miércoles, 19 de junio de 2019

Lo hice por amor a Venezuela




Aun así, la localización del mal en una nación o un país específico es un fenómeno mucho más complejo que vivir en un mundo de estereotipos y conjeturas. La moderna imaginación moral construye un fenómeno que llamaría la geografía simbólica del mal. Es la convicción de que las posibilidades del mal se dan no tanto en cada uno de nosotros, individualmente, sino en sociedades, comunidades políticas y países.
                                                                                                        Leónidas Donskis (2013)

Yo estoy convencido que en Venezuela, el mal está enquistado en la política, es su territorio natural desde hace ya mucho tiempo, y quien se aventure a esos parajes corre el riesgo de encontrase de frente con él, y ser vencido ante su vil ataque, todo lo contrario de lo que piensan y comunican todos esos muchachos  que alocadamente se lanzan a la política como si fuera un ruedo para bailar regatón, con esas infelices frases, que lo hacen por: “su vocación para el servicio público”, de ponerse a la orden del país ante el llamado ciudadano para el rescate del bien común y la justicia social, frases hechas sin ningún significado real y que demuestran una craza ignorancia.
Unos pobres jóvenes imberbes y jovencitas apenas menstruando, que no tienen la capacidad de reconocer el bien del mal, que ni siquiera cuentan con el vocabulario para reconocer un desacierto, menos para reparar un daño cometido en sus azarosas actuaciones llenas de vigor, voluntariedad y ceguera moral, pero plenos de estulticia para escoger la peor de las decisiones que afectarán a todo un país.
Y la gente los aplaude, los aúpa, los lleva en hombros y los entregan a Satanás con el entusiasmo de quienes depositan una ofrenda ante el monstruo del laberinto, un comedor de hombres que no respeta fuero, ni cultura, ni creencias, ni edad, una fuerza oscura a la que sólo le importa el poder, la acumulación de riqueza, los privilegios y las mentiras de las que viven; la política venezolana es, desde varias décadas, un lugar insalubre, propio de chulos, ladrones, prostitutas y asesinos.
Y aún así, declaramos a todo pulmón: “el mundo le pertenece a los jóvenes, que los violen a ellos, que son vírgenes, que se entretenga el maligno con los más ineptos y confundidos” y así sucede, salen de las universidades, de los centros de estudiantes al ruedo de los negociados, los sobornos, del “cuanto hay pa’eso” sin ninguna defensa ni preparación, algunos, ya dañados, vienen con toda la intención de morder la manzana del bien y del mal, de esta manera caen nuestros jóvenes mordidos por las ponzoñosas fauces de la corrupción, atrapados como conejos en las trampas para las que no tienen defensa alguna, toman decisiones sin pensarlas, sin ponderar sus consecuencias, con su falta de experiencia y preparación en las duras verdades de la trama social se lanzan a la aventura de hacerse una vida falsa, rodeados de lujos y de excesos, de adulantes y falsos amigos, de perversos maestros que los adoctrinan en la exclusiva vida para las élites, que los admiten en esos clubs privados, solo para miembros, donde se “guisa” grueso y en divisas, donde todo se hace relativo y está permitido, y como en la novela de Tom Wolfe, La Hoguera de las Vanidades, se creen los amos del universo, intocables, por encima de todo y de todos… hasta que aterrizan de culo y arruinan sus vidas.
Los venezolanos tenemos un lado perverso, sacrificamos a los más jóvenes e indefensos porque odiamos su lozanía e inocencia, los vemos avanzar hacia el dragón con aquella candidez absoluta, nada puede hacerles daño, tienen el corazón de oro, poseen la valentía de un catire Páez en sus años mozos como centauro de los llanos, pero sin su fortaleza y malicia natural, todos sabemos que adentro de esos muros de los palacios de gobierno, que detrás de la prosopopeya de las postulaciones a cargos, de los nombramientos públicos, de los juramentos en los paraninfos, los muchachos están solos.
Y allí adentro, rodeados de unos viejos babosos y completamente podridos, que empiezan a hablarle al oído y a prometerles el cielo en la tierra si hacen lo que ellos dicen, almas rotas con mucho “burdel”, políticos zamarros de mil batallas presupuestarias, de cientos de acusaciones e investigaciones, de decenas de traiciones y saltos de talanquera, de esos políticos que nos gustan a los venezolanos, que siempre tienen la frasecita irónica en los labios, la salida de doble sentido en sus respuestas, el chiste oportuno e hiriente, los discursos institucionales a la mano y para cualquier ocasión, porque para ser político en mi país hay que acostarse con el diablo y hacer cualquier cantidad de porquerías, y aún así, caer parado como un minino que cae de un árbol, sin un rasguño ni pata quebrá… porque para los vivos en Venezuela no hay muerte política, si pactas con el diablo tendrás la vida eterna.
