lunes, 26 de abril de 2021

Chavismo, la pandemia




El concepto de gobernanza comprende las nociones de legislación, institución y gestión pública al tiempo que se nutre de la Historia, de la Cultura, de las Ciencias Políticas, del Derecho Administrativo y de la Sociología de las organizaciones. Las cuestiones universales de la gobernanza giran en torno a garantizar que la Humanidad viva en paz, prosperidad y en equilibrio sostenido; a administrar en el largo plazo los recursos naturales; a brindar a todos los habitantes las mejores oportunidades de desarrollo; a promover el desarrollo de las Ciencias y la Tecnología; y a abordar el desarrollo de la Humanidad manteniendo sus distintas tradiciones. Sin embargo, “la crisis de la gobernanza es inseparable de la crisis de los modelos de desarrollo”. En el acto de gobernar subyace la idea de prever pero con la conciencia de la existencia de lo incierto y lo desconocido. Ello implica una gran responsabilidad, en especial frente a las consecuencias imprevistas. En ello radica la responsabilidad frente a lo imprevisible.


Ricardo Torres Medrano, Gobernanza Gobernabilidad Defensa Seguridad (2013)


Justamente, lo que el chavismo no es y no hace, porque el chavismo no es política en ninguna de sus acepciones, por lo tanto, no tiene nada que ver con gobierno; tratar de buscar nociones de seguridad y defensa en el chavismo es un ejercicio fútil, me inclino más por esa percepción, cada vez más marcada, de que se trata de un sindicato del crimen organizado enquistado en el poder y haciéndose pasar por un gobierno.

Si éste es el caso, entonces la política sobra y, efectivamente, vale la negociación, como valdría para los vecinos de la Cota 905 en Caracas, en manos del delincuente llamado El Coqui y su banda, quienes mantienen el control absoluto sobre esa comunidad, que deben y tienen que negociar con El Coqui, porque éste tiene sus vidas en su poder y, al decir sus vidas, viene todo lo demás, propiedad, familia, valores, economía, presente y futuro.

Los vecinos de la Cota 905 tienen que negociar con sus secuestradores para poder existir, los tienen vigilados, controlados, si se mueven es porque los dejan moverse donde y cuando los delincuentes quieran, una situación que se ha convertido en una metáfora de lo que sucede en el país con relación al régimen de Maduro, igual que Fedecamaras, Consecomercio y los partidos políticos de la oposición, todos deben negociar su próxima respiración con el chavismo, que los controla y vigila; y, porque les permite existir.

Ese socialismo del Siglo XXI que dice gobernar el país por medio de un estado policial y militar tiene que compartir su territorio con otras fuerzas, factores que él mismo ha creado, armado y otorgado beligerancia dentro de las llamadas zonas de paz, calificativo muy orwelliano para designar zonas de impunidad, donde estos grupos actúan asumiendo la soberanía de estas localidades, esto ha sucedido a lo largo y ancho de Venezuela, en la frontera, en el Arco Minero, en distintas regiones y estados donde actúan grupos criminales controlando efectivamente al territorio y a la población en la explotación de sus actividades ilícitas.

Pero se les han salido del control, ya no los obedecen ni los respetan, los saben débiles y ocupados en su propia sobrevivencia, resultando el país dividido en múltiples parcelas de poder que han resquebrajado la unidad nacional, su soberanía, el supuesto monopolio de la violencia que el estado tenía.

Pero todavía tienen algunas zonas bajo su poder en las que tratan de dar la impresión de que mantienen el orden, permitiéndole a las empresas que quedan operando, producir para no morir de mengua, algunos pocos habitantes pueden hablar y twittear en sus móviles cuando hay energía eléctrica disponible, elaborar y presentar propuestas, criticarlos (sin excederse) y hasta viajar al exterior, estos habitantes que ya no son ciudadanos, creen estar en capacidad de hacer política, pero no es política lo que hacen, están continuamente negociando con sus secuestradores los términos del día, bajo las condiciones que el régimen quiere.

El Coqui y Maduro son reflejos del mismo espejo; es chavismo puro, ése que nació encapuchado y quemaba carros en la plaza Las Tres Gracias, del que secuestraba y extorsionaba empresarios, de los que controlaban el mercado negro y la economía informal, del que manejaba los sindicatos a fuerza de asesinatos de dirigentes y que le ponía una bomba en el carro a los socios incómodos.

