De
acuerdo al filósofo D.T. Susuki las artes en el oriente tienen dos funciones
primordiales, la primera, es afinar la inteligencia del practicante, armonizar
todas las facultades de la mente con el subconsciente de modo de convertirlas
en una unidad integrada para la ejecución artística, sea esta la caligrafía, la
pintura, la arquería, la jardinería o simplemente servir el té.
La
segunda, poner al artista en contacto con la realidad esencial y esto es un
poco más complicado ya que la realidad esencial de la naturaleza no es
evidente, está oculta, dispersa y hay que hacer un gran esfuerzo para
integrarla, empezando por hacer una convergencia del artista con los
instrumentos de su arte y luego, con el objeto mismo a ejecutar, es decir quien
vaya a interpretar una canción o un baile o un movimiento de kendo para la
defensa personal, quien quiera hacer un arreglo floral o escupir una piedra
debe poner en línea al artista, sus recursos y la obra, de modo de trascender
el aparato de la técnica e integrar todos los elementos en uno sólo.
Más
sencillo decirlo que hacerlo, pues se requiere de un aprendizaje especial, de
mucha disciplina y quizás lo más difícil, de una disposición mental que
conviertan al artista y su obra en un ejercicio místico donde se alcanza un
estado de “inconsciencia” y las cosas se hacen de manera natural, como comer
cuando se tiene hambre o dormir cuando se tiene sueño, Susuki lo expresa más
poéticamente: “… a través de largos años
de adiestramiento en el arte del olvido de sí, y cuando lo logra, el hombre
piensa aunque no piense. Piensa como la lluvia que cae del cielo, como las olas
que se agitan en el océano, como las estrellas que iluminan el cielo nocturno,
como el verde follaje mecido por la suave brisa de la primavera. En realidad,
él es la lluvia, el océano, las estrellas, el follaje”.
Muchos
de ustedes lo habrán notado, estamos hablando del arte Zen, una disciplina que
se desprende de esas enseñanzas del budismo Dhyana
que explicado por el filósofo alemán Eugen Herrigel, en su obra Zen y el Arte de los Arqueros Japoneses (1953)
lo explica con estas palabras:
…el
budismo Zen ha abierto caminos a través de los cuales, mediante una metódica
inmersión en sí mismo, el hombre puede acceder a la conciencia, en las mayores
profundidades del alma, de la innominable sinrazón y el innominable desposeimiento,
y lo que es más, a la unión con ambos. Y esto, vinculado al arte de los
arqueros y expresado en un lenguaje aproximativo y sujeto, por ende, a toda
clase de falsas interpretaciones, significa que los ejercicios espirituales,
gracias a los cuales (únicamente) la técnica de la arquería puede convertirse
en arte y si todo va bien llega a perfeccionarse hasta el estadio de "arte
sin artificio", no son otra cosa que ejercicios místicos. De ahí que la
arquería no pueda, en ninguna circunstancia, representar el logro de algo en un
plano exterior, mediante el arco y la flecha, sino sólo interiormente y con uno
mismo. El arco y la flecha no son sino un mero pretexto para alcanzar algo que
podría igualmente suceder sin ellos; son sólo el camino hacia una meta y no la
meta misma; ayudan a lo sumo a dar el último paso, el decisivo.
De
acuerdo a Herrigel, aún en el fragor de la batalla, en situaciones donde el
guerrero puede perder la vida, su entrenamiento le da la habilidad de poder
poner sus flechas en el blanco sin pensarlo, como dirían los que entrenan hoy a
los operadores de las Fuerzas Especiales, internalizando, haciendo los
movimientos parte de la mecánica muscular del cuerpo en automático, pero de
nuevo, disparar la flecha o pintar el cuadro no es la meta, el verdadero
objetivo es el artista mismo, es la inmersión del sujeto en las profundidades
de su inconsciente, a lugares donde el desprendimiento es tal, que se hace uno
con el universo.
En
el lejano oriente la carrera de los artistas, de aquellos que verdaderamente
culminan sus carreras con obras maestras, son ellos los que finalmente se
transforman por medio del arte, de allí que sean ocupaciones que tienen mucho
de sacerdotales, de búsquedas espirituales.
