jueves, 28 de septiembre de 2017

Sobre El fuego y el relato


Ya hemos escrito sobre el filósofo italiano Georgio Agamben (1942) de quien había leído y comentado en esta columna, una de sus obras de la serie Homo Sacer, la cual es una trilogía pero con algunos libros de soporte y explicativos alrededor del tema , consta de (9) nueve tomos, y que tienen que ver con el delicado asunto de los estados de excepción, desarrollado con diabólica lucidez por el jurista alemán Carl Schmitt para el gobierno de los nazis y manejado con técnicas casi quirúrgicas por Agamben para demostrar la existencia de esa zona gris en donde desaparece el derecho.
Igualmente desarrolla en esta colección, el tema de la biopolítica, profundamente investigada por el filósofo francés Michael Foucault, como herramienta para borrar toda traza de humanidad en las víctimas de estos estados de excepción, de allí términos como nuda vita, musulman (término utilizado en los campos de concentración nazis y rescatado en la obra de Primo Levi) y como magistralmente Agamben, engloba ambos aspectos en una de las nociones más completas y adelantadas del término “soberanía”, que haya estudiado en mis años de análisis político.
Agamben explica como el estado de excepción fue utilizado por G.W. Bush, en contra de los prisioneros talibanes que fueron enviados a la cárcel militar de Guantánamo, y que tienen un brutal parecido, al utilizado por Chávez y su sucesor Nicolás Maduro, en contra de los “presos políticos” de su régimen, a quienes torturó, utilizó la jurisdicción de justicia militar y fue aún más lejos, les aplicó a algunos la pena de muerte, sin el debido proceso, y que he denunciado en varios artículos contenidos en este blog.
Agamben, para muchos filósofos de lo político, se ha convertido en una referencia mundial al analizar el atributo “soberanía” que muchos estados utilizan, como excusa para violar derechos humanos y cometer atrocidades (le recomiendo a los responsables de las violaciones de DDHH del chavismo-madurismo que serán juzgados por el Tribunal de La Haya, que se familiaricen con la obra de Agamben para que entiendan el porqué de sus sentencias y condenas).
Pero Agamben tiene otro aspecto mucho más luminoso en su obra, y es la parte que más me gusta, que es la referente a su pensamiento estético.
Como filólogo, conocedor a profundidad de la literatura medioeval, como crítico de arte y filósofo del lenguaje, tener a Agamben como compañero de lectura es un verdadero lujo.
Amigo personal de grandes poetas y novelistas contemporáneos italianos, su amistad con el director de cine y escritor Pier Paolo Pasolini lo marcaron de manera definitiva en su búsqueda estética, sus libros sobre arte son una maravilla.
Leer  a este otro Agamben es una aventura intelectual de gran refinamiento y profundidad y su libro El fuego y el relato (2014), aunque breve (un poco más de cien páginas) nos introduce por medio de diez ensayos en una vigorosa zambullida en tres temas fundamentales: los misterios del lenguaje, el milagro de la poesía y la reseña de algunos autores que le han renovado su fe en la humanidad.
Dante, Walter Benjamin y Franz Kafka se unen en un maravillosos juego de ideas y palabras insólitas junto a Gershom Scholen, el gran místico y estudioso de la Cábala y amigo de Benjamin, el poeta Paul Celan con su obra y vida, allá afuera, en los bordes exteriores del exilio, y el siempre confiable y escolarca, Aristóteles, cuya comprensión del mundo todavía nos sorprende con su claridad.
El libro empieza con una maravillosa fábula de la tradición jasidista donde los sabios del pasado se reunían en un punto del bosque, encendían un fuego y recitaban unas oraciones para que los ayudara a resolver graves problemas, con el tiempo los rabí olvidaron el sitio en el bosque, hacer el fuego y decir las oraciones, pero no olvidaron la historia, y con eso bastaba para que la ayuda divina los iluminara, de esta manera alegórica nos embarcamos en un viaje por la literatura universal, que no es otra cosa que la historia de cómo perdimos el fuego.
La manera como Agamben ve el lenguaje tiene muchos puntos de contacto como L. Wittgenstein, quien rescata el verdadero significado de la palabra “logos”, el mundo donde vive el ser humano y sin el cual deja de ser persona; el mundo del lenguaje marca de tal manera al hombre, que para comprenderlo cabalmente hay que explorar ese lenguaje, el de la cotidianidad ordinaria, tal como hace con el funcionario del gobierno nazi Eichmann para quien la rutina burocrática era el salvavidas de un insufrible aburrimiento, o con el lenguaje mucho más arriesgado, creativo, de artistas como Dante que se adentran a terrenos inexplorados del lenguaje, donde nacen las palabras como si fueran el centro de las galaxias que arrojan nuevos soles y planetas al universo.
Del propio Dante toma su descripción del demiurgo de las palabras:
“El artista/ que tiene el hábito del arte tiene una mano que tiembla.”
Y la mano tiembla porque al acercarse al fuego, el lenguaje se transforma y el mundo deja de ser sólido y estable para convertirse en un vórtice, otro de sus magníficos ensayos, donde hace una descriptiva topológica de estos elementos matemáticos y los compara con la poesía.
Y se pregunta Agamben, ¿Qué es un acto de creación? Y con ello nos lleva de la mano a la Edad Media para explicarnos los cuatro sentidos que tenía la literatura en aquellos lejanos tiempos, el sentido literal o histórico, el alegórico, el tropológico o moral, y el anagógico o místico, este último, residuo del fuego original que hemos perdido, pero nos queda la historia.
A medida que nos internamos en las visiones de este filósofo del arte y el artista, vamos comprendiendo que habitamos en un mundo de extrañas circunstancias, tal y como lo veía Aristóteles, cada acto de creación, resiste contra algo, crear es romper con el poder-no, es decir, todo artista, artesano, experto en algo, cuando crea, tiene que luchar en contra del impulso de no crear, que es fundamental a su naturaleza, tan importante es, que no es el acto creador el que lo identifica en exclusividad, también lo que se reserva, lo que no hace.
Por este hecho es que son tan importantes las obras inconclusas de los artistas, lo que dejaron solo en proyecto, en el tintero, no es el acto de medicina lo que hace al médico, ni el cuadro en exhibición en una galería lo que hace a un pintor, porque como bien alega Aristóteles, aún sin crear siguen siendo médicos y artistas, contemplan dentro de sí el acto creador sin llevarlo a cabo y para Agamben eso es tan importante como ejecutar sus obras.
Conocemos de algunos artistas con obras mínimas, un Rulfo, un Glenn Gould (pianista, considerado como el máximo exponente de las obras de Bach), un Rimbaud, ¿Qué dejaron dentro de sus almas? ¿No seguían siendo genios aún sin escribir una letra, sin tocar el piano?
Nos comenta Agamben en referencia a ese gran intérprete del piano Glenn Gould quien durante su vida dio poquísimos conciertos y grabó escasos discos: “Frente a la capacidad, que simplemente niega y abandona su propia potencia de no tocar, y frente al talento, que puede solo tocar, la maestría conserva y enfrenta en el acto no su potencia de tocar, sino la de no tocar”
Los ensayos de Agamben nos enseñan un mundo de opacidades y contradicciones, de misterios que están inscritos en la vida de la humanidad y que solo por medio del arte podemos encontrarle sentido; breve pero cargado de ideas, El fuego y el relato, es un libro que no debemos dejar pasar.  –

saulgodoy@gmail.com

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