A mi amigo ignaciano, Henrique
Iribarren Monteverde
Aclaro,
cuando hablo de jesuitas, estoy incluyendo no sólo a los miembros de la orden
religiosa, sino a todos aquellos que hemos sido educados en sus planteles y que
querámoslo o no, tenemos como un sello en el alma, especie de certificado de
origen, que identifica un grupo de personas alrededor del mundo, que han sido
formados por esta enorme maquinaria de saberes y valores, con el propósito de
crear líderes.
Aunque
eso de crear líderes es más un proyecto que una realidad, sin desmeritar el
número de personalidades mundiales que han destacado y que provienen de estos
establecimientos especializados en educación, pues estamos hablando de una
serie de colegios y universidades de primerísimo orden que han inundado el
mundo con esta extraña impronta, de en algún momento, dentro de los grupos más
disímiles y en las circunstancias más variadas, surgen los ignacianos como raras avis en los momentos más complejos
y difíciles para cambiar el rumbo de los acontecimientos.
Chris
Lowney pertenece a este exclusivo grupo, de acuerdo a su nota biográfica
contenida en su libro El Liderazgo al
Estilo de los Jesuitas (2003), abandonó la Compañía de Jesús un viernes en
1983 de la que fue seminarista por siete años, con votos de pobreza, castidad y
obediencia al padre general, y comenzó una nueva carrera el lunes siguiente en
el J.P. Morgan y Co., con los cuales laboró por 17 años donde se desempeñó como
Director Administrativo y miembro del Comité de Administración de las
operaciones en New York, Tokio, Singapur y Londres.
Durante
su dilatada y exitosa carrera como banquero se codeó con lo más granado del
mundo de las finanzas y empresarial del mundo, y se dio cuenta, del enorme
éxito de una de las compañías más longevas (el asegura, se trata de la más
antigua del mundo), más ricas y de mayor alcance, de la cual había sido parte en su juventud.
Lowney
analiza desde el punto de vista de los emprendimientos como la Compañía de
Jesús fue desde su fundación por Ignacio de Loyola, en 1540, una de las
empresas más exitosas en la historia de la humanidad, nos introduce por el
laberinto de sus ideales, la evolución de su misión, las grandes aventuras de
algunos de sus más arriesgados miembros, sus contribuciones a la cultura
universal, pero estudia con especial cuidado lo que motivaba a sus miembros y
alumnos, los valores que dejaron establecidos como cuerpo.
Recordemos
que San Ignacio fue un militar por buena parte de su vida, hasta que un
desgraciado incidente en el campo de batalla lo dejó impedido, lo que pudo
terminar con cualquier carrera o sueño fue un acicate para nuevos rumbos, le
gustaba la educación, de hecho su primer grupo de colaboradores eran maestros,
que luego mutaron en viajeros, diplomáticos, inventores, misioneros, espías
para el Papa, excepcionales lingüistas, investigadores, exploradores,
cartógrafos, mártires…
La
historia de esta empresa, vista desde el punto estrictamente organizativo es
apasionante, una de las luchas más importantes que dio San Ignacio fue en
contra de su propio éxito, hubo de ponerle bridas a su organización para que no
se desbocara y aún así tuvieron enormes crisis y rompimientos, incluso fue
disuelta por un edicto del Vaticano en 1773, con lo que fueron prácticamente
expulsados de Europa y América, fue una situación extrema de la que pudieron
sobrevivir gracias a que en secreto, mantuvieron en Rusia sus operaciones bajo la
protección de la emperatriz Catalina La Grande, para años después reaparecer en
Boston, desde donde reiniciaron su increíble recuperación.
La
historia que nos cuenta Lowney de algunos de sus personajes más notorios de la
compañía como Benedetto de Goes, Matteo Ricci, Christopher Clavius, Francisco
Javier, Roberto de Nobili, Johan Adam Schall von Bell, Doña Juana de Austria, Teilhard
De Chardin todos personajes que dejaron huella en los eventos humanos de sus
épocas, hasta llegar a nuestros contemporáneos, con ex alumnos de los jesuitas
de la talla de Bill Clinton, Francois Mitterand, Antonin Scala, Fidel Castro,
Rafael Caldera entre otros muchos líderes que pasaron por la tutela de la
compañía, habla de una labor de excelencia para la conducción de los hombres.
