jueves, 31 de agosto de 2017

El chavismo visto por los conservadores


Para un conservador, como quien escribe estas líneas, el chavismo, la revolución del socialismo del siglo XXI, es una muestra fehaciente de la ruptura del orden tradicional de Venezuela y de sus consecuencias, que no son otras que el caos y la disolución de la vida en sociedad, no concurro ni jamás me haré parte del grupo de personas que alientan una revolución, un cambio violento en los patrones de vida de un país, que aplauden las acciones de la masa embrutecida y sin preparación para asumir los destinos de sus vidas y menos aún del país nacional.
En Venezuela hubo un cambio traumático del orden natural de las cosas, una ruptura con el pasado y la tradición, para permitir que un grupo de militares ignaros y llenos de vicios, tomaran el poder en nombre de un “pueblo” que no sabía distinguir entre su trasero y su rostro.  Como podrán notar, no soy de los que exalta el valor de la “chusma”, ese concepto de “pueblo” tan manoseado y tergiversado con el que se llenan la boca los socialistas del mundo únicamente que para satisfacer sus apetencias de figuración y poder, lo popular y lo llano tienen para mí un significado ominoso: lo vulgar, que tomado como expresión de la masa que apenas puede proferir una idea sin equivocar las palabras para comunicarlas, se refleja en una cultura de la miseria, del egoísmo animal, de los placeres desordenados, de las adicciones y la incapacidad de razonar.
Venezuela es el claro producto de un quiebre social donde las élites y las clases preparadas le dieron paso, promovieron y alentaron a que lo peor de su reserva humana, lo que estaba de último en el desarrollo social, de la noche a la mañana, se convirtieran en los líderes y conductores del país.
No en vano, todos aquellos seres humanos dañados, con desperfectos cognitivos, resentidos sociales, locos, alucinados, violadores, torturadores y asesinos natos, se pusieron al frente de la gran masa de pordioseros y por la fuerza los dominaron, y por la fuerza los mantienen comiendo basura mientras Pranes, mafias, y carteles de la droga, se ocupan de saquear lo que queda de país.
Esa élite, esa clase social que de manera irresponsable se entregó al socialismo porque era la manera “correcta” de ser y pensar, porque satisfacía el alma romántica de unos soñadores, poetas y cristianos confundidos, esos empresarios, intelectuales, políticos y profesionales de la más diversa índole, sobre la que descansaba el orden social, que conformaba esa dirección nacional de un proyecto de país, que quería ser cada vez mejor, en un arrebato de populismo, cegados por sentimientos encontrados de nihilismo, egoísmo insano y “justicia social”, renunciaron a su labor garantizar el orden y la paz, y se entregaron al ideario revolucionario de un cambio profundo en nuestra sociedad, uno que llevara a la creación de un nuevo hombre, de un nuevo orden, de un nuevo país.
De esta manera soltaron todas las amarras de ese barco llamado Venezuela, y creyendo algunos, que en el momento de las dificultades, los llamaría a ellos como salvadores de la situación, se hicieron a la mar por océanos ignotos llenos de monstruos y sierpes, en manos de una tripulación borracha de buenas intenciones y utopías.
Pero si ahondamos un poco más en nuestra desgracia, si hurgamos en las razones de nuestra tragedia, podremos ver como el estamento político del país venía en una franca decadencia desde finales de los años sesenta del pasado siglo, los padres de nuestra democracia se hacían viejos, aquellos hombres y mujeres que habían combatido en contra del comunismo, del desorden y del caos social, buscaban era el descanso del guerrero sin percatarse, que el cambio generacional no se había dado, que los políticos de relevo no estaban preparados, que el proyecto educativo de creación de ciudadanía no se había concretado.
De esta manera empieza la inestabilidad en el proceso político, líderes jóvenes sin la estamina y la experiencia necesarias, débiles morales que se guían por fórmulas ante situaciones que exigían resolución, inventiva y voluntad, viejos políticos que hacían lo que podían al darse cuenta del vacío en que entraba el país, tratando algunos de introducir cambios acelerados sin que existieran las condiciones adecuadas, algunos carcamales se aferraron al poder de una manera senil, sin permitir la participación de los más jóvenes, pero en mi opinión, fue que la idea de la democracia estaba mutando hacia derivaciones populistas y socialistas lo que indujo al error y a la confusión general del mundo político.
Paralelamente dos factores, que pronto se convertiría en unos “atractores” incidían sobre nuestro destino, por un lado los precios del petróleo iban en alza, y segundo, el comunismo en la región se hizo mucho más agresivo, estos dos atractores empezaron a atraer hacia sí una serie de elementos, que al llegar a su masa crítica, se convirtieron en vórtices que afectaron la vida nacional, pero el país no estaba preparado para hacerle frente a ninguno de estos escenarios.
El petróleo, en vez de promover el desarrollo y el avance del país de manera ordenada, provocó un gran desequilibrio, provocando el hiper-desarrollo de unos tecnócratas, que se erigieron como dispensadores y administradores de aquella enorme y súbita riqueza, y la corrupción, que siempre había estado presente en la vida nacional, de una manera más o menos controlada, al verse alimentada por un chorro enorme de recursos, provocó el extravío tanto de la clase política como de los tecnócratas a quienes el país les quedó pequeño.
Mientras el pueblo, aunque mantenido en un estado de sobrevivencia más o menos cómodo, no terminaba de asimilar su papel de actor político, de organización y activistas de un país que necesitaba más que nunca unos ciudadanos conscientes de su pasado, responsables de su presente y defensores de su futuro, Venezuela contaba con una serie de modernas y necesarias instituciones en el ramo de la administración de justicia, en la actividad educativa, laboral, productiva y de seguridad social, pero nunca tuvieron oportunidad de aprender a usarlas, de entender sus mecanismos y hacerlos funcionar para mejorar sus vidas, todas las iniciativas venían del gobierno, no de la población.
El otro atractor, el comunismo, agenciado desde Cuba para toda la región, tenía una agenda de dominio e infiltración que los EEUU trató de contener, pero al que se le permitió coexistir por medio de su hermano bastardo, el socialismo, que era la presentación ligera de una doctrina totalitaria dispuesta a la conquista, y conquistar fue lo que hizo, utilizando toda la estructura partidista socialista de Latinoamérica, al punto que muy pronto La Habana era el centro cultural e ideológico de una de las más populares expresiones políticas del continente, donde se daba cita lo más granado de la intelectualidad.
Y en este ambiente de discusiones literarias y fiesta revolucionaria, la ideología de los cambios violentos, de la destrucción del orden establecido para instaurar un nuevo orden, la idea de la creación de un nuevo hombre, de la liberación del proletariado de sus cadenas explotadoras y de la “justicia social”, de un gobierno popular y que lo hacían pasar como democrático, fue calando en el ánimo de los políticos, para quienes el acariciar estas ideas “progresistas” era la moda, el futuro.
Muy hábilmente Cuba utilizaba ambas manos, la de la insurgencia armada y la de la política partidista, ambas las utilizó en una Venezuela donde ya una parte de la élites comulgaba con estos mundos posibles, donde una buena parte de nuestros partidos políticos tenían raíces marxistas y donde el pueblo lo que quería era disfrutar de la buena vida que el petróleo dispensaba a las élites gobernantes.
Se olvidaron muy rápidamente de las luchas de una clase pensante y comprometida con el país, la clase dominante, que desde los tiempos de Bolívar y Páez se habían aglutinado en los bandos conservadores, en esas élites que sabían de la vena de barbarie que corría por el pueblo llano, a quienes había que controlar con fuerza y carácter para que no se rindieran ante los excesos y los placeres del pillaje, la montonera y las revoluciones.
Nuestra historia ha sido una de mantener el control de nuestros más bajos instintos por medio de la autoridad moral, intelectual y de las armas de un grupo dominante, las veces que se ha permitido un momento de debilidad y el pueblo se ha adueñado del escenario político, los resultados han sido lamentables, de un retroceso significativo en la evolución de nuestra nación, las Guerras Federales fue uno de estos bajones de civilización, hubo que esperar el surgimiento de un cacique para que pusiera orden en el banquete de pordioseros, que brindara un tiempo de estabilidad para que de nuevo los conservadores pudieran hacer su trabajo de brindarle orden y paz al país, conduciendo los cambios lentamente, de manera dosificada para que pudieran ser asimilados, llevando de la mano al pueblo hacia un mundo de civilidad y respeto.
Esta revolución chavista ha sido la última expresión de barbarie y retroceso en nuestra historia, ha sido la más grave y profunda, el daño que le han propinado al país, para algunos, es irreversible, yo no lo creo, veo en la palestra política a unos pocos hombres y mujeres fundamentales para la vida del país, muy claros en sus pretensiones, obstinados y con un gran sentido de misión, entre ellos destaco a Antonio Ledesma, a Leopoldo López y sobre todo, a María Corina Machado.
Estos tres venezolanos, representantes de las verdaderas élites del país, han sido perseverantes con el ideal conservador de nuestra historia, probablemente ninguno de ellos se ha dado cuenta de su posición y del rol que están jugando, quizás en algún momento hayan flirteado con el socialismo, pero estoy seguro que se trataba de algo que se corresponde con una estrategia del momento, que de una convicción.
Para mí, un opinante circunstancial de la situación del país,  Ledesma, López y Machado son las genuina representación de la Venezuela pensante y de acción, de la que tenemos una larga tradición, son nuestra esperanza en un nuevo comienzo, al igual que la Europa del 45, que quedó en ruinas luego de la Segunda Guerra Mundial, son los líderes necesarios para la reconstrucción del país, una reconstrucción que creo, es posible, y que nos convertirá en esa Venezuela creada en base a esfuerzo e inventiva, y que somos afortunados de tener un pasado sobre el cual construir, una línea evolutiva que seguir y una élite que se está forjando en el sacrificio y la lucha por la libertad.   -   saulgodoy@gmial.com







