jueves, 1 de febrero de 2018

La cultura como arma de construcción masiva




En las últimas décadas se ha hecho común cada vez más argumentar que cada arte tiene un carácter político que lo distingue y que todas las formas de arte se interceptan con un marco político y social propio en cuanto a la exhibición y la recepción del público. Estos modos de análisis buscan situar el arte dentro de un modo de producción, que lo comprometen profundamente con las agencias que lo financian, de quienes lo promueven, de las galerías y museos que lo exhiben, y de las estructuras culturales que lo nutren. La estética, todos están de acuerdo, no puede existir sin la política.
 Jennifer Gonzalez and Adrienne Posner, Facture for Change: US Activist Art since 1950

Soy un estudioso de la llamada Guerra Fría porque creo, firmemente, que de ella surgieron los aspectos básicos de muchos de los problemas que afectan a la Latinoamérica actual; fue un juego entre potencias mundiales, luego de la Segunda Guerra Mundial, que utilizó el mundo como tablero; con ella se trazó nuevos mapas de lo que posteriormente se conocería como “Áreas de Influencia” y fueron elaboradas las recetas ideológicas, que fueron aplicadas y todavía se aplican a diferentes pueblos y regiones del mundo. El concepto ha permanecido, lo que ha cambiado son los medios, algunos altamente sofisticados, a raíz de los cuales - la mayoría de las personas no se dan ni cuenta - lo que dicen y lo que piensan es el resultado de unas políticas y una cultura diseñadas en laboratorios lejanos y por gente extraña a los países recipiendarios.
El mundo funciona como un mosaico de piezas intercambiables y en continuo movimiento, hay una dinámica tectónica y otra trabajando en la superficie; muchas veces, las transformaciones en el paisaje no son notables, pero están sucediendo, otras veces son violentas y, de la noche a la mañana, las situaciones cambian y afectan la vida de millones de personas. La historia que les voy a contar es como una fotografía, congela un momento en el tiempo, para que podamos estudiarla y comprender qué fue lo que sucedió, más aún tratándose de algo tan inaprensible y etéreo como lo es una expresión del arte.
La Guerra Fría fue un largo proceso, que duró cerca de dos décadas, luego de terminada la guerra contra el imperialismo nazi y japonés; las potencias victoriosas, EEUU, Inglaterra y la Unión Soviética, se reunieron para resolver los nuevos términos de poder e influencia sobre Europa en una primera instancia (recuerden que los rusos fueron los que llegaron hasta Alemania y no estaban dispuestos a soltarla), pero, con el correr de los acontecimientos, otras regiones del planeta tuvieron que ser integradas, como ocurrió con Asia que, por instancia de los EEUU y previendo que China se convirtiera en un problema, también fue incluida en aquel reparto del mundo.
Cuando se habla de la Guerra Fría, el común de los mortales piensa en la ciudades europeas en plena reconstrucción, en los espías de bando y bando traficando con secretos, en enormes ejércitos frente a frente dispuestos a medir sus fuerzas, en el desarrollo de las armas nucleares, en el teléfono rojo entre Washington y Moscú… pero fue en Latinoamérica donde se dio el clímax de la Guerra Fría, en Cuba, con la Crisis de los Misiles, que luego culminó con la caída del muro de Berlín.
Europa del Este fue uno de los principales protagonistas, pero en el trasfondo, en el sureste asiático, África (en especial Suráfrica), el Caribe y Centroamérica se cocinaban los principales conflictos políticos.
En ese peligroso juego de componendas, espionaje, propaganda y revoluciones, los EEUU ya habían decidido su estrategia global de impulsar la democracia, el libre mercado y la promoción de los derechos del hombre, como medios para contrarrestar el comunismo, los gobiernos totalitarios y la hegemonía de los partidos únicos, que promovía Stalin y luego Mao.
El gobierno norteamericano tuvo que recurrir a todos los recursos y voluntades que pudieran marcar la diferencia en ese delicado momento, y uno de sus mejores haberes lo constituyó el banquero y filántropo norteamericano Nelson Rockefeller, heredero de una dinastía que inició John D. Rockefeller con un conglomerado de empresas petroleras y financieras, entre las que se encontraban la Standard Oil y el Chase Manhattan Bank. La inmensa fortuna de los Rockefeller les permitió crear y organizar una constelación de fundaciones, institutos educativos, centros de investigaciones, entre los que destacaba el Museo de Arte Contemporáneo de New York (MOMA por sus siglas en inglés).
Rockefeller estuvo muy ligado a Latinoamérica, en especial a Venezuela, donde sostenía fuertes intereses comerciales, empezando por la empresa Creole Petroleum Corporation, subsidiaria de la Standard Oil y la principal empresa petrolera de Venezuela; además, tenía varias importantes haciendas productoras de ganado, una cadena de supermercados, tiendas por departamentos y asociaciones con importantes empresarios venezolanos de la más variada índole. A Rockefeller le gustaba venir al país y quedarse por temporadas, ese gusto por nuestra tierra se repetiría con la familia Bush, cuyos miembros, durante su pasantía por la presidencia de los EEUU, venían en secreto a Venezuela en viajes para la pesca del pavón en el Capanaparo; fue una relación con nuestra tierra que jamás fue debidamente cultivada ni aprovechada por nuestros políticos, debido justamente a esas gríngolas ideológicas y complejos que el socialismo imponía sobre sus seguidores… bueno, y a esa mala maña de querer jugar para el bando contrario a nuestros propios intereses.
