martes, 19 de junio de 2018

La estética según Collingwood



Una de mis lecturas más gratas son los clásicos de la teoría estética, entre ellos la obra de Alexander Baumgarten, un filósofo de mediados del siglo XVIII quien fue el responsable de escoger el término “estética” para abarcar los estudios filosóficos del arte, esto, debido a que creía que el arte, era percibido como sensación por los sentidos y procesado en los niveles cognitivos más bajos, de allí la palabra - estética, del griego aisthesis- que significa percepción por medio de los sentidos.
Y cuando se usa la palabra en su acepción más reducida, sólo le interesa la parte receptiva del arte por parte del observador o público, de allí que se usen las expresiones como “experiencia estética” o “actitud estética”, es decir, trata de los estados mentales de los espectadores ante el arte, de las respuestas que da el observador frente al trabajo artístico o alguna manifestación de la naturaleza.
El crítico de arte Fabian Javier Ludueña Romandini nos dice, que muchos estudiosos consideran que fue una mala escogencia de nombre para una ciencia que estudia lo bello, pero defiende a Baumgarten explicando, que el filósofo entendía por estética apenas una región de un conocimiento mucho más amplio que era la gnoseología, escribió Ludueña Romandini, en el prólogo a la obra de Alain Badiou, Pequeño Tratado de Inestética (1998):

De este modo, a diferencia de la gnoseología superior que se ocupa del saber intelectual, la estética o gnoseología inferior está llamada a tomar como su objeto más propio al saber sensible. Como escribe con suma claridad Baumgarten, la estética busca la "períectio cognitionis sensitiva equatalis" (Aesthetica, 14). Es decir que antes de ser una ciencia de lo sensible en cuanto bello, la estética es la ciencia primordial de la sensación y de lo sensible, permaneciendo, de este modo, fiel a su designio etimológico: aísthesis, sensación.

De las ideas de Baumgarten abrevan autores claves para la filosofía del arte como Kant, Hegel, Croce y uno de mis teóricos preferidos, Robin George Collingwood (1889- 1946) a quien quiero dedicarle unas líneas.
Este filósofo e historiador británico fue un hombre de múltiples facetas en las que dejó trabajos memorables, fue profesor de la universidad de Oxford, en una etapa inicial se desempeñó como un distinguido arqueólogo, experto en la historia de los romanos en su paso por Inglaterra, dirigió una serie de excavaciones que reportaron tesoros y monumentos de la época, publicó una serie de monografías y trabajos que lo convirtieron de muy joven, en una autoridad respetada en la Britania romana.
En 1935 fue nombrado profesor titular de la cátedra de Filosofía Metafísica, justamente cuando llegaban a Inglaterra las primeras noticias desde Viena del desarrollo del positivismo lógico, cosa que lo convertían en una especie de médico brujo de la filosofía.
En 1936 presenta en la Academia Británica su conferencia Naturaleza Humana e Historia Humana, que años después se convertiría en su obra cumbre Idea de la Historia (1946), su tesis, brillantemente expresada, era que la naturaleza humana nunca fue la misma, que no era constante, había una historia que había que seguir para comprender y abarcar la naturaleza del hombre en todos sus aspectos.
A finales de ese mismo año se sumerge en la antropología, haciendo un trabajo de investigación sobre leyendas y tradiciones orales, inspirado por un libro que tuvo que leer para aprobar su publicación mientras fue director de una editorial, el clásico de E.E. Evans-Pritchard, Witchcraft, Oracles and Magic Among the Azande (1938) .
Para el profesor James Connelly de la Universidad de Hull, en su ensayo titulado R.G. Collingwood, de la Antropología a la Metafísica (2009), este contacto con la obra de Evans-Pritchard fue vital para el desarrollo de la filosofía estética de Collingwood, en su importante obra, Principios del Arte (1938), que marcó todo el período de la Segunda Guerra Mundial en un interesante careo con la obra del filósofo italiano Benedetto Croce.
Para el profesor Connelly ese vínculo entre antropología y estética que logró Collingwood, explica en buena parte las concepciones sobre el arte primitivo que éste presentó en su tratado y que en algunos puntos coinciden con los de Croce.
Pero Connelly también nos da noticia del interés de Collingwood por la psicología, que fue parte de su aparato teórico que le permitió abarcar con mayor profundidad la percepción del fenómeno estético, nos cuenta Connelly:

