sábado, 10 de noviembre de 2018

Porque debemos leer novelas




La sabiduría de las novelas difiere de la filosofía. La novela no nace del espíritu teórico pero del espíritu del humor… El arte inspirado por la risa de Dios por naturaleza, no está al servicio de las certezas ideológicas, las contradice. Como Penélope, deshace cada noche el tapiz que teólogos, filósofos y letrados han tejido durante el día.

-Milan Kundera. El Arte de la Novela.


Uno de mis novelistas favoritos, ya lo he mencionado en otros artículos, es el británico Somerset Maugham (1874-1965), autor de clásicos como Al Filo de la Navaja, o Of Human Bondage, entre otras muchas memorables obras literarias, Maugham tiene un libro que se titula Diez Novelas y sus autores, una lista y resumen, en su opinión, de las mejores narrativas, que para su gusto, había que leer antes de morir; en la introducción elabora un interesante ensayo sobre la naturaleza de la novela, y luego de revisar la opinión que tenía H.G. Wells sobre las mismas, que las veía como una forma más de documentar doctrinas y principios, Wells jamás aceptó que sus novelas fueran o tuvieran algún fin de entretenimiento para el público, cosa que le parecía absurdo a Maugham, planteando el problema de esta manera: 

Todo lo cual se resume en si la novela es o no una forma del arte. ¿Es su fin instruir o agradar? Si su fin es instruir, entonces no es una forma del arte. Porque el fin del arte es agradar. Sobre esto están de acuerdo los poetas, los pintores y los filósofos. Pero ésta es una verdad que escandaliza a muchos, puesto que el cristianismo ha enseñado a mirar el placer con desconfianza, como una celada para enredar el alma inmortal. Parece más razonable mirar el placer como un bien, pero recordando que algunos placeres tienen consecuencias dañinas y que por lo tanto es más prudente evitarlos. Hay una disposición general para mirar el placer como algo meramente sensual, y esto es natural puesto que los placeres sensuales son más vividos que los intelectuales; pero esto es seguramente un error, puesto que hay placeres de la mente así como del cuerpo, y si no son tan penetrantes, son más duraderos.

De igual manera el gran Balzac que decía: “La primera condición de una novela es interesar. Ahora bien, para eso hay que ilusionar al lector hasta tal punto, que pueda creer, que lo que uno le cuenta realmente ha sucedido.” Pero los críticos y estudiosos de la literatura han enseriado el asunto, y cuando se habla de los clásicos de la literatura entran en juego otras consideraciones mucho más formales.
Una de las razones por las cuales uno lee- nos dice Harold Bloom- es la búsqueda de esa sabiduría que nos habla de cómo vivir la vida y vivirla bien, se trata de un conocimiento elusivo y difícil de adquirir, se logra fundamentalmente por medio de la experiencia, de esa práctica que implica equivocarse, darse golpes y no pocas veces dárselos a los demás, o podemos aprender por medio de un maestro, de alguien que nos diga cómo hacerlo.
Cantidad de autores insisten en que las novelas nos ayuda a afinar ese sentido sobre el buen proceder, muchas de ellas mostrándonos como no hacerlo, aprendemos de los errores de esos personajes de ficción que se ven enredados en tramas y situaciones que si bien no se parecen en nada a lo que pudiéramos confrontar en nuestras vidas, nos dejan ese conocimiento general de cómo manejarnos en escenarios complejos y hasta nos desarrolla una especie de intuición sobre lo que pudiera resultar de una toma de posiciones, en pocas palabras, leer obras de ficción pule nuestras herramientas para pensar, razonar y construirnos juicios sobre personas y situaciones.
Se trata de una ventaja significativa sobre personas que no leen, una práctica que ejercita la imaginación poniéndonos en circunstancias morales que nos obligan a relacionarlas con nuestras circunstancias y entorno, en estas tramas ponemos nuestros juicios y valores a prueba de una manera segura, y sin pagar el precio por un error.
Dijo Mario Vargas Llosas en una entrevista a Ruben Gallo en la Universidad de Princeton (2017):

Yo creo que los grandes libros pueden perder algo de esta especificidad con el paso del tiempo, pero también ganan algo: por eso logran mantener sus lectores a través de los siglos. Esos libros son capaces de mostrar, más allá del color local —de lo pintoresco, típico o folclórico—, ciertas características de lo humano con las que se pueden identificar gentes de culturas muy distintas. Es lo que nos pasa al leer novelas de Faulkner, de Victor Hugo, de Dostoievski o de Tolstoi. Son obras de culturas muy diversas, escritas en épocas distintas y, sin embargo, los lectores de hoy se identifican fácilmente con esos personajes porque, a pesar de la diferencia en sus costumbres o en su vestimenta, viven experiencias que son perfectamente comprensibles para nosotros. De hecho, las experiencias que encontramos en esas novelas nos hacen entender mejor nuestra propia realidad.

