sábado, 8 de mayo de 2021

El mercado de las identidades

 


 


En las condiciones vigentes en el posmodernismo, las personas existen en un estado de construcción y reconstrucción permanente; es un mundo en el que todo lo que puede ser negociado vale. Cada realidad del yo cede paso al cuestionamiento reflexivo, a la ironía y, en última instancia, al ensayo de alguna otra realidad a modo de juego. Ya no hay ningún eje que nos sostenga.

 

Kenneth Gergen, El yo saturado, dilemas de identidad en el mundo contemporáneo (1991)

 

Hay una disciplina dentro de la psicología, que ha abierto nuevos caminos para el entendimiento del comportamiento social y del papel que juegan los comportamientos individuales dentro de este gran esquema, que se conoce como Psicología Cultural, y hay un libro en particular que se ha convertido en una pieza clave para sustentar esta nueva ala del conocimiento humano; es el Manual de Psicología Cultural, editado en el 2007 por los doctores Shinobu Kitayama y Dov Cohen, ambos de la Universidad de Michigan, y la presentación del libro comienza con una referencia directa a un comentario que hizo el profesor Richard Shweder en 1980: “La cultura y la psique se construyen entre ellas”; pero dejemos que sean sus editores quienes amplíen esta idea que engaña por su simpleza:

 

Significa que la cultura no es una “cosa” que está allá afuera; es más bien unos procesos organizados de manera muy libre, constituidos por juegos de acciones interpersonales e institucionales producto de gente que participa en esos procesos. De la misma manera, la psique no es una entidad discreta empacada en el cerebro. Más bien, es una estructura de procesos psicológicos que son amoldados y están en muy cercana frecuencia con la cultura que los contiene. De esta manera, una cultura no puede ser entendida sin un conocimiento profundo de las mentes de la gente que la conforma y de la que es parte, la mente no puede ser comprendida sin referencia al ambiente sociocultural a la que está adaptada y de la que se origina. De manera significativa, el campo se ha desarrollado explorando la naturaleza de la constitución mutua de la cultura y la psique.

 

De modo que, en la variedad de las culturas que encontramos en el mundo, podemos identificar en los extremos a unas que son conservadoras, poco propensas a los cambios o, por lo menos, los asimilan lentamente; los pueblos que mantienen este tipo de cultura elaboran sobre sus legados y tradiciones, tratan, en lo posible, de mantener unos principios y valores fundamentales u originarios que hacen de guía y compás a las influencias que reciben de las otras culturas; son sociedades con una visión del mundo muy acendrada y se distinguen por su unidad casi que monolítica, los cambios que genera esa cultura los produce ella misma, por medio de sus propias instituciones  e individuos, metabolizando las influencias foráneas y adaptándolas a su idiosincrasia.

En el otro extremo, encontramos las culturas con una marcada tendencia a adoptar los cambios; son consumidoras de innovaciones, abiertas a los contactos interculturales, con un estilo de vida globalizado, que les permite adaptar tendencias y modas a su forma de ser y pensar, que podría pensarse no tienen un sustrato o basamento propio, pero es todo lo contrario, estos grupos tienen una muy fuerte conexión con su pasado, con su historia que, en muchos casos, tiene que ver con raíces imperialistas o colonialistas, o ambas; se trata de sociedades que fueron dominantes y se apropiaron de otras formas culturales, o que, por estar en medio de rutas de tránsito, recibieron la influencia de otros grupos conquistadores.

No debemos confundir estas culturas propensas a los cambios con aquellos grupos o sociedades que no tienen definiciones culturales, es decir, que no conforman propiamente un grupo con identidad propia, que existen abundantemente en las periferias de toda sociedad organizada y que se adaptan, sin ningún criterio o finalidad, a las modas, cambios o innovaciones.

Los primeros, los de cultura conservadora, tienden a ser sociedades colectivizadas, cuyos miembros prefieren la interdependencia, los segundos tienden a favorecer las formas individualizadas, valoran la autonomía y las diferencias; las culturas conservadoras discriminan su grupo de otros en términos categóricos, “nosotros y ellos”, “yo y el otro”; los individualistas son más ecuménicos y universales, valoran las diferencias y las asimilan por la vía rápida; entre ambos polos existe una variedad grande de culturas matizadas por sus circunstancias y los cambios políticos de sus regiones.

Sobre estas premisas ya podemos entrever la importancia de la llamada “identidad social”, una categoría que muchos teóricos del comportamiento han utilizado como un elemento de unión entre la personalidad del individuo y la caracterización del grupo; es una herramienta que permite analizar una serie de elementos en constante cambio, la identidad social varía de acuerdo a las exigencias ambientales sobre el grupo, o a las condiciones políticas, se trata de respuestas del grupo a unas condiciones dadas y que, inevitablemente, producen respuestas individuales, sobre todo psicológicas, que tienen que ver con las motivaciones, las emociones y la manera de ver el mundo que tiene cada quien.

