La sabiduría de las novelas
difiere de la filosofía. La novela no nace del espíritu teórico pero del
espíritu del humor… El arte inspirado por la risa de Dios por naturaleza, no
está al servicio de las certezas ideológicas, las contradice. Como Penélope,
deshace cada noche el tapiz que teólogos, filósofos y letrados han tejido
durante el día.
-Milan
Kundera. El Arte de la Novela.
Uno
de mis novelistas favoritos, ya lo he mencionado en otros artículos, es el
británico Somerset Maugham (1874-1965), autor de clásicos como Al Filo de la Navaja, o Of Human Bondage, entre otras muchas
memorables obras literarias, Maugham tiene un libro que se titula Diez Novelas y sus autores, una lista y
resumen, en su opinión, de las mejores narrativas, que para su gusto, había que
leer antes de morir; en la introducción elabora un interesante ensayo sobre la
naturaleza de la novela, y luego de revisar la opinión que tenía H.G. Wells
sobre las mismas, que las veía como una forma más de documentar doctrinas y
principios, Wells jamás aceptó que sus novelas fueran o tuvieran algún fin de
entretenimiento para el público, cosa que le parecía absurdo a Maugham,
planteando el problema de esta manera:
Todo lo cual se resume en si la novela
es o no una forma del arte. ¿Es su fin instruir o agradar? Si su fin es instruir,
entonces no es una forma del arte. Porque el fin del arte es agradar. Sobre
esto están de acuerdo los poetas, los pintores y los filósofos. Pero ésta es
una verdad que escandaliza a muchos, puesto que el cristianismo ha enseñado a
mirar el placer con desconfianza, como una celada para enredar el alma
inmortal. Parece más razonable mirar el placer como un bien, pero recordando
que algunos placeres tienen consecuencias dañinas y que por lo tanto es más
prudente evitarlos. Hay una disposición general para mirar el placer como algo
meramente sensual, y esto es natural puesto que los placeres sensuales son más
vividos que los intelectuales; pero esto es seguramente un error, puesto que
hay placeres de la mente así como del cuerpo, y si no son tan penetrantes, son
más duraderos.
De
igual manera el gran Balzac que decía: “La
primera condición de una novela es interesar. Ahora bien, para eso hay que
ilusionar al lector hasta tal punto, que pueda creer, que lo que uno le cuenta
realmente ha sucedido.” Pero los críticos y estudiosos de la literatura han
enseriado el asunto, y cuando se habla de los clásicos de la literatura entran
en juego otras consideraciones mucho más formales.
Una de
las razones por las cuales uno lee- nos dice Harold Bloom- es la búsqueda de esa
sabiduría que nos habla de cómo vivir la vida y vivirla bien, se trata de un
conocimiento elusivo y difícil de adquirir, se logra fundamentalmente por medio
de la experiencia, de esa práctica que implica equivocarse, darse golpes y no
pocas veces dárselos a los demás, o podemos aprender por medio de un maestro,
de alguien que nos diga cómo hacerlo.
Cantidad
de autores insisten en que las novelas nos ayuda a afinar ese sentido sobre el
buen proceder, muchas de ellas mostrándonos como no hacerlo, aprendemos de los errores de esos personajes de ficción
que se ven enredados en tramas y situaciones que si bien no se parecen en nada
a lo que pudiéramos confrontar en nuestras vidas, nos dejan ese conocimiento
general de cómo manejarnos en escenarios complejos y hasta nos desarrolla una
especie de intuición sobre lo que pudiera resultar de una toma de posiciones,
en pocas palabras, leer obras de ficción pule nuestras herramientas para
pensar, razonar y construirnos juicios sobre personas y situaciones.
Se
trata de una ventaja significativa sobre personas que no leen, una práctica que
ejercita la imaginación poniéndonos en circunstancias morales que nos obligan a
relacionarlas con nuestras circunstancias y entorno, en estas tramas ponemos
nuestros juicios y valores a prueba de una manera segura, y sin pagar el precio
por un error.
Dijo
Mario Vargas Llosas en una entrevista a Ruben Gallo en la Universidad de Princeton
(2017):
Yo creo que los grandes
libros pueden perder algo de esta especificidad con el paso del tiempo, pero
también ganan algo: por eso logran mantener sus lectores a través de los
siglos. Esos libros son capaces de mostrar, más allá del color local —de lo
pintoresco, típico o folclórico—, ciertas características de lo humano con las
que se pueden identificar gentes de culturas muy distintas. Es lo que nos pasa
al leer novelas de Faulkner, de Victor Hugo, de Dostoievski o de Tolstoi. Son
obras de culturas muy diversas, escritas en épocas distintas y, sin embargo,
los lectores de hoy se identifican fácilmente con esos personajes porque, a
pesar de la diferencia en sus costumbres o en su vestimenta, viven experiencias
que son perfectamente comprensibles para nosotros. De hecho, las experiencias
que encontramos en esas novelas nos hacen entender mejor nuestra propia
realidad.
Richard
Rorty, el gran crítico del pragmatismo norteamericano nos dice de las novelas
nos ayudan a observar las fuentes de crueldad en nosotros mismos, por lo que
nos impulsa en esencia a ser mejores personas, y pone como ejemplos las novelas
de Vladimir Nabokov y de George Orwell, leyendo lo que sucede con personajes de
ficción podemos comprender e incluso reescribir lo que somos, no solo
individualmente, sino colectivamente.