Richard Rorty, el gran crítico del pragmatismo norteamericano nos dice de las novelas nos ayudan a observar las fuentes de crueldad en nosotros mismos, por lo que nos impulsa en esencia a ser mejores personas, y pone como ejemplos las novelas de Vladimir Nabokov y de George Orwell, leyendo lo que sucede con personajes de ficción podemos comprender e incluso reescribir lo que somos, no solo individualmente, sino colectivamente.
Hay una construcción moral de los individuos por medio de la lectura de las novelas, es una función didáctica no formal que está fuera de los grandes dictados de la conciencia institucional, o de Dios, o de las sagradas escrituras, en una novela podemos despertar posibilidades infinitas de recomponernos, ya nos lo había dicho Henry James en el siglo XIX: “Lo que se dice es que, si uno consigue la vivencia de una experiencia humana por medio de la lectura de una obra literaria, imaginar lo que significaría vivir esa vida, y al mismo tiempo permitirnos una gran variedad de respuestas emocionales, usted será capaz (si tuvo una formación moral adecuada) de inhibirse de hacerle a esa persona ciertas cosas. Esa experiencia sentida puede conducir a la ternura, a la imaginación de la compasión.”
Pero no todas las novelas están escritas con este sentido, tampoco es fácil sacarle provecho a las novelas que sí lo tienen, principalmente porque están escritas utilizando recurso, trucos, giros y tiempos, propios del oficio de escritor que muchas veces confunden o distraen sobre esta particular manera de enseñarnos a vivir, las novelas aparte de entretener y contar una historia también despliegan mundos construidos por el autor que no se parecen al nuestro, y desde este sentido de “extrañamiento”, resulta muy fácil perderse en un laberinto de formas, donde la experiencia pudiera no entenderse, o peor, malentenderse.
Pero destapar ese sótano de técnicas nos lleva a lo que decía Robert Louis Stevenson, a ese oscuro mundo de poleas, cuerdas, travesaños, cajas de herramientas, escaleras, que conforman ese mundo de carpintería, plomería y bastidores que hacen funcionar a la novela y que no es tan atractivo como lo que queda plasmado en el papel.
La novela se ha convertido en una aparato cultural sumamente complejo, hay autores que despliegan en sus obras no solo un cúmulo de intenciones y relaciones entre las diferentes partes de su narrativa, sino que se lanzan por caminos ciegos de los cuales deben retornar para encontrar de nuevo la senda de sus búsquedas literarias, y aún sin proponérselo, arman un laberinto por el que ponen al lector a encontrar significados.
Cada día las novelas se hacen más largas, con un lenguaje y una estructura que se complican, que exigen de más vocabulario y de conocimiento previo de parte del lector, las nuevas narrativas son mucho más experimentales que en el pasado, la estructura de las oraciones y la organización de los tropos exigen lectores mucho más alerta.
Es lo que sucede con la aproximación que el profesor Franco Moretti hace de sus estudios cuantitativos o computacionales de los textos de literatura, una de las formas más avanzadas y arriesgadas de análisis y crítica literaria, elaborando verdaderos mapas de las obras, utilizando computadoras para construir modelos simbólicos, semánticos, sintácticos y temáticos de los que han surgido novísimas interpretaciones de textos clásicos y contemporáneos.
Pero la novela tuvo un encuentro con el lado oscuro de la humanidad, en tiempos de postmodernismo la idea del apocalipsis se apoderó del ánimo de muchos escritores, y la búsqueda del placer se tornó agrio, derivando en un nihilismo que ha dado sus frutos en una literatura distópica de la que se han escrito obras maestras, ya anteriormente la literatura tuvo sus escarceos con el mal, pero nunca antes en la magnitud y la cantidad que vemos hoy en día.
Todo empezó antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando ya estaba en el aire los resultados de los conflictos globales, con la matanza de seres humanos al por mayor, el uso de armas mortíferas y sistemas políticos que se iban por el despeñadero del totalitarismo.
Sobrevino el terrible episodio del holocausto, seguido casi inmediatamente por  la terrible destrucción desencadenada por la bomba atómica, el mundo y la literatura dejaron de ser lo que eran, se introdujo el elemento de lo absurdo como una cuña que dividió el discurso, por un lado el escapismo, simular que la vida continuaba sin mayores problemas, y del otro lado de la escisión, los límites del ser atormentado por la ansiedad y el sentimiento de vacuidad ante lo impensable.
El arte de la narrativa vive momentos estelares en nuestros días, empezando porque géneros como la fantasía y la ciencia ficción considerados como artes menores, adquieren una relevancia insospechada con viejos y nuevos artistas desarrollando herramientas estilísticas de superior factura, la literatura de géneros, sobre todo el feminismo y la literatura queer han montado tienda aparte como expresiones de los cambios sociales que atravesamos; la literatura confesional nunca antes había logrado volúmenes tan comprometidos sobre la vida interna del ser humano, igual que con la literatura post-colonialista, o la enorme cantidad de recursos con que dispone la novela histórica.
Me parece interesantísimo lo que está ocurriendo con la nueva literatura de ficción en el Japón, con su versión del realismo mágico en la única sociedad que sufrió el impacto de las armas nucleares, y cuyos habitantes viven y mueren en terrible soledad, o la enorme variedad y creatividad de la literatura australiana y escandinava, de un realismo ensordecedor sobre todo con sus novelas negras, o los extraños parajes que nos pinta la literatura postcyberpunk con sus seres mutantes y en plena decadencia urbana, sólo para mencionar las manifestaciones más llamativas y exóticas.
Leer novelas se ha convertido en no sólo una manera de obtener placer, sino en una manera de vivir múltiples vida en una, siempre contando con los clásicos para aprender los rudimentos del oficio, de las obras maestras, para jamás desencantarnos de la palabra escrita, pero sobre todo, por la oportunidad de tener acceso a esa enorme e infinita biblioteca de Babel que cada día crece más y más en textos electrónicos en internet, creo que ningún momento ha sido tan generoso con la práctica de la lectura de novelas como el actual, y eso hay que celebrarlo.  -  saulgodoy@gmial.com




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