El siguiente texto es un extracto de mi novela Con el Fuego, la Noche, de próxima
aparición, estamos ajustando los últimos detalles y saldrá a la venta sólo en
su versión digital, se trata de una novela sobre el incendio de la Biblioteca
de Alejandría, la historia de cómo se realizó esta obra y las vicisitudes en
las que se vio envuelta, merecen una novela aparte.
Lo más increíble de mi novela, es que es el retrato épico
de lo que nos está sucediendo en la Venezuela en el siglo XXI, en una historia
que recrea el mundo del siglo IV DC, y en un lugar tan apartado como Egipto,
las coincidencias y las similitudes son espeluznantes y descritas hace más de
veinte años.
Lo que hoy les ofrezco, es apenas un detalle del primer
capítulo y de una exhaustiva investigación que me llevó cerca de los diez años,
espero la disfruten, y atentos a su lanzamiento.
A manera de
introducción…
Del libro
“Historia de Oriente” de Ibn-Rasid-Masdahied, escrito en Bagdad en el año
956dc., copiamos el capítulo catorce, correspondiente a la Gran Biblioteca de
Alejandría. Queremos indicarle a los expertos que se trata del conocido volumen
“Compendio de las urbes antiguas”, el mismo que los doctores Wells, Pitt y
Faruk, han recomendado excluir del índice de la biblioteca Lucaciana del
Trinity College de Cambridge, por considerarla apócrifa y de factura posterior
a la fecha de edición que marca, además- agregan- por no estar incluida en el
listado original en el momento que el College adquiere la colección.
Los que escribimos sobre eventos humanos- historiadores,
nos llaman- tratamos de hacerlo con la verdad por sobre cualquier otro interés,
que siempre abundan cuando tomamos la pluma.
Pero es una verdad difícil de precisar, pues siempre está
envuelta en ropajes diferentes. Muchas veces nuestras propias opiniones se
mezclan de tal manera con la historia que deseamos preservar que, de pronto, se
convierte en otra cosa y no en el hecho que realmente aconteció. Tanto más
difícil cuando se trata de opiniones de terceros sobre hechos que jamás
presenciamos.
Los historiadores tenemos un compromiso personal con
nuestro señor, sea éste príncipe o califa, ellos pagan por nuestro tiempo y
muchas veces es difícil no complacerlos cuando un pasaje no es de su agrado, o
sus simpatías por un personaje o evento se nos imponen en un comentario, o en
un gesto que nos obliga a considerar nuestras evidencias documentales, y fuerza
nuestra diligencia a una decisión política.
Pero igual sucede con la escogencia de las palabras, el
logos tiene vida propia en los textos de historia, las palabras nos traicionan
o se desgranan en tantos significados que terminan por ocultar lo que queríamos
exponer.
Pero son riesgos que hay que correr, pues el mundo sin la
escritura se torna frágil y la memoria se disipa como el humo. Cuando no había escritura los hombres
recordaban los cantos y las historias alrededor de las fogatas, enseñaban estas
historias a sus hijos, y estos a sus hijos, así a través del tiempo mientras
hubiera alguien quien recordara y las contara.
Cuando el mundo era un canto, una voz, muchas historias
fueron olvidadas, otras transformadas, si el maestro no tenía alumnos no se
transmitían sus pensamientos, si el padre no tenía hijos, o los perdía, no
heredaban sus sueños, si al bardo nadie lo escuchaba, su voz enmudecía.
Pero la invención de la escritura cambió todo eso, aunque
la palabra es un demonio de muchos amos y con ella construimos el mundo, el
mundo se hace de acuerdo a la palabra, la palabra de acuerdo a quien la
escribía, el escriba de acuerdo a su verdad, la verdad de acuerdo a lo que
otros decían o escribían. Algunos
hombres creían que cuando la palabra
quedaba atrapada en el trazo sobre el papel o en la piedra, quedaba congelado
el significado, pero no es verdad, la palabra que se lee es de nuevo liberada
en los ojos de quien de nuevo les da vida,
pero puede pasar que signifique otras cosas, muchas de ellas nunca
deseadas… y a pesar de todo esto, el mundo se hiso más firme que cuando los
sonidos se los llevaba el viento.