Collingwood tomaba muy en serio sus comentarios sobre psicología: Tenía una regla que decía que uno sólo puede filosofar acerca de las cosas con las que uno se involucra directamente. Que era una de las razones por las que rehuía de hacer filosofía de las ciencias pero aceptaba de buen grado involucrarse con la filosofía del arte, entre otras cosas porque él tocaba el piano y el violín, pintaba, dibujaba y se sentía a gusto con otras actividades relacionadas. En cuanto a la psicología, hizo un punto de honor el que lo psicoanalizaran, no solo quería hablar del asunto como muchos de sus otros colegas, sino que se sometió a las cincuenta sesiones que se exigían en la práctica de la época. Fue un gran admirador de Freud, al que consideraba un genio; sin embargo lo criticó ásperamente cuando Freud se atrevió a realizar un psicoanálisis retrospectivo sobre figuras literarias o adelantaba  consideraciones antropológicas. Desde su punto de vista Freud violaba sistemáticamente sus propios principios analíticos cuando lo hacía.

El trabajo de Croce fue anterior al de Collingwood, y ejerció una influencia sobre las ideas del británico, cosa que este último no tiene ningún prurito en admitir, de hecho, en la correspondencia que intercambian ambos filósofos, Collingwood agradece a Croce algunas de sus ideas que sirvieron como base para la elaboración de las suyas, esto fue algo que no cayó muy bien entre la intelectualidad inglesa que ven en Collingwood a un renegado de la tradición estética británica marcada por los trabajos de Hume y Mills.
Debido a la limitación del espacio de este artículo no voy a entrar en mayores consideraciones sobre las tesis estéticas de ambos filósofos, excepto en lo que corresponde a su visión más fundamental sobre el origen del arte, para Collingwood el arte se genera en el mundo de la imaginación, mientras que para Croce nace de la intuición, y para ambos el intelecto está supeditado a estas primeras y primitivas percepciones.
La naturaleza del arte es asunto de piel, de sensaciones, trabaja debajo del horizonte intelectual, de hecho, según ambos estudiosos, el arte es el punto de partida del conocimiento conceptual, sin esta capacidad perceptiva del arte en el ser humano, éste jamás hubiera tenido la capacidad de objetivizar el mundo, de diferenciarlo, la realidad sería un todo informe y continuo.
Ambos autores coinciden en que la importancia del arte radica en que es el primer escalón del pensamiento abstracto, sin arte no hay desarrollo intelectual, y es una tesis que retomaría décadas después el propio Alain Badiou, el arte, a medida que se complejiza lo hace, porque hay una progresión del pensamiento, cuando el hombre de las cavernas dibuja los primeros caballos y bisontes en las cuevas de Europa y Asia estamos en presencia de los primeros síntomas de la inteligencia.
Fue un ejercicio que repitió de manera magistral Picasso en sus cuadros Deux chevaux traînant un cheval tué, de 1929 y Homme tenant deux chevaux, de 1939, de un enorme parecido a las pinturas rupestres encontradas en la cueva de Chauvet-Pont-d'Arc en Ardéche, pero que fueron descubiertas mucho después de que Picasso las pintara, lo que hizo Picasso en su estudio, lo hicieron nuestros antepasado a la luz de las antorchas en una cueva.
Lo que trataron de probar tanto Collingwood como Croce era, que es por medio de la imaginación-intuición como el intelecto tiene acceso al mundo, que el arte es de alguna manera, como una membrana porosa que permite el paso al intelecto de las impresiones de la realidad, y que el arte depende de las sensaciones y emociones.
Espero que con estos breves comentarios haya podido despertar la curiosidad de mis lectores sobre los trabajos de estos grandes filósofos del arte, que tienen mucho más que decir que lo esbozado en estas líneas.    -    saulgodoy@gmail.com




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