorno en las páginas finales de su Estética:
Aparentemente,
la obra de arte atrae al consumidor a una cercanía física debido a su fuerza de
atracción sensual, pero en realidad lo que hace es alejarse de él: ha sido
convertida en mercancía que le pertenece y que teme constantemente perder. La falsa relación con el arte es hermana de
la angustia por la propiedad. La idea
del bien puede perder valor, tal como la entiende la psicología vulgar, se
corresponde estrictamente con la idea fetichista de la obra de arte como
posesión que puede tenerse y que puede ser destruida por la reflexión. Pero si
el arte es por su propio concepto algo que ha llegado a ser, entonces también
lo será su cualidad de medio para el goce.
Sus
consideraciones tienen valor como documento histórico, se trata de una
perplejidad ante el fenómeno artístico de la post-guerra que tiene asideros en
las tesis clásicas de Hegel y Kant, salpicadas de marxismo y psicoanálisis,
Adorno fue testigo y actor de muchos de los cambios que se dieron en la mitad del
siglo XX, quizás por estar imbuido en la vorágine de tales transformaciones no
tuvo la perspectiva suficiente para poder darnos un parte más optimista, pero
me parece válido su reticencia en aceptar a buenas y primeras los valores que
anunciaba el movimiento avant-garde. –
saulgodoy@gmail.com
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