Acabo
de terminar el sesudo artículo del profesor Nelson Maldonado-Torres, de la
Universidad de California, Berkeley, titulado Enrique Dussel’s Liberation Thought in the Decolonial Turn (2011),
un prodigioso resumen critico de lo que significa el movimiento des-colonizante
inscrito en el proyecto de modernidad (inconcluso) según el filósofo marxista
alemán Jürguen Habermas.
Se
trata del cada vez más común reclamo, de ciertos pensadores latinoamericanos,
que se metieron en el laberinto de la retórica de ese movimiento inaugurado por
Edward W. Said, que describió los efectos culturales (de dominación) del
coloniaje sobre sus víctimas, todos aquellos que no pertenecemos al crisol del
eurocentrismo, estamos irremediablemente “tocados” por esta enfermedad, que
obligatoriamente nos lleva a la revolución liberadora, de la que el filósofo
argentino-mexicano Enrique Dussel es propagandista principal.
Hay
algunos filósofos de nuestro continente que afirman que la filosofía de la
liberación es el movimiento filosófico más auténtico y original que se haya
parido en estos montes, principalmente porque su carga apunta directamente al
centro ontológico del suramericano, su precariedad como ser humano por haber
sido sometido en el pasado reciente (Maldonado-Torres afirma que aún hoy somos
dependientes del sistema capitalista impuesto por el Imperio) por la fuerza de
países colonialistas que hicieron de nosotros unas víctimas, dependientes del
pensamiento y los designios de estos centros de poder que antes estaban en
Europa, y hoy se mudaron a los EEUU.
Según
estas tesis, que incluyen lo más granado del neomarxismo latinoamericano, la
vida se nos ha ido en la lucha por liberarnos de este yugo, primero con las
guerras de independencia, luego con los movimientos subversivos de liberación y
finalmente, con la revolución del socialismo del siglo XXI, hemos avanzado,
hemos identificado nuestra situación, lamentablemente, no hemos terminado la faena,
falta liberarnos definitivamente, constituirnos en nuevos hombres y mujeres que
aportarán al mundo asombrosas referencias y nuevas perspectivas que en nuestra
condición de “liberados” podremos, finalmente, regalarle nuestro aporte al
mundo de las ideas, y el chavismo fue una muestra.
Enrique
Dussel fue uno de esos personajes que vino a mi país invitado por Chávez, fue
condecorado, premiado, se le dio dinero y se le permitió darnos un discurso muy
lleno de ese socialismo del siglo XXI, del cual la tesis de la filosofía y la
teología de la liberación conforman su columna vertebral, yo estuve en esos
actos y escuché las palabras halagadoras y agradecidas del filósofo hacia la
figura mesiánica de ese gran ogro filantrópico, que era el Teniente de paracaidistas,
convertido en líder mundial de los oprimidos.
Pocas
veces he escuchado un discurso tan servil y que hiciera tanto alarde de un
resentimiento hacia la cultura universal, hacia el cosmopolitismo, que
conformaba ese mundo que Chávez quería destruir para “liberarnos” del oprobio
de siglos de colonización.
La
retórica de Dussel, de Fanon, de Quijano, de Mignolo, de Wynter y otros muchos
comunistas que se han atrincherado en esta resistencia en contra del
pensamiento occidental, parecieran no darse cuenta que del otro lado, de lado
de “ellos” no hay nada sino nihilismo, un vacío existencial que esperan llenar
de tradiciones no alfabéticas y precolombinas, con creencias astrobiológicas
enraizadas en elementos africanos y aborígenes, con mucho sentimentalismo pero
sin ningún contenido real, lo que brinda la oportunidad para que surjan estos
monstruos de la imaginación, como el socialismo del siglo XXI y acaben con un
país como lo hicieron con Venezuela.
Las
opciones ideológicas que propone Maldonado-Torres entre el socialismo,
capitalismo norteamericano y postcolonialismo, hacen mutis al hecho, que esta
última opción es hija dilecta del marxismo postmodernista, en cuyo entorno se
aglutinan formas como el feminismo, la teoría queer, la tendencia chicana, las
manifestaciones afrocaribeñas y otras formas del pensamiento latino, que
identifican diferente minorías culturales emparentadas por una resistencia a la
cultura dominante de los EEUU.
Hay
un elemento racial que gravita con enorme influencia en la tesis de la descolonización
propugnada por estos autores, acusando al eurocentrismo de un lado “oscuro” y
mórbido donde la muerte de negros e indígenas es visto como algo normal, según
Maldonado-Torres hay un punto ciego en la filosofía y las ciencias europeas que
minimizan estas muertes, como si el punto de vista de la filosofía de la
liberación fuera ajeno a esta circunstancia, construyendo un discurso que
pretende posicionar al movimiento de liberación como un “mundo de vida”,
obviando la enorme cantidad de víctimas que esta liberación ha cobrado en su
empeño por prevalecer, dice Maldonado-Torres:
La característica fundamental del mundo
de muerte del colonialismo reside en un marcador geopolítico que lo designa
como espacio-para-la-muerte. Esto quiere decir, la muerte de humanos es mucho
más comprensible en el mundo colonizado, donde la tendencia es que las
poblaciones negras e indígenas quienes con los que sufren más este estado de
cosas, pero también incluye a todos sus súbditos diferenciados racialmente. Es
fundamentalmente de esto, de ese espacio de muerte, que surge el reclamo ético
que incluye la transmodernidad como un futuro posible. El discurso ético
Habermiano responde a la amenaza de violencia en contra del mundo-de-vida
europeo, de la misma manera que la ética de la liberación responde a la
necesidad de descolonizar el mundo-de-muerte colonial.