La violencia generada por apetencias criminales es muy diferente a otro tipo de violencia; no es lo mismo una confrontación bélica por motivos políticos que una venganza entre bandas criminales; o un desbordamiento del orden social por condiciones de vida inaceptables, que perpetrar una masacre de inocentes para intimidar a quienes se oponen a ser dominados por el terror. 

La violencia de grupos mafiosos tiene otra lógica y motivaciones y tiene que ver más con los negocios involucrados, con los intereses de los diferentes carteles, con cuotas de poder que deben ser pagadas con sangre y dolor, que constituyen los símbolos primitivos del poder de los más fuertes.

Esto no es nada nuevo ni sorpresivo; en su muy bien documentado libro Ilícito (2005), el investigador venezolano Moisés Nain nos dice sin mucha sorpresa:


Es obvio que los traficantes violan continuamente la soberanía de los estados, y no sólo por hacer contrabando. En muchos países –a menudo con el respaldo de sus socios extranjeros- se apoderan del propio Estado o de las administraciones locales utilizando su dinero para influir en la política y situar a sus cómplices en el poder. A través de la fuerza y la violencia, han obtenido el control de grandes franjas de territorio o de barrios enteros de grandes ciudades. En muchas áreas metropolitanas, de ciudades como Río de Janeiro, Manila, Ciudad de México, Bangkok o El Cairo, existen grandes y poblados sectores que, en la práctica, se hallan bajo el control de las redes de  traficantes y delincuentes, antes que de la administración local.


Es claro que el comunismo internacional, por medio de uno de sus más activos socios en el Caribe, que eran los hermanos Castro, logró infiltrar a importantes grupos políticos y militares en Venezuela, y pudieron apoderarse del gobierno por las vías democráticas; el problema con el comunismo internacional es que muchos de sus socios son mafias que controlan los negocios ilícitos más grandes del mundo, y fueron éstos los que lideraron la revolución bolivariana del Siglo XXI, convirtiendo a Venezuela en uno de los primeros países cuyo supuesto gobierno legítimo era un sindicato del crimen.

Desligar esta confusión entre política y crimen es una tarea muy difícil, nunca se sabe dónde termina uno y empieza el otro, y la estructura internacional de gobernabilidad todavía no tiene desarrollado un sistema inmunológico que permita separarlos, de modo que se da esta lamentable situación de dar el trato de gobiernos legítimos a mafias, y de asignarle representaciones y papeles internacionales a criminales, como es el caso de Venezuela, donde un violador de derechos humanos forma parte de un comité de la ONU para precisamente la defensa de los Derechos Humanos.

Visto el éxito de la experiencia venezolana, el crimen organizado internacional se ha crecido en sus aspiraciones y quiere expandir sus redes mundiales, incluso dentro de los EEUU, y como muestra de su poder logró lo impensable, derrotar a un presidente elegido democráticamente por medio de la trampa electoral y una campaña mediática, con la que prácticamente inutilizó a todo el aparato judicial e hizo papelillo la Constitución de ese país para que no hubiera manera de contrarrestar el fraude cometido, poniendo a la democracia mundial en un grave peligro.

Lo que está sucediendo en buena parte de Latinoamérica con las elecciones presidenciales, lo que pasa en España, en Turquía, en Francia, en Inglaterra, en Grecia, en la misma Rusia, en buena parte de África y Asia es una reacción en cadena, que indica que el crimen organizado se ha envalentonado y reclama para sí lo que nadie parece defender ni estar dispuesto a sacrificarse por ello: la libertad y la democracia.

Pero el crimen organizado, convertido en política (algunos autores e historiadores parten de la idea de que la política nació de esta manera, sólo que la política evolucionó y logró desplazar los componentes criminales), tiene un problema, y es que es prodigo en su prole y diverso en sus mutaciones; como un virus, tiende a replicarse, primero en pequeño y, si no encuentra oposición, crece, pudiendo convertirse en la forma dominante de vida en una sociedad.