En
el fascinante artículo de Donald Keene sobre Estética Japonesa (2009), nos diferencia el teatro Nō, del más tradicional Kabuki, éste último siendo similar en su
capacidad representacional a las expresiones occidentales, pero en el caso del
Nō, se trata de una búsqueda distinta basada en la sugestión con la intención
de alcanzar verdades y experiencias mucho más remotas del alma.
De
allí su escenario prácticamente desnudo, sin decoración, sin utilería, la
escenografía apenas es un esbozo, en la historia no hay consideraciones sobre
el espacio ni el tiempo, el uso del lenguaje a veces en clave, con ideas
obscuras y muy abstractas, con una gestualidad que apenas tiene relación con lo
que se está diciendo, la experiencia que se quiere lograr en el público es de
carácter personal, significará una cosa para cada quien, y porque es subjetivo
es absoluto, no en vano es un teatro que aburre incluso a muchos japoneses,
pero a quienes les llega, los remite a otras vivencias, algunas de una
simplicidad y belleza que asombran.
Los
gruñidos, la música seca y dura, los actores impertérritos, pretenden trasladar
al público a momentos indescriptibles en
palabras, la muerte, el sufrimiento, la existencia de fantasmas que regresan al
mundo buscando sus obsesiones, la venganza y el amor no correspondido.
Esa
capacidad de sugestión que los japoneses llaman yūgen, cuando hace contacto con la persona lo transforma, y aunque
no es un teatro para todo el mundo es una experiencia inigualable que no tiene
parangón con ninguna forma occidental, Keene nos refiere al monje Shōtetsu, en
el siglo XV para buscar el significado de la palabra Yūgen que dice lo
siguiente:
Yūgen
puede ser captado por la mente, pero no puede ser expresado en palabras. Su
cualidad puede ser sugerida por la visión de una ligera nube velando a la luna
o por la niebla de otoño envolviendo las hojas rojas en la ladera de una
montaña. Si uno se pregunta donde, en estas escenas, reposa el yūgen, no se puede explicar, y no
sorprende que un hombre no pueda comprender esta verdad y prefiera observar un
día perfectamente claro, sin nubes. Es bastante difícil explicar donde reposa
el interés o la naturaleza maravillosa de yūgen.
Por
último quiero tratar un aspecto de los muchos que componen la estética
oriental, sobre todo para los japoneses, que es la importancia de las
irregularidades en una obra de arte; la perfección, la simetría , el
paralelismo es más propio del arte Chino, para los japoneses la perfección en
la forma limita el poder sugestivo de la composición; la arquitectura china tuvo
una gran influencia sobre la japonesa, sobre todo en lo referente a la
construcción de los templos y monasterios, pero esa simetría de los chinos de
hacer que todos los elementos giraran perfectamente en referencia a un axis
central, parecía no ir al gusto de los japoneses, que siempre dejaron parte del
edificio derivar fuera de los límites proprcionales.
Lo
mismo sucedía con las composiciones, con los números primos, un tanka, que es una forma clásica poética
tiene 31 silabas en líneas de cinco, siete, cinco, siete y siete sílabas, nada
que ver con los couplets o los
cuartetos tan populares en occidente para conseguir ritmo, la uniformidad no es
conveniente para el gusto japonés, una pequeña variación, un error en el
sistema, significa la posibilidad de crecer hacia algo nuevo, de allí que las
bibliotecas japonesas aborrecen la uniformidad de los tamaños de los libros en
los estantes, que los jardines tengan uniformidad de composición, pero es en el
arte cerámico donde los japoneses exaltan con mayor denuedo las imperfecciones.
En
las colecciones de porcelanas o en la de vasijas torneadas prefieren con mucho,
las de formas imperfectas, aquellas que contengan partes de sus creadores en
alguna marca, burbuja o desvío de la línea que como firmas, identifican las
piezas, y que las hacen verdaderamente únicas y no seriadas, lo mismo sucede en
la caligrafía y en otras manifestaciones artísticas.
La
estética japonesa es mucho más compleja que los atributos que hemos repasado en
esta breve nota, no solo es la influencia del Zen, ni la búsqueda de emociones
indescriptibles, ni de estados del subconsciente, es una cultura milenaria que
poco a poco ha elaborado una propuesta original, con un sofisticado buen gusto
por los detalles, la simplicidad de los diseños, la impermanencia de las formas,
y que nos han brindado la oportunidad, a los occidentales, de medirnos con
verdaderos maestros del arte y del buen vivir, por eso es importante
conocerla. - saulgodoy@gmail.com
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