1 comentario:

  1. Un domingo cualquiera en el Country Club las familias más acaudaladas del país se asumieron en franca guerra contra el país y contra el pueblo, siendo uno de sus objetivos concretos la Revolución Bolivariana. Pero esta expresión de la lucha de clases tuvo un antecedente importante en la Guerra Federal, un contexto de guerra generalizada donde las clases populares se fueron contra el mantuanaje burgués y la godarria que poseía en esa época el poder político y económico.

    Hoy, fragmentado el poder en Venezuela con la llegada de Chávez, la clase política que aún conserva el poder económico ha colocado a sus propios hijos al frente para ser abanderados en la recaptura del poder, tanto por vías golpistas como por vías electorales. Henrique Capriles Radonski, María Corina Machado y Leopoldo López son expresión de esa "deuda histórica" que la burguesía quiere saldar; tomar el poder al cual ellos se asumen "predestinados".

    La Guerra Federal, la herencia de López y Machado y el Esequibo, se conjugan en un antecedente histórico muy importante que es necesario recordar. No se trata de adjudicarle a López y a Machado lo que hicieron sus ancestros. La cuestión es, que queriendo entregar Venezuela a Estados Unidos de acuerdo a la tendencia histórica de la derecha contemporánea, su entreguismo propio de oligarcas privilegiados guarda una tendencia histórica. Para ellos es una cuestión de herencia ideológica y legado político familiar: preservar el poder, preservar privilegios y entregar el país si es necesario para tales fines.

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