Dedicado al insigne poeta Rafael
Cadenas.
“Por eternidad entiendo la existencia misma, en cuanto se la
concibe como siguiéndose necesariamente de la sola definición de una cosa
eterna. Explicación: En efecto, tal existencia se concibe como una verdad eterna, como
si se tratase de la esencia de la cosa, y por eso no puede explicarse por la
duración o el tiempo, aunque se piense la duración como careciendo de principio
y fin”.
Baruch Spinoza, Ética.
Jorge
Luis Borges no es un autor fácil, y aunque tiene cuentos y poesía que han
llegado a colmar el gusto popular, la mayor parte de sus escritos sólo son
degustados por intelectuales, la academia y otros círculos del saber y de la
buena literatura, y pongo como ejemplo este libro publicado por el joven
escritor de treinta años en Buenos Aires, La
Historia de la Eternidad (1936), he tratado por varios años de hincarle el
diente a este libro de ensayos y no había podido, me estrellaba cada vez ante
un muro de saberes y erudición que estaban fuera de mi comprensión, pero
finalmente, para este momento de mi vida, ya tenía en mi haber las herramientas
necesarias, lo leí, lo disfruté y admiro a Borges aún más que antes.
Cuando
Borges escribe este libro estaba en su plenitud de forma, su conocimiento era inmenso, sus lecturas eran tan variadas como diversas, era un lector en
media docenas de idiomas, tenía a su disposición las mejores bibliotecas de su
tiempo y lugar, contaba con una formación clásica en la cultura hispánica y
anglosajona, tenía en alforjas su intenso peregrinaje por Europa donde vivió y
se formó, ya disponía de un dominio
envidiable no sólo del lenguaje castellano, sino de un arte de la escritura tan
depurado y elegante que solo puedo compararlo con un orfebre.
La
introducción que hace Borges de su libro son consideraciones cuasi poéticas y
metafísicas del movimiento y el tiempo
para entrar de lleno en su primer ensayo, que no es otra cosa que una biografía
de la eternidad a través de la escogencia aleatoria de comentarios sobre el
pensamiento y las obras de Platón, Plotinio, San Agustín, y finalmente, su
visión personal del asunto, que según sus palabras fue elaborada en ese otra
formidable obra suya El idioma de los
argentinos (1928), del que extrae un sueño que lo marcó.
En el
sueño, cuenta que decidió salir a pasear de noche por su barrio, por calles
secundarias y en sectores de casas humildes, y notó la belleza del paisaje
urbano del frente de los hogares que recortaban contra la noche serena, y
sintió que se trataba de la misma visión que hubiera podido brindarle treinta
años atrás, las mismas tapias, portones e higueras y la misma luna con su luz
íntima, tuvo una epifanía, una revelación…
Aún
cuando la vida no era eterna, esa imagen de su barrio era exactamente la misma
del pasado, siempre estuvo allí y es el transcurrir del tiempo el que nos
impone vivirlo como sucesiones de momentos, pero en aquel sueño se desintegró el
transcurrir del tiempo y le demostró lo que realmente es: una ilusión. Sucede, nos dice Borges, que sólo en algunos
momentos humanos muy especiales, de mucho dolor o felicidad, es cuando podemos
asir la idea de la eternidad, son en esos momentos de éxtasis cuando saboreamos
la eternidad.
Al
final del ensayo, nos da un listado de libros de referencias con los que
elaboró esta historia de la eternidad, y que ahora me doy cuenta, lo que me
impedía avanzar en la lectura de este libro, era mi absoluta ignorancia del
pensamiento de Platón, Plotinio y San Agustín, que me resultaron de una aridez
total, pero de los cuales hoy tengo mejor idea, al punto, que en algunos
aspectos difiero de la opinión con Borges sobre ellos, pero sigamos.
El
segundo ensayo es más difícil de ubicar dentro del plan de la obra ya que se
trata de una de las herramientas del discurso más utilizadas y de las que se
derivan complejas interpretaciones sobre la realidad y el lenguaje, y se trata
de la metáfora, en este caso de los kenningar, que son equivalencias
descriptivas del lenguaje a los que recurrían los poetas medioevales en
Islandia cuando componían sus sagas, y a las que estaban obligados por métrica,
rima, y estructura para que encajaran perfectamente al momento de recitarlas
(la mayor parte de estas sagas provienen de la tradición oral de estos pueblos
de origen vikingo, que fueron posteriormente recopiladas y escritas por encargo
de los señores de la tierra, por misioneros cristianos, en grandes volúmenes de
piel de carnero).