Y es
justamente en esta labor de liderazgo que Lowney se explaya en su estudio,
empieza con un análisis general de los cuatro principios corporativos que rigen
la organización: 1-Conoserce a sí mismo (Ordenar su propia vida), 2-Ingenio
(Todo el mundo será nuestro hogar), 2-Amor (Con más amor que temor), 4-Heroísmo
(Despertar grandes deseos).
En
cuanto a ordenar su propia vida Lowney dice una gran verdad:
Quien sabe lo que quiere puede buscarlo
enérgicamente. Nadie llega por accidente a ser un gran maestro, padre,
violinista e ejecutivo de una gran corporación. Solo quienes conocen sus
debilidades pueden enfrentarse a ellas o incluso superarlas. Los ejecutivos cuyas
carreras se estancan por falta de confianza en sí mismos solo pueden reanudar
su trayectoria ascendente si identifican y atacan sus debilidades. A quienes
han identificado que los mueve a comprometerse de todo corazón, no les cuesta
trabajo mantenerse motivados.
Y es aquí cuando los Ejercicios Espirituales,
elaborados por San Ignacio de Loyola, vienen como anillo al dedo, son un manual
para llegar a la autoconciencia plena, que es en el fondo la búsqueda que los
jesuitas se proponen en sus alumnos, los ejercicios originales duraban 30 días
y consistían en el aislamiento total de la persona de su entorno para hacerse
el examen de sí mismo, un paseo salvaje por la interioridad del ser donde nos
veremos cara a cara con todos esos afectos desordenados, que puede ser en
algunos casos, muy doloroso, pero el objetivo es identificarlos para luego dominarlos,
lo que implica un duro trabajo para el espíritu.
No hubo emprendimiento más global que el de la
Compañía de Jesús, aún antes que el concepto se hiciera un estilo de vida
postmoderno, “el mundo es nuestra ostra”, si esa era la idea, entonces había
que innovar, ser creativo, adaptarse, no temerle a los errores sino aprender de
ellos, gustar del cambio, tomar caminos equivocados, volver atrás, abrir nuevas
rutas… todo eso hicieron los jesuitas durante 500 años y en condiciones
desventajosas, cuando no había información ni posibilidades de auxilio
inmediato (la noticia del fallecimiento de San Francisco Javier frente a las
costas de China, lo conoció la sede central de Roma, tres años después), fue
así como tomaron por asalto la milenaria Asia, a la exótica América de Sur, no
hubo ciudad importante en el mundo donde los jesuitas no tuvieran una misión,
un colegio o una universidad, al punto que hoy, son la empresa con el mejor
portafolio de propiedades inmobiliarias del mundo.
Pero cosa curiosa, todos y cada uno de los miembros
de la orden se le exige el voto de pobreza, ninguno tiene bienes materiales, no
lo necesitan, pertenecen a una de las empresas más exitosas del planeta donde
se practica el desprendimiento.
Diego Laínez, sucesor de Loyola al frente de la
Compañía de Jesús, le escribía a sus compañeros en la India: “No parece necesario que les escriba a
ustedes una carta especial, puesto que estoy en comunicación frecuente con sus
superiores sobre las cuestiones esenciales, pero quiero tener la satisfacción
de escribirles ahora como prueba de mi afecto por ustedes, a quienes llevo en
mi corazón, inscritos en mi alma.”
El amor era lo que aglutinaba a los miembros del
grupo, ninguno se sentía solo jamás pues estaban seguros que alguien pensaba en
ellos en ese momento, gobernar por amor- decía Loyola- más que por terror, y
una empresa que tenga este tipo de valores es prácticamente imbatible.
Lowney resume la importancia del amor en la
filosofía que ha sostenido a la Compañía: Visión para ver el talento, potencial
y dignidad de cada persona, valor, pasión y compromiso para desatar ese
potencial, y lealtad y mutuo apoyo resultantes, que vigorizan y unen los
equipos.
Por último, en cuantos a tener a los actos heroicos
como objetivos, simplemente la palabra imposible se desvanece, ir más allá del
deber es proponerse la excelencia, el compromiso con el trabajo bien hecho es
fundamental pero como apunta el psicólogo conductista Frederick Herzberg- No se puede motivar a nadie para hacer un
buen trabajo si no tiene un buen trabajo que hacer.
Y de allí los actos heroicos, el buscar siempre los
retos difíciles que traen en su ejecución la mayor satisfacción, el libro de Chris
Lowney es uno de las lecturas motivacionales más interesantes que he leído
últimamente, y si hay alguna relación con los jesuitas, más aún; el libro está
traducido al castellano y lo publica la editorial norma. -
saulgodoy@gmail.com
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