Una
observación que no toma en cuenta los genocidios indígenas que tanto la
guerrilla como la revolución bolivariana han provocado entre las etnias
indígenas en los territorios bajo su dominio, la devastación de sus territorios
por el control de sus riquezas minerales de extracción, y las masacres que se
han producido entre las comunidades de afro-descendientes que han estado en el
camino de sus bandas armadas.
El socialismo
ha creado más pobreza, ignorancia y hambrunas en nuestra América que cualquier
período colonial o bajo el dominio de imperialistas de potencias europeas, el
retraso de nuestros pueblos, la imposibilidad de desarrollarnos como sociedades
libres y autónomas la encontramos en las decenas de populismo que han surgido
gracias a ese discurso liberador, no en la presencia de los imperialistas y
extranjeros blancos y explotadores en nuestras tierras.
En el
caso venezolano ha sido verdaderamente patético el genocidio del pueblo
provocado por el hambre y la falta de medicinas entre la población más
vulnerable, que simplemente han sido “daños colaterales” de sus políticas
públicas y actuando como gobierno en su afán libertario; en donde han sido
administradores de territorios, estas fuerzas “liberadoras”, no se han
diferenciado de sus pares coloniales al momento de ejercer la violencia y la
explotación sobre seres humanos, sin importar su raza.
La
filosofía de la liberación propone a los pueblos deslastrase de la herencia
colonial, pero si esto es así, ¿Qué nos queda?
Hasta la lengua que hablamos nos fue dada en ese proceso de conquista y
colonia, nuestros modos de vida son los de occidente, nuestras economías
dependen de centros financieros e industriales que se encuentran en ultramar,
la cultura en la que nacemos no es nuestra según esta tesis, que quiere
retrotraernos al buen salvaje, y quiere hacer de nosotros buenos
revolucionarios.
Durante
el último lustro se ha discutido en diferentes foros y círculos académicos la
escaza contribución de la filosofía latinoamericana al acervo mundial, nuestros
países no han desarrollado propuestas, menos aún sistemas de pensamientos
propios, toda la discusión pareciera girar sobre el tema de nuestra incapacidad
de sostener ideas originales, debido, entre otras cosas, a esa herencia
colonial que nos obliga a beber de fuentes de pensamiento del eurocentrismo, y
ahora del mundo norteamericano que nos impone su propio visión del mundo,
capitalista, individualista y consumista, dentro de la cual no tenemos nada
importante que decir, excepto que no pertenecemos a ese lote, sino al de unos
ancestros desplazados hace siglos por la pólvora y la cruz.
Pero
en mi opinión, el problema que tenemos los latinoamericanos es ese complejo de Adam
que no queremos reconocer, nos creemos especiales, una raza cósmica, diferente
al resto del mundo así hagamos lo mismo que hace la gente en otras partes del
planeta, ese problema de origen de nuestra cultura, de la servidumbre a la que
fuimos sometidos, del coloniaje, no la hemos podido superar y lo que hace es
confundirnos, perdemos el tiempo mirándonos el ombligo por aquello que quien no
sabe de dónde viene no sabe a dónde va, memes como ese, lo que resulta es en hacernos
perder el tiempo en consideraciones vanas, y profundizando complejos que
inmovilizan.
Ideologías
tan perniciosas como el marxismo se han valido de esas carencias para sembrar
el odio y la desesperanza en nuestros pueblos, esa vocación de destrucción de
lo que existe para luego construir la utopía, es propio del comunismo más
miserable y retardatario que nos ha infectado; un pensamiento original sólo
necesita de buenas ideas, no importa el idioma ni el lugar donde se vive, de
hecho eso lo hemos demostrado los latinoamericanos con creces en las artes y la
literatura según lo hizo notar Gabriel García Márquez, la filosofía tendrá que
esperar.
Basados
en ese concepto de modernidad que dice que todo lo cristiano es moderno y que
lo primitivo corresponde a gente sin historia e incivilizada, la filosofía y la
teología de la liberación han envenenado nuestro presente y dañado nuestro
futuro posible, identificando a Latinoamérica con esa única opción de gente
oprimida, victimizada, explotada y esperando la redención por medio de actos
revolucionarios, llenándonos de falsas expectativas, malas excusas,
desplazamiento de culpas y escenarios irreales, creo que se le hace un daño
tremendo a los latinoamericanos la promoción de estas ideas para el
subdesarrollo. - saulgodoy@gmail.com
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