El asunto fue que Nelson Rockefeller se convirtió en uno de los motores fundamentales de la Guerra Fría, aceptando del Presidente Roosevelt ser el coordinador de la Oficina de Asuntos Inter-Americanos en 1940; pero, aún así, nunca dejó su creación favorita, el MOMA, sin su participación constante en su junta directiva, y de allí nació una de las iniciativas más importantes de este enfrentamiento entre las fuerzas del comunismo y las del capitalismo.
Como uno de los principales coleccionistas de arte moderno del mundo, Rockefeller sentía un particular gusto por la nueva pintura norteamericana, que en ese momento emergía, el expresionismo abstracto de artistas de la talla de Pollock, de Kooning, Rothko, Stamos, Gorky y otros, y que integraron la columna vertebral de la colección del MOMA, que fueron enviados por todo el mundo en exposiciones itinerantes, como muestra del arte norteamericano, verdaderamente libre y liberador, en palabras de la experta en la historia del arte, Eva Cockcroft, en su imperdible artículo El Expresionismo Abstracto, arma de la Guerra Fría (1974), en el que nos recuenta:  “En el mundo del arte, el Expresionismo Abstracto constituía un estilo ideal para las actividades de propaganda. Era el perfecto contraste al arte rígido, tradicional y estrecho que era la naturaleza del realismo socialista. Era nuevo, fresco y creativo. Artísticamente- avant-garde-  y original, el Expresionismo Abstracto podía enseñar a los Estados Unidos como una cultura al día, en competencia con París…”
El movimiento del realismo social nunca tuvo verdadero arraigo en Europa, a pesar de que en Francia e Inglaterra algunos artistas y gremios se esforzaron por imponerlo; quizás en literatura y en el cine tuvo mejor suerte, pero igual, no era muy del agrado de la gente ni del momento.
Con Nelson Rockefeller a la cabeza el MOMA, el expresionismo se convirtió en una pieza central de la estrategia cultural norteamericana, junto con la  Agencia de Información (USIA) y la CIA; las exhibiciones preparadas por el MOMA le dieron la vuelta al mundo, enseñando las propuestas artísticas nacidas en libertad y democracia, una estética arriesgada, creativa y muy a tono con las circunstancias. Las cifras son elocuentes: 38 contratos fueron ejecutados por el MOMA para el gobierno norteamericano, 19 exposiciones sólo para Latinoamérica; esta institución tuvo una importante participación en la promoción del muralismo mexicano en el mundo, así como del arte cinético de importantes artistas venezolanos; de hecho, fue el MOMA quien le lavó la cara al gobierno de Kennedy en Latinoamérica, luego del fracaso de la invasión de exiliados a Cuba.
De acuerdo al crítico de arte Russell Lynes, los esfuerzos del Programa Internacional del MOMA, tenían como propósito: “Hacer saber, en especial a Europa, que América no era una cultura atrasada, tal y como los rusos querían hacer ver durante aquel tenso período”.
Por ejemplo, durante el periodo McCartista, donde se le hizo frente al comunismo dentro de los EEUU, siguiéndole investigaciones y juicios a una cantidad de artistas afiliados a esa ideología y supuestamente involucrados en actividades anti-norteamericanas, el Departamento de Estado tuvo que suspender su participación en la Bienal de Venecia, quizás el más importante evento cultural-político de Europa y donde participaba la Unión Soviética; el MOMA tuvo que comprar el pabellón de los EEUU y hacer ellos solos las exposiciones desde 1954 a 1962, en representación de la cultura norteamericana, fue el único caso de un pabellón privado exhibido en la Bienal y anotándose importantes éxitos.
Londres, Paris, Sao Paulo y Tokio fueron de las capitales donde el MOMA llevó a cabo espectaculares exhibiciones del nuevo arte norteamericano; quedará por estudiar la influencia de estas exposiciones en los artistas locales, como, de seguro, sucedió con los artistas brasileños o los polacos, que en sus países, posteriormente, promovieron exhibiciones de arte contemporáneo de sus artistas que hicieron historia. En Venezuela fuimos privilegiados por la gestión de Rockefeller, al traernos esa ventana al avant-garde de la cultura cosmopolita; todavía debemos investigar lo que ganaron nuestros artistas en estos roces con el arte del primer mundo.
Por último, la labor del Nelson Rockefeller, tanto en la Oficina de Asuntos Interamericanos como en el MOMA, dejó una escuela de funcionarios de altísima jerarquía (Kissinger, entre ellos) que luego formaron parte del Plan Marshall, de los esfuerzos de post-guerra para el desarrollo de Asia, del Departamento de Estado, de la CIA… nunca el arte, un museo y un mecenas, estuvieron tan cerca del poder que diseñaba un nuevo mundo.   -    saulgodoy@gmail.com

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