Pero
son metáforas muy particulares, en primer lugar arriesgadas y atendiendo a las
tradiciones de estos pueblos nómadas, Borges, un conocedor de estas sagas
escandinavas y uno de los primeros eruditos en habla Castellana en abarcarlas,
nos da varios ejemplos de las mismas: para indicar aire, usaban “casa de los
pájaros”, una batalla, “tempestad de espadas”, para señalar al buitre “gallo de
los muertos”, la cerveza “marea de la copa”, el mar “prado de la gaviota” y de
esta manera nos da varias categorías de palabras y sus metáforas, algunas tan
enrevesadas y simbólicas que muy poca gente entendía su significado, algo como
“el trigo de los cisnes de cuerpo rojo” para designar a un cadáver.
El
estudio de los kenningar es una especialidad dentro del estudio de las sagas
nórdicas, y Borges era un raro coleccionista de las mismas ¿Qué tienen que ver
los Kenningar con la Historia de la Eternidad? Y aquí lanzo mi propuesta, este
libro está en clave, hay un discurso secreto que une los siete ensayos y las
dos notas que lo componen, creo que los Kenningar como figuras retóricas de una
poesía arcaica y olvidada, es un elemento adicional e importante a la idea del
tiempo y su decurso, de hecho creo que el tiempo, en nuestra concepción
occidental, es un tipo de Kenningar que se refiere a la eternidad, y utilizando
a uno de los autores favoritos de Borges, Anselmo, quien fue a su vez seguidor
de la idea de Agustín de que el lenguaje era un sistema de signos, pero además
fue un comentarista y crítico de la obra de Aristóteles, pudiera darnos unas
pistas.
El
profesor británico Peter King, en su impecable ensayo La Filosofía del Lenguaje de Anselmo (2004), uno de los estudiosos de la obra de este gran
semántico nos dice: “Anselmo sostiene,
que los humanos tenemos dificultad en pensar sin utilizar el recurso mental de
las imágenes mentales, aún cuando estas son inapropiadas (como cuando tenemos
que pensar sobre entes incorpóreos). Por lo que la mayor parte de nuestro
pensamiento está contaminado por la imaginación.”
Estos
poetas medioevales de Islandia tenían que recurrir a la imaginación para hacer
que sus cantos pudieran tener los ritmos y la cadencia necesarias para poder
memorizarlos, sus metáforas eran como el tiempo, una sucesión de puntos en el
espacio si se movían, o una colección de momentos si estaban estacionarios, son
metáforas, todo nuestro lenguaje sobre el tiempo obligatoriamente son
Kenningars; para Anselmo, tanto la verdad como Dios, son eternos, no tienen ni
principio ni fin, están fuera del tiempo, como lo estuvo Borges en su sueño en
Buenos Aires.
El
tercer ensayo es muy breve, se titula La Metáfora, y continúa con su comentario
comenzado en el ensayo anterior pero esta vez buscando la metáfora desde
Aristóteles, pasando por I Ching (uno de los nombres del universo es el de los
diez mil seres), el Antiguo Testamento en referencia a la muerte de David, el
poeta Heine (la muerte es la noche
fresca, la vida, el día tormentoso…), el blues norteamericano (old rocking chair, le dicen los negros a
la muerte), las recordadas palabras de Hamlet: Morir, dormir, tal vez soñar.
Borges
de nuevo hace su catálogo de versiones eruditas sobre las metáforas de la
muerte, “cuyas virtudes o flaquezas está
en las palabras” y cierra diciéndonos que las metáforas son conjeturas
donde conviven la verdad y el error.
El cuarto
ensayo, La doctrina de los ciclos, mi favorito, sus comentarios sobre la
doctrina del Eterno Retorno, donde examina a Nietzsche, a Rutherford y a Georg
Cantor en una interesante y arriesgada asociación entre Zarathustra y la Teoría
de los conjuntos, un despliegue de conocimientos matemáticos, muy criticados
por cierto, pero que no deja de sorprender el rango del conocimiento de este
joven escritor dispuesto a probar lo que Nietzsche había descubierto: “Si te figuras una larga paz antes de
renacer, te juro que piensas mal. Entre el último instante de la conciencia y
el primer resplandor de una vida nueva hay –ningún tiempo- el plazo dura lo que
un rayo, aunque no basten a medirlo billones de años. Si falta un yo, la
infinitud puede equivaler a la sucesión.”
El
tiempo circular, es el quinto ensayo, y en él, vuelve a insistir en la tesis
del eterno retorno, pero esta vez en la voz del Emperador romano Marco Aurelio
quien escribió en sus Reflexiones: “Aunque
los años de tu vida fueren tres mil o diez veces tres mil, recuerda que ninguno
pierde otra vida que la que vive ahora ni vive otra que la que pierde. El
término más largo y el más breve son, pues, iguales. El presente es de todos;
morir es perder el presente, que es un lapso brevísimo. Nadie pierde el pasado
ni el porvenir, pues a nadie pueden quitarle lo que no tiene, Recuerda que
todas las cosas giran y vuelven a girar por las mismas órbitas y que para el
espectador es igual verla un siglo o dos o indefinidamente.”
