Los
partidos políticos que conforman el bloque opositor venezolano son un universo
heterogéneo, compuesto, en su mayoría, de organizaciones socialistas; en este
bloque se destaca Voluntad Popular, el partido fundado por el preso político
Leopoldo López y al que pertenece el actual presidente de la Asamblea Nacional,
Juan Guaidó. Éste conglomerado tiene entre pecho y espalda una transición
signada por dos claros objetivos: la reconciliación y, con miras a unas
elecciones lo antes posible, la idea es estabilizar el sistema democrático.
Estas
dos metas, reconciliación y elecciones, tienen un sustrato claramente
electorero; está pensado para cosechar votos con base a una militancia que esos
partidos piensan que tienen soportado por sus registros, encuestas, listados,
sus números… y los escenarios sobre los que trabajan les indican que, a medida
que se alargue la fecha de las elecciones, habrá un mayor deslave y pérdida del
interés de los votantes. Por otro lado, incorporando a los ex chavistas,
prometiéndoles participación e impunidad, esperan recuperar los números, con
miras a colocar a uno de sus candidatos socialistas en el poder.
Es
por ello el terror que se siente en partidos como Acción Democrática, Un Nuevo
Tiempo, Primero Justicia y otros, entre ellos el mismo Voluntad Popular, por la
aparente independencia y criterio propio con que se ha manejado Guaidó, una
figura nueva, joven, un rostro fresco, que surgió por la fuerza de las
circunstancias y las complejas situaciones políticas que vive el país, a raíz
de la pérdida de legitimación de Nicolás Maduro.
La
Asamblea Nacional está trabajando a toda máquina para conformar un gobierno de
transición, pero el interés electorero les ha trancado el serrucho; hay
demasiados intereses y repartos de espacios políticos; mientras sigan pensando
en reconciliación y elecciones, y no fijen el foco en resolver la crisis
humanitaria y de seguridad del país, están equivocando, de manera garrafal, sus
propios intereses con los de los de la nación, y en esta confusión gana tiempo
el chavismo.
Y eso
es algo que ni los partidos, ni Guaidó, ni algunos de los países que nos
brindan su apoyo reconocen, mientras lo importante es cortarle a Nicolás Maduro
cualquier oportunidad de que gane tiempo, recobre resuello o aproveche una tabla
de salvación para sostenerse a flote… mientras no se decida, de una buena vez,
si el presidente de la Asamblea Nacional es o no el Presidente encargado de la
República, el chavismo y el comunismo internacional están trabajando a tiempo
completo para buscarle una salida al enorme problema de la deslegitimación de
Maduro.
El
acto de juramentación de Maduro ante la asamblea constituyente cubana no pasa
de ser un acto litúrgico, en el caso del chavismo, un acto mágico, tratando de
llenar los requisitos de ley para su supuesta legitimación ante el mundo y
Venezuela, y en realidad resultó en una confirmación de su aislamiento
internacional y del abuso de poder al imponerse por las armas y por la trampa
sobre la voluntad popular, que lo rechazó, con su masiva abstención a las urnas
de votación, el día de su supuesta elección, pero igual, justifica tener las
herramientas necesarias para llenar todos los requisitos para ser reconocido
como presidente en un nuevo período, tiene una asamblea constituyente, un
Tribunal Supremo de Justicia, dice haber sido elegido con la mayoría de los
votos, cumpliendo la constitución y con observación internacional.
Este
desprecio supino por la constitución y la racionalidad indican, que para la
oposición no es posible la estrategia de hacer las cosas con tiempo,
construyendo las bases de un estado consensuado, creando las redes de sustento
de la institucionalidad, como proponen Ramos Allup, Julio Borges y el mismo
Leopoldo López. La emergencia en que se encuentra el país clama por medidas
heroicas, por aprovechar cada resquicio u oportunidad que nos den los
acontecimientos; todo lo que implique tiempo corre a favor de los comunistas,
están copando sin pausa cada espacio de libertad que queda, ya viene el control
del espacio cibernético, el encadenamiento de internet y la muerte de las redes
sociales… no es tiempo para las grandes estrategias, nos queda apenas la
oportunidad de reaccionar, pero de hacerlo bien.
Si Guaidó
se juramenta, o decide actuar investido como presidente encargado en actos de
gobierno, quedaría resuelto quién manda en Venezuela; mientras no lo haga,
Maduro seguirá subrogándose esa pretensión. Esto crearía, por lo menos, el
conflicto de poder en Venezuela, quedaría a la vista de todos que la oposición
tiene su líder; supongamos que Maduro no reconozca al nuevo presidente, o peor,
que lo persiga, la oposición tendrá un rostro y una figura para los siguientes
pasos, lo cual es una gran ventaja, seguirá el contraste de poder entre los
chavistas y el resto del país, pero ya con el cuadro completo.
