"…el hombre mismo violento, injusto, queda en sus
propios lazos enredado: la iniquidad se vuelve casi siempre contra su mismo
autor: gozar no puede de una vida pacífica y tranquila el que viola los
sociales pactos.”
De la Naturaleza de las Cosas, Lucrecio
La lucha por el
poder implica compromisos y sacrificios, ¿hasta dónde pueden llegar los hombres
por sus ideales?... ¿o por su sobrevivencia?...  El equilibrio del terror ha sido una constante
en el juego político desde el principio del estado moderno. Ya recomendaba
Maquiavelo en su obra El Príncipe: “... y de aquí nace la pregunta si es mejor
ser amado o temido, o temido más que amado... el amor se mantiene por una
cadena de obligaciones, la cual, el hombre al ser egoísta, la rompe cuando esto
le sirve a sus intereses; pero el miedo la mantiene por la amenaza del castigo
que nunca falla... Pero cuando el Príncipe está con su ejército y tiene un
número grande de soldados bajo su control, entonces es extremamente necesario
de que no le importe ser tomado por cruel; porque sin esta reputación no podrá
mantener su ejército unido o hacer cumplir sus órdenes.”
Cuando el hombre
renuncia a la violencia en aras de la convivencia en un Estado de Derecho, lo
que se hace es permitirle al gobierno el monopolio de la violencia
institucional; de manera que el Estado es el único autorizado para mantener un
equipo de hombres y materiales específicamente para ejercer la violencia cuando
sea necesario, de acuerdo a las leyes, a ello responde la existencia de las
policías y los ejércitos.
El orden se
mantiene, entre otras cosas, por la presencia efectiva de órganos
jurisdiccionales que administran la justicia, acompañados por órganos
represivos que ejercerán la violencia cuando sea necesario; de hecho, las
normas legales de una nación funcionan porque tienen el poder de disuasión o
sea la capacidad de obligar a los ciudadanos al acatamiento de la norma por
medio del uso controlado de la violencia.
Max Weber veía
al Estado como: "El mandato del
hombre sobre el hombre basado en el medio legítimo, o supuestamente legítimo,
de la violencia".
De hecho hay
estudiosos que se refieren a la política, o más precisamente, al poder político
como un tipo de violencia organizada. En este sentido Bertrand de Jouvenel nos
recuerda: "¿Si no hay violencia,
deja de existir el poder?, la esencia del poder es comandar, comandar y ser
obedecido".
Y aún cuando es
cierto que el elemento de la violencia integra la naturaleza del Estado, no es
el único ni el más importante, cuando la ciudadanía acata una manera de hacer
las cosas y de convivencia y lo hace por convencimiento, la violencia sobra. 
Cuando un pueblo
es civilizado y educado en el orden, la tolerancia, la libertad y sobre todo, la
responsabilidad, el elemento amenazante de la violencia ni siquiera pesa en la
cotidianidad.
Pero es
justamente ese elemento de la violencia inherente al Estado el que puede
salirse de control cuando los políticos que lo manejan, pierden el sentido de
la justicia y el equilibrio, o peor aún, cuando quienes dirigen el estado son
unos criminales que controlan las instituciones por medio de mafias, y en el
ejercicio del poder priva, no el interés común, sino el propio y particular de
quienes privatizan el estado, y lo conducen a satisfacer ideologías y objetivos
contrarios a la voluntad de la sociedad. 
En el caso del
terrorismo de Estado, los tiranos y otros gobiernos despóticos, utilizan este
derecho al uso de la violencia institucional para dirigirlo en contra de sus
mismos ciudadanos; el caso más común y patético, es el uso de los servicios de
inteligencia del Estado para perseguir opositores y espiar a quienes no estén
de acuerdo con el régimen, para luego encarcelarlos, torturarlos y hasta
asesinarlos.
Cuando los
cuerpos de seguridad del Estado, sobre todo aquellos que ocultan sus
actividades en el secreto y que actúan de manera encubierta, se prestan para
tales acciones, simplemente se ponen del lado de la ilegalidad y sus
actuaciones pasan a ser criminales, con el agravante de haber utilizado los
mecanismos que otorga la ley, de actuar en las sombras por motivos de una
supuesta Seguridad Nacional.
