
En 1997 el Teniente Coronel retirado del Ejército
Norteamericano, Philip J. Corso, a los 82 años de edad publica su único libro,
con el sugestivo título The Day after
Roswell, casi de inmediato se convierte en un best seller y empiezan una serie de presentaciones y giras
promocionales que probablemente haya sido una de las causas por las que en
menos de un año, el anciano autor muriera de un fulminante ataque al corazón.
Un hombre de muy bajo perfil, un nombre que muy pocos
expertos en OVNIS conocían, y uno de esos funcionarios de la inteligencia
norteamericana que si no fuera por alguna revelación extraordinaria, como la
que Corso hizo en su libro, hubiera pasado inadvertido por los historiadores
tal y como era el destino de otros muchos funcionarios como él, patriotas
desconocidos que jugaron un papel principal en la defensa de su país.
En una entrevista transmitida por el History Channel, Corso dijo que sintió la necesidad imperiosa de
contar el secreto que lo había atormentado durante toda su vida, “si no lo digo, desparece conmigo”, un
secreto por el que juró no divulgarlo jamás, incluso bajo pena de traición a la
seguridad de la nación, pero sintiendo la cercanía de su final decidió reunirse
con el escritor profesional Willaim J. Birnes, y contar una historia que
sorprendió a muchos, cincuenta años era bastante tiempo para que las
consecuencias de lo que fuera a revelar no tuvieran la importancia y el impacto
que una vez tuvieron, principalmente durante los años al final de la Guerra
Fría.
Corso no estuvo en Roswell, Nuevo México, cuando en
aquella primera semana de julio de 1947 una nave extraterrestre se estrelló en
el desierto, tampoco fue parte de las operaciones militares que siguieron al
siniestro y que el componente 509 del ejército realizó para asegurar y llevarse
la nave y los restos del accidente, incluyendo una operación para encubrir el
hecho de la población civil, todas las evidencias del accidente, la nave, los restos
de sus ocupantes, los fragmentos que quedaron regados fueron recogidos y
enviados a la Base Wright en Ohio, que luego cambiaría su nombre por la Base
Wright-Patterson a cargo de la Fuerza Aérea, que contaba con instalaciones
tecnológicas de investigación de avanzada.
Parte de los restos salieron en un vuelo directo, lo más
pesado fue enviado por tierra en un convoy militar que hizo una parada en el
Fuerte Riley en Kansas, donde justamente estaba Philip Corso, recién llegado de
Europa y haciendo un curso de inteligencia, y como oficial encargado de la
seguridad de la base, tuvo la oportunidad de ver aquel extraño cargamento, vio
los cadáveres de los extraterrestres.
Por supuesto fue algo impresionante, una memoria que
nunca saldría de su mente y que tuvo que callar, jamás se imaginaría que años
después, trabajando en el Pentágono, en la Oficina de Tecnología Foránea, como
parte de la División de Investigación y Desarrollo Tecnológico del Ejército, a
cargo del General Arthur Trudeau, le serían asignado por órdenes expresas de su
jefe, los archivos de Roswell, incluyendo el instrumental tecnológico y
material de aquel accidente, con las órdenes expresas de que analizara la
tecnología rescatada y la llevara a los laboratorios de los contratistas
militares, para incorporar sus posibles
avances a los desarrollos de armas del momento.
Todo lo que narra en su libro está plenamente
documentado, las fechas, los cargos y los sitios donde estuvo Corso se
encuentran en archivos oficiales, su carrera como oficial de inteligencia fue
meteórica desde cazar espías rusos en Roma, convertirse en un oficial de
artillería nuclear, con unidades de missiles nucleares en EEUU y Europa a su
cargo, fue responsable de realizar “ingeniería de reversa” sobre avances de
armas aliadas y enemigas, entre ellas, helicópteros franceses, aviones
británicos de despegue vertical, misiles contra misiles soviéticos, hasta
llegar a las tecnologías alienígenas.
De las cosas que más me impresionaron de este libro, se
encuentra el relato que logró armar Corso de lo sucedido en Roswell, con base a
documentos militares secretos que pasaron por sus manos, lo que sucedió aquel
año de 1947 es simplemente asombroso.
Roswell es una población en el medio del desierto muy
cercana a la base misilística de White Sands, donde en aquel momento se
llevaban pruebas secretas sobre las bombas V-2 alemanas que se habían capturado
luego de la Segunda Guerra Mundial, y dentro del área de seguridad de los
campos de prueba nucleares de Alamogordo, quizás la instalación de armas más
secreta de los EEUU para ese momento.
Los radares de estas bases y la de Roswell habían captado
una inusual actividad de objetos voladores no identificados durante esos días,
con capacidades de vuelo que no eran normales, y que preocuparon a los
oficiales encargados de sus defensas, entonces ocurre el accidente del OVNI en
medio de una meteorología inestable sobre el área, estaban todas estas
instalaciones militares en estado de alerta, pues temían de una inminente
incursión de los rusos, de allí que la respuesta al accidente de la nave
extraterrestre fuera tan rápida, pero no lo suficiente para evitar que grupos
civiles llegaran a la zona y vieran el siniestro.