Y esto es así, porque a los venezolanos nos gusta el espectáculo retorcido de escándalos y brujerías, de sacrificios humanos en las noches sin luna, de amaneceres manchados de sangre y olor a miedo, porque en algún momento decidimos que la moral y la ética era para pacatos, cosas de viejos almidonados, para señoritos que no les gusta bailar “pegao” ni echar una cana en el aire, porque ser correcto huele a naftalina, porque los hombre y las mujeres decentes no beben ni se trasnochan, no roban ni debe favores, no anda en comparsas ni prometiendo lo que no puede cumplir.
La política en Venezuela cuando no fue cosa de revolucionarios y militares, estaba en manos de doctores y banqueros, siempre actuando en nombre del líder que conducía al país como un arriero al ganado, silbando, utilizando la soga, cantándoles tonadas y marcándolos con su fierro al rojo vivo.
La maldición del excremento del diablo pareciera que no es leyenda, huele a perfumes costosos, sabe a suchi en capitales extranjeras y suena a copa de cristal de baccarat con buen vino Petrus, a jets privados esperando en el aeropuerto, a hoteles cinco estrellas, a fajos de dólares en el bolsillo.
Nadie sueña ahora con menos de un piso en Madrid o un dúplex frente al Támesis, las camionetas blindadas último modelo son lo único que se dignan a tripular, les encanta el troupé de secretarias y muchachones de la prensa, buscando sus mejores ángulos y las fotos familiares tipo revista “Hola”, para el consumo de las redes sociales del corazón, de las grupies y de los influencers que estarán escribiendo sesudos artículos sobre sus estrategias y las negociaciones con los usurpadores en Oslo, no es para menos, ellos y ellas se creen son gente de mundo.
Todavía no entiendo como Juan Guaidó no hizo caso a las advertencias, no escuchó los gritos de alerta, ni le paró a las señas que se le hacían del peligro inminente que lo acechaban, en lo personal le advertí de sus malas juntas, pero fue inútil, y ahora nos embarró a todos, con nombramientos que sabía iban hacia el fracaso, porque conocía a la gente, sabía de sus ineptitudes y malas mañas, que abundan puertas adentro del partido Voluntad Popular, y aún así aceptó la sugerencia de que eran los indicados para manejar una situación y el momento tan complejo que se presentaba en Cúcuta, porque Guaidó no es autónomo, no tiene independencia, no tiene criterio propio, es un muñeco manejado por la corrupción inveterada del socialismo democrático parasitario que medra en la Asamblea Nacional, él es parte de esa comparsa, a él nos lo trajeron, nos lo presentaron, y nos convencieron de que era el hombre, su imagen es de laboratorio, artificiosa, vana, especialmente diseñada para impresionar los sentimientos de las abuelitas y adolecentes.
Fue tan torpe en su proceder, que le dio las municiones al psicópata de Jorge Rodríguez para que lo destrozara en cadena nacional, no importa si con exageraciones y simples mentiras, le dio la excusa, y nos echó a todos los venezolanos un camión de excrementos encima, melló nuestra credibilidad internacional, disminuyó la confianza en el peor momento posible y sin ninguna necesidad, excepto por el ánimo que reina dentro de esos “jóvenes” tarifados por la política real, dentro del único órgano legítimo que aún nos queda, el ánimo de hacer fortuna sin trabajar.
Bueno… a llorar para el Valle, como dicen por estos lares, a recoger los pedazos y ver como retomamos nuestro drama, ahora estoy seguro que no vamos bien, y no le voy a remendar el capote a nadie, estamos en crisis, hay venezolanos que pierden la vida en este mismo instante, que sufren y abandonan el país huyendo de mil desgracias, y tenemos unos payasos de pacotilla jugando a los Bolichicos, parte dos, y lo más lamentable, con recursos de la ayuda humanitaria.
Y no tiene porque ser así, la política puede ser otra, los intereses de sus actores pueden coincidir con los de la nación, sus actuaciones pueden ser más inteligentes y sus conductas pueden no estar reñidas con las buenas costumbres, por lo menos guardar las apariencias y no causar vergüenza y pena ajena, la política aunque no necesariamente es un concurso de virtudes, y que hay ocasiones, como lo dijo Maquiavelo, en que es mejor ser temido que querido, es para personas con temple, lo que significa que deben por lo menos saber distinguir entre la amistad y el deber, entre lo que es una oportunidad de una trampa.
La verdad es que nos las ponen más difícil cada vez, porque ahora, aparte de tener que atender una crisis humanitaria, una transición democrática, un quiebre institucional y un desastre económico, vamos a tener que fumigar la Asamblea Nacional de tanto bicho de uña que pulula en su interior, y que si el dictador Maduro sigue con su plan de ponerlos presos a todos, nos la va a llenar de leprosos y tullidos; los venezolanos tenemos enemigos adentro y afuera de nuestro circulo de confianza… pero hay que hacer el trabajo, sin desfallecer, afortunadamente tenemos a la gente apropiada y preparada esperando el turno al bate, y si logramos vencer nuestros propios perjuicios y hacer aunque sea una vez, una buena decisión, tendremos una oportunidad, porque la alternativa es morir.   -   saulgodoy@gmail.com






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