Pero,
de nuevo, en los partidos de la oposición hay grandes inseguridades sobre su
destino, saben que el país ha cambiado, que sus planes, idearios y estructuras
están caducas, y en vez de tratar de renovarse, de reinventarse, como lo está
haciendo el país, pretenden seguir con la misma tradición partidista marxista
leninista que heredaron del siglo pasado; es por ello que la sola idea de que Guaidó
sea el presidente encargado, un novel político con pasión y que siente la
expectativa del cambio, los pone nerviosos; no saben cuán obediente será a la
disciplina partidista y a la presión de los partidos coaligados, pero también
piensan que sería una ventaja electoral muy importante para los planes
presidenciales de Leopoldo López, uno de los muchos candidatos que se preparan
para la gran carrera electoral.
La
pelea por la conformación de un gobierno de transición es a cuchillo, no se
están midiendo las necesidades del país y se está difiriendo el nombramiento de
personas idóneas para enfrentar uno de los momentos más delicados de nuestra
historia, que deberían ser los mejor preparados para manejar el reto de sacar
al país del hueco donde yace… por el contrario, los partidos están calculando
las fuerzas electorales, las oportunidades de colocar a su gente en el próximo
gobierno y, probablemente, designen una serie de comisarios políticos, cuyo
principal interés sea el de organizar al país para las elecciones.
No
quiero ser mal entendido, considero que la reconciliación y las elecciones son
capítulos necesarios para la reconstrucción del país; de hecho, en todos los
manuales internacionales que he estudiado, para hacer posible la reconstrucción
de los países en situación de post conflicto, ambos son objetivos importantes
que hay que alcanzar, pero en nuestro caso el problema es uno de tiempo,
nuestra crisis humanitaria y de seguridad es tan grave que, si no resolvemos
primero éstas, será imposible lograr los otros.
Establecer
y ejecutar un programa de atención a nuestra crisis humanitaria requiere de un
esfuerzo logístico superior a cualquier experiencia que hayamos tenido en el
pasado; se trata de una tarea donde debemos estar involucrados todos,
principalmente los partidos políticos, igual en la cuestión de desarme y en traer
la paz en nuestros territorios; en estas tareas debemos coordinarnos con las
organizaciones internacionales y expertos mundiales en la resolución de estos
problemas de manera muy cercana.
No
puede haber reconciliación con una penetración tan profunda y generalizada como
la que ha hecho Cuba en Venezuela; estamos infiltrados por el comunismo
internacional, el papel de Rusia y China en algunas zonas del país está al
nivel de autoridades coloniales, todos los registros de y sobre la población
están adulterados, no hay manera de garantizar pulcritud en los censos, hay
estados donde las autoridades son guerrilleros, o pranes, o carteles mafiosos… unas elecciones en un país tan
fragmentado sólo pueden desembocar en un fraude masivo.
La
reconciliación sin un proceso anterior de depuración de grupos armados y
violentos, que implicaría un plan nacional de desarme, de conversaciones de paz,
de aplicación de la justicia por los crímenes cometidos, de expulsión de
elementos violentos extranjeros del país… una reconciliación sin filtrar quiénes
son venezolanos, sería dar carta blanca a esos factores para que vuelan a
intervenir en nuestros asuntos políticos, y las elecciones no pasarían de una
puesta en escena, una burla al país, cuando más de la mitad de nuestro
territorio está en manos de fuerzas extranjeras o insurgentes, cuando no del
crimen organizado… y eso no se borra con una simple declaración o un acto
voluntarista.
Repito
lo que he dicho en varias maneras, lugares y medios: la transición en Venezuela
tiene que durar un mínimo de dos años, con tiempo para hacer un trabajo de
limpieza mayor, con tiempo para descubrir que la crisis humanitaria es mucho
más compleja de lo que creemos… y el trabajo no se puede detener por unas
elecciones improvisadas, hechas a la
carrera; hablar de transición, sin tener a mano estudios serios de amnistía y
perdón, es una irresponsabilidad que atenta contra nuestra sobrevivencia…
Jamás
se podrá sustituir, como prioridad, el solventar la crisis humanitaria y de seguridad,
porque sería un suicidio; en este asunto hemos sacrificado demasiado, hemos
invertido sangre sudor y lágrimas, para perder lo logrado por la presión y la
impaciencia de unos políticos inseguros y sin otro interés que ganar o mantener
sus espacios políticos; contra eso tenemos que pronunciarnos y detenerlos en su
locura, y espero que Guaidó aclare sus conceptos y no se deje influir, que no
se deje vencer por las indecisiones. La omisión es tan imperdonable como la
usurpación… y el país está primero que los partidos políticos. - saulgodoy@gmail.com
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