El chavismo ha sido prolífico en sus diversas manifestaciones, su caldo de cultivo ha permitido nuevos tipos de garimpeiros, de carteles de la droga, de colectivos armados, de bolichicos, de multimillonarios y empresarios, de políticos y partidos, hasta tenemos en el Vaticano a un Papa chavista, y muy pronto, de eso no tengan la menor duda, de ONG´s y organizaciones humanitarias; la pandemia del COVID19 le ha venido como anillo al dedo, y ya está elaborando no sólo mercados negros de vacunas, nuevas soluciones (curas milagrosas) populares y autóctonas al coronavirus, carnets y pasaportes de inmunizados, corredores, refugios y clubes para infectados, coronaparties y espectáculos para quienes los que se comieron el cuento de que eso de la pandemia es otra teoría conspirativa del Imperio.

Ver al que se dice presidente de la república y su familia, recibir su dosis de vacunación frente a los medios de comunicación, aún antes que al personal de salud venezolano (no cubano) y el resto de la población, fue el acto de humillación al pueblo y de vanidad del poder que ha quedado registrado para la posteridad como ejemplo descarnado de un estado de excepción, la nuda vida reflejada como una bofetada al pueblo de Venezuela.

Esta última jugada del régimen, de tratar de criminalizar a las ONG´s en el país, obligándolas a inscribirse en los comandos antiterroristas, para ellos controlar las ayudas humanitarias que vienen al país y eliminar la competencia en las asignaciones de presupuestos para el auxilio internacional, habla de una innegable capacidad de inventiva para corromper lo incorruptible.

El asunto principal de este escrito es que, durante las últimas dos décadas, a la situación venezolana, tan fuera de lo común y exótica para el mundo civilizado, le fue conferido un tratamiento político y no policial, como merecía, debido a otras ocupaciones de los gobiernos mundiales, quizás más urgentes, o la perdida de interés en la región, o por priorizar los problemas internos de estas naciones líderes; el caso es que esta cuestión fue dada de largas y, con los años, el lenguaje político ha ido modificándose para acoplarse a esa variante nueva de poder, autoritaria en esencia pero democrática en apariencia, principalmente en su aspecto electoral.

Cuando ya era imposible ocultar la verdadera naturaleza del régimen, el costo de una intervención en Venezuela se hizo grande y complejo, al punto que los burócratas de la globalización prefirieron aplicar la fórmula de la negociación, y tenían que ser los mismos venezolanos quienes debían sentarse con la mafia para llegar a términos, lo mismo que pretender que sea la gente de La Vega y la Cota 905 la que se siente con El Coqui para buscar una salida a convivencia, es decir, para cohabitar con el crimen organizado.

Esta posición ha cambiado debido al daño tan grande, que se ha extendido en otros países con la misma situación; ahora, la posición es lograr elecciones limpias y transparentes, para que la gente decida. Sin embargo, el problema fundamental subsiste de manera inamovible, las armas y la violencia son las que deciden y las armas las tienen ellos, los criminales, quienes siempre van a imponer sus términos electorales y conservar el poder “para siempre”.

Pero ya hay algunas soluciones híbridas en marcha, debido a que los venezolanos ya no aguantan más las condiciones inhumanas en que vivimos, algunos sectores han decidido “sacrificarse” y convertirse en mafiosos; tengo la impresión, muy personal, de que siempre lo han sido, pero lo han disimulado muy bien de manera que a los habitantes de la Cota 905 no les queda otra que convertirse en parte de la banda de El Coqui, y a los venezolanos en socialistas del Siglo XXI.

Si esta es la tendencia, el crimen organizado y el comunismo internacional acaban de ganar la partida y, por más que se quiera disfrazar la realidad, el mundo entró en una nueva y tenebrosa etapa; la política vuelve a ser una versión básica de la voluntad y dominio del más fuerte, la libertad y la democracia acaban de ser desalojadas, o mejor aún, nacionalizadas.

Tengo la impresión de que se trata de una versión del eterno retorno en la mitología clásica, de la sierpe Uroboros mordiéndose la cola o, lo que es lo mismo, la historia que se repite estamos de vuelta a los tiempos de las cavernas.

Brasil, Argentina, Perú entran en la dimensión desconocida, EEUU está en plena metamorfosis y no es para convertirse en una bella mariposa, y muchos ni siquiera están enterados. No les puedo asegurar las resultas de estos cambios, pero de algo estoy seguro, el futuro no se parece en nada a lo que nos estaban vendiendo… va a ser mucho más interesante, movido y rudo.    -    saulgodoy@gmail.com



 

 




 

No hay comentarios:

Publicar un comentario