Borges
muerde y no suelta, su visión de la eternidad está validada por incontables
experiencias que responde a una curiosidad inagotable por el saber humano, sus lecturas
son apenas senderos que se bifurcan en entramados culturales como los del
orientalismo, del cual es un auténtico sibarita como lo demuestra en los dos
siguientes ensayos de su libro.
El
problema para mi teoría sobre La Historia de la Eternidad pareciera complicarse
con los escritos que siguen, son aparentemente trabajos estrictamente de
crítica literaria, el sexto ensayo trata sobre las traducciones clásicas del
libro Las Mil y Una Noche y las
diferentes traducciones del árabe a lenguas occidentales, sobre la historia de
Sherezade, la doncella que trató exitosamente de interrumpir el fluir del tiempo
para salvar su cabeza, contándole fantásticas historias al hombre que deseaba
convertirla en su amante durante la noche, para cortarle la cabeza con el alba
del nuevo día. Se trata de una historia circular e infinita que Borges complica
con las biografías de sus traductores y con los problemas que surgen de la
hermenéutica de aquellas narraciones, aparentemente algunas vaciadas en textos,
otras tomadas directamente de la tradición oral.
Este ensayo
es una enorme metáfora sobre la traducción, que no es otra cosa que una
metáfora contenida dentro de otra metáfora, algo sumamente complicado de
entender al menos que se tenga muy claro el recurso retórico que se utiliza,
que es la llave del acertijo que Borges propone, y para ello les dejo un
apretado resumen que la investigadora venezolana Claudia Cavallín Calanche realizó
en su trabajo, que recomiendo ampliamente La
Posibilidad de la Metáfora en Borges (2008) y que dice lo siguiente:
Señala Ricoeur que “la metáfora es el
proceso retórico por el que el discurso libera el poder que tienen ciertas
ficciones de redescubrir la realidad” (Ricoeur, 1980:15). La metáfora es
utilizada para representar ideas que nos refieren a una imagen, la cual no
podría ser aprehendida por el lector sin la inserción de un elemento que
las provea de semejanza con aquellos referentes a los que está familiarizado.
Lakoff (1980) dice que las metáforas facilitan el pensamiento al proveer
referentes cercanos para aquellos conceptos abstractos que deben ser
elaborados. A través de la metáfora podemos imaginar lo que es inexistente por
ser intangible (el infinito) o ajeno a nuestra percepción sensorial (la
muerte). Pero, ¿cómo imaginar lo que no existe? Autores como Wittgenstein
(1993) lo plantean de la siguiente manera: sólo es posible imaginar
combinaciones no existentes de elementos existentes: un centauro no existe,
pero existen cabezas y torsos y brazos de hombres y patas de caballo. Pero, ¿no
podemos imaginar un objeto completamente diferente de cualquier objeto
existente? Nos inclinamos a responder: no; los elementos, los individuos tienen
que existir. Si no existieran la rojez, la redondez y la dulzura, no podríamos
imaginarlos.
El
siguiente escrito que es la primera de sus dos notas, se trata de la reseña a
una novela que apareció publicada en 1932 por Mir Bahadur, un escritor indio
oriundo de Bombay cuyo título es en castellano El acercamiento a Almostásin, la
historia de una huída que luego se convirtió en un peregrinaje, y que fue
motivado por un supuesto asesinato durante unas protestas, una narración que
según Borges tiene visos de relato policial con búsqueda espiritual, que
termina donde empieza, como la serpiente que se muerde la cola, uno de los
símbolos del infinito y del eterno retorno.
Termina
el libro con un breve texto titulado Arte de Injuriar que escribió en 1933, un planteamiento
teórico sobre el insulto, con una lista corta de escritores que tuvieron la
capacidad de devastar al contrario con el uso de las palabras, un cierre genial
que saca de equilibrio a todo el que piense que su libro trata sobre algo más
que meros asuntos literarios, personas que como yo estamos convencidos que La
Historia de la Eternidad es un impresionante mecanismo intelectual, una especia
de máquina del tiempo con la que logra sustraernos de la realidad, enseñarnos
el infinito, el laberinto de las palabras y su juego de espejos con la realidad,
mostrarnos los confines del universo humano y devolvernos suavemente a la
butaca en la creencia que hemos leído otro texto más de Borges, sin ninguna
otra consecuencia, he allí el portento de Jorge Luis Borges, un verdadero
demonio (en el sentido griego) de la palabra.
- saulgodoy@gmail.com
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