A pesar de las amenazas y de tratar de desvirtuar las
versiones de algunos testigos, la información se coló a la prensa, hubo dudas
sobre la manera de manejar la situación por parte de los militares y para
cuando se aprobó la campaña de encubrimiento del hecho, motivado entre otras
cosas porque el gobierno temía una ola de pánico entre la población civil si se
descubría la verdad, la desconfianza quedó sembrada en la opinión pública.
Pero la remoción y limpieza del sitio del accidente fue
efectiva y lo que vio Corso en uno de los hangares de la Base de Riley esa
noche del 6 de Julio de 1947 lo marcaron para siempre, jamás se imaginaría que
años después, en 1961, él sería el encargado de uno de los archivos más
secretos y delicados del gobierno norteamericano, todo lo que sucedió en
Roswell quedó en sus manos.
Los que han leído mis anteriores artículos sobre Roswell
saben que tuve la oportunidad de conocer el lugar y de conversar con expertos
“ufólogos” en USA, le había seguido la pista a esta teoría conspirativa; creo
que nuestro planeta ha sido visitado anteriormente y que sigue siendo objeto de
interés por parte de otras civilizaciones fuera de nuestro mundo, y sí hay
algunos indicios y pruebas de estos encuentros, y hay una buena parte de ellos
que permanecen en secreto por múltiples razones, lo que sí no existe es una
prueba irrefutable y definitiva que nos muestre que no estamos solos en el
universo, estoy seguro que es cuestión de tiempo para que se devele al mundo la
verdad, creo que ya la humanidad está preparada para aceptar este hecho, yo
personalmente creo que nos han preparado para afrontarlo.
La parte importante del libro nos refiere de varios
“productos alienígenas” capturados en aquel accidente de Roswell y que Corso
tenía en las manos, tales como: un pedazo de tela de un material desconocido
altamente resistente que podía adoptar casi que cualquier forma, un lápiz laser
que se presumía podía ser un instrumento quirúrgico, un pedazo de cable
conformado por fibras ópticas, un circuito impreso, una lente para visión
nocturna, una especie de corona para la cabeza supuestamente con sensores para
el control de navegación de la nave, todo esto acompañado de la investigación
realizada sobre estos objetos por los expertos militares.
Las órdenes eran llevar estos artículos a los
laboratorios privados que eran contratistas del Departamento de Defensa, para
que hicieran sus exámenes y le sacaran todo el provecho posible a estas
tecnologías, en programas que estaban en marcha bajo la más estricta
confidencialidad, empresas como Dupont, Bell, Hughs Aircraft, Corning Glass,
Mcdowell Douglas y otras, fueron las que pudieron acceder a estos adminículos y
experimentar con ellos.
Según Corso estas tecnologías sirvieron para impulsar
adelantos importantes sobre varios proyectos que venían en marcha y resultando
en notables adelantos en láseres direccionales, chalecos antibalas (las fibras
de Kevlar), visores nocturnos, microchips, fibras ópticas, tecnologías de
polímeros y desarrollos en control de instrumentos con la mente (por medio de
sensores implantados en la cabeza).
Pero justamente este planteamiento fue la manzana de la
discordia entre muchos expertos, sobre todo historiadores de la ciencia,
quienes adujeron que ya desde hace tiempo venían dándose desarrollos
independientes en diversas especialidades sobra algunas de estos desarrollos y
que era improbable que aquellas muestras tecnológicas alienígenas hubieran
contribuido en algo a la vida de estos productos.
Varios inventores, con premios nobel en su currículo,
demostraban que fue un esfuerzo de científicos humanos y no extraterrestres los
que impulsaron estas tecnologías claves, que fue a fuerza de mucho trabajo,
tiempo invertido y grandes sumas de capital que se lograron estos avances,
algunos incluso criticaron la preparación científica de Corso y las verdaderas razones
de la publicación de su libro.
Figuras públicas que conocieron y trabajaron con Corso
durante su carrera militar se desligaron de sus comentarios, lamentablemente el
autor ya había muerto y no pudo responder a las críticas, pero igualmente
recibió el apoyo de muchos oficiales que le conocieron y que están de acuerdo
en su valiente posición de hacer público aquellos hechos por tanto tiempo,
ocultados.
El testimonio de Philip Corso sobre aquel lejano
episodio, y desde una posición tan cercana y comprometida con el poder político,
hablan de una verdadera conspiración de silencio pero esta vez por parte de los
gobiernos que actúan como jueces y censores sobre lo que la gente común debe o
no conocer, “de lo que sucedió en Roswell
no se conoce ni el 10%”- decía en sus ruedas de prensa.
El libro es entretenido y como dije al principio, es la
versión más ordenada y completa que he leído sobre lo sucedido en Roswell en
aquel verano de 1947. - saulgodoy@gmail.com
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