Para
un conservador, como quien escribe estas líneas, el chavismo, la revolución del
socialismo del siglo XXI, es una muestra fehaciente de la ruptura del orden
tradicional de Venezuela y de sus consecuencias, que no son otras que el caos y
la disolución de la vida en sociedad, no concurro ni jamás me haré parte del
grupo de personas que alientan una revolución, un cambio violento en los
patrones de vida de un país, que aplauden las acciones de la masa embrutecida y
sin preparación para asumir los destinos de sus vidas y menos aún del país
nacional.
En
Venezuela hubo un cambio traumático del orden natural de las cosas, una ruptura
con el pasado y la tradición, para permitir que un grupo de militares ignaros y
llenos de vicios, tomaran el poder en nombre de un “pueblo” que no sabía
distinguir entre su trasero y su rostro.
Como podrán notar, no soy de los que exalta el valor de la “chusma”, ese
concepto de “pueblo” tan manoseado y tergiversado con el que se llenan la boca
los socialistas del mundo únicamente que para satisfacer sus apetencias de
figuración y poder, lo popular y lo llano tienen para mí un significado
ominoso: lo vulgar, que tomado como expresión de la masa que apenas puede
proferir una idea sin equivocar las palabras para comunicarlas, se refleja en
una cultura de la miseria, del egoísmo animal, de los placeres desordenados, de
las adicciones y la incapacidad de razonar.
Venezuela
es el claro producto de un quiebre social donde las élites y las clases
preparadas le dieron paso, promovieron y alentaron a que lo peor de su reserva
humana, lo que estaba de último en el desarrollo social, de la noche a la
mañana, se convirtieran en los líderes y conductores del país.
No en
vano, todos aquellos seres humanos dañados, con desperfectos cognitivos,
resentidos sociales, locos, alucinados, violadores, torturadores y asesinos
natos, se pusieron al frente de la gran masa de pordioseros y por la fuerza los
dominaron, y por la fuerza los mantienen comiendo basura mientras Pranes, mafias, y carteles de la droga,
se ocupan de saquear lo que queda de país.
Esa
élite, esa clase social que de manera irresponsable se entregó al socialismo
porque era la manera “correcta” de ser y pensar, porque satisfacía el alma
romántica de unos soñadores, poetas y cristianos confundidos, esos empresarios,
intelectuales, políticos y profesionales de la más diversa índole, sobre la que
descansaba el orden social, que conformaba esa dirección nacional de un
proyecto de país, que quería ser cada vez mejor, en un arrebato de populismo,
cegados por sentimientos encontrados de nihilismo, egoísmo insano y “justicia
social”, renunciaron a su labor garantizar el orden y la paz, y se entregaron
al ideario revolucionario de un cambio profundo en nuestra sociedad, uno que
llevara a la creación de un nuevo hombre, de un nuevo orden, de un nuevo país.
De
esta manera soltaron todas las amarras de ese barco llamado Venezuela, y
creyendo algunos, que en el momento de las dificultades, los llamaría a ellos
como salvadores de la situación, se hicieron a la mar por océanos ignotos
llenos de monstruos y sierpes, en manos de una tripulación borracha de buenas
intenciones y utopías.
Pero
si ahondamos un poco más en nuestra desgracia, si hurgamos en las razones de
nuestra tragedia, podremos ver como el estamento político del país venía en una
franca decadencia desde finales de los años sesenta del pasado siglo, los
padres de nuestra democracia se hacían viejos, aquellos hombres y mujeres que
habían combatido en contra del comunismo, del desorden y del caos social,
buscaban era el descanso del guerrero sin percatarse, que el cambio
generacional no se había dado, que los políticos de relevo no estaban
preparados, que el proyecto educativo de creación de ciudadanía no se había
concretado.
