Para
muchos buenos cristianos en Venezuela, pareciera que Dios le ha dado la espalda
a nuestro pueblo; tantas calamidades y errores fundamentales de vida juntos, y
para tantas personas, conforman una catástrofe de dimensiones bíblicas, el país
entero se sacude en una inmensa hecatombe que nos ha dejado en la inopia y nos
ha robado el futuro inmediato.
Cuánta
gente sufriendo, cuánta gente muriendo, sobre todo niños, que no tienen culpa
de nada, ancianos indefensos, mujeres solas o con una familia a cuestas,
tratando de sobrevivir, pidiéndole ayuda a Dios, ese poco de clemencia que no
llega, ese respiro que alivie las penurias… y los demonios del chavismo afincando
su odio en nuestros cuerpos y espíritus, porque no sólo es hambre, miseria,
enfermedades… es miedo, violencia y desprecio lo que nos siguen ofreciendo e
imponiendo.
¿A
dónde van nuestras plegarias? ¿Quién escucha nuestro clamor por ayuda?
Pareciera que Dios se olvidó de nosotros, su furia es inclemente, algo muy malo
debimos hacer los venezolanos para que nos enviara tal castigo, no merecíamos
tal destrucción ni cinismo… nos mataron a los muchachos, los que quedaron,
tuvieron que huir para no morir de desahucio, y los que permanecemos lo hacemos
en medio de un sufrimiento generalizado, ¿Qué hicimos, mi Dios, para merecer a
estos diablos del chavismo asesino? ¿Qué clase de plaga nos enviaste?
Estas
son algunas de las impresiones, exclamaciones y reclamos que escucho casi a
diario de gente de fe, de cristianos que, como yo, enfrentan cada día como si
fuera un castigo… y aún así, la gente sigue creyendo en Dios, aunque ya hay
muchos que desistieron y pensaron que esto ya no era una prueba, sino un acto
de extinción contra el pueblo de Venezuela.
Para
un teísta, Dios es bondad. Pero no solo bondad en el sentido de que usted y yo
podemos ser buenos, sino perfectamente bueno… Él es eterno, creador del
universo, poderoso, transcendente, omnisciente, sagrado y personal, y esto es
característica común para el Dios cristiano, judío y musulmán.
Bajo
esta pretensión, pensar que Dios tiene algo que ver con lo que nos está
sucediendo, o lo que sufrieron los pobladores en Alepo, en Siria, durante los
combates entre las fuerzas de ISIS y el gobierno, o lo que tienen que pasar los
balseros africanos, que huyen del hambre hacia Italia en precarias
embarcaciones, que se hunden y no quedan sobrevivientes, es simplemente una
herejía, se trata de actos del demonio, son errores del hombre, pero nunca de
Dios, porque Dios es bueno.
Son
momentos límites para los hombres y mujeres de fe, ¿Por qué el castigo es tan
desproporcionado y no discrimina entre quienes lo sufren? Caen por igual
creyentes e inocentes que pecadores e infieles, no hay selectividad, ni
proporción; pero se nos dice que todo se resuelve después de la muerte, en la
otra vida, en el juicio final, allí es donde se hará justicia… para algunos es
muy tarde y no tiene sentido.
Por
otro lado, vemos a una Iglesia, a los representantes de Cristo en la tierra, en
una acelerada decadencia; involucrados en escándalos financieros de
proporciones globales, siendo acusados del pecado de la pederastia, haciéndole
un daño irreparable a los más vulnerables e indefensos de la sociedad, los
niños… y observamos a sus autoridades apoyando a regímenes opresores y
criminales, bendiciendo y visitando a sus líderes corruptos y aceptando sus
regalos.
Pero
hay otra idea de Dios, aparte de la del ser supremo, y es la de una realidad
aparte, o la “realidad” que lo comprende todo; la primera es elusiva y sólo se
puede acceder por medio de estados místicos, en un mundo que no es de este
mundo, en una realidad inmutable de la que todo lo demás emana; la segunda
comprende lo existente en toda su variedad, complejidad y dimensiones.
Llegamos,
entonces, al punto que quería traer a colación: ¿Qué es ateísmo? ¿Quiénes son
los ateos? Y esto es importante que lo dilucidemos juntos, porque hay una tremenda
confusión en los términos. Referirse a alguien como un ateo en algunas
ocasiones es un insulto, en otras se define como una amenaza que hay que
contener, y en otras, como una persona digna de lástima, si no de desprecio,
por parte de los creyentes.
Ser
ateo en Venezuela, como en muchas partes del mundo, no es bueno; es como una
marca que lleva a una especie de ostracismo, de rechazo, a pesar de que somos
una sociedad donde la libertad religiosa es un derecho consagrado en nuestra
constitución, y también porque somos una sociedad con una tradición secular
importante, por muchos motivos, ya que una buena cantidad de los padres
fundadores de nuestra patria no eran hombres especialmente religiosos, pero,
sobre todo, por la influencia del marxismo y del materialismo comunista, que ha
alimentado la cultura política de tantos venezolanos.
