Les
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el Fuego, la Noche, recién publicada por Amazon y que pueden encontrar en
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La
siguiente escena transcurre en el palacio del Cónsul de Alejandría, quien
resultó un viejo conocido de Tiburcio Epístrate, funcionario itinerante del
fisco, que hacía auditorías en las diferentes provincias del Imperio, allí
conocería a Banta, una negra esclava, por quien perdería la cabeza en un
arrebato de pasión que le cambiaría la vida.
-
Tenemos una linda esclava negra, que me fue obsequiada en ocasión del regreso
de una expedición del Museo que envié para que siguieran el curso del Nilo más
allá de la segunda catarata... creo que es una Princesa de una de las tribus de
salvajes... aunque ella ha sido educada con esmero en todas las artes- el
Cónsul sonrió- creo que te va a complacer.
Seguidos de los eunucos bajaron a la planta
baja del palacio, caminaron entre las estatuas de los últimos Flavios por un
largo pasillo, ricamente decorado con bajo relieves y todos los símbolos de
poder romanos. Las personas que
encontraban se inclinaban respetuosamente al paso del Cónsul, salieron a otra
terraza, más grande que la anterior y donde hileras de palmeras daban su sombra
entre paseos y veredas.
Había dos escaleras, una de mármol, angosta, que bajaba de la
terraza, por un pequeño acantilado, hasta la playa de arena blanca, la otra era
de granito negro, más grande, que conducía a los jardines.
Siguieron caminando bajo una pérgola que
sostenía abundantes parrales y llegaron a un estanque techado, rodeado de
columnas y setos recortados a la
perfección con formas ovaladas, teniendo a un lado el anchuroso océano y por el
otro la impresionante fachada trasera del palacio, no menos elegante que su
frente.
- Propongo un baño para refrescarnos-
invitó Galio soltándose la faja consular de su túnica- luego iremos al tepidarium y despues al Laconicum donde nos espera
un regalo de los dioses- esto último lo dijo sonriendo maliciosamente.
Tiburcio no cabía en su emoción, la
expectativa de una pequeña orgía lo tenía excitado ¿cuándo fue la última vez
que estuvo con otra mujer que no fuera Ofelia, su esposa? ...fue en Roma hace
tantos años...
La
luz del mediodía arrancaba colores y destellos de la piscina, era larga, la
mitad estaba techada y la otra mitad al aire libre, la brisa era tibia y las
palmeras le daban un toque campestre al lugar.
Con la ayuda de los sirvientes se
desnudaron, ambos hombres se zambulleron en el agua, el sol y el calor
parecieron diluirse entre las cristalinas aguas y los azulejos que revestían la
pileta.
- El agua se surte de un manantial-
explicó Galio- esta agua está renovándose a cada momento... ven, vamos a hacer
una competencia nadando, 15 vueltas, el que llegue primero...
Las primeras tres vueltas fueron
reñidas, pero fácilmente Tiburcio tomó la ventaja, a la sexta vuelta se
cruzaron en direcciones contrarias, Galio nadaba con más esfuerzo y más
lentamente, hasta que se detuvo y los eunucos lo ayudaron a salir sin completar
las vueltas pautadas; Tiburcio continuó en su ejercicio sin bajar el ritmo.
Los cuerpos desnudos de los dos hombres
estaban para la comparación.
Galio,
descuidado por la vida sedentaria y tantas recepciones, tenía una barriga de
vendedor de alfombras que colgaba de su abdomen, sus piernas estaban algo
enclenques, tenía la piel muy blanca y las carnes flojas. Su rostro permanecía incólume, sus rasgos
eran los mismos de su época de estudiante, frente límpida y amplia, boca fina y
bien trazada hecha para la elocuencia, mentón arrogante, nariz recta y
delgada... sólo sus ojos le delataban como hombre débil y fácil presa de
pasiones, ojos pardos, claros y húmedos, grandes como le corresponden a los
poetas, con el brillo de la locura que viene y se va, con una expresión
dominante de ser superior.
Galio tomaba una copa de vino que le fue
ofrecida, se pasó la mano por el pelo húmedo fijándose en su amigo que no paró
hasta completar las 15 piscinas.
Tiburcio
Epístrate estaba en mejor forma: tallado y atlético, todavía practicaba la
lucha tres veces por semana, procuraba caminar en vez de usar los coches. Le gustaba competir en los deportes de pista
y campo durante las fiestas en los diferentes pueblos que visitaba debido a su
trabajo, y no pocas veces ganaba las palmas de olivo.
A diferencia de Galio, su pelo aún no
encanecía y sus movimientos se conservaban ágiles y elásticos. Cuidaba su régimen alimenticio y tenía por
principio ingerir su comida cruda, por lo que rara vez comía carne.
Salió del agua contento, esta vez aceptó el
vino y brindó con el Cónsul por la vida y los viejos tiempos.
