martes, 11 de septiembre de 2018

Con el Fuego, la Noche



El siguiente texto es un extracto de mi novela Con el Fuego, la Noche, de próxima aparición, estamos ajustando los últimos detalles y saldrá a la venta sólo en su versión digital, se trata de una novela sobre el incendio de la Biblioteca de Alejandría, la historia de cómo se realizó esta obra y las vicisitudes en las que se vio envuelta, merecen una novela aparte.
Lo más increíble de mi novela, es que es el retrato épico de lo que nos está sucediendo en la Venezuela en el siglo XXI, en una historia que recrea el mundo del siglo IV DC, y en un lugar tan apartado como Egipto, las coincidencias y las similitudes son espeluznantes y descritas hace más de veinte años.
Lo que hoy les ofrezco, es apenas un detalle del primer capítulo y de una exhaustiva investigación que me llevó cerca de los diez años, espero la disfruten, y atentos a su lanzamiento.


A manera de introducción…  
Del libro “Historia de Oriente” de Ibn-Rasid-Masdahied, escrito en Bagdad en el año 956dc., copiamos el capítulo catorce, correspondiente a la Gran Biblioteca de Alejandría. Queremos indicarle a los expertos que se trata del conocido volumen “Compendio de las urbes antiguas”, el mismo que los doctores Wells, Pitt y Faruk, han recomendado excluir del índice de la biblioteca Lucaciana del Trinity College de Cambridge, por considerarla apócrifa y de factura posterior a la fecha de edición que marca, además- agregan- por no estar incluida en el listado original en el momento que el College adquiere la colección.

Los que escribimos sobre eventos humanos- historiadores, nos llaman- tratamos de hacerlo con la verdad por sobre cualquier otro interés, que siempre abundan cuando tomamos la pluma.
Pero es una verdad difícil de precisar, pues siempre está envuelta en ropajes diferentes. Muchas veces nuestras propias opiniones se mezclan de tal manera con la historia que deseamos preservar que, de pronto, se convierte en otra cosa y no en el hecho que realmente aconteció. Tanto más difícil cuando se trata de opiniones de terceros sobre hechos que jamás presenciamos.
Los historiadores tenemos un compromiso personal con nuestro señor, sea éste príncipe o califa, ellos pagan por nuestro tiempo y muchas veces es difícil no complacerlos cuando un pasaje no es de su agrado, o sus simpatías por un personaje o evento se nos imponen en un comentario, o en un gesto que nos obliga a considerar nuestras evidencias documentales, y fuerza nuestra diligencia a una decisión política.
Pero igual sucede con la escogencia de las palabras, el logos tiene vida propia en los textos de historia, las palabras nos traicionan o se desgranan en tantos significados que terminan por ocultar lo que queríamos exponer.
Pero son riesgos que hay que correr, pues el mundo sin la escritura se torna frágil y la memoria se disipa como el humo.  Cuando no había escritura los hombres recordaban los cantos y las historias alrededor de las fogatas, enseñaban estas historias a sus hijos, y estos a sus hijos, así a través del tiempo mientras hubiera alguien quien recordara y las contara.
Cuando el mundo era un canto, una voz, muchas historias fueron olvidadas, otras transformadas, si el maestro no tenía alumnos no se transmitían sus pensamientos, si el padre no tenía hijos, o los perdía, no heredaban sus sueños, si al bardo nadie lo escuchaba, su voz enmudecía.
Pero la invención de la escritura cambió todo eso, aunque la palabra es un demonio de muchos amos y con ella construimos el mundo, el mundo se hace de acuerdo a la palabra, la palabra de acuerdo a quien la escribía, el escriba de acuerdo a su verdad, la verdad de acuerdo a lo que otros decían o escribían.  Algunos hombres  creían que cuando la palabra quedaba atrapada en el trazo sobre el papel o en la piedra, quedaba congelado el significado, pero no es verdad, la palabra que se lee es de nuevo liberada en los ojos de quien de nuevo les da vida,  pero puede pasar que signifique otras cosas, muchas de ellas nunca deseadas… y a pesar de todo esto, el mundo se hiso más firme que cuando los sonidos se los llevaba el viento.
La palabra creaba al mundo y este a su vez recreaba la palabra, era la sierpe que se muerde la cola- Uroboros- cada hombre es un manojo de palabras, que primero se escucharon y luego se escribieron,  entonces el mundo se convirtió en una gran biblioteca. El hombre se dio cuenta de que los días se escribían a sí mismos, de diferente forma, todo el tiempo…
Es por ello que los historiadores cambiamos el mundo y al mismo tiempo  lo conservamos, entregamos a las generaciones invisibles el veneno y el elixir. Los historiadores damos versiones de los hechos, son versiones que se constituyen en parte del mundo de quien las lee, por eso la importancia de las palabras y las bibliotecas, para guardar la palabra, y a esos monstruosos libros.
Sabemos que los cristianos, herejes de la palabra, tienen su historia del mundo, como la tenemos nosotros, hijos del Profeta y seguidores del Alcorán. Estamos seguros de que la historia de la Gran Biblioteca de Alejandría será contada por los cristianos a su manera.
Ahora quiero contarla con mis propias palabras.
Cuando los demonios del “logos” fueron confinados en un libro, al libro hubo que erigirle su prisión, la biblioteca.
Los grandes magos de Siria hicieron un cambio que salvó al mundo, dejaron de escribir en la piedra, en los monumentos. Allí estaban expuestos los conocimientos sagrados para todo aquel que tuviera la clave, la clave se transmitía en el rito de los iniciados, y un día, estos ritos dejaron de hacerse y ya no pudieron leerse las paredes, columnas y portales.
Entonces escribieron en tablillas de arcilla, escribieron la clave y la encerraron con cadenas, una vez asegurada, Asurbanipal se llenó de libros, custodiados y fuera del alcance de los bárbaros e infieles.
Aparecieron entonces los custodios de los libros, quienes cuidaban no tanto a los libros, sino a quienes los leían. Había quienes enloquecían, otros abusaban de los poderes del conocimiento que aprendían buscando riquezas, aún otros, los más peligrosos, escribían sobre el contenido de los libros a pesar de las advertencias y las exigencias del secreto, muchos fueron perseguidos y muertos por el cuchillo de los custodios.
Con los custodios nacieron también los destructores de bibliotecas, se sabía de la fuerza inmensa de los libros prohibidos… no había paredes suficientemente gruesas para contener a los demonios, bastaba que existiera un solo iniciado para temer que, algún día, se desataran los cambios y con ellos la violencia. Los pueblos preferían la paz de la ignorancia que la guerra por el conocimiento.
Con los griegos y macedonios, el miedo, que aprisionaba a la palabra, se olvidó, y la fueron liberando poco a poco, educando a sus pueblos en el respeto a los libros por medio del entendimiento y la poesía, surgieron entonces muchas escuelas y sabios, se escribieron cantidad de libros y no los encerraron, creían que la belleza y el equilibrio del mundo helénico podía triunfar sobre el miedo… se equivocaron.
Ya en el pasado capítulo, describimos la ciudad de Alejandría y la historia de cómo fue fundada, pero con la muerte de Alejandro y el comienzo de la dinastía de los Lagidas, se abrió un período fundamental en la historia de la humanidad, la biblioteca se convirtió en fuente de conocimiento, ya no era temida como la tumba de los demonios.
Todo empezó muy bien, con ese gusto griego por la discusión libre de todos los temas posibles bajo el sol, había una fuerte tradición literaria, escrita y oral, que constantemente era depurada y ordenada.
Veinte años luego de la muerte de Alejandro Magno, Tolomeo Soter, recibe en Alejandría al Tirano griego Demetrio de Falera, quien huía de sus enemigos políticos después que lo derrocaran tras diez años de gobierno en Atenas.  Para ese tiempo, Alejandría no era sino un apartado campamento militar, con marineros que entraban y salían, con algunos funcionarios que administraban los asuntos del gobierno, principalmente el acopio y envío de productos agrícolas.  No tardaron en aparecer los artesanos, carpinteros, albañiles; con los comerciantes y marinos mercantes llegaron los estafadores y contrabandistas, luego las prostitutas, los sacerdotes y los jurisconsultos.
Fue una reunión afortunada para el mundo helénico. Tolomeo Soter había hecho de Alejandría un lugar importante para sabios y artistas, el mismo Euclides, que descubrió que la tierra era redonda y calculó su circunferencia, estaba entre ellos, protegido y trabajando en sus investigaciones bajo la protección del Rey del Imperio Oriental, Tolomeo, quien era un hombre culto y le gustaba rodearse de cosas bellas y gente inteligente, era además muy vanidoso, quería convertir a Alejandría en el centro de la cultura griega, e inmortalizar su nombre como patrono de las artes.
Demetrio de Falera por su parte, era un hombre de acción, discípulo del maestro peripatético Teofrasto y, siguiendo las enseñanzas aristotélicas de éste, creía en la educación y en el progreso del pensamiento.
Tolomeo encargó a Demetrio de su plan cultural, quería que Alejandría sobrepasara los logros de las ciudades cercanas de Rodas y Pérgamo, cuyos gobiernos ya contaban con grandes bibliotecas, populares liceos, monumentos fastuosos y reunían a su servicio gran cantidad de literatos y hombres de ciencias.
Demetrio de Falera era un estudioso de la filosofía, un conocedor profundo de la lengua griega y un gran coleccionista de libros, en sus años como gobernante de Atenas se distinguió como protector de la alta cultura, atrajo a su corte autores e investigadores de valía a quienes sostenía y financiaba sus obras, pero por sobre todo, se distinguió como un gran constructor de templos y edificios públicos, foros, avenidas, bibliotecas y liceos, edificaciones que se distinguían por una gran imaginación, siempre exigiendo a sus ingenieros que prevaleciera la utilidad, antes que la belleza.
Suya fue la idea de construirle una casa a las musas, Museo, le llamó, en el espíritu antiguo de los cenáculos pitagóricos y recordando el antiguo Museo de Atenas, un lugar para que los científicos pudieran desarrollar sus proyectos de investigación sin que hubiera la obligación expresa para que dieran clases. Su proyecto incluía la construcción de una Gran Biblioteca donde se coleccionaría lo mejor del pensamiento griego hasta el momento. Cuando Tolomeo escuchó de este proyecto, no dudó un momento en abrirle sus arcas del tesoro a Demetrio para que hiciese realidad su idea.
10.000 esclavos trabajaron en las obras monumentales, fueron ocho años de dura labor, los dos majestuosos edificios, uno al lado del otro se terminaron en el tiempo estimado, el sabio Estratón de Lámpsaco que fue invitado a ver la obra en proceso y los planos de la misma, no pudo sino exclamar “El saber por fin tiene su templo”.
En las instalaciones del Museo había salas de disección para los médicos, observatorios para los astrónomos, talleres para la construcción de aparatos mecánicos, laboratorios para los alquimistas, contaba también con un extraordinario jardín zoológico y un invernadero para la colección botánica del palacio real.
El sabio Estratón fue nombrado preceptor del heredero del trono, Tolomeo Fliadelfo, quien resultó un ávido coleccionista de obras clásicas, el joven príncipe le encomendó a su maestro buscar en Grecia la colección más completa de obras de la escuela aristotélica, mientras que la ciudad compraba la famosa biblioteca de Pisístrato y le era obsequiada la biblioteca de Theophrastus.
Demetrio de Falera, incansable, contrataba a las mentes más brillantes de su tiempo para que trabajaran en el museo. Les ofrecía pagar por los gastos de viaje y mudanza, les daba cómodos aposentos en la ciudad, cerca del museo, en un exclusivo barrio creado para tales propósitos, todas sus necesidades materiales eran cubiertas, disponían de un gran comedor donde cocineros y sirvientes preparaban y atendían sus mesas bien surtidas, cuando se reunían para las comidas todos estos hombres de ingenio estaban juntos y discutían con absoluta libertad sus ideas, se criticaban, se asociaban en proyectos, intercambiaban conocimientos, en ocasiones se podía encontrar al mismo Rey compartiendo con estos sabios en sus tertulias, además, se les pagaba un generoso estipendio anual, estaban exentos del pago de los impuestos, y todos los gastos en que incurrieran durante sus investigaciones eran costeados por el museo.
Fliadelfo, ya Rey, tuvo que habilitar el templo de Serapis como segunda biblioteca debido al gran número de volúmenes que no cabían en la Gran Biblioteca, se le conoció como biblioteca auxiliar y a sus anaqueles fueron a parar todos los volúmenes de historia y libros sagrados. El monarca tuvo la previsión de apartar del tesoro público una parte para costear el gasto de funcionamiento del museo, asegurándose de esta manera que nunca faltaran los fondos para sostener la inmensa obra.
No pasó mucho tiempo antes de que la mayor comunidad de científicos y humanistas del mundo antiguo estuviera reunida y trabajando en la costa de Egipto. Sólo Pérgamo podía disputarle a Alejandría la calidad de sus intelectuales, pero jamás a la escala en que lo hacía Alejandría.
Fue durante el reinado de Tolomeo II que se empezó en Alejandría la cosecha de los avances del Museo, entre ellos, la traducción al griego del Antiguo Testamento, Egipto se beneficiaba de avanzadas técnicas de riego, de novísimos sistemas de construcción de barcos, de ingenios de carga y descarga de buques de gran calado, de complejos sistemas de defensa para la ciudad, de mortíferas armas de asalto, de los carros de combate más rápidos del mundo, Alejandría sobrepasó con creces sus extraordinarias capacidades productivas y comerciales.
Con la biblioteca sucedió algo curioso, con Tolomeo Evergetes, la Biblioteca de Alejandría llegó a tener 200.000 volúmenes registrados, buena parte de ello era producido por los sabios del Museo y los liceos adscritos a la academia, otra parte había sido por la compra que hacía la ciudad de bibliotecas en venta en el extranjero, más las colecciones que formaban parte de los botines capturados en acciones militares, las donaciones de familias importantes y de los mismos autores, para quienes era un privilegio que sus nombres aparecieran en los codex de la biblioteca.
Cada pieza era cuidadosamente catalogada, comentada, restaurada si fuere el caso, se producían copias exactas de su contenido, se traducían si era necesario, incluyendo las reproducciones de las ilustraciones que enviaban a las diferentes escuelas y cenáculos para su estudio.
Los maestros de filología del Museo, famosos por su rigor académico, fueron los que manejaban aquel caudal de información, entre ellos destacaron como directores de la biblioteca Zenódoto, Arsitófanes de Bizancio, Aristarco y el mismo Calímaco quien sin llegar a ser un bibliotecario logró una de las más importantes catalogaciones de todo ese importante material, todos ellos tuvieron siempre como norte rescatar y conservar la integridad del patrimonio cultural de la Grecia clásica.
Solamente el centro de copiado, transcripción, traducción, ilustración  y restauración de manuscritos de la Biblioteca llegó a convertirse en una compleja industria de artistas, artesanos y sabios trabajando sobre cientos de rollos a la vez,  los textos tenían que ser limpiados de impurezas y adulteraciones tan comunes en la época, los expertos en autores, épocas y estilos debían determinar la autenticidad de los mismos, eliminar la escoria por medio del análisis crítico y de un método riguroso.
En esto influyó el mismo Aristóteles y el peripato, quienes a través de la crítica literaria y la gramática, llevaron el estudio de las obras homéricas: la Odisea y la Ilíada, al grado de importancia que les correspondía, como corazón de la cultura helénica.
El estudio del lenguaje se convirtió en una obsesión en la Gran Biblioteca, y no es de extrañar que fuera en esos tiempos, cuando el griego alcanzó su cima más alta, así se cerró la edad de oro de los libros en Alejandría.
Fueron los sacerdotes quienes sembraron en las sombras, la semilla de la destrucción de la biblioteca, había una sección para libros religiosos, algunos volúmenes sobre dioses y ritos que ya nadie podía leer pues eran incomprensibles, muchos venidos de lejanas tierras y que atraían la atención de curiosos y magos que llegaban de más allá del Imperio Kushan, incluso del país de los Seres para estudiarlos.
Había un depósito lleno de papiros de conocimiento hermético, herencia del antiguo Egipto, de las bibliotecas de Babilonia tenían guardado miles de tablillas de arcilla inscritas con las enseñanzas de la astrología y métodos para predecir el futuro, habían estantes con el arcano conocimiento de los sirios sobre metalurgia, alquimia y magia, colecciones completas en lenguas extrañas con los conocimientos secretos para conservar la juventud, curar enfermedades y vencer a la muerte.
Había piedras labradas, planchas de plomo y cobre, pieles de animales, cortezas de árboles todos inscritos con secretos terribles. Algunos estudiosos sostenían que en algunos anaqueles estaba escrita la historia de los dioses que bajaron del cielo entre el fuego y ruidos enormes, y como, de unas grandes naves, llegaron para enseñar a los hombres las artes de construir pirámides y la siembra del trigo.
Eran tiempos de monstruosas criaturas que ya no existen, que atacaban las ciudades y causaban gran mortandad. Era la memoria anterior al diluvio, poblada la tierra de gigantes fantásticos, cuando el sol era otro y la luna ocupaba la mitad del cielo.
Los sacerdotes de Isis fueron los primeros en pedir formalmente a la biblioteca un espacio para sus libros, y que sólo ellos pudieran manipularlos bajo estrictas reglas, los judíos los siguieron, consignando sus libros sagrados y todo lo que habían escrito sobre la Cábala, luego vinieron los sacerdotes de Mitra, Cibeles, Serapis, Apolo y demás órdenes de los templos.
Se creó un problema administrativo enorme, para algunas secciones había tantas normas y tan diferentes que se vieron en la obligación de tener a un representante de cada una de las religiones administrando sus secciones, el problema grave surgió cuando algunas secciones se negaron a entregar a los directores de la biblioteca los listados de ingreso de las obras.
Para acceder a algunos de estos volúmenes  solo era posible con complicadas manipulaciones, largas oraciones y hasta sacrificios de animales dentro de los recintos.
Solo era cuestión de tiempo para que surgiera una crisis con tantos sacerdotes, tan diferentes,  juntos, fue así como ocurrió la primera gran matanza en la biblioteca y el primer incendio.
Durante varios años, la biblioteca estuvo recuperándose de aquel terrible golpe, material valioso se perdió con la destrucción del ala oeste del edificio.
Se prohibió la entrada a sacerdotes al edificio, afortunadamente el problema fue resuelto de manera apropiada, obligando a los bibliotecario a convertirse en sacerdotes, con la autorización imperial de manipular todos los textos sagrados del recinto.
Se elaboró una complicada cartilla de uso para ciertos libros que requerían que sus usuarios fueran iniciados, se restringió el acceso a ciertas áreas y la lectura en voz alta de algunos textos.
Los cánones y códices elaborados hasta el momento, se conservaron para los libros científicos y literarios, pero otros nuevos fueron elaborados en base a claves y cifras secretas para los libros peligrosos.
¿Qué era un libro peligroso?, era un criterio que cambiaba con el tiempo y dependía primordialmente de la voluntad del emperador de turno. Cuando Tolomeo VII llega al trono, prohibió todos los libros sobre artes militares, igualmente fueron puestos fuera de acceso las impiedades que mencionaran a Abraxas.
No contento con esto, éste gobernante persiguió a los filósofos del Museo y los obligó a abandonar Alejandría, como le tenía terror a la muerte y a las especulaciones que se hacía sobre ella, prohibió la disección de los cadáveres, su discusión en los liceos y desterró todos los ritos fúnebres hacia el perímetro de la ciudad, pero a pesar de que despreciaba el conocimiento, no se atrevió a tocar los libros.
Tapió las ventanas y puertas de la Gran Biblioteca con argamasa y ladrillos. Por veinte años la biblioteca fue una gran tumba y Alejandría se quedó sin un pensador de valía.  – saulgodoy@gmail.com


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