La palabra creaba al mundo y este a su vez recreaba la
palabra, era la sierpe que se muerde la cola- Uroboros- cada hombre es un
manojo de palabras, que primero se escucharon y luego se escribieron, entonces el mundo se convirtió en una gran
biblioteca. El hombre se dio cuenta de que los días se escribían a sí mismos,
de diferente forma, todo el tiempo…
Es
por ello que los historiadores cambiamos el mundo y al mismo tiempo lo conservamos, entregamos a las generaciones
invisibles el veneno y el elixir. Los historiadores damos versiones de los
hechos, son versiones que se constituyen en parte del mundo de quien las lee,
por eso la importancia de las palabras y las bibliotecas, para guardar la
palabra, y a esos monstruosos libros.
Sabemos que los cristianos, herejes de la palabra, tienen
su historia del mundo, como la tenemos nosotros, hijos del Profeta y seguidores
del Alcorán. Estamos seguros de que la historia de la Gran Biblioteca de
Alejandría será contada por los cristianos a su manera.
Ahora quiero contarla con mis propias palabras.
Cuando los demonios del “logos” fueron confinados en un
libro, al libro hubo que erigirle su prisión, la biblioteca.
Los grandes magos de Siria hicieron un cambio que salvó
al mundo, dejaron de escribir en la piedra, en los monumentos. Allí estaban
expuestos los conocimientos sagrados para todo aquel que tuviera la clave, la
clave se transmitía en el rito de los iniciados, y un día, estos ritos dejaron
de hacerse y ya no pudieron leerse las paredes, columnas y portales.
Entonces escribieron en tablillas de arcilla, escribieron
la clave y la encerraron con cadenas, una vez asegurada, Asurbanipal se llenó
de libros, custodiados y fuera del alcance de los bárbaros e infieles.
Aparecieron entonces los custodios de los libros, quienes
cuidaban no tanto a los libros, sino a quienes los leían. Había quienes
enloquecían, otros abusaban de los poderes del conocimiento que aprendían
buscando riquezas, aún otros, los más peligrosos, escribían sobre el contenido
de los libros a pesar de las advertencias y las exigencias del secreto, muchos
fueron perseguidos y muertos por el cuchillo de los custodios.
Con los custodios nacieron también los destructores de
bibliotecas, se sabía de la fuerza inmensa de los libros prohibidos… no había
paredes suficientemente gruesas para contener a los demonios, bastaba que
existiera un solo iniciado para temer que, algún día, se desataran los cambios
y con ellos la violencia. Los pueblos preferían la paz de la ignorancia que la
guerra por el conocimiento.
Con los griegos y macedonios, el miedo, que aprisionaba a
la palabra, se olvidó, y la fueron liberando poco a poco, educando a sus
pueblos en el respeto a los libros por medio del entendimiento y la poesía,
surgieron entonces muchas escuelas y sabios, se escribieron cantidad de libros
y no los encerraron, creían que la belleza y el equilibrio del mundo helénico
podía triunfar sobre el miedo… se equivocaron.
Ya en el pasado capítulo, describimos la ciudad de Alejandría
y la historia de cómo fue fundada, pero con la muerte de Alejandro y el
comienzo de la dinastía de los Lagidas, se abrió un período fundamental en la
historia de la humanidad, la biblioteca se convirtió en fuente de conocimiento,
ya no era temida como la tumba de los demonios.
Todo empezó muy bien, con ese gusto griego por la
discusión libre de todos los temas posibles bajo el sol, había una fuerte
tradición literaria, escrita y oral, que constantemente era depurada y
ordenada.
Veinte años luego de la muerte de Alejandro Magno,
Tolomeo Soter, recibe en Alejandría al Tirano griego Demetrio de Falera, quien
huía de sus enemigos políticos después que lo derrocaran tras diez años de
gobierno en Atenas. Para ese tiempo,
Alejandría no era sino un apartado campamento militar, con marineros que
entraban y salían, con algunos funcionarios que administraban los asuntos del
gobierno, principalmente el acopio y envío de productos agrícolas. No tardaron en aparecer los artesanos,
carpinteros, albañiles; con los comerciantes y marinos mercantes llegaron los
estafadores y contrabandistas, luego las prostitutas, los sacerdotes y los
jurisconsultos.