Es
extraño convivir con esos socialistas que son cristianos practicantes; hay toda
una confusión histórica entre la moral cristiana y la socialismo, pero es una
conexión promovida por la misma iglesia y, hoy en día, por un Papa que no tiene
ningún recato en vincular sus raíces socialistas con su práctica religiosa, sin
siquiera ocuparse de las contradicciones que se suscitan entre esa política y
nuestra religión.
Pareciera
que hay un interés de control social que la iglesia trata de complementar con
su contubernio con el socialismo, en la búsqueda una posición de poder e
influencia dentro de la sociedad civil que quisiera ejercer por medio de los
partidos políticos socialistas, movimientos revolucionarios y de justicia
social, movimientos obreros, en los cinco continentes; esto, a pesar de que, en
teoría, ser socialista es ser ateo.
Pero
estas son, apenas, circunstancias agravantes de lo que actualmente la misma
Iglesia Católica está fomentando para fortalecer el ateísmo en el mundo. Volvamos
a nuestro punto inicial, a la naturaleza fundamental del ateísmo.
El
filósofo Ernest Nagel decía: “Entiendo
por ateísmo una crítica y una negación de los principales argumentos de todas
las tesis teístas…entendiendo teísmo como la visión que sostiene que el cielo y
la Tierra y todo lo que contienen debe su existencia y continuidad de
existencia a la sabiduría y voluntad de un ser supremo, autosuficiente,
omnipotente, que nunca se equivoca, y que además es benevolente, que es
independiente y distinto de todo lo que ha creado.”
En el
siglo XIX, existió un político progresista y reformista, llamado Charles Bradlaugh (1833-1891), que decía: “El ateo no dice que no hay Dios, pero dice:
Yo no sé lo que tú quieres decir por Dios, no tengo la menor idea de lo que
Dios significa, Dios para mí es un sonido que implica una afirmación que es poco
clara e indefinida. Yo no niego a Dios, porque no puedo negar algo que afirman
es tan contradictorio y tan difícil de definir”.
Estas
dos descripciones corresponden a las llamadas “negativas”, que se resumen en
negar lo que los teístas creen o, para ponerlo en los términos del pensador
George H. Smith: “Ateísmo, en su forma
más básica, es no creer: la ausencia de creer. Que implica que el ateo no
defiende el argumento que puede probar la no existencia de Dios, y tampoco
necesita hacerlo, un ateísta no es quien cree que un dios no existe; es más
bien, quien no cree en la existencia de un dios”.
Quienes
critican a la religión exponen sus carreras, su prestigio, sus vidas mismas a
una venganza colectiva por parte de sectores fundamentalistas, que ven en estos
argumentos un serio peligro para sus creencias, y muchos optan por la violencia
y por el desprestigio de quienes se atrevieron a señalar los errores e
incongruencias de la fe. Recientemente, hemos sido testigos de la terrible
sentencia de muerte del Ayalota Khomeini contra el escritor Británico Salman
Rushdie; hemos visto la persecución del novelista indio Taslima Nasreen y la
muerte del intelectual egipcio Farag Foda, por parte de una muchedumbre de
fanáticos en Egipto… que no son otra cosa que reminiscencias de aquellos
terribles procesos inquisitorios que se hicieron, convenientemente, contra no
creyentes, como Giordano Bruno, torturado y condenado a la hoguera, y como el
largo juicio y detención de Galileo Galilei.
Todo
esto sucede en tiempos en que la mayor parte de las leyes preconizan la
libertad de expresión y de pensamiento, la libertad religiosa y el derecho que
tiene todo ciudadano de expresar a viva voz su crítica hacia estilos de vidas,
posiciones políticas y religiosas… y no fue lo que sucedió en Francia con el
asalto y muerte de los periodistas que publicaron la famosa caricatura de la representación de Alá, en la
publicación Charlie Haddo.
Los
creyentes tienen una errada actitud cuando confrontan a un ateo; cuando el ateo
dice no creer en dios, ellos le exigen al expuesto ateo las pruebas últimas y
profundas de la naturaleza del universo y de la condición humana, ya que al
negar la existencia de Dios, presumen, deben aportar argumentos que contradigan
el dogma de la iglesia en cuanto estos asuntos, craso error.
El
ateo niega la existencia de Dios, el resto de nuestras creencias es nuestro
problema; y así tiene que ser, no pretender que el ateo tenga todos los
argumentos para descalificar cada uno de nuestros dogmas. Si no creen en Dios
sus razones tendrán.
El
gran ateísta norteamericano Robert Ingersoll decía: “Soy un descreído y soy un creyente, no creo en la versión mosáica de
la creación del mundo, o en el diluvio universal o en la Torre de Babel…yo no
creo que ningún hombre pueda ser totalmente depravado, no tengo la menor fe en
el Paraíso ni en la historia de la manzana. Tampoco creo que Dios es un
carcelero eterno; que va a vigilar una penitenciaría donde la mayor parte de
los hombres van a ser eternamente atormentados. No creo que ningún hombre pueda
ser castigado o recompensado en base a sus creencias. Pero sí creo en la
nobleza de la naturaleza humana, creo en el amor y en el hogar, en la bondad y
la humanidad; creo en la convivencia humana y en compartir, en hacer a mi
esposa y a mis hijos felices, creo en la bondad y en dar a los otros los mismos
derechos que reclamo para mí, yo creo en el libre pensamiento y en la razón, en
la observación y en la experiencia, Creo en la autonomía de cada quien y en
expresar nuestros pensamientos con honestidad, Tengo confianza en toda la
humanidad, que lo que le pase a uno nos pase a todos, y espero que sea algo
bueno, pero por sobre todo, creo en la libertad.”
El
gran problema de las religiones deístas es que subsumen la libertad moral de
los individuos a un ente superior, que exige comportamientos determinados. No
puede haber autonomía y libertad si el hombre delega su comportamiento a una
autoridad divina y a unas escrituras sagradas, donde todo está resuelto; para
algunos pensadores, esto es inmoral, y los cristianos nos enfrentamos al
problema de que nos exigen obediencia, y bajo la amenaza de la perdición
eterna.
Para
los que nacimos y nos cultivaron en estas creencias, llega un momento en que,
conscientes de nuestras propias vidas, debemos decidir qué hacer, ¿creer o no
creer?
Y
aquí hago un paralelismo con el chavismo, que es una ideología política que
tiene mucho de la visión cristiana de secta y religión revelada; el
cristianismo pareciera que nos prepara para ser sumisos ante el poder y la
imposición de dogmas desde una figura de autoridad, y cuando ese poder es
reflejo de un estado, de una constitución, de unos órganos de poder y, para
colmo, la autoridad máxima de la iglesia católica se pliega y reconoce a esa
autoridad, por más ilegítima e injusta que sea, nos prepara para el sometimiento
y para aceptar, como un rebaño de ovejas, sus imposiciones.
En
este sentido el economista dominicano Flavio Rafae3l Fiallo, en su artículo, La Nueva Teología de la Izquierda Radical
(2018), no dice:
Ironía de la historia: sobre todo el
marxismo, que había definido la religión como “el opio de los pueblos”, se
incrusta en hoy por hoy, en una fe cuasi-mágica que a la semejanza de una droga
sirve para crear un espejismo de la próxima victoria de una “revolución” que no
triunfa en ninguna parte.
En este recurrir a la fe como último
medio de continuar creyendo en la
revolución socialista, el palmarés recae en unos curas auto-calificados de
“revolucionarios”, antiguos porta-estandartes o simpatizantes de la susodicha
“teología de la liberación”, la cual pretende aliar el marxismo a la religión
cristiana, llegó a ejercer una influencia
no despreciable, sobre los círculos de la izquierda radical de la América Latina en el transcurso
de los años 70 y 80 del siglo pasado.
Se diría que, habituados a la
especulación teológica, les es fácil, adherirse a una fe por intentar salvar
sus convicciones políticas en vía de desaparición.
Como
lo he expresado en otros artículos, me considero parte fundamental de la
iglesia católica; en mi rol de creyente y practicante, no acepto una figura de
autoridad por encima de mi conciencia, y menos a un Papa comunista, a una iglesia
oportunista, criminal y politizada, a un superior de los jesuitas indolente y
absolutamente mediocre, como el actual; me parece que nuestra iglesia se
encuentra en una terrible crisis, igual que mi país, y que los únicos que podemos
resolverla somos los que la soportamos y le damos vida, la gente, los feligreses.
En
cuanto al ateísmo, considero, al igual que el profesor Paul Criteur, de la
Universidad de los Países Bajos, en su extraordinario ensayo, La definición del Ateísmo (2009), que
podemos convivir, sin mayores problemas, con aquellos ateos que permanecen en
el criterio sustentado por los grandes reformadores de la iglesia europea del
siglo XVIII, que creían que el universo tenía su propia realidad y naturaleza,
gobernadas por leyes físicas, y que la iglesia tenía su propio mundo metafísico,
que en nada contradice la existencia de ambos ámbitos, funcionando en paralelo,
y dándole respuestas a las necesidades del pueblo, - saulgodoy@gmail.com
Excelente!!!. Solo quiero agregar que no todos los representantes de la iglesia son de ideas comunistas. En particular me refiero a la CEV en Venezuela, la cual se ha decantado claramente en favor de la DDHH, a diferencia de sus "jefes".
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