viernes, 14 de abril de 2017

Vivir la vida bien vivida


De las preguntas fundamentales que todo ser humano se hace, la principal, y que por muchos siglos ha sido la más importante, es, ¿Cómo vivir una vida bien vivida?, una pregunta clásica, que tiene siglos rondando las principales obras de la literatura, que marcan los grandes tratados de filosofía y que alimenta la llama de todas las religiones, porque para la mayoría de las personas la vida es una y hay que vivirla, pero, ¿en qué términos?
Hay dos condiciones fundamentales para responder esa pregunta, o por lo menos es lo que he descubierto en mí y en mis congéneres, esas condiciones corresponden a un sentido de la trascendencia, tienen que ver con la creencia de que hay algo más que simplemente vivir la vida como algo azaroso, accidental, ciego, producto de la suerte, estamos aquí, con vida, en este mundo para saciar nuestros apetitos y nada más.
Para algunas personas fuimos obligados a confrontar una vida que no pedimos, en condiciones en las que no tuvimos ni arte ni parte, simplemente fuimos arrojados al mundo en las condiciones de nuestra existencia, algunos en el seno de una familia pudiente, otros abandonados al destino, sin familia, unos rodeados de cariño y atenciones, otros abandonados en un hospicio o en medio de una familia disfuncional padeciendo carestías.
No todos nacimos iguales, tanto en carácter como en circunstancias, nos mueven diferentes intereses y sentimientos, cada uno de nosotros se sabe y se siente distinto que el vecino, aun que el hermano, por ello pienso que el igualitarismo es un mito terrible, contranatural, solo aceptable en el mundo del derecho y para fines de la convivencia social.
Unos nacieron en el desierto, otros en la montaña y otros en la gran ciudad, unos vinieron al mundo en medio de una guerra, otros en una economía próspera, el carácter y la formación que tuvieron también se distingue por ese factor aleatorio, dependiendo de las facultades que heredaron de sus padres serán buenos para unas actividades y no para otras, si tuvieron la oportunidad de ir a una escuela y aprendieron, sus posibilidades serán distintas de los que nunca pisaron un aula de clases, también cuenta el carácter y la salud, hay quienes son de naturaleza triste y reservada, otros son alegres y sociales, unos vienen a la vida discapacitados, enfermos, otros tienen una voluntad de hierro y son optimistas.
Está el asunto de la inteligencia, no todos tenemos la fortuna de tener algo de genio, de facilidad para comprender y aprender, nuestras habilidades tienden a ser limitadas, nuestros gustos son tan variados como nuestro carácter, pero de nuevo, de las condiciones que marcan nuestras vidas la primera es si creemos que tenemos alma, o espíritu, la segunda si creemos en Dios.
Esto es fundamental, a pesar de que en personas como yo, que somos muy racionales, tendemos a someter estas condiciones a un escrutinio profundo donde a veces ese espíritu u alma se transforma en epifenómenos de nuestra biología, en cortos circuitos de nuestro aparato neural, y ese Dios es tan diferente al Dios de la revelación, el de los textos sagrados, que se hace parte de ese caos universal, de esa inteligencia natural que rigen los procesos que la ciencia nos enseña son perfectos e inmutables, y que están presente tanto en la macro como en lo micro.
Pero para quienes ni creen en el alma ni en Dios, la vida se transforma en otra cosa, sólo tiene sentido si están constantemente complaciendo sus apetitos, su vida se transforma en un pozo sin fondo que tienden a llenar con cosas, con dinero, con placeres y muchas veces, para pagar el precio de su desenfreno, llenan sus vidas de sangre y dolor, de muerte y destrucción.
Estoy hablando del nihilismo que surge viviendo una vida sin sentido, sin orden, sin equilibrio, ausente de lo que es bello, de la armonía y de la paz, porque para quien se siente sin alma y sin Dios, lo que le queda es embotar sus sentidos con sensaciones y ruidos, con alcohol, drogas, sexo y rock and roll, porque la vida sin alma y sin Dios se hace insostenible, es solo un vacío insondable y oscuro que sólo produce horror.
Algunos filósofos afirman que creer en lo trascendental es un asunto genético, la mayoría lo tenemos inscrito en nuestro genoma pues nos ayuda a sobrevivir en este pasaje llamado vida que puede convertirse en algo muy duro de soportar, sobre todo si hay problemas, desgracias, pérdidas y sufrimiento.
Hay personas que se asilan del mundo construyendo muros, en sus casas y oficinas, a fuerza de dinero y de cosas de las que se rodean, otros que no paran un segundo en recorrer el mundo y ver paisajes y otras culturas, se vuelven inquietas si permanecen en un solo lugar, otros tratan de conocer al mayor número de personas posibles, de tener relaciones con ellas para tener historias que contar, la vida puede ser una carga o un regalo, muchas veces es ambas.
¿Cómo vivir la vida bien vivida? No es extraño que esta sea la pregunta que a todos, en algún momento, nos toque responder y para ello, creo, tenemos en la estética una herramienta de mucha utilidad, porque lo que nos es harmónico, lo que se siente en equilibrio, lo que no peca ni de exceso ni de carencia, lo que nos es bello y nos trae regocijo con nosotros mismos, es una buena señal de que estamos cerca de nuestra verdad, que puedo no saber cual es y debo estar buscándola constantemente, pero de lo que sí estoy absolutamente seguro es, de saber cuándo mi vida se convierte en una mentira.
Y esto es paradójico, como muchas cosas en la vida, la mentira y la verdad depende de nuestra conducta, de la forma de comportarnos ante las situaciones, de lo que hacemos con nuestro prójimo, de lo que conservamos y ofrecemos, llega un momento en que nos damos cuenta que nuestra ética tiene mucho que ver con nuestra estética, lo bueno está directamente relacionado con lo hermoso, lo que nos hace sentir bien es hacerlo bien, porque las cosas mal hechas nos traen desasosiego, nuestro mal comportamiento nos llena de culpa y de ansiedad, estar con la mentira nos trae dolor y angustia.
Y volvemos a nuestras dos condiciones fundamentales para poder vivir una vida bien vivida, creer en el alma y creer en Dios, no importa los detalles ni las formas, si creemos que los hombres tenemos espíritus, respetaremos la vida y a nuestro prójimo, sabremos que la vida es sagrada y haremos lo posible por conservarla en las mejores condiciones posibles, si creemos en la existencia de un Dios, no importa cual, algo de lo que vinimos a lo cual retornaremos, y al que debemos nuestra existencia, nuestra vida tendrá sentido, el fiel de la balanza será la belleza, lo que nos place y nos da tranquilidad.
Por ello es que son importantes nuestros actos, debemos tratarlos y reconocerlos como si fueran unas obras de arte, una vida bien vivida es la que suena bien como si fuera una canción que nos gusta, una pintura que nos atrae, o un poema que nos emociona, vivir en la mentira y en el error ya sabemos que nos atormenta, nos da miedo y vivimos incómodos como si estuviéramos sucios.
Vivir la vida es un largo aprendizaje que sólo termina con la muerte, la vida es única e irrepetible, nosotros somos todos distintos y formidables, cada uno en su estilo, nos hacemos compañía en este camino mientras dure, nos necesitamos, y por ello es tan importante decir lo que pensamos y actuar de acuerdo a nuestro pensamiento, de esta manera nuestros actos serán impecables, hermosos, auténticos.  -  saulgodoy@gmail.com





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