sábado, 17 de junio de 2017

Descubriendo “la torta” climática


Trump, quien había advertido que había cambiado de opinión sobre las políticas de su antecesor sobre cambio climático, se salió del acuerdo de París con lo que revierte las costosas medidas que el ex presidente Obama le había impuesto a Norteamérica, una retirada que vuelve a llenar de esperanza y sueños a gran número de emprendedores.
Ningún sistema económico puede vivir del miedo y la culpa. El presidente Trump levantó el velo y descubrió, a su país y al mundo, cómo un grupo de burócratas crearon el pánico climático no sólo para favorecer sus bolsillos, sino para cambiar los equilibrios de poder en el mundo.
Es cada vez más obvio que aquella carrera que pegó el gobierno de Obama por la urgente concreción de los acuerdos mundiales para revertir el cambio climático, cambiar el patrón energético del mundo de combustibles fósiles al de energías alternativas, e imponer a los países desarrollados la obligación de financiar el desarrollo de estas tecnologías “verdes”, en un plan de inversiones que, simplemente, iba a quebrar el sistema económico mundial, era solo un escenario creado artificialmente y para ganancia de unos pocos privilegiados.
Aquella estrambótica idea de que el cambio climático era supuestamente causado por el hombre fue una farsa creada por un grupo de interés, dirigido por Al Gore y los Clinton, nucleado en torno al presidente Barak Obama, quien, desde la Casa Blanca, presionó a diferentes entes gubernamentales, universidades, centros de investigación y organismos internacionales, entre ellos las Naciones Unidas, para que manipularan e interpretaran cierta información científica a favor de su tesis de que el lobo venía… de ese pánico creado sobre un efecto invernadero desbocado emergieron varias fortunas.
Los que creyeron a pie juntillas en la “ciencia” politizada, interesada que puso todas sus apuestas en un escenario catastrófico, en el fin del planeta Tierra y de la civilización humana debido al efecto invernadero, en un alza incontrolable de la temperatura, siguen creyendo que esa versión de la información que se ha venido recogiendo desde hace ya lustros y en algunos casos, siglos, no es conclusiva en este sentido y deja muchas interrogantes abiertas en puntos medulares.
Los cambios climáticos del planeta tiene su propia agenda y consiste en ciclos geológicos de muy largo aliento donde intervienen variables de todo tipo, igual sucede con la composición de gases de la atmósfera, son sistema dinámicos en constante cambio donde el incremento de carbono, por ejemplo, puede ser visto de diversas maneras, una de estas perspectivas es contraria a los catastrofistas, ya que la consideran positivo para la vida en el planeta, los cambios de temperatura no son necesariamente malos, algunos incluso avalan la tesis que nos encontramos en el principio de una nueva edad de hielo, a pesar de los signos contradictorios que anotan nuestros sensores remotos.
El 15 de diciembre del 2015, en la Conferencia Climática mundial en París, promovida por la ONU y liderada por los EEUU, el presidente Obama, ya de salida de su cargo como presidente, desesperadamente trató de consolidar esta conspiración contra el orden mundial; aunque estaba seguro de que Hilary Clinton sería la nueva presidente de los EEUU, pero no quería dejar este importante hilo de su administración sin atar y, contra viento y marea, obligó prácticamente al mundo desarrollado a firmar un paquete de compromisos y medidas, unas más locas que las otras, para cambiar el orden económico mundial.
Pero no fue una cruzada fácil, había una fuerte oposición; desde la comunidad científica se cuestionó la objetividad y la seriedad de algunas de estas hipótesis: el clima era un tema complicado donde nadie tenía la última palabra; la emisión de gases, por la actividad humana y la composición atmosférica, planteaba serios problemas no resueltos; los efectos en la tierra, los océanos y la vida natural eran un asunto de muchas variables y pocas explicaciones holísticas definitivas; la data, que se recogía por sensores remotos, por estudios del hielo y de épocas geológicas anteriores, arrojaba resultados inconclusos.
La campaña de miedo y el temor que se le infundía a la población arreció, al punto de declarar la inmediata desaparición de importantes regiones costeras, de islas, de especies de animales, del derretimiento de los polos, del incremento de desastres naturales… nada de eso ha sido confirmado ni hay patrones de que fuera la actividad humana la causante de estos cambios catastróficos. Lo que sí hizo la administración de Obama, durante su gobierno, fue presionar a las instituciones científicas y universidades, que dependían de la ayuda gubernamental para su existencia (por ejemplo, la NASA), para que sus investigaciones se amoldaran a las tesis del desastre ambiental. La Casa Blanca llegó al descaro de prohibir declaraciones de expertos contrarias a la tesis verde y a perseguir judicialmente, como irresponsables, a quienes tuvieran una opinión opuesta a la suya.
Todo esta operación tenía un interés muy lejos de la sobrevivencia del ser humano en el planeta, se trataba de una tesis que vendía muy bien un paquete mundial de reformas, que movía una serie de intereses poderosos acicateada por el miedo, pero sobre todo, era una jugada política que si resultaba, iba a ser muy ricos a un círculo muy pequeño de personas y de estas maneras concentrar el poder en un gobierno mundial, manejado por el socialismo internacional y entre sus principales promotores estaba el gobierno de Obama y el Vaticano del Para Francisco.
