sábado, 30 de noviembre de 2019

La obligación de ser persona



En la naturaleza cada cosa viene signada por una esencia, una manera de ser que la distingue de las demás, una molécula de helio tiene la estructura y las características de lo que es, y es diferente a una de hidrógeno, por lo que se comportará como una molécula de helio y no como otra cosa, por lo que podremos identificarla sin problemas; con la persona humana la situación se complica, pues existe un factor volitivo que actúa dentro del esquema del libre arbitrio, y es ese juego el que la persona determina su esencia, que no es otra que poder determinar, con libertad y autonomía, entre varias opciones de acción, una, cuyas consecuencias serán de su entera responsabilidad.
Una persona puede bestializarse, convertirse en una cosa que no es, si se atiene a sus pulsiones y necesidades básicas en vez de a la razón, si se encadena a autocracias políticas o teológicas que comprometen su libertad y razón, y anulan todo aquello que nos distinguen como seres humanos.
Pongamos un ejemplo hipotético, supongamos que en el seno de un partido político que se dice democrático y al servicio del pueblo, sus líderes, sintiendo la necesidad de obtener dinero fresco y de manera rápida para atender ciertas necesidades, le ordenan a uno de los miembros de la organización que viaje a la frontera, donde hay un problema de refugiados y unos recursos en dinero para atender una situación de ayuda humanitaria, provenientes de donaciones internacionales.
La orden es que viaje al país vecino, investido como autoridad máxima para administrar esos recursos, pero que en vez de gastarlos en solventar las necesidades de los emigrantes, le ordenan que sobrefacture, haga gastos que no tengan nada que ver con la ayuda a los refugiados, que se hospede en costosos hoteles, atienda a suntuosos eventos, y produzca una serie de facturas que tapen o disimulen, un monto de dinero que el partido necesita para sus obligaciones.
La idea era que si se descubría el desfalco harían todo lo posible por que no hubiera una investigación, pero por una falta a la disciplina en la encomienda, la persona designada para tal labor de distracción de esos recurso, se ve involucrada en una situación escandalosa que degenera en el rompimiento del orden y la moral pública al otro lado de la frontera, con lo que queda abierta una averiguación sobre la que el partido político no tiene ningún control.
La idea original era que el sobregasto incurrido pasara sin llamar la atención, pero ocurrió lo contrario, y se convirtió en una investigación internacional, el partido político trató de que su embajador en aquel país cerrara aquel asunto, pero el hombre que estaba a cargo no se iba a convertir en un cómplice de aquel juego de aficionados, y se abstuvo de interferir con la investigación criminal, y como el temor aumentaba en los líderes del partido por las posibles consecuencias del caso sobre sus personas y carreras, decidieron expulsar del cargo al embajador de la peor manera posible, involucrándolo en un complot político.
Es muy fácil degradarse como persona, contradecir la naturaleza que nos distingue de los demás animales, pues el ser humano no viene dado simplemente con la biología, con el cuerpo; es necesario un trabajo formación para lograr adquirir las herramientas que nos hacen humanos, entre ellas, el libre albedrío, la razón y los principios morales.
Cuando la filósofa alemana y politóloga Hanna Arendt (1906-1975), viajó a Israel para presencia el juicio que se le hacía al nazi prófugo y capturado, Adolf Eichmann, SS-Obersturmbannführer (teniente coronel de las SS) como responsable de crímenes de guerra, ¿Qué fue lo que vio en aquel hombre? Según el presentador del estudio de Arendt, Eichmann en Jerusalén (1966), al castellano, Daniel Rafecas, nos dice:

… [Arendt] deja en claro que el acusado no es el monstruo que se quiso presentar, sino uno más de entre tantos burócratas del nazismo, que a fuerza de eficiencia y ubicuidad pretendían escalar en la pirámide del poder estatal alemán. Un hombre ordinario, despreciado por muchos de sus colegas y jefes, inofensivo y hasta refractario al uso de la violencia en lo cotidiano, que mostró ser muy eficiente en las tareas que se le encomendaban, pero que pese a ello nunca pudo pasar de ser un obscuro SS-Obersturmbannführer a cargo de una subsección, muy lejos de los centros de poder donde se decidía cuándo, quiénes y cómo poblaciones enteras terminarían su existencia en los campos de exterminio del este europeo. Así y todo, Arendt coincide con lo decidido por el Tribunal: pena de muerte para el acusado.