Fue una reunión afortunada para el mundo helénico.
Tolomeo Soter había hecho de Alejandría un lugar importante para sabios y
artistas, el mismo Euclides, que descubrió que la tierra era redonda y calculó
su circunferencia, estaba entre ellos, protegido y trabajando en sus
investigaciones bajo la protección del Rey del Imperio Oriental, Tolomeo, quien
era un hombre culto y le gustaba rodearse de cosas bellas y gente inteligente,
era además muy vanidoso, quería convertir a Alejandría en el centro de la
cultura griega, e inmortalizar su nombre como patrono de las artes.
Demetrio de Falera por su parte, era un hombre de acción,
discípulo del maestro peripatético Teofrasto y, siguiendo las enseñanzas
aristotélicas de éste, creía en la educación y en el progreso del pensamiento.
Tolomeo encargó a Demetrio de su plan cultural, quería
que Alejandría sobrepasara los logros de las ciudades cercanas de Rodas y
Pérgamo, cuyos gobiernos ya contaban con grandes bibliotecas, populares liceos,
monumentos fastuosos y reunían a su servicio gran cantidad de literatos y
hombres de ciencias.
Demetrio de Falera era un estudioso de la filosofía, un
conocedor profundo de la lengua griega y un gran coleccionista de libros, en
sus años como gobernante de Atenas se distinguió como protector de la alta
cultura, atrajo a su corte autores e investigadores de valía a quienes sostenía
y financiaba sus obras, pero por sobre todo, se distinguió como un gran
constructor de templos y edificios públicos, foros, avenidas, bibliotecas y
liceos, edificaciones que se distinguían por una gran imaginación, siempre exigiendo
a sus ingenieros que prevaleciera la utilidad, antes que la belleza.
Suya fue la idea de construirle una casa a las musas,
Museo, le llamó, en el espíritu antiguo de los cenáculos pitagóricos y
recordando el antiguo Museo de Atenas, un lugar para que los científicos
pudieran desarrollar sus proyectos de investigación sin que hubiera la
obligación expresa para que dieran clases. Su proyecto incluía la construcción
de una Gran Biblioteca donde se coleccionaría lo mejor del pensamiento griego
hasta el momento. Cuando Tolomeo escuchó de este proyecto, no dudó un momento
en abrirle sus arcas del tesoro a Demetrio para que hiciese realidad su idea.
10.000 esclavos trabajaron en las obras monumentales,
fueron ocho años de dura labor, los dos majestuosos edificios, uno al lado del
otro se terminaron en el tiempo estimado, el sabio Estratón de Lámpsaco que fue
invitado a ver la obra en proceso y los planos de la misma, no pudo sino
exclamar “El saber por fin tiene su
templo”.
En las instalaciones del Museo había salas de disección
para los médicos, observatorios para los astrónomos, talleres para la
construcción de aparatos mecánicos, laboratorios para los alquimistas, contaba
también con un extraordinario jardín zoológico y un invernadero para la
colección botánica del palacio real.
El sabio Estratón fue nombrado preceptor del heredero del
trono, Tolomeo Fliadelfo, quien resultó un ávido coleccionista de obras
clásicas, el joven príncipe le encomendó a su maestro buscar en Grecia la
colección más completa de obras de la escuela aristotélica, mientras que la
ciudad compraba la famosa biblioteca de Pisístrato y le era obsequiada la
biblioteca de Theophrastus.
Demetrio de Falera, incansable, contrataba a las mentes
más brillantes de su tiempo para que trabajaran en el museo. Les ofrecía pagar
por los gastos de viaje y mudanza, les daba cómodos aposentos en la ciudad,
cerca del museo, en un exclusivo barrio creado para tales propósitos, todas sus
necesidades materiales eran cubiertas, disponían de un gran comedor donde
cocineros y sirvientes preparaban y atendían sus mesas bien surtidas, cuando se
reunían para las comidas todos estos hombres de ingenio estaban juntos y
discutían con absoluta libertad sus ideas, se criticaban, se asociaban en
proyectos, intercambiaban conocimientos, en ocasiones se podía encontrar al
mismo Rey compartiendo con estos sabios en sus tertulias, además, se les pagaba
un generoso estipendio anual, estaban exentos del pago de los impuestos, y
todos los gastos en que incurrieran durante sus investigaciones eran costeados
por el museo.