De allí pasaron a un edificio contiguo,
bajaron por una escalera a un sótano, era el cuarto de vapor o caldarium , una habitación amplia y
cerrada, revestida en mármol blanco, unos relieves cuyo motivo eran las
competencias olímpicas se destacaban entre el denso vapor, sobre medios pilares
reposaban los bustos de Pallas y Venus, un agradable olor a hojas de romero y
menta impregnaba el ambiente.
Se sentaron en unos escalones altos; no
muy lejos de ellos, un esclavo atendía las piedras calientes que rociaba con agua
entre el siseo de blancas volutas de vapor.
- Te juro que no entiendo la debilidad de
nuestro Emperador por los cristianos- comentó Galio respirando profundamente
- ¿Cuál de nuestros Emperadores?-
preguntó Tiburcio, su voz resonaba con cierto eco mientras se restregaba la
abundante humedad en el cuerpo,
Tiburcio
no hacía la pregunta con mala intención pues en ese momento el Imperio estaba
manejado por Valentiniano en Occidente conjuntamente con su hijo Graciano y
Valente en Oriente, los tres tenían preferencia por los cristianos.
- Ni tampoco entiendo la preferencia que
siente por esos bárbaros teutones a los que ha llevado a generales y oficiales
de la corte...- sin duda se refería a Valentiniano.
Tiburcio
tenía como regla no hablar de religión, pero Galio se veía más calmado, además
era un hombre práctico que no se ocupaba de esas cosas ni las tomaba tan a
pecho.
- En cuanto a los teutones- comentó
Tiburcio- el problema que tiene Valente en Mesia es grave; después que les
permitió federarse y establecerse bajo su política de hospitalias creyendo en el
compromiso de que iban a defender la frontera, ahora tiene que someterlos a la
fuerza...
- Se está dando cuenta ahora que con esos
bárbaros no se puede convivir...-Galio se levantó lentamente y se estiró.
- Dime una cosa -insistió Tiburcio sobre
el tema- ¿Cuál es tu relación con los cristianos? ...tengo entendido que el
Obispo de Alejandría tiene mucha influencia con el Emperador.
Tiburcio también era un hombre práctico,
los cristianos venían ocupando los cargos importantes dentro del gobierno, él
no era cristiano, ni siquiera era consecuente con Júpiter a quien le debía
tanto y se encomendaba... sabía que de un momento a otro sería desplazado por
cualquier galileo, de modo que su política era pasar inadvertido; pero ya que
tenía confianza con Galio quería saber dónde estaba parado, incluso pensaba
hacerse bautizar para poder conservar su puesto.
- El viejo Atanacio tiene mucho poder en
esta ciudad, la mitad de mis legiones le son fieles porque son cristianas-
Galio caminaba de un lado a otro del escalón, parecía una fiera enjaulada,
hablaba con tono monótono- pero aquí tiene un problema y es que también tenemos
una gran comunidad judía, egipcia y siríaca...todavía la tradición helénica la
puedes respirar en la calle y nuestra cercanía al Oriente hace que la gente
crea en muchas cosas, los mismos extranjeros con sus costumbres hacen que esta
gran politéumata sea ingobernable por una sola facción... por eso estoy aquí,
en este puesto...- unos esclavos entraron y les entregaron a cada uno una
concha marina llena de una pasta blanca, Tiburcio la tomó extrañado y la olió,
estaba perfumada.
Mario
era de pelo rubio lacio, delgado, de unos veinte años, de facciones delicadas,
tenía el rostro maquillado y unos ojos que irradiaban perversa energía, hizo
una reverencia ante su amo pero miraba de reojo a Tiburcio con deseo.
Banta resultó ser mejor aún de lo que
Epístrate soñaba, alta y de un cuerpo esbelto, cintura prieta y de anchas
caderas, senos redondos como albaricoques.
Su rostro era de elegantes y sensuales líneas, su pelo negro estaba
creciendo ensortijado, muy corto, su piel relucía con un azulado destello.
- En el palacio siempre tratamos de tener lo
mejor...- Galio estaba agradado por la expresión de sorpresa del rostro de su
amigo- en estos baños es donde mejor negocio y siempre gano... algún día
invitaré al Obispo...
- Y al general Poncio Alero, no te olvides
de traerlo- aconsejó Tiburcio, los dos rieron con la ocurrencia.
Mario y Banta tiraron al piso sus breves
prendas de vestir, cada uno en su estilo, Mario provocativamente, Banta con
altivez, ambos habían traído consigo unos recipientes de vidrio con aceite y
alcanfor.
Banta era perfecta, Tiburcio no pudo
apartar la vista de sus cimbreantes pezones oscuros, los músculos de su cuerpo
eran largos y finos, había afeitado el vello púbico y un hermoso Monte de Venus
bajaba deliciosamente entre sus estilizados muslos, sus glúteos eran redondos y
lisos, como uvas gigantes que se estremecían al andar.
Un escalofrió de placer recorrió a Tiburcio
de pies a cabeza, la muchacha le sonrió y se acercó al funcionario del fisco
tocándolo con las puntas de sus largos dedos, primero por los brazos luego por
su velludo pecho.
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