viernes, 23 de junio de 2017

Después de nosotros, el diluvio


El filósofo alemán Peter Sloterdijk, en su libro Los hijos terribles de la edad moderna (2014) dedica un capítulo a explicar aquella expresión que tuvo la marquesa de Pompadour y que la elevó a la inmortalidad: après nous, le déluge, y nos informa de las condiciones en que esta exitosa cortesana expresó tan brillante comentario.
Esta señora, una de las mujeres más brillantes de su época, no sólo era la amante oficial del Rey Luis XIV de Francia, fue su consejera más confiable y regente secreta de Francia, amiga de los hombres más poderosos e inteligentes de su época, una lectora voraz de libros y mejor conversadora, quizás de las personas mejor informadas del país, era también la cabeza más visible de aquella clase noble, improductiva, dedicada al derroche y al lujo y que vivía rodeada de un pueblo miserable e impaciente, apenas contenido por las bayonetas de los militares adeptos al régimen.
En una fría noche de noviembre en el año de 1757 en una fiesta vespertina en la que era anfitriona de un dilecto grupo de personas cercanas al trono, fue llamada en privado y presentada a un hujier que le informó de la derrota que había sufrido el ejército francés en la batalla de Rossbach de manos de Federico II de Prusia, quien con fuerzas de inferior número se había anotado una victoria importante.
Dejemos que sea Sloterdijk quien nos comente el asunto:
Todavía hoy puede uno imaginarse perfectamente cómo la anfitriona de esa reunión, probablemente en la corte de Fontainebleau, decidida a no poner en peligro el ánimo de sus visitantes, encontró en un instante una salida con ese buen humor histérico-galante que es desde antiguo uno de los requisitos de la conversación cortesana. Parece que fueron esos modos cortesanos los que le dictaron el giro, cuya brillante falta de escrúpulos se grabó en la memoria de la posterioridad… Generaciones posteriores quisieron ver en el dicho el testamento de la nobleza francesa, incluso la última palabra de la era aristocrática. Las clases despreocupadas de épocas siguientes se apropiaron de esa rápida ocurrencia. Los ricos y arrogantes saben muy bien desde entonces que la despreocupación es una ficción que tiene sus costes. Quien no está dispuesto a la huida hacia delante es proclive a la melancolía y al desequilibrio.

Creo que no hay mejor descripción de lo que en estos momentos sucede en la corte del dictador Maduro, allá en el palacio de Miraflores, saben, presienten, intuyen que su final está cercano pero no quieren interrumpir la fiesta y el toque de tambor, los revolucionarios bailan embriagados en los mejores licores y ahítos de las exquisiteces que se hacen traer desde el imperio, mientras el pueblo muere de hambre y mengua en las calles y hospitales.
Pero esa es una realidad que hay que negar, como hay que negar las enormes manifestaciones de la gente que protesta en su contra en las ciudades y pueblos, de los jóvenes estudiantes que son asesinados por las armas de sus soldados, traidores a la patria que creen que quedarán impunes de sus crímenes, todo lo contrario, lo que el régimen proclama por medio de su hegemonía comunicacional es que el gobierno revolucionario de Nicolás Maduro apenas empieza a gobernar.
Sigue el análisis certero de Sloterdijk de aquel cuadro histórico:
Después de nosotros, el diluvio: si se mira doscientos cincuenta años atrás a la escena descrita de noviembre de 1757, se impone la idea de que madame de Pompadour profetizó mucho más de lo que nadie de su tiempo fue capaz de ver y de captar. Quien dio la bienvenida al diluvio para que una fiesta galante no se interrumpiera manifestó un no-querer-ver, en cuyo núcleo se ocultaba a la vez una clarividencia intranquilizadora; por no hablar ya, naturalmente, de la exacerbación de un cinismo derrotista y de un hálito de travesura corrupta. Solo han de pasar treinta y seis años entre el comentario histérico de la marquesa respecto a la derrota de las tropas francesas en Rossbach y aquel decisivo día de enero de 1793 en el que la cuchilla de la guillotina, ampulosamente recomendada por el doctor Guillotin, separó la cabeza del tronco de Luis XVI.