Fliadelfo, ya Rey, tuvo que habilitar el templo de
Serapis como segunda biblioteca debido al gran número de volúmenes que no
cabían en la Gran Biblioteca, se le conoció como biblioteca auxiliar y a sus
anaqueles fueron a parar todos los volúmenes de historia y libros sagrados. El
monarca tuvo la previsión de apartar del tesoro público una parte para costear
el gasto de funcionamiento del museo, asegurándose de esta manera que nunca
faltaran los fondos para sostener la inmensa obra.
No pasó mucho tiempo antes de que la mayor comunidad de
científicos y humanistas del mundo antiguo estuviera reunida y trabajando en la
costa de Egipto. Sólo Pérgamo podía disputarle a Alejandría la calidad de sus
intelectuales, pero jamás a la escala en que lo hacía Alejandría.
Fue durante el reinado de Tolomeo II que se empezó en
Alejandría la cosecha de los avances del Museo, entre ellos, la traducción al
griego del Antiguo Testamento, Egipto se beneficiaba de avanzadas técnicas de
riego, de novísimos sistemas de construcción de barcos, de ingenios de carga y
descarga de buques de gran calado, de complejos sistemas de defensa para la
ciudad, de mortíferas armas de asalto, de los carros de combate más rápidos del
mundo, Alejandría sobrepasó con creces sus extraordinarias capacidades
productivas y comerciales.
Con la biblioteca sucedió algo curioso, con Tolomeo
Evergetes, la Biblioteca de Alejandría llegó a tener 200.000 volúmenes
registrados, buena parte de ello era producido por los sabios del Museo y los
liceos adscritos a la academia, otra parte había sido por la compra que hacía
la ciudad de bibliotecas en venta en el extranjero, más las colecciones que
formaban parte de los botines capturados en acciones militares, las donaciones
de familias importantes y de los mismos autores, para quienes era un privilegio
que sus nombres aparecieran en los codex
de la biblioteca.
Cada pieza era cuidadosamente catalogada, comentada,
restaurada si fuere el caso, se producían copias exactas de su contenido, se
traducían si era necesario, incluyendo las reproducciones de las ilustraciones
que enviaban a las diferentes escuelas y cenáculos para su estudio.
Los maestros de filología del Museo, famosos por su rigor
académico, fueron los que manejaban aquel caudal de información, entre ellos
destacaron como directores de la biblioteca Zenódoto, Arsitófanes de Bizancio,
Aristarco y el mismo Calímaco quien sin llegar a ser un bibliotecario logró una
de las más importantes catalogaciones de todo ese importante material, todos
ellos tuvieron siempre como norte rescatar y conservar la integridad del
patrimonio cultural de la Grecia clásica.
Solamente el centro de copiado, transcripción,
traducción, ilustración y restauración
de manuscritos de la Biblioteca llegó a convertirse en una compleja industria
de artistas, artesanos y sabios trabajando sobre cientos de rollos a la
vez, los textos tenían que ser limpiados
de impurezas y adulteraciones tan comunes en la época, los expertos en autores,
épocas y estilos debían determinar la autenticidad de los mismos, eliminar la
escoria por medio del análisis crítico y de un método riguroso.
En esto influyó el mismo Aristóteles y el peripato,
quienes a través de la crítica literaria y la gramática, llevaron el estudio de
las obras homéricas: la Odisea y la Ilíada, al grado de importancia que les
correspondía, como corazón de la cultura helénica.
El estudio del lenguaje se convirtió en una obsesión en
la Gran Biblioteca, y no es de extrañar que fuera en esos tiempos, cuando el
griego alcanzó su cima más alta, así se cerró la edad de oro de los libros en
Alejandría.
Fueron los sacerdotes quienes sembraron en las sombras,
la semilla de la destrucción de la biblioteca, había una sección para libros
religiosos, algunos volúmenes sobre dioses y ritos que ya nadie podía leer pues
eran incomprensibles, muchos venidos de lejanas tierras y que atraían la
atención de curiosos y magos que llegaban de más allá del Imperio Kushan,
incluso del país de los Seres para estudiarlos.