El que fuera vicepresidente del gobierno de Bill Clinton, el ex senador Al Gore, se había convertido en el profeta del desastre, montando todo un entramado de señales y de malos augurios de los tiempos por venir; hizo de la actividad humana, del progreso capitalista, pero, sobre todo, del consumo mundial del petróleo y el carbón, los grandes culpables de los desastres naturales que asolaban el mundo, de las pérdidas de vidas y propiedades, del deshielo de los polos y glaciares, de la acidificación de los océanos, de la subida del nivel de los mares, de la extinción de las especies… en pocas palabras, la actividad económica del hombre y su sub-producto, el CO2 que se arrojaba sin medida a la atmósfera terrestre, eran la causa de un efecto invernadero de proporciones bíblicas, que acabaría con la civilización humana si no se hacía lo que él decía.
Para el partido demócrata, cuyo interés era desbancar a sus opositores del partido republicano, esta tesis tenía gran interés, ya que los republicanos tenían a sus principales contribuyentes entre los empresarios petroleros, del carbón y del gas; si podían, de alguna manera, afectar el flujo de dinero de las contribuciones al cofre de guerra de los republicanos, ellos, los demócratas, podrían tener más oportunidades de llegar al poder y perpetuarse al timón de la nación más poderosa del mundo.
Pero también habían revoloteando sobre la cabeza del gran profeta del desastre climático otros interesados, banqueros y financistas (muchos de ellos que no eran norteamericanos o que sus lealtades estaban en otro lado) que vieron la oportunidad, con esta partida de “verdes” en el gobierno de los EEUU, de alterar a su favor la economía mundial; si el patrón energético cambiaba, también podía cambiar el patrón monetario, apostar al rublo o al yuan, o a cualquier otra moneda que pudiera competir con el dólar, hacer del proceso de globalización una oportunidad de amasar nuevas grandes fortunas fuera de los EEUU, crear nuevos polos financieros.
Prácticamente si podían “mudar” las grandes fábricas del territorio norteamericano e instalarlas en otros países, donde ellos pudieran controlar mejor esta productividad, si podía redistribuir el poder militar de mejor manera que estando solo concentrado en los EEUU podrían instaurar el modelo socialista-autoritario que ellos pensaban era lo mejor para el Tercer Mundo (tipo Cuba y Venezuela), un nuevo colonialismo, esta vez en materia energética estaba en puertas y estaban aseguradas enormes ganancias, fuera del ojo vigilante del tío Sam, sería una gran ventaja tener a varios EEUU en el mundo que sólo a uno, que para los objetivos de un gobierno mundial, donde contaban con una ONU prácticamente socialista tanto en su ideología como en su dirección.
Estaban también las apetencias personales de los políticos involucrados. El combo Clinton-Obama-Al Gore, entre otros implicados, podría recoger una cosecha de consultorías, presentaciones, carteras de inversiones… por medio de fundaciones y otras fachadas de organizaciones no gubernamentales podrían acopiar el grueso de estas inversiones que demandaban los nuevos acuerdos de París (la Fundación Clinton, con una millonaria cartera de contribuciones, tiene al cambio climático como la primera de sus áreas de interés).
Y por supuesto, aguas abajo, estaban una serie de organizaciones, universidades, industrias que se verían favorecidas por los subsidios, inversiones directas, ayudas a la investigación y el desarrollo, becas, fondos para nuevas tecnologías… habría una cantidad inmensa de recursos, suficientes para montar una economía paralela, lo suficientemente fuerte para desalojar al capitalismo explotador y contaminante, y sustituirlo por un “socialismo progresista”, amable con la naturaleza, humanista, que le ofreciera al mundo entero un estilo de vida alternativo; el ser humano podría volver a una vida más natural, en armonía con su medio ambiente y bajo un sistema “donde a cada uno le sería dado de acuerdo a sus necesidades”.
Lo más importante de todo este asunto era el desarrollo de las tecnologías alternativas; se le daría un nuevo impulso a la energía eólica, de mareas, geotérmica, solar, de biocombustibles, de hidrógeno, obligando de esta manera al Tercer Mundo a depender cada vez más de estos ingenios y avances tecnológicos para producir la energía que necesitaban para su progreso y, al mismo tiempo, reducir su emisión de CO2 a la atmósfera. El caramelo envenenado eran una serie de subsidios que los países pobres que se plegaran a este convenio recibirían de los países ricos si cambiaban su patrón energético.
Reclutaron a artistas de fama mundial con claras filiaciones comunistas o por lo menos comprometidos con el movimiento verde militante, que es una rama del comunismo internacional, hicieron conciertos y eventos multitudinarios en los cinco continentes, convencieron a grandes empresarios de que aquello era el futuro, se hizo una campaña mundial, por diversos medios, mostrando los resultados de una ciencia amañada y manipulada, de un escenario creado para inducir el miedo… y se olvidaron del fascismo que acompañaba aquella utopía (Venezuela fue una de las víctimas), desestimaron los costos monumentales de aquellos cambios (el empresario Bill Gates, que apoyaba estas medidas, se dio cuenta de que los costos para reducir la emisión de CO2 a la atmósfera, invirtiendo en energías alternativas, era astronómico e imposible de alcanzar), que los números no daban en las cuentas que ellos presentaban, que las predicciones del profeta del desastre climático no se estaban cumpliendo… aún así, muchas empresas habían dado el paso para convertirse en “verdes” y quedaron colgadas.
Lo peor de esta historia - o lo mejor, decida usted - fue que Donald Trump llegó a la presidencia de los EEUU en contra de todo pronóstico, y el empresario metido a político, fino con los números y experto en la relación costo-beneficio, estaba muy claro del circo que Obama le dejaba montado con relación al clima, que el interés del partido demócrata era debilitar la presencia global de los EEUU para dar paso a un nuevo Orden Mundial.   -   saulgodoy@gmail.com





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