De
las preguntas fundamentales que todo ser humano se hace, la principal, y que
por muchos siglos ha sido la más importante, es, ¿Cómo vivir una vida bien
vivida?, una pregunta clásica, que tiene siglos rondando las principales obras
de la literatura, que marcan los grandes tratados de filosofía y que alimenta
la llama de todas las religiones, porque para la mayoría de las personas la
vida es una y hay que vivirla, pero, ¿en qué términos?
Hay
dos condiciones fundamentales para responder esa pregunta, o por lo menos es lo
que he descubierto en mí y en mis congéneres, esas condiciones corresponden a
un sentido de la trascendencia, tienen que ver con la creencia de que hay algo
más que simplemente vivir la vida como algo azaroso, accidental, ciego,
producto de la suerte, estamos aquí, con vida, en este mundo para saciar
nuestros apetitos y nada más.
Para
algunas personas fuimos obligados a confrontar una vida que no pedimos, en
condiciones en las que no tuvimos ni arte ni parte, simplemente fuimos
arrojados al mundo en las condiciones de nuestra existencia, algunos en el seno
de una familia pudiente, otros abandonados al destino, sin familia, unos
rodeados de cariño y atenciones, otros abandonados en un hospicio o en medio de
una familia disfuncional padeciendo carestías.
No
todos nacimos iguales, tanto en carácter como en circunstancias, nos mueven
diferentes intereses y sentimientos, cada uno de nosotros se sabe y se siente
distinto que el vecino, aun que el hermano, por ello pienso que el
igualitarismo es un mito terrible, contranatural, solo aceptable en el mundo
del derecho y para fines de la convivencia social.
Unos
nacieron en el desierto, otros en la montaña y otros en la gran ciudad, unos
vinieron al mundo en medio de una guerra, otros en una economía próspera, el
carácter y la formación que tuvieron también se distingue por ese factor
aleatorio, dependiendo de las facultades que heredaron de sus padres serán
buenos para unas actividades y no para otras, si tuvieron la oportunidad de ir
a una escuela y aprendieron, sus posibilidades serán distintas de los que nunca
pisaron un aula de clases, también cuenta el carácter y la salud, hay quienes
son de naturaleza triste y reservada, otros son alegres y sociales, unos vienen
a la vida discapacitados, enfermos, otros tienen una voluntad de hierro y son
optimistas.
Está
el asunto de la inteligencia, no todos tenemos la fortuna de tener algo de
genio, de facilidad para comprender y aprender, nuestras habilidades tienden a
ser limitadas, nuestros gustos son tan variados como nuestro carácter, pero de
nuevo, de las condiciones que marcan nuestras vidas la primera es si creemos
que tenemos alma, o espíritu, la segunda si creemos en Dios.
Esto
es fundamental, a pesar de que en personas como yo, que somos muy racionales,
tendemos a someter estas condiciones a un escrutinio profundo donde a veces ese
espíritu u alma se transforma en epifenómenos de nuestra biología, en cortos
circuitos de nuestro aparato neural, y ese Dios es tan diferente al Dios de la
revelación, el de los textos sagrados, que se hace parte de ese caos universal,
de esa inteligencia natural que rigen los procesos que la ciencia nos enseña
son perfectos e inmutables, y que están presente tanto en la macro como en lo
micro.
Pero
para quienes ni creen en el alma ni en Dios, la vida se transforma en otra
cosa, sólo tiene sentido si están constantemente complaciendo sus apetitos, su
vida se transforma en un pozo sin fondo que tienden a llenar con cosas, con dinero,
con placeres y muchas veces, para pagar el precio de su desenfreno, llenan sus
vidas de sangre y dolor, de muerte y destrucción.
Estoy
hablando del nihilismo que surge viviendo una vida sin sentido, sin orden, sin
equilibrio, ausente de lo que es bello, de la armonía y de la paz, porque para
quien se siente sin alma y sin Dios, lo que le queda es embotar sus sentidos
con sensaciones y ruidos, con alcohol, drogas, sexo y rock and roll, porque la
vida sin alma y sin Dios se hace insostenible, es solo un vacío insondable y
oscuro que sólo produce horror.
Algunos
filósofos afirman que creer en lo trascendental es un asunto genético, la
mayoría lo tenemos inscrito en nuestro genoma pues nos ayuda a sobrevivir en
este pasaje llamado vida que puede convertirse en algo muy duro de soportar,
sobre todo si hay problemas, desgracias, pérdidas y sufrimiento.
Hay
personas que se asilan del mundo construyendo muros, en sus casas y oficinas, a
fuerza de dinero y de cosas de las que se rodean, otros que no paran un segundo
en recorrer el mundo y ver paisajes y otras culturas, se vuelven inquietas si
permanecen en un solo lugar, otros tratan de conocer al mayor número de
personas posibles, de tener relaciones con ellas para tener historias que
contar, la vida puede ser una carga o un regalo, muchas veces es ambas.
¿Cómo
vivir la vida bien vivida? No es extraño que esta sea la pregunta que a todos,
en algún momento, nos toque responder y para ello, creo, tenemos en la estética
una herramienta de mucha utilidad, porque lo que nos es harmónico, lo que se
siente en equilibrio, lo que no peca ni de exceso ni de carencia, lo que nos es
bello y nos trae regocijo con nosotros mismos, es una buena señal de que
estamos cerca de nuestra verdad, que puedo no saber cual es y debo estar buscándola
constantemente, pero de lo que sí estoy absolutamente seguro es, de saber
cuándo mi vida se convierte en una mentira.
Y
esto es paradójico, como muchas cosas en la vida, la mentira y la verdad
depende de nuestra conducta, de la forma de comportarnos ante las situaciones,
de lo que hacemos con nuestro prójimo, de lo que conservamos y ofrecemos, llega
un momento en que nos damos cuenta que nuestra ética tiene mucho que ver con
nuestra estética, lo bueno está directamente relacionado con lo hermoso, lo que
nos hace sentir bien es hacerlo bien, porque las cosas mal hechas nos traen
desasosiego, nuestro mal comportamiento nos llena de culpa y de ansiedad, estar
con la mentira nos trae dolor y angustia.
Y
volvemos a nuestras dos condiciones fundamentales para poder vivir una vida
bien vivida, creer en el alma y creer en Dios, no importa los detalles ni las
formas, si creemos que los hombres tenemos espíritus, respetaremos la vida y a
nuestro prójimo, sabremos que la vida es sagrada y haremos lo posible por
conservarla en las mejores condiciones posibles, si creemos en la existencia de
un Dios, no importa cual, algo de lo que vinimos a lo cual retornaremos, y al
que debemos nuestra existencia, nuestra vida tendrá sentido, el fiel de la
balanza será la belleza, lo que nos place y nos da tranquilidad.
Por
ello es que son importantes nuestros actos, debemos tratarlos y reconocerlos
como si fueran unas obras de arte, una vida bien vivida es la que suena bien
como si fuera una canción que nos gusta, una pintura que nos atrae, o un poema
que nos emociona, vivir en la mentira y en el error ya sabemos que nos
atormenta, nos da miedo y vivimos incómodos como si estuviéramos sucios.
Vivir
la vida es un largo aprendizaje que sólo termina con la muerte, la vida es única
e irrepetible, nosotros somos todos distintos y formidables, cada uno en su
estilo, nos hacemos compañía en este camino mientras dure, nos necesitamos, y
por ello es tan importante decir lo que pensamos y actuar de acuerdo a nuestro
pensamiento, de esta manera nuestros actos serán impecables, hermosos,
auténticos. - saulgodoy@gmail.com
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