Había un depósito lleno de papiros de conocimiento
hermético, herencia del antiguo Egipto, de las bibliotecas de Babilonia tenían
guardado miles de tablillas de arcilla inscritas con las enseñanzas de la
astrología y métodos para predecir el futuro, habían estantes con el arcano
conocimiento de los sirios sobre metalurgia, alquimia y magia, colecciones
completas en lenguas extrañas con los conocimientos secretos para conservar la
juventud, curar enfermedades y vencer a la muerte.
Había piedras labradas, planchas de plomo y cobre, pieles
de animales, cortezas de árboles todos inscritos con secretos terribles.
Algunos estudiosos sostenían que en algunos anaqueles estaba escrita la
historia de los dioses que bajaron del cielo entre el fuego y ruidos enormes, y
como, de unas grandes naves, llegaron para enseñar a los hombres las artes de
construir pirámides y la siembra del trigo.
Eran tiempos de monstruosas criaturas que ya no existen,
que atacaban las ciudades y causaban gran mortandad. Era la memoria anterior al
diluvio, poblada la tierra de gigantes fantásticos, cuando el sol era otro y la
luna ocupaba la mitad del cielo.
Los sacerdotes de Isis fueron los primeros en pedir
formalmente a la biblioteca un espacio para sus libros, y que sólo ellos
pudieran manipularlos bajo estrictas reglas, los judíos los siguieron,
consignando sus libros sagrados y todo lo que habían escrito sobre la Cábala,
luego vinieron los sacerdotes de Mitra, Cibeles, Serapis, Apolo y demás órdenes
de los templos.
Se creó un problema administrativo enorme, para algunas
secciones había tantas normas y tan diferentes que se vieron en la obligación
de tener a un representante de cada una de las religiones administrando sus
secciones, el problema grave surgió cuando algunas secciones se negaron a
entregar a los directores de la biblioteca los listados de ingreso de las
obras.
Para acceder a algunos de estos volúmenes solo era posible con complicadas manipulaciones,
largas oraciones y hasta sacrificios de animales dentro de los recintos.
Solo era cuestión de tiempo para que surgiera una crisis
con tantos sacerdotes, tan diferentes,
juntos, fue así como ocurrió la primera gran matanza en la biblioteca y
el primer incendio.
Durante varios años, la biblioteca estuvo recuperándose
de aquel terrible golpe, material valioso se perdió con la destrucción del ala
oeste del edificio.
Se prohibió la entrada a sacerdotes al edificio,
afortunadamente el problema fue resuelto de manera apropiada, obligando a los
bibliotecario a convertirse en sacerdotes, con la autorización imperial de
manipular todos los textos sagrados del recinto.
Se elaboró una complicada cartilla de uso para ciertos
libros que requerían que sus usuarios fueran iniciados, se restringió el acceso
a ciertas áreas y la lectura en voz alta de algunos textos.
Los cánones y códices elaborados hasta el momento, se
conservaron para los libros científicos y literarios, pero otros nuevos fueron
elaborados en base a claves y cifras secretas para los libros peligrosos.
¿Qué era un libro peligroso?, era un criterio que
cambiaba con el tiempo y dependía primordialmente de la voluntad del emperador
de turno. Cuando Tolomeo VII llega al trono, prohibió todos los libros sobre
artes militares, igualmente fueron puestos fuera de acceso las impiedades que
mencionaran a Abraxas.
No contento con esto, éste gobernante persiguió a los
filósofos del Museo y los obligó a abandonar Alejandría, como le tenía terror a
la muerte y a las especulaciones que se hacía sobre ella, prohibió la disección
de los cadáveres, su discusión en los liceos y desterró todos los ritos
fúnebres hacia el perímetro de la ciudad, pero a pesar de que despreciaba el
conocimiento, no se atrevió a tocar los libros.
Tapió las ventanas y puertas de la Gran Biblioteca con
argamasa y ladrillos. Por veinte años la biblioteca fue una gran tumba y
Alejandría se quedó sin un pensador de valía.
– saulgodoy@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario