miércoles, 24 de octubre de 2018

La historia de la Eternidad




Dedicado al insigne poeta Rafael Cadenas.

“Por eternidad entiendo la existencia misma, en cuanto se la concibe como siguiéndose necesariamente de la sola definición de una cosa eterna. Explicación: En efecto, tal existencia se concibe como una verdad eterna, como si se tratase de la esencia de la cosa, y por eso no puede explicarse por la duración o el tiempo, aunque se piense la duración como careciendo de principio y fin”. 

Baruch Spinoza, Ética.

Jorge Luis Borges no es un autor fácil, y aunque tiene cuentos y poesía que han llegado a colmar el gusto popular, la mayor parte de sus escritos sólo son degustados por intelectuales, la academia y otros círculos del saber y de la buena literatura, y pongo como ejemplo este libro publicado por el joven escritor de treinta años en Buenos Aires, La Historia de la Eternidad (1936), he tratado por varios años de hincarle el diente a este libro de ensayos y no había podido, me estrellaba cada vez ante un muro de saberes y erudición que estaban fuera de mi comprensión, pero finalmente, para este momento de mi vida, ya tenía en mi haber las herramientas necesarias, lo leí, lo disfruté y admiro a Borges aún más que antes.
Cuando Borges escribe este libro estaba en su plenitud de forma, su conocimiento era  inmenso, sus lecturas eran tan variadas como diversas, era un lector en media docenas de idiomas, tenía a su disposición las mejores bibliotecas de su tiempo y lugar, contaba con una formación clásica en la cultura hispánica y anglosajona, tenía en alforjas su intenso peregrinaje por Europa donde vivió y se formó, ya  disponía de un dominio envidiable no sólo del lenguaje castellano, sino de un arte de la escritura tan depurado y elegante que solo puedo compararlo con un orfebre.
La introducción que hace Borges de su libro son consideraciones cuasi poéticas y metafísicas  del movimiento y el tiempo para entrar de lleno en su primer ensayo, que no es otra cosa que una biografía de la eternidad a través de la escogencia aleatoria de comentarios sobre el pensamiento y las obras de Platón, Plotinio, San Agustín, y finalmente, su visión personal del asunto, que según sus palabras fue elaborada en ese otra formidable obra suya El idioma de los argentinos (1928), del que extrae un sueño que lo marcó.
En el sueño, cuenta que decidió salir a pasear de noche por su barrio, por calles secundarias y en sectores de casas humildes, y notó la belleza del paisaje urbano del frente de los hogares que recortaban contra la noche serena, y sintió que se trataba de la misma visión que hubiera podido brindarle treinta años atrás, las mismas tapias, portones e higueras y la misma luna con su luz íntima, tuvo una epifanía, una revelación…
Aún cuando la vida no era eterna, esa imagen de su barrio era exactamente la misma del pasado, siempre estuvo allí y es el transcurrir del tiempo el que nos impone vivirlo como sucesiones de momentos, pero en aquel sueño se desintegró el transcurrir del tiempo y le demostró lo que realmente es: una ilusión.  Sucede, nos dice Borges, que sólo en algunos momentos humanos muy especiales, de mucho dolor o felicidad, es cuando podemos asir la idea de la eternidad, son en esos momentos de éxtasis cuando saboreamos la eternidad.
Al final del ensayo, nos da un listado de libros de referencias con los que elaboró esta historia de la eternidad, y que ahora me doy cuenta, lo que me impedía avanzar en la lectura de este libro, era mi absoluta ignorancia del pensamiento de Platón, Plotinio y San Agustín, que me resultaron de una aridez total, pero de los cuales hoy tengo mejor idea, al punto, que en algunos aspectos difiero de la opinión con Borges sobre ellos, pero sigamos.
El segundo ensayo es más difícil de ubicar dentro del plan de la obra ya que se trata de una de las herramientas del discurso más utilizadas y de las que se derivan complejas interpretaciones sobre la realidad y el lenguaje, y se trata de la metáfora, en este caso de los kenningar, que son equivalencias descriptivas del lenguaje a los que recurrían los poetas medioevales en Islandia cuando componían sus sagas, y a las que estaban obligados por métrica, rima, y estructura para que encajaran perfectamente al momento de recitarlas (la mayor parte de estas sagas provienen de la tradición oral de estos pueblos de origen vikingo, que fueron posteriormente recopiladas y escritas por encargo de los señores de la tierra, por misioneros cristianos, en grandes volúmenes de piel de carnero).
Pero son metáforas muy particulares, en primer lugar arriesgadas y atendiendo a las tradiciones de estos pueblos nómadas, Borges, un conocedor de estas sagas escandinavas y uno de los primeros eruditos en habla Castellana en abarcarlas, nos da varios ejemplos de las mismas: para indicar aire, usaban “casa de los pájaros”, una batalla, “tempestad de espadas”, para señalar al buitre “gallo de los muertos”, la cerveza “marea de la copa”, el mar “prado de la gaviota” y de esta manera nos da varias categorías de palabras y sus metáforas, algunas tan enrevesadas y simbólicas que muy poca gente entendía su significado, algo como “el trigo de los cisnes de cuerpo rojo” para designar a un cadáver.
El estudio de los kenningar es una especialidad dentro del estudio de las sagas nórdicas, y Borges era un raro coleccionista de las mismas ¿Qué tienen que ver los Kenningar con la Historia de la Eternidad? Y aquí lanzo mi propuesta, este libro está en clave, hay un discurso secreto que une los siete ensayos y las dos notas que lo componen, creo que los Kenningar como figuras retóricas de una poesía arcaica y olvidada, es un elemento adicional e importante a la idea del tiempo y su decurso, de hecho creo que el tiempo, en nuestra concepción occidental, es un tipo de Kenningar que se refiere a la eternidad, y utilizando a uno de los autores favoritos de Borges, Anselmo, quien fue a su vez seguidor de la idea de Agustín de que el lenguaje era un sistema de signos, pero además fue un comentarista y crítico de la obra de Aristóteles, pudiera darnos unas pistas.
El profesor británico Peter King, en su impecable ensayo La Filosofía del Lenguaje de Anselmo (2004),  uno de los estudiosos de la obra de este gran semántico nos dice: “Anselmo sostiene, que los humanos tenemos dificultad en pensar sin utilizar el recurso mental de las imágenes mentales, aún cuando estas son inapropiadas (como cuando tenemos que pensar sobre entes incorpóreos). Por lo que la mayor parte de nuestro pensamiento está contaminado por la imaginación.”
Estos poetas medioevales de Islandia tenían que recurrir a la imaginación para hacer que sus cantos pudieran tener los ritmos y la cadencia necesarias para poder memorizarlos, sus metáforas eran como el tiempo, una sucesión de puntos en el espacio si se movían, o una colección de momentos si estaban estacionarios, son metáforas, todo nuestro lenguaje sobre el tiempo obligatoriamente son Kenningars; para Anselmo, tanto la verdad como Dios, son eternos, no tienen ni principio ni fin, están fuera del tiempo, como lo estuvo Borges en su sueño en Buenos Aires.
El tercer ensayo es muy breve, se titula La Metáfora, y continúa con su comentario comenzado en el ensayo anterior pero esta vez buscando la metáfora desde Aristóteles, pasando por I Ching (uno de los nombres del universo es el de los diez mil seres), el Antiguo Testamento en referencia a la muerte de David, el poeta Heine (la muerte es la noche fresca, la vida, el día tormentoso…), el blues norteamericano (old rocking chair, le dicen los negros a la muerte), las recordadas palabras de Hamlet: Morir, dormir, tal vez soñar.
Borges de nuevo hace su catálogo de versiones eruditas sobre las metáforas de la muerte, “cuyas virtudes o flaquezas está en las palabras” y cierra diciéndonos que las metáforas son conjeturas donde conviven la verdad y el error.
El cuarto ensayo, La doctrina de los ciclos, mi favorito, sus comentarios sobre la doctrina del Eterno Retorno, donde examina a Nietzsche, a Rutherford y a Georg Cantor en una interesante y arriesgada asociación entre Zarathustra y la Teoría de los conjuntos, un despliegue de conocimientos matemáticos, muy criticados por cierto, pero que no deja de sorprender el rango del conocimiento de este joven escritor dispuesto a probar lo que Nietzsche había descubierto: “Si te figuras una larga paz antes de renacer, te juro que piensas mal. Entre el último instante de la conciencia y el primer resplandor de una vida nueva hay –ningún tiempo- el plazo dura lo que un rayo, aunque no basten a medirlo billones de años. Si falta un yo, la infinitud puede equivaler a la sucesión.”
El tiempo circular, es el quinto ensayo, y en él, vuelve a insistir en la tesis del eterno retorno, pero esta vez en la voz del Emperador romano Marco Aurelio quien escribió en sus Reflexiones: “Aunque los años de tu vida fueren tres mil o diez veces tres mil, recuerda que ninguno pierde otra vida que la que vive ahora ni vive otra que la que pierde. El término más largo y el más breve son, pues, iguales. El presente es de todos; morir es perder el presente, que es un lapso brevísimo. Nadie pierde el pasado ni el porvenir, pues a nadie pueden quitarle lo que no tiene, Recuerda que todas las cosas giran y vuelven a girar por las mismas órbitas y que para el espectador es igual verla un siglo o dos o indefinidamente.”
Borges muerde y no suelta, su visión de la eternidad está validada por incontables experiencias que responde a una curiosidad inagotable por el saber humano, sus lecturas son apenas senderos que se bifurcan en entramados culturales como los del orientalismo, del cual es un auténtico sibarita como lo demuestra en los dos siguientes ensayos de su libro.
El problema para mi teoría sobre La Historia de la Eternidad pareciera complicarse con los escritos que siguen, son aparentemente trabajos estrictamente de crítica literaria, el sexto ensayo trata sobre las traducciones clásicas del libro Las Mil y Una Noche y las diferentes traducciones del árabe a lenguas occidentales, sobre la historia de Sherezade, la doncella que trató exitosamente de interrumpir el fluir del tiempo para salvar su cabeza, contándole fantásticas historias al hombre que deseaba convertirla en su amante durante la noche, para cortarle la cabeza con el alba del nuevo día. Se trata de una historia circular e infinita que Borges complica con las biografías de sus traductores y con los problemas que surgen de la hermenéutica de aquellas narraciones, aparentemente algunas vaciadas en textos, otras tomadas directamente de la tradición oral.
Este ensayo es una enorme metáfora sobre la traducción, que no es otra cosa que una metáfora contenida dentro de otra metáfora, algo sumamente complicado de entender al menos que se tenga muy claro el recurso retórico que se utiliza, que es la llave del acertijo que Borges propone, y para ello les dejo un apretado resumen que la investigadora venezolana Claudia Cavallín Calanche realizó en su trabajo, que recomiendo ampliamente La Posibilidad de la Metáfora en Borges (2008) y que dice lo siguiente:

