martes, 21 de agosto de 2018

Ateismo



Para muchos buenos cristianos en Venezuela, pareciera que Dios le ha dado la espalda a nuestro pueblo; tantas calamidades y errores fundamentales de vida juntos, y para tantas personas, conforman una catástrofe de dimensiones bíblicas, el país entero se sacude en una inmensa hecatombe que nos ha dejado en la inopia y nos ha robado el futuro inmediato.
Cuánta gente sufriendo, cuánta gente muriendo, sobre todo niños, que no tienen culpa de nada, ancianos indefensos, mujeres solas o con una familia a cuestas, tratando de sobrevivir, pidiéndole ayuda a Dios, ese poco de clemencia que no llega, ese respiro que alivie las penurias… y los demonios del chavismo afincando su odio en nuestros cuerpos y espíritus, porque no sólo es hambre, miseria, enfermedades… es miedo, violencia y desprecio lo que nos siguen ofreciendo e imponiendo.
¿A dónde van nuestras plegarias? ¿Quién escucha nuestro clamor por ayuda? Pareciera que Dios se olvidó de nosotros, su furia es inclemente, algo muy malo debimos hacer los venezolanos para que nos enviara tal castigo, no merecíamos tal destrucción ni cinismo… nos mataron a los muchachos, los que quedaron, tuvieron que huir para no morir de desahucio, y los que permanecemos lo hacemos en medio de un sufrimiento generalizado, ¿Qué hicimos, mi Dios, para merecer a estos diablos del chavismo asesino? ¿Qué clase de plaga nos enviaste?
Estas son algunas de las impresiones, exclamaciones y reclamos que escucho casi a diario de gente de fe, de cristianos que, como yo, enfrentan cada día como si fuera un castigo… y aún así, la gente sigue creyendo en Dios, aunque ya hay muchos que desistieron y pensaron que esto ya no era una prueba, sino un acto de extinción contra el pueblo de Venezuela.
Para un teísta, Dios es bondad. Pero no solo bondad en el sentido de que usted y yo podemos ser buenos, sino perfectamente bueno… Él es eterno, creador del universo, poderoso, transcendente, omnisciente, sagrado y personal, y esto es característica común para el Dios cristiano, judío y musulmán.
Bajo esta pretensión, pensar que Dios tiene algo que ver con lo que nos está sucediendo, o lo que sufrieron los pobladores en Alepo, en Siria, durante los combates entre las fuerzas de ISIS y el gobierno, o lo que tienen que pasar los balseros africanos, que huyen del hambre hacia Italia en precarias embarcaciones, que se hunden y no quedan sobrevivientes, es simplemente una herejía, se trata de actos del demonio, son errores del hombre, pero nunca de Dios, porque Dios es bueno.
Son momentos límites para los hombres y mujeres de fe, ¿Por qué el castigo es tan desproporcionado y no discrimina entre quienes lo sufren? Caen por igual creyentes e inocentes que pecadores e infieles, no hay selectividad, ni proporción; pero se nos dice que todo se resuelve después de la muerte, en la otra vida, en el juicio final, allí es donde se hará justicia… para algunos es muy tarde y no tiene sentido.
Por otro lado, vemos a una Iglesia, a los representantes de Cristo en la tierra, en una acelerada decadencia; involucrados en escándalos financieros de proporciones globales, siendo acusados del pecado de la pederastia, haciéndole un daño irreparable a los más vulnerables e indefensos de la sociedad, los niños… y observamos a sus autoridades apoyando a regímenes opresores y criminales, bendiciendo y visitando a sus líderes corruptos y aceptando sus regalos.
Pero hay otra idea de Dios, aparte de la del ser supremo, y es la de una realidad aparte, o la “realidad” que lo comprende todo; la primera es elusiva y sólo se puede acceder por medio de estados místicos, en un mundo que no es de este mundo, en una realidad inmutable de la que todo lo demás emana; la segunda comprende lo existente en toda su variedad, complejidad y dimensiones.
Llegamos, entonces, al punto que quería traer a colación: ¿Qué es ateísmo? ¿Quiénes son los ateos? Y esto es importante que lo dilucidemos juntos, porque hay una tremenda confusión en los términos. Referirse a alguien como un ateo en algunas ocasiones es un insulto, en otras se define como una amenaza que hay que contener, y en otras, como una persona digna de lástima, si no de desprecio, por parte de los creyentes.
Ser ateo en Venezuela, como en muchas partes del mundo, no es bueno; es como una marca que lleva a una especie de ostracismo, de rechazo, a pesar de que somos una sociedad donde la libertad religiosa es un derecho consagrado en nuestra constitución, y también porque somos una sociedad con una tradición secular importante, por muchos motivos, ya que una buena cantidad de los padres fundadores de nuestra patria no eran hombres especialmente religiosos, pero, sobre todo, por la influencia del marxismo y del materialismo comunista, que ha alimentado la cultura política de tantos venezolanos.
Es extraño convivir con esos socialistas que son cristianos practicantes; hay toda una confusión histórica entre la moral cristiana y la socialismo, pero es una conexión promovida por la misma iglesia y, hoy en día, por un Papa que no tiene ningún recato en vincular sus raíces socialistas con su práctica religiosa, sin siquiera ocuparse de las contradicciones que se suscitan entre esa política y nuestra religión.
Pareciera que hay un interés de control social que la iglesia trata de complementar con su contubernio con el socialismo, en la búsqueda una posición de poder e influencia dentro de la sociedad civil que quisiera ejercer por medio de los partidos políticos socialistas, movimientos revolucionarios y de justicia social, movimientos obreros, en los cinco continentes; esto, a pesar de que, en teoría, ser socialista es ser ateo.
Pero estas son, apenas, circunstancias agravantes de lo que actualmente la misma Iglesia Católica está fomentando para fortalecer el ateísmo en el mundo. Volvamos a nuestro punto inicial, a la naturaleza fundamental del ateísmo.
El filósofo Ernest Nagel decía: “Entiendo por ateísmo una crítica y una negación de los principales argumentos de todas las tesis teístas…entendiendo teísmo como la visión que sostiene que el cielo y la Tierra y todo lo que contienen debe su existencia y continuidad de existencia a la sabiduría y voluntad de un ser supremo, autosuficiente, omnipotente, que nunca se equivoca, y que además es benevolente, que es independiente y distinto de todo lo que ha creado.”
En el siglo XIX, existió un político progresista y reformista, llamado  Charles Bradlaugh (1833-1891), que decía: “El ateo no dice que no hay Dios, pero dice: Yo no sé lo que tú quieres decir por Dios, no tengo la menor idea de lo que Dios significa, Dios para mí es un sonido que implica una afirmación que es poco clara e indefinida. Yo no niego a Dios, porque no puedo negar algo que afirman es tan contradictorio y tan difícil de definir”.
Estas dos descripciones corresponden a las llamadas “negativas”, que se resumen en negar lo que los teístas creen o, para ponerlo en los términos del pensador George H. Smith: “Ateísmo, en su forma más básica, es no creer: la ausencia de creer. Que implica que el ateo no defiende el argumento que puede probar la no existencia de Dios, y tampoco necesita hacerlo, un ateísta no es quien cree que un dios no existe; es más bien, quien no cree en la existencia de un dios”.
Quienes critican a la religión exponen sus carreras, su prestigio, sus vidas mismas a una venganza colectiva por parte de sectores fundamentalistas, que ven en estos argumentos un serio peligro para sus creencias, y muchos optan por la violencia y por el desprestigio de quienes se atrevieron a señalar los errores e incongruencias de la fe. Recientemente, hemos sido testigos de la terrible sentencia de muerte del Ayalota Khomeini contra el escritor Británico Salman Rushdie; hemos visto la persecución del novelista indio Taslima Nasreen y la muerte del intelectual egipcio Farag Foda, por parte de una muchedumbre de fanáticos en Egipto… que no son otra cosa que reminiscencias de aquellos terribles procesos inquisitorios que se hicieron, convenientemente, contra no creyentes, como Giordano Bruno, torturado y condenado a la hoguera, y como el largo juicio y detención de Galileo Galilei.
Todo esto sucede en tiempos en que la mayor parte de las leyes preconizan la libertad de expresión y de pensamiento, la libertad religiosa y el derecho que tiene todo ciudadano de expresar a viva voz su crítica hacia estilos de vidas, posiciones políticas y religiosas… y no fue lo que sucedió en Francia con el asalto y muerte de los periodistas que publicaron la famosa caricatura  de la representación de Alá, en la publicación Charlie Haddo.
Los creyentes tienen una errada actitud cuando confrontan a un ateo; cuando el ateo dice no creer en dios, ellos le exigen al expuesto ateo las pruebas últimas y profundas de la naturaleza del universo y de la condición humana, ya que al negar la existencia de Dios, presumen, deben aportar argumentos que contradigan el dogma de la iglesia en cuanto estos asuntos, craso error.
El ateo niega la existencia de Dios, el resto de nuestras creencias es nuestro problema; y así tiene que ser, no pretender que el ateo tenga todos los argumentos para descalificar cada uno de nuestros dogmas. Si no creen en Dios sus razones tendrán.
El gran ateísta norteamericano Robert Ingersoll decía: “Soy un descreído y soy un creyente, no creo en la versión mosáica de la creación del mundo, o en el diluvio universal o en la Torre de Babel…yo no creo que ningún hombre pueda ser totalmente depravado, no tengo la menor fe en el Paraíso ni en la historia de la manzana. Tampoco creo que Dios es un carcelero eterno; que va a vigilar una penitenciaría donde la mayor parte de los hombres van a ser eternamente atormentados. No creo que ningún hombre pueda ser castigado o recompensado en base a sus creencias. Pero sí creo en la nobleza de la naturaleza humana, creo en el amor y en el hogar, en la bondad y la humanidad; creo en la convivencia humana y en compartir, en hacer a mi esposa y a mis hijos felices, creo en la bondad y en dar a los otros los mismos derechos que reclamo para mí, yo creo en el libre pensamiento y en la razón, en la observación y en la experiencia, Creo en la autonomía de cada quien y en expresar nuestros pensamientos con honestidad, Tengo confianza en toda la humanidad, que lo que le pase a uno nos pase a todos, y espero que sea algo bueno, pero por sobre todo, creo en la libertad.”
El gran problema de las religiones deístas es que subsumen la libertad moral de los individuos a un ente superior, que exige comportamientos determinados. No puede haber autonomía y libertad si el hombre delega su comportamiento a una autoridad divina y a unas escrituras sagradas, donde todo está resuelto; para algunos pensadores, esto es inmoral, y los cristianos nos enfrentamos al problema de que nos exigen obediencia, y bajo la amenaza de la perdición eterna.
Para los que nacimos y nos cultivaron en estas creencias, llega un momento en que, conscientes de nuestras propias vidas, debemos decidir qué hacer, ¿creer o no creer?
Y aquí hago un paralelismo con el chavismo, que es una ideología política que tiene mucho de la visión cristiana de secta y religión revelada; el cristianismo pareciera que nos prepara para ser sumisos ante el poder y la imposición de dogmas desde una figura de autoridad, y cuando ese poder es reflejo de un estado, de una constitución, de unos órganos de poder y, para colmo, la autoridad máxima de la iglesia católica se pliega y reconoce a esa autoridad, por más ilegítima e injusta que sea, nos prepara para el sometimiento y para aceptar, como un rebaño de ovejas, sus imposiciones.
En este sentido el economista dominicano Flavio Rafae3l Fiallo, en su artículo, La Nueva Teología de la Izquierda Radical (2018), no dice:

Ironía de la historia: sobre todo el marxismo, que había definido la religión como “el opio de los pueblos”, se incrusta en hoy por hoy, en una fe cuasi-mágica que a la semejanza de una droga sirve para crear un espejismo de la próxima victoria de una “revolución” que no triunfa en ninguna parte.
En este recurrir a la fe como último medio de continuar  creyendo en la revolución socialista, el palmarés recae en unos curas auto-calificados de “revolucionarios”, antiguos porta-estandartes o simpatizantes de la susodicha “teología de la liberación”, la cual pretende aliar el marxismo a la religión cristiana, llegó a ejercer una influencia  no despreciable, sobre los círculos de la izquierda  radical de la América Latina en el transcurso de los años 70 y 80 del siglo pasado.
Se diría que, habituados a la especulación teológica, les es fácil, adherirse a una fe por intentar salvar sus convicciones políticas en vía de desaparición.

Como lo he expresado en otros artículos, me considero parte fundamental de la iglesia católica; en mi rol de creyente y practicante, no acepto una figura de autoridad por encima de mi conciencia, y menos a un Papa comunista, a una iglesia oportunista, criminal y politizada, a un superior de los jesuitas indolente y absolutamente mediocre, como el actual; me parece que nuestra iglesia se encuentra en una terrible crisis, igual que mi país, y que los únicos que podemos resolverla somos los que la soportamos y le damos vida, la gente, los feligreses.
En cuanto al ateísmo, considero, al igual que el profesor Paul Criteur, de la Universidad de los Países Bajos, en su extraordinario ensayo, La definición del Ateísmo (2009), que podemos convivir, sin mayores problemas, con aquellos ateos que permanecen en el criterio sustentado por los grandes reformadores de la iglesia europea del siglo XVIII, que creían que el universo tenía su propia realidad y naturaleza, gobernadas por leyes físicas, y que la iglesia tenía su propio mundo metafísico, que en nada contradice la existencia de ambos ámbitos, funcionando en paralelo, y dándole respuestas a las necesidades del pueblo,    -   saulgodoy@gmail.com

1 comentario:

  1. Excelente!!!. Solo quiero agregar que no todos los representantes de la iglesia son de ideas comunistas. En particular me refiero a la CEV en Venezuela, la cual se ha decantado claramente en favor de la DDHH, a diferencia de sus "jefes".

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