De
esta manera empieza la inestabilidad en el proceso político, líderes jóvenes
sin la estamina y la experiencia necesarias, débiles morales que se guían por
fórmulas ante situaciones que exigían resolución, inventiva y voluntad, viejos
políticos que hacían lo que podían al darse cuenta del vacío en que entraba el
país, tratando algunos de introducir cambios acelerados sin que existieran las
condiciones adecuadas, algunos carcamales se aferraron al poder de una manera
senil, sin permitir la participación de los más jóvenes, pero en mi opinión,
fue que la idea de la democracia estaba mutando hacia derivaciones populistas y
socialistas lo que indujo al error y a la confusión general del mundo político.
Paralelamente
dos factores, que pronto se convertiría en unos “atractores” incidían sobre
nuestro destino, por un lado los precios del petróleo iban en alza, y segundo,
el comunismo en la región se hizo mucho más agresivo, estos dos atractores
empezaron a atraer hacia sí una serie de elementos, que al llegar a su masa
crítica, se convirtieron en vórtices que afectaron la vida nacional, pero el
país no estaba preparado para hacerle frente a ninguno de estos escenarios.
El
petróleo, en vez de promover el desarrollo y el avance del país de manera
ordenada, provocó un gran desequilibrio, provocando el hiper-desarrollo de unos
tecnócratas, que se erigieron como dispensadores y administradores de aquella
enorme y súbita riqueza, y la corrupción, que siempre había estado presente en
la vida nacional, de una manera más o menos controlada, al verse alimentada por
un chorro enorme de recursos, provocó el extravío tanto de la clase política
como de los tecnócratas a quienes el país les quedó pequeño.
Mientras
el pueblo, aunque mantenido en un estado de sobrevivencia más o menos cómodo,
no terminaba de asimilar su papel de actor político, de organización y
activistas de un país que necesitaba más que nunca unos ciudadanos conscientes
de su pasado, responsables de su presente y defensores de su futuro, Venezuela
contaba con una serie de modernas y necesarias instituciones en el ramo de la
administración de justicia, en la actividad educativa, laboral, productiva y de
seguridad social, pero nunca tuvieron oportunidad de aprender a usarlas, de
entender sus mecanismos y hacerlos funcionar para mejorar sus vidas, todas las
iniciativas venían del gobierno, no de la población.
El
otro atractor, el comunismo, agenciado desde Cuba para toda la región, tenía
una agenda de dominio e infiltración que los EEUU trató de contener, pero al
que se le permitió coexistir por medio de su hermano bastardo, el socialismo,
que era la presentación ligera de una doctrina totalitaria dispuesta a la
conquista, y conquistar fue lo que hizo, utilizando toda la estructura
partidista socialista de Latinoamérica, al punto que muy pronto La Habana era el
centro cultural e ideológico de una de las más populares expresiones políticas
del continente, donde se daba cita lo más granado de la intelectualidad.
Y en
este ambiente de discusiones literarias y fiesta revolucionaria, la ideología
de los cambios violentos, de la destrucción del orden establecido para
instaurar un nuevo orden, la idea de la creación de un nuevo hombre, de la
liberación del proletariado de sus cadenas explotadoras y de la “justicia
social”, de un gobierno popular y que lo hacían pasar como democrático, fue
calando en el ánimo de los políticos, para quienes el acariciar estas ideas
“progresistas” era la moda, el futuro.
Muy
hábilmente Cuba utilizaba ambas manos, la de la insurgencia armada y la de la
política partidista, ambas las utilizó en una Venezuela donde ya una parte de
la élites comulgaba con estos mundos posibles, donde una buena parte de
nuestros partidos políticos tenían raíces marxistas y donde el pueblo lo que
quería era disfrutar de la buena vida que el petróleo dispensaba a las élites
gobernantes.
Se
olvidaron muy rápidamente de las luchas de una clase pensante y comprometida
con el país, la clase dominante, que desde los tiempos de Bolívar y Páez se
habían aglutinado en los bandos conservadores, en esas élites que sabían de la
vena de barbarie que corría por el pueblo llano, a quienes había que controlar
con fuerza y carácter para que no se rindieran ante los excesos y los placeres
del pillaje, la montonera y las revoluciones.