La modernidad ha acelerado exponencialmente los tiempos, el régimen de Maduro está resquebrajado por todos lados, la presión internacional aumenta, el país se encuentra en quiebra, no hay recursos para pagar la nómina del gobierno, a Cuba se le revirtió la estrategia de tener a Venezuela como rehén, Maduro ha sido tan inepto que descubrió el juego criminal de La Habana y el foco se concentra en el gobierno de Raúl Castro que ahora no puede presentarse como víctima sino como agresor, a los países del Caribe se les cayó la máscara, no son naciones responsables ni independientes, son peones que utiliza el comunismo y las mafias internacionales para sus propósitos, con la crisis en Venezuela por fin se ha descubierto el entramado real de una Latinoamérica frágil, desunida, voluble y atormentada por los demonios de las ideologías de izquierda.
Ni siquiera el suministro de petróleo, que ha servido de chantaje por parte del gobierno chavista puede ser garantizado, Maduro mientras baila salsa sobre el futuro de la nación que le dio cobijo y soporte, ordena contra viento y marea la implantación de un constituyente comunal, la receta para la destrucción final de Venezuela.
Y mientras todo esto sucede como si fuera una película surrealista, me pregunto una y otra vez ¿Cómo fue todo esto posible?, trato de entender las relaciones de poder en la sociedad, estudio el derecho constitucional, los principios de la democracia, me sumerjo en los tratados de sociología y antropología tratando de descubrir mecanismos ocultos, estudio las grandes tesis que explican las relaciones internacionales, pero al final, es la historia la que siempre me apunta el camino de dónde venimos, y hacia dónde vamos.
Hay un historiador británico muy interesante llamado H.R. Trevor-Roper, lo he estado estudiando en mis investigaciones sobre la ilustración escocesa de la que es un verdadero conocedor, Trevor-Roper disfrutó de un enorme prestigio en su época pero luego cayó en desgracia, siguió muy de cerca el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo la historia de la Alemania nazi, y en uno de sus estudios (en realidad para un historiador, escribió poco) dice lo siguiente:
Ningún gobernante ha puesto en práctica jamás medidas políticas de expulsión o destrucción a gran escala sin el concurso de la sociedad… los tiranos pueden ordenar grandes masacres, pero son los pueblos quienes las llevan a cabo… más adelante cuando cambia el estado de ánimo, o cuando la presión social, tras la sangría, se aplaca, el pueblo anónimo se escabulle, dejándole la responsabilidad a los teóricos y gobernantes que ordenaron la comisión de los actos.

¿Será acaso que ha sido nuestro mismo pueblo el causante, la razón primaria de tanta devastación? ¿Fue acaso el pueblo de Venezuela, el mismo que ahora aborrece al tirano, el que lo puso allí para ver la sangre derramada? ¿Se trató de un acto de automutilación, de primitiva regresión lo que nos impulsó a la barbarie?
El escenario que me sugieren las ideas de Sloterdijk y Trevor-Roper, es que la revolución bolivariana fue aceptada por el pueblo de Venezuela a manera de venganza social entre clases, una venganza que iba a tener consecuencias desastrosas para el país, de hecho, de ser unos militares desconocidos y de origen humilde, escalaron posiciones hasta convertirse en la nueva oligarquía nacional gracias a sus alianzas y participación con el crimen organizado ¿Que mejores vengadores para un pueblo oprimido y resentido que unos militares amorales, con pretensiones de encarnar el papel de revolucionarios cubanos, pero con un gusto por la vida peligrosa y glamorosa de los narcotraficantes?
La combinación era suficientemente explosiva para desatar una mortandad general, que en 18 años de gobierno chavista, pudieran llegar fácil al millón de muertos (directos o indirectos pero todos productos de la situación político social producida por el chavismo), esta cantidad de víctimas saturó el nivel de tolerancia del colectivo venezolano, que saciado de violencia y ya sintiendo que la situación se salía de control, empieza ahora desde la otra acera a reclamar justicia y fin del proceso revolucionario (se impone la necesidad de la sobrevivencia de la mayoría, a pesar de los llamados pacifistas de la MUD).
Pero el núcleo duro del chavismo madurista lo constituyen unos sociópatas suicidas, que prefieren la muerte al abandono del poder, no les importa el mañana ni el destino del país, prefieren seguir de fiesta y que después de ellos, no importa lo que venga, se saben condenados, y con la resolución que da saberse atrapados y sin salida, están dispuestos a vender caras sus vidas (según un amigo que ha estudiado la cultura chavista, muy al estilo de las películas Carlito’s way y Caracortada, ambas con Al Pacino en el rol estelar, films muy populares entre estos militares).
Por supuesto, a medida que empeore la situación del pueblo y dada las aceleradas condiciones de deterioro del país, y debido igualmente a la incapacidad de la dirigencia política de darle una solución definitiva al problema, lo más probable es que el pueblo enardecido, se levante en un impresionante momento de locura colectiva, y tome la venganza por su propia mano en un ritual de sacrificio al mejor estilo del extinto imperio Maya en Mesoamérica, les saque el corazón a los chivos expiatorios, y se los coma.
Estarán presentes todos los elementos de una tragedia griega arcaica, de esas que definen de una vez por toda la naturaleza de una raza.
Los pueblos en sus actuaciones colectivas son impredecibles y las respuestas a mis preguntas están no muy lejos, en el futuro próximo, cuando exista el tiempo y la distancia para poder juzgar éste diluvio de violencia y horror.   -    saulgodoy@gmail.com



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