Señala Ricoeur que “la metáfora es el proceso retórico por el que el discurso libera el poder que tienen ciertas ficciones de redescubrir la realidad” (Ricoeur, 1980:15). La metáfora es utilizada para representar ideas que nos refieren a una imagen, la cual no podría ser aprehendida por el lector sin la inserción de un elemento que las provea de semejanza con aquellos referentes a los que está familiarizado. Lakoff (1980) dice que las metáforas facilitan el pensamiento al proveer referentes cercanos para aquellos conceptos abstractos que deben ser elaborados. A través de la metáfora podemos imaginar lo que es inexistente por ser intangible (el infinito) o ajeno a nuestra percepción sensorial (la muerte). Pero, ¿cómo imaginar lo que no existe? Autores como Wittgenstein (1993) lo plantean de la siguiente manera: sólo es posible imaginar combinaciones no existentes de elementos existentes: un centauro no existe, pero existen cabezas y torsos y brazos de hombres y patas de caballo. Pero, ¿no podemos imaginar un objeto completamente diferente de cualquier objeto existente? Nos inclinamos a responder: no; los elementos, los individuos tienen que existir. Si no existieran la rojez, la redondez y la dulzura, no podríamos imaginarlos.

El siguiente escrito que es la primera de sus dos notas, se trata de la reseña a una novela que apareció publicada en 1932 por Mir Bahadur, un escritor indio oriundo de Bombay cuyo título es en castellano El acercamiento a Almostásin, la historia de una huída que luego se convirtió en un peregrinaje, y que fue motivado por un supuesto asesinato durante unas protestas, una narración que según Borges tiene visos de relato policial con búsqueda espiritual, que termina donde empieza, como la serpiente que se muerde la cola, uno de los símbolos del infinito y del eterno retorno.
Termina el libro con un breve texto titulado Arte de Injuriar que escribió en 1933, un planteamiento teórico sobre el insulto, con una lista corta de escritores que tuvieron la capacidad de devastar al contrario con el uso de las palabras, un cierre genial que saca de equilibrio a todo el que piense que su libro trata sobre algo más que meros asuntos literarios, personas que como yo estamos convencidos que La Historia de la Eternidad es un impresionante mecanismo intelectual, una especia de máquina del tiempo con la que logra sustraernos de la realidad, enseñarnos el infinito, el laberinto de las palabras y su juego de espejos con la realidad, mostrarnos los confines del universo humano y devolvernos suavemente a la butaca en la creencia que hemos leído otro texto más de Borges, sin ninguna otra consecuencia, he allí el portento de Jorge Luis Borges, un verdadero demonio (en el sentido griego) de la palabra.    -    saulgodoy@gmail.com







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