sábado, 29 de julio de 2017

Latinoamérica y sus modelos de desarrollo


Afirmo, que lo que más le conviene a Venezuela es configurarse como un estado mercado, no veo otra manera de salir del hueco donde el socialismo bolivariano nos ha metido, perdón, el socialismo y punto, ya que no debemos olvidarnos de los mentados 40 años de democracia, que fueron erigidos sobre los pilares de un socialismo pragmático y personalista de cada uno de nuestros presidentes.
Tal como lo dicen el padre jesuita Roger Veckemans y Jorge Guisti, ambos del Centro para el Desarrollo Económico y Social de América Latina (DESAL 2002, en Chile, traducido del inglés),

La lucha contra la pobreza y el subdesarrollo en Latinoamérica se está dando en todo el continente, conjuntamente con grandes segmentos de población, porque hay millones de latinoamericanos que viven por debajo de las condiciones mínimas que exige la dignidad humana. La marginalidad social es su condición natural. La necesidad urgente de vencer esta situación ha traído en juego, ideologías que son peculiares para Latinoamérica: éstas están construidas por y para Latinoamérica, como marcos de referencia para buscar soluciones y actuar subsecuentemente… esto ha traído dos tipos de reacciones ideológicas: por un lado, una respuesta explícita, generada por la impaciencia e inspirada por el marxismo- la lucha subversiva; en la otra mano, contamos con una respuesta implícita, ambas producto de los centros hegemónicos del mundo y de los centros urbanos-industriales que han alcanzado cierto desarrollo, a costa de la explotación de los recursos en el interior de los países.