Este tipo de
situación se da por dos motivos fundamentales, o bien el estamento militar
decide apoderarse del estado por medio de las armas que le fueron confiadas, o
bien porque un partido político por medio de la violencia, o por la vía
electoral, accede al poder y se apodera del estado para cumplir con sus propios
programas y objetivos a espaldas de la constitución y las leyes, y pasando por
encima de la voluntad popular, en el caso venezolano fue una combinación de
ambas.
El resultado es
el mismo, se privatiza el estado para que funcione en beneficio de un grupo y
no de la nación entera, se convierten unas instituciones y una política de ser algo
público y participativo, en una acción y unos objetivos que solamente beneficia
a un pequeño grupo de esa sociedad, imponiendo unas voluntades individuales
sobre una colectiva.
No hay nada más
peligroso que un gobierno, supuestamente legítimo, traicione la confianza y el
mandato de sus ciudadanos al utilizar mecanismos de protección y seguridad
institucional para fines políticos y personales; la acción no solo conforma en
delito de lesa patria sino un acto de
cobardía.
Los debates
sobre el terrorismo que se dieron en el seno de las Naciones Unidas, en
septiembre de 1972, indican lo difícil que es definir el terrorismo. Cuando el
Secretario General trató de conseguir una condena unánime a las acciones
terroristas que ponían en peligro las vidas humanas y otras libertades
fundamentales, un grupo de países reaccionó con contundencia.
Se alegó que si
no se tomaba en cuenta las causas de la respuesta terrorista, sobre todo los
esfuerzos de países coloniales y dependientes por conseguir su independencia,
se violaban una serie de principios contemplados en la carta de la ONU, entre
ellos la autodeterminación y las guerras de liberación nacional, en cuya
búsqueda se autoriza a los pueblos oprimidos a recurrir a todos los medios a su
alcance, incluida la lucha armada.
El representante
de Mauritania alegó: "difícilmente
puede aplicarse (la denominación de terrorista) a personas a quienes se niegan
los más elementales derechos humanos, dignidad, libertad e independencia y
cuyos países se oponen a la ocupación extranjera... no puede culparse a esos
pueblos de cometer actos desesperados que en sí son reprobables; los verdaderos
culpables son más bien los que causan tal desesperación".
Fue en 1979
cuando en una resolución se condenó, por primera vez, los actos de terror, pero
se refirió a los Protocolos de 1977 de la Convención de Ginebra, que buscan dar
a los grupos que sostienen guerras de liberación nacional la protección de las
leyes de guerra.
Finalmente en
diciembre de 1985, luego de una serie de virulentos episodios de actos
terroristas en el mundo, la Asamblea General, adoptó una resolución que: "inequívovamente condena, como
criminales, todos los actos, métodos y prácticas del terrorismo", aunque
siempre quedaron las disposiciones que disculpaban las guerras de liberación
nacional y, entre sus actos, el terrorismo.
La posición
contraria, liderada por los E.E.U.U., discutía que si bien en determinadas
ocasiones se reconocía el derecho al uso de la violencia por parte de los
pueblos oprimidos, tales empleos de fuerza debían ajustarse a las leyes  de guerra y no lesionar a civiles inocentes,
incluir la captura de rehenes o implicar tortura.
Y es que, según
el análisis que hace el jurista norteamericano Abraham B. Sofaner sobre el
derecho y el terrorismo, hay una tendencia en la legislación internacional a
tratar de excusar los actos terroristas como actos políticos, con lo cual los
culpables tienen derecho a garantías y a tratamientos especiales como lo es el
asilo político.
Los terroristas,
una vez que cometen sus actos de violencia, buscan justificarlos y algunos
tratan de legitimarlos.  Hay un cuerpo
legal que se generó a partir de la Conferencia Diplomática de Ginebra sobre la
Reafirmación del Derecho Humanitario Internacional Aplicable en el Conflicto
Armado (1974 y 1977); en el Protocolo Primero de ésta conferencia se pretende
aplicar las leyes del conflicto armado internacional a "conflictos armados en que los pueblos lucharán contra la
dominación colonial y la ocupación extranjera y contra regímenes racistas en el
ejercicio del derecho de autodeterminación".
Transformar a un
criminal, a un terrorista, en un prisionero de guerra es un acto de magia y
lógica perversa cuando se trata de que prevalezca la ideología por encima del
sentido común, del orden y la paz internacional; El Chacal, el famoso
terrorista venezolano, basa su defensa en que él es un prisionero político del
gobierno francés, en su caso, como en muchos otros, se pretende anteponer la
condición de ser revolucionario para eximirlo de las acusaciones de ejercer la
violencia, incluso contra inocentes, y que no se le juzgue como terrorista.
¿Cómo se
defienden las naciones del terrorismo internacional? Según el Dr. Sofaner: "El derecho internacional reglamenta el
empleo de la fuerza por un país en los territorios de otros estados, sea para
capturar o atacar terroristas o para rescatar a los rehenes que allí se
encuentren, o contra los estados mismos por patrocinar a los terroristas o
conspirar con ellos en actividades terroristas específicas. En general, una
nación no puede entrar en el territorio de otra sin su consentimiento.
De igual modo, un estado no puede detener, abordar,
desviar u obstruir las operaciones de barcos o aviones de otros sin bases
adecuadas. Finalmente, el empleo de la fuerza contra la integridad territorial
o la independencia política de otro país está prohibida, salvo en defensa
propia, y cualquier recurso a la violencia debe ser necesario y proporcional a
la amenaza que encara."
Sofaner agrega
que el principio de soberanía no debería de ser el único principio legal que
prive cuando un país responde a los ataques terroristas y que una conducta
terrorista debe ser considerada una agresión armada, un acto de guerra del país
donde se originó el ataque en contra del otro estado.
El gobierno de
Maduro ha demostrado en sus actuaciones que se trata de un estado terrorista,
no sólo en contra de su propio pueblo, sino en contra de la comunidad internacional,
de los países vecinos que tienen que sufrir de una avalancha de desplazados, que
atenta en contra de la propia estabilidad de los países receptores, y al igual
que el régimen de Fidel Castro, cuando se dieron las oleadas de balseros y se
permitió la salida de tanta gente por el puerto de Mariel, entre abril y
octubre de 1980, hacia las costa del estado de Florida, aprovechó de vaciar sus
cárceles de indeseables y le pasó el problema de seguridad a los EEUU.
Nicolás Maduro y
su régimen de manera pública y notoria, ya que su gobierno controla a todos
estos grupos violentos y los organiza como sus milicias y fuerzas de choque,
está enviando a bandas de altísima peligrosidad a Colombia, Brasil, Perú y
Ecuador para que desaten la violencia y el desorden en estos países, y los
vuelve a recoger por medio de unos vuelos “humanitarios” (vuelo hacia Perú de
Conviasa del 27 de agosto) que supuestamente repatrían al país a una parte de
la diáspora de venezolanos, que supuestamente ha sido maltratada y que quiere
volver.
Maduro ha
enviado bandas de criminales a cometer crímenes en otros países, se está
aprovechando de que a la gran mayoría de venezolanos les niega la documentación
de identificación (cédula de identidad y pasaportes) para que pasen
inadvertidos por las fronteras, con toda la intención de desatar la xenofobia y
la discriminación en contra del grueso de los desplazados venezolanos que huyen
de su régimen, con el propósito de crear zozobra y malas relaciones entre los
pueblos y gobiernos, si esto no es un acto de guerra, no se entonces como
llamarlo, se trata de terrorismo puro y destilado.   -  
saulgodoy@gmail.com

 
Es interesante. Esa teoría explica bien el porqué bandas armadas que siempre fueron apoyadas por este gobierno y que no tienen que sufrir los problemas del venezolano ordinario se encuentran en el exterior.
ResponderEliminarParece la misma estartegia que la de ISIS para infiltrarse en Europa.