Nuestra
historia ha sido una de mantener el control de nuestros más bajos instintos por
medio de la autoridad moral, intelectual y de las armas de un grupo dominante,
las veces que se ha permitido un momento de debilidad y el pueblo se ha
adueñado del escenario político, los resultados han sido lamentables, de un
retroceso significativo en la evolución de nuestra nación, las Guerras
Federales fue uno de estos bajones de civilización, hubo que esperar el
surgimiento de un cacique para que pusiera orden en el banquete de pordioseros,
que brindara un tiempo de estabilidad para que de nuevo los conservadores
pudieran hacer su trabajo de brindarle orden y paz al país, conduciendo los
cambios lentamente, de manera dosificada para que pudieran ser asimilados,
llevando de la mano al pueblo hacia un mundo de civilidad y respeto.
Esta
revolución chavista ha sido la última expresión de barbarie y retroceso en
nuestra historia, ha sido la más grave y profunda, el daño que le han propinado
al país, para algunos, es irreversible, yo no lo creo, veo en la palestra
política a unos pocos hombres y mujeres fundamentales para la vida del país,
muy claros en sus pretensiones, obstinados y con un gran sentido de misión,
entre ellos destaco a Antonio Ledesma, a Leopoldo López y sobre todo, a María
Corina Machado.
Estos
tres venezolanos, representantes de las verdaderas élites del país, han sido
perseverantes con el ideal conservador de nuestra historia, probablemente
ninguno de ellos se ha dado cuenta de su posición y del rol que están jugando,
quizás en algún momento hayan flirteado con el socialismo, pero estoy seguro
que se trataba de algo que se corresponde con una estrategia del momento, que
de una convicción.
Para
mí, un opinante circunstancial de la situación del país, Ledesma, López y Machado son las genuina
representación de la Venezuela pensante y de acción, de la que tenemos una
larga tradición, son nuestra esperanza en un nuevo comienzo, al igual que la
Europa del 45, que quedó en ruinas luego de la Segunda Guerra Mundial, son los
líderes necesarios para la reconstrucción del país, una reconstrucción que
creo, es posible, y que nos convertirá en esa Venezuela creada en base a
esfuerzo e inventiva, y que somos afortunados de tener un pasado sobre el cual
construir, una línea evolutiva que seguir y una élite que se está forjando en
el sacrificio y la lucha por la libertad. -
saulgodoy@gmial.com
Un domingo cualquiera en el Country Club las familias más acaudaladas del país se asumieron en franca guerra contra el país y contra el pueblo, siendo uno de sus objetivos concretos la Revolución Bolivariana. Pero esta expresión de la lucha de clases tuvo un antecedente importante en la Guerra Federal, un contexto de guerra generalizada donde las clases populares se fueron contra el mantuanaje burgués y la godarria que poseía en esa época el poder político y económico.
ResponderEliminarHoy, fragmentado el poder en Venezuela con la llegada de Chávez, la clase política que aún conserva el poder económico ha colocado a sus propios hijos al frente para ser abanderados en la recaptura del poder, tanto por vías golpistas como por vías electorales. Henrique Capriles Radonski, María Corina Machado y Leopoldo López son expresión de esa "deuda histórica" que la burguesía quiere saldar; tomar el poder al cual ellos se asumen "predestinados".
La Guerra Federal, la herencia de López y Machado y el Esequibo, se conjugan en un antecedente histórico muy importante que es necesario recordar. No se trata de adjudicarle a López y a Machado lo que hicieron sus ancestros. La cuestión es, que queriendo entregar Venezuela a Estados Unidos de acuerdo a la tendencia histórica de la derecha contemporánea, su entreguismo propio de oligarcas privilegiados guarda una tendencia histórica. Para ellos es una cuestión de herencia ideológica y legado político familiar: preservar el poder, preservar privilegios y entregar el país si es necesario para tales fines.