Hay
una construcción moral de los individuos por medio de la lectura de las
novelas, es una función didáctica no formal que está fuera de los grandes
dictados de la conciencia institucional, o de Dios, o de las sagradas
escrituras, en una novela podemos despertar posibilidades infinitas de
recomponernos, ya nos lo había dicho Henry James en el siglo XIX: “Lo que se dice es que, si uno
consigue la vivencia de una experiencia humana por medio de la lectura de una
obra literaria, imaginar lo que significaría vivir esa vida, y al mismo tiempo
permitirnos una gran variedad de respuestas emocionales, usted será capaz (si
tuvo una formación moral adecuada) de inhibirse de hacerle a esa persona
ciertas cosas. Esa experiencia sentida puede conducir a la ternura, a la
imaginación de la compasión.”
Pero
no todas las novelas están escritas con este sentido, tampoco es fácil sacarle
provecho a las novelas que sí lo tienen, principalmente porque están escritas
utilizando recurso, trucos, giros y tiempos, propios del oficio de escritor que
muchas veces confunden o distraen sobre esta particular manera de enseñarnos a
vivir, las novelas aparte de entretener y contar una historia también
despliegan mundos construidos por el autor que no se parecen al nuestro, y
desde este sentido de “extrañamiento”, resulta muy fácil perderse en un
laberinto de formas, donde la experiencia pudiera no entenderse, o peor,
malentenderse.
Pero
destapar ese sótano de técnicas nos lleva a lo que decía Robert Louis
Stevenson, a ese oscuro mundo de poleas, cuerdas, travesaños, cajas de
herramientas, escaleras, que conforman ese mundo de carpintería, plomería y
bastidores que hacen funcionar a la novela y que no es tan atractivo como lo
que queda plasmado en el papel.
La
novela se ha convertido en una aparato cultural sumamente complejo, hay autores
que despliegan en sus obras no solo un cúmulo de intenciones y relaciones entre
las diferentes partes de su narrativa, sino que se lanzan por caminos ciegos de
los cuales deben retornar para encontrar de nuevo la senda de sus búsquedas
literarias, y aún sin proponérselo, arman un laberinto por el que ponen al
lector a encontrar significados.
Cada
día las novelas se hacen más largas, con un lenguaje y una estructura que se
complican, que exigen de más vocabulario y de conocimiento previo de parte del
lector, las nuevas narrativas son mucho más experimentales que en el pasado, la
estructura de las oraciones y la organización de los tropos exigen lectores
mucho más alerta.
Es lo
que sucede con la aproximación que el profesor Franco Moretti hace de sus
estudios cuantitativos o computacionales de los textos de literatura, una de
las formas más avanzadas y arriesgadas de análisis y crítica literaria,
elaborando verdaderos mapas de las obras, utilizando computadoras para
construir modelos simbólicos, semánticos, sintácticos y temáticos de los que
han surgido novísimas interpretaciones de textos clásicos y contemporáneos.
Pero
la novela tuvo un encuentro con el lado oscuro de la humanidad, en tiempos de
postmodernismo la idea del apocalipsis se apoderó del ánimo de muchos
escritores, y la búsqueda del placer se tornó agrio, derivando en un nihilismo
que ha dado sus frutos en una literatura distópica de la que se han escrito
obras maestras, ya anteriormente la literatura tuvo sus escarceos con el mal,
pero nunca antes en la magnitud y la cantidad que vemos hoy en día.
Todo
empezó antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando ya estaba en el aire los
resultados de los conflictos globales, con la matanza de seres humanos al por
mayor, el uso de armas mortíferas y sistemas políticos que se iban por el
despeñadero del totalitarismo.
Sobrevino
el terrible episodio del holocausto, seguido casi inmediatamente por la terrible destrucción desencadenada por la
bomba atómica, el mundo y la literatura dejaron de ser lo que eran, se
introdujo el elemento de lo absurdo como una cuña que dividió el discurso, por
un lado el escapismo, simular que la vida continuaba sin mayores problemas, y
del otro lado de la escisión, los límites del ser atormentado por la ansiedad y
el sentimiento de vacuidad ante lo impensable.
El
arte de la narrativa vive momentos estelares en nuestros días, empezando porque
géneros como la fantasía y la ciencia ficción considerados como artes menores,
adquieren una relevancia insospechada con viejos y nuevos artistas
desarrollando herramientas estilísticas de superior factura, la literatura de
géneros, sobre todo el feminismo y la literatura queer han montado tienda aparte como expresiones de los cambios
sociales que atravesamos; la literatura confesional nunca antes había logrado
volúmenes tan comprometidos sobre la vida interna del ser humano, igual que con
la literatura post-colonialista, o la enorme cantidad de recursos con que
dispone la novela histórica.
Me
parece interesantísimo lo que está ocurriendo con la nueva literatura de
ficción en el Japón, con su versión del realismo mágico en la única sociedad
que sufrió el impacto de las armas nucleares, y cuyos habitantes viven y mueren
en terrible soledad, o la enorme variedad y creatividad de la literatura
australiana y escandinava, de un realismo ensordecedor sobre todo con sus
novelas negras, o los extraños parajes que nos pinta la literatura
postcyberpunk con sus seres mutantes y en plena decadencia urbana, sólo para
mencionar las manifestaciones más llamativas y exóticas.
Leer
novelas se ha convertido en no sólo una manera de obtener placer, sino en una
manera de vivir múltiples vida en una, siempre contando con los clásicos para
aprender los rudimentos del oficio, de las obras maestras, para jamás
desencantarnos de la palabra escrita, pero sobre todo, por la oportunidad de
tener acceso a esa enorme e infinita biblioteca de Babel que cada día crece más
y más en textos electrónicos en internet, creo que ningún momento ha sido tan
generoso con la práctica de la lectura de novelas como el actual, y eso hay que
celebrarlo. - saulgodoy@gmial.com
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