La identidad, tal como se entendía en un pasado reciente, consistía básicamente en un asunto de la persona condicionada por su origen y entorno geográfico, por la naturaleza de su trabajo, su sexo y condiciones familiares, educación, afiliación a diversos grupos comunitarios (incluyendo preferencias por equipos deportivos), y también había una identidad manejada por el estado y que se expresaba en documentos oficiales, estadísticas (censo y catastro), registros tributarios, tendencia política, etc…

En el aspecto psicológico, se habla de un constructo que constituye la personalidad del individuo, que es el concepto que la persona tiene de sí mismo, elaborado por el comportamiento del individuo y su interacción con su ambiente y las personas que tienen significación en su vida; la identidad psicológica e individual es la sumatoria de los pensamientos y sentimientos que definen al yo interno y que se expresan en el comportamiento social.

Parte fundamental de este constructo viene dado por el lenguaje en que la persona crece y se educa, tal como lo refiere la investigadora argentina Julia Zullo, en su obra Discurso, identidad y representación social (2013), donde explica cómo influye la lengua materna en las etapas formativas de la persona:

 

Y en cada una de ellas cumple un papel fundamental el uso del lenguaje: porque, a través de él, nos autodefinimos y negociamos nuestras posiciones con los demás. Gracias al lenguaje, nos sentimos identificados con la palabra de otros. Desde los medios masivos, la palabra de otros nos interpela, nos describe o nos redefine permanentemente y, al mismo tiempo, nos ofrece cada día una variedad de modos novedosos de ser.

 

El problema de la identidad se ha complejizado en el mundo a medida que nos adentramos en el proceso de globalización y de la cultura de masas, esto ha sido posible gracias, entre otras cosas, a la enorme expansión de las telecomunicaciones, en especial de las tecnologías digitales y de los enormes avances en las técnicas del mercadeo, del llamado “branding” y de las segmentaciones de mercado, y también por los avances en la Inteligencia Artificial, que ha permitido que una innumerable cantidad de especialidades confluya en procesos de identificación de las personas por medios biométricos y el manejo simultáneo y en tiempo real de grandes bases de datos.

El comercio digital (e-commerce), el gobierno en línea, los servicios de los sitios Web (Web community services), la vigilancia remota (electronic survilance), son algunas de las funciones que le están dando un nuevo giro al asunto de la identidad digital, un factor clave en la nueva economía y en la imposición de un orden internacional donde se tienen que regular los movimientos de las personas a través de las diferentes fronteras.

En el mundo comercial y de las redes sociales, así como en el mundo académico y político, la identidad se ha convertido en el Santo Grial de la manipulación y la captación de seguidores; a medida que el mundo de la información se complejiza, la identidad de las personas es tentada por un mayor número de opciones ónticas, es decir, nuevas maneras de ser, de compartir valores, audiencia, amistades, mercado, público y seguidores; las ofertas de modos de ser efímeros, de esos que la publicidad consumista nos ha acostumbrado en la frase “úselo y bótelo”, se hacen más y más frecuentes, la publicidad y las ideologías nos ofrecen espacios y momentos para compartir que sólo duran lo suficiente para generarnos satisfacciones instantáneas y sentirnos parte de algo.

Desde la promesa revolucionaria de hacernos parte de una marcha o de un paro, para provocar la crisis en un gobierno de turno, o la oportunidad para satisfacer deseos oscuros de cambios de sexo por unos días, o de experimentar por unas horas un estilo de vida diferente al nuestro, en la vida real o digital, el mercado de las identidades nos ofrece sus encantos en diversas y tentadoras ofertas, sin necesidad de un compromiso a largo plazo; es como en el cuento de Alicia en el País de las Maravillas, decides que pastilla tomar, la azul o la roja, creces o te reduces de tamaño, dependiendo de lo que quieras.

La identidad no es lo que era antes, ahora es como una torta de diferentes capas de sabores y colores que puedes ir agregando a tu personalidad, pero hay que tener cuidado, pues tantas variaciones sobre un concepto lo hacen ilegible; cuando tratas de ser muchas cosas al mismo tiempo puedes anularte como persona, puede quebrarse el “yo” y sobrevenir una crisis o, peor aún, puedes dejar una secuela de consecuencias negativas que posiblemente de enfermen, te hundan en la confusión o te desubiquen, al punto de perder tu centro y enloquecer.

Toda esta introducción fue hecha con el propósito de analizar una circunstancia muy particular que está en pleno