Eichmann decidió en algún momento de su carrera militar convertirse en un asesino en masa, un hombre común, sin mayores atributos, por un acto de voluntad, que en sus declaraciones expresaría “recibía órdenes superiores”, decidió ser otra cosa que una persona humana, del mismo modo que muchos venezolanos lo harían después, durante los tenebrosos años del gobierno chavista, que aún no termina, por debilidad de carácter de una gran parte de nuestro liderazgo político.
En el ejemplo del caso de corrupción que presentamos, los líderes del partido se dejaron llevar por sus necesidades y apetencias de dinero y poder, escogieron de entre sus filas a un personaje débil y sin mayores horizontes morales y lo convencieron de ser el operador de aquella puesta en escena para ocultar un desfalco, pero se enredó en sus bajas pasiones y vicios, se descuidó y dejó un rastro de evidencias condenatorias y las autoridades del país vecino armó un expediente donde claramente se demostraba un manejo doloso de fondos humanitarios.
Para Inmanuel Kant (1724- 1804), uno de los más importantes pensadores sobre el tema de la moral y la ética, que vivió y formó parte de aquella Ilustración del siglo XVIII, y que exploró el intrincado mundo de lo que significaba ser una persona humana, nos decía, que aspirar a ser persona es una meta para toda la vida, para ser persona deberíamos tener una aproximación al mundo lo suficientemente coherente y constante como para ser tomada como una unidad, independiente y continua, un punto de vista dirigido por la razón.
Uno de los más importantes logros de Kant fue descubrir que esta persona que tratamos de ser es la persona que “aspiramos ser”, lo que no significa que lo logramos todo el tiempo y bajo las más diversas circunstancias, en términos prácticos esto significa que hay algunas mañanas que se nos pegan las cobijas y no nos vamos a levantar para cumplir con nuestras obligaciones, nos vamos a cuestionar esa obligación de levantarnos, vestirnos y prepararnos para ir al trabajo, y llamaremos a la oficina para decir que estamos enfermos, y en algún momento nos vamos a sentir culpables, nos asaltará el remordimiento porque no hicimos lo correcto, no cumplimos con nuestro deber y tuvimos que mentir, porque la persona que queremos ser, ni es floja, ni dice mentiras.
Y en términos de una persona socializada y plenamente consciente de su valor sabe que no va a robar, ni hacerle mal a otro, mucho menos torturar y asesinar, porque si esto fuera así la vida en comunidad fuera imposible, pero ojo con esto… no lo hace porque existan leyes que lo prohíban, que las hay, ni autoridades que lo obliguen, que existen, ni instituciones que lo procesen y lo castiguen, que son los tribunales de justicia.
Las personas normales no cometemos crímenes porque no fuimos educados como criminales, estamos obligados por nosotros mismos, por nuestros principios y valores a comportarnos de manera racional, a no hacer el mal ni poner en peligro a nuestro prójimo, y porque no queremos ser ese tipo de individuo con apariencia humana, como un Adolf Eichmann, o algunos de estos políticos de nuestro ejemplo que dicen ser alguien que no son, tratamos de no tener ningún contacto con ellos.
Pero en Venezuela, algo terrible ha sucedido desde hace ya varias décadas donde la sociedad y sus instituciones, los hombres y mujeres que nos gobiernan han perdido contacto con la decencia y las buenas costumbres, creen que la política tiene que ser algo sucio, sólo para criminales y personas de apariencia humana, y actúan como criminales cuando creen que nadie los ve, muchos de ellos prefirieron renunciar a su humanidad y actuar como un monstruos, o como lo dijo Arendt, dominado por la banalidad del mal, cumpliendo con sus obligaciones burocráticas sin atender al daño que provocaban a otros muchos.
Una persona decente cuando se encuentra de frente a estos personajes siniestros, tratamos de evitarlos, de no ser parte de sus vidas y menos aún, de involucrarnos en sus planes y proyectos, a veces es difícil identificarlos, pues se rodean de expertos en imagen y publicistas que falsifican sus apariencias y ponen palabras en sus bocas que no son la de ellos.
Charles Taylor, un filósofo canadiense, uno de los eticistas más brillante de nuestros tiempos, complementa con lucidez el comentario de Kant cuando nos dice, y lo tomamos de su obra La ética de la autenticidad (1994):

Nos convertimos en agentes humanos plenos, capaces de comprendernos a nosotros mismos, y por ello de definir una identidad, por medio de nuestra adquisición de ricos lenguajes de expresión humana… abarca no sólo a las palabras, sino también a otros modos de expresión por los que nos definimos a nosotros mismos, incluyendo los «lenguajes» del arte, del gesto, del amor, y similares. Pero a ello nos vemos inducidos en el intercambio con los otros. Nadie adquiere por sí mismo los lenguajes necesarios para la autodefinición. Se nos introduce en ellos por medio de los intercambios con los otros que tienen importancia para nosotros, aquellos a los que George Herbert Mead llamaba «los otros significativos».


Esos otros significativos son nuestros padres, la familia, nuestros maestros y profesores, amigos y compañeros de trabajo, jefes, figuras destacadas de nuestro entorno, personajes modelos en nuestra cultura, el proceso de socialización trae como resultado esas obligaciones morales que en una persona humana lo “obliga” a transcender y a alcanzar otra perspectiva que el de la persona que somos en el presente, a esas obligaciones, las llamaba Kant, categóricas.
De modo que la moral sí existe, es importante, al punto que es parte fundamental de nuestra humanidad, de nuestra identidad, no es algo que se pueda guardar en una caja y sacarla cuando la necesitemos, o exigírsela a los demás sin sentirnos nosotros obligados por sus mandatos, no está escrita ni tiene una policía que nos obligue a ser comedidos cuando comemos y bebemos, o no ser parte de actos de violencia doméstica en nuestros hogares, a ser honestos y cumplir con nuestra palabra empeñada.
Por último, pero no menos importante, hay unas obligaciones ciudadanas para con nuestra comunidad y que tienen que ver con nuestras acciones para lograr el bien común, un comportamiento político ético sobre los asuntos que se discuten en los espacios públicos y que nos afectan a todos como sociedad, allí tampoco podemos permitirnos ser ligeros u olvidadizos, tenemos una obligación a participar y a hacerlo bien.
En cuanto al funcionamiento del estado, su fin debe ser el de reunir a la gente en consensos para el logro de la mayor felicidad posible del cuerpo social, sin sacrificar nunca la libertad, y esto hay que hacerlos con personas honestas, no con pillos; para el filósofo de Koenigsberg se trata utilizar, cuidar y en lo posible, aumentar, el bien más preciado que puede tener un ser humano, de allí que, todas las obligaciones de un ciudadano deben servir al fin de hacernos más libres, es famosa su admonición: “Si los seres racionales son un fin en sí mismos, no es porque sean racionales, sino porque tienen libertad”.   -    saulgodoy@gmail.com




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