Guerrilla o explotación intensiva de los recursos naturales, ésas eran las alternativas; la lucha armada por el poder para imponer una dictadura del pueblo, que igual iba a terminar en una explotación de la única renta posible, o la expoliación directa de los recursos por las empresas e intereses establecidos por firmas locales y transnacionales. Todo terminaba en lo mismo; pero entonces vino la idea de crear mercados regionales para sustentar una incipiente industria nacional, crear una economía de escala suficientemente grande para soportar el desarrollo de un mercado capitalista; éste es en el punto en que la mayor parte de los países de la región se encuentran.
Pero la economía globalizada y la conformación de estados mercados, han liberado a los países en vías de desarrollo de todos esos lentos y engorrosos pasos hacia el progreso; ahora, si un país decide y trabaja para hacerse parte de esas corrientes de producción y consumo globales, si construye una mínima plataforma de infraestructura y personal capacitado, si ofrece a la inversión privada las garantías suficientes para trabajar en libertad, puede conectarse a esas autopistas de financiamiento, tecnología, know how, transformación final de los productos, manejo, transporte y mercados que ofrece el capitalismo avanzado, puede entrar en la vía rápida hacia el desarrollo económico.
Pero hay otra ventaja, mucho más productiva, acelerada y al alcance de muchas más personas, y es que la economía globalizada y de estados mercados depende cada vez más de las innovaciones, el mundo se ha convertido en una enorme sociedad del conocimiento donde una buena idea vale más que el oro, y hay infinidad de ideas necesarias para avanzar hacia un mundo mejor, desde aquellas superespecializadas, que necesitan de laboratorios de última generación y tecnologías de punta, para las que la mayor parte de nuestros países no tenemos alcance, hasta aquellas que mejoran procesos, hacen más eficientes los equipos existentes, consiguen mayor rendimiento, que hacen más fácil la vida doméstica de las personas, sobre todo en tecnologías de informática, utencilios y ergonomía de implementos.
Una buena idea es reconocible en cualquier parte del mundo y es tan sólida como una buena cantidad de dinero duro en efectivo; los centros financieros del mundo (New York, Londres, Berlín, Tokio, Hong Kong, por nombrar solo algunos), tienen en sus instituciones financieras departamentos especializados en “cazar” estas ideas para hacerlas productivas y que generen un mercado mundial.
Desde una nueva aleación metalúrgica, un nuevo aditivo para la gasolina, un programa que resuelva algún problema de los usuarios, un dispositivo que permita el uso má versatil de algún equipo, un nuevo instrumental, una nueva manera de hacer negocios, juegos, deportes, instrumentos de cocina, una nueva pieza que mejore el performance de algún equipo… el mundo de las innovaciones es infinito y el mercado global depende de ellos, como sería el oxígeno para las personas.
Por ello es que los países no se detienen en aumentar sus gastos en educación, en investigación y desarrollo, porque saben que una nueva vacuna o un nuevo procedimiento quirúrgico significan millones de divisas para la economía de las naciones.
Para que la innovación pueda surgir se necesita no sólo de una fuerte inversión en educación e investigación, sino en la protección legal de esas incubadoras de ideas; unas leyes claras y efectivas de protección de patentes, de derechos de autor, de protección a las marcas, son solo el comienzo de una ruta productiva.
Cuando un país, por más pobre que sea, se decide y da el paso para integrarse a la globalización, lo hace consciente de sus riesgos y ventajas, pero tiene que estar todo el país dispuesto para dar el cambio, porque afecta a toda su estructura y componentes, se reordenan sus fuerzas y se escogen nuevas prioridades, y el socialismo, en cualquiera de sus formas, aún en las más benignas, retrasa, impide o sabotea la creación de riquezas e ideas, o la inversión de capitales multinacionales.
El principal argumento es precisamente el de la pobreza y la justicia social, en especial el tema de la igualdad; el socialismo destaca el problema, lo lleva a un lugar de primacía entre los objetivos del país y lo agrava, porque, históricamente hablando, en ningún país del mundo donde se ha acogido y convertido en práctica, el socialismo ha solucionado ninguno de los problemas que reclama como principales.
La pobreza y la justicia social (la igualdad), nunca deben ser considerados como los principios impulsores de ninguna nación que quiera solucionarlos, porque ninguno de estos temas genera riqueza, todo lo contrario, distrae los recursos y las ideas hacia fines improductivos, utópicos, que jamás serán derrotados si no hay producción y un aumento en la calidad de vida de la nación.
Para la iglesia, para las ONG’s que se ocupan de temas humanitarios, para los programas sociales de las empresas, estos temas son importantes, y se han asumido como políticas de responsabilidad sociual, en el entendido de que se cuenta con los recursos para invertirlos en mejorar esas condiciones que, aunque importantes para la convivencia social, no son los que hacen avanzar a un país.
Es un hecho que las economía captitalistas avanzadas han mejorado y hasta derrotado la pobreza extrema, han disminuído el hambre entre su población, han aumentado los índices de salud, de servicios básicos, de seguridad social y de vivienda propia para estos segmentos de su población, pero ¡ojo! no los han solucionado, los han disminuído con éxito.
Nada como ver, en los países socialistas, a los políticos que se llenan la boca por tener estos asuntos como puntos principales en sus programas de gobierno; es patético, pero mientras más los consideran como prioritarios más crece la pobreza en estos países, y eso se debe a dos razones fundamentales: en primer lugar, el socialismo necesita para su sobrevivencia de la pobreza, al igual que la iglesia, y en segundo lugar, se olvidan de hacer productiva, competitiva, innovativa y globalizada su economía. Se trata de la receta perfecta para el desastre.
Ninguno de los políticos de la actualidad comprende el capitalismo, ni le interesa acabar con la pobreza y la desigualdad; no son los hombres y mujeres que el país necesita para su próxima fase, una vez liberados del chavismo. Quizás haya alguna esperanza en los jóvenes que aún no han sido ideologizados por el socialismo, el único estamento que tiene claro el panorama es el empresarial.
Todas las políticas que favorecen a los colectivos, a las clases sociales, sindicatos, grupos de interés (principalmente los partidos políticos, entendidos como se hace en Venezuela, como una maquinaria clientelar y populista), y que van en contra de los intereses del individuo, de la persona humana, que es la base fundamental de la sociedad, deben ocupar un espacio subordinado en la política económica.
Para poder lograr un estado de mercado, la política debe intervenir lo menos posible en las actividades productivas, a no ser que propicie los cambios y el ambiente necesarios para hacer más competitivo y eficiente el aparato productivo; es una necesidad que tenga unas reglas claras y que se cumplan, que proteja su comercio e industria del control gubernamental, que respete la propiedad privada y el acceso a la justicia imparcial y oportuna.
La explotación salvaje de nuestros recursos naturales, la busqueda insaciable de renta fácil y depredadora, quedarían desarticuladas en un mercado globalizado,donde se compite de todas las maneras; la industria enérgética y minera tendrá que añadir inmediatamente valor agregado a muchos de sus productos, introduciendo complementos y tecnología para elevar el nivel del producto a un estadio superior y de más valor.
Cuando un estado logra conectarse a estas autopistas globales de producción y consumo, la velocidad de los cambios es prodigiosa; pero para que esto suceda, lo mejor del país, su recurso humano más preparado, debe estar al comando de las transformaciones necesarias. Poner a un país como Venezuela en condiciones para competir por los mercados globales va a exigir sacrificios, eso hay que explicárselo a la gente, hay que demostrarles que es posible vencer los obstáculos y que si se es persistente, pronto se verán beneficiados.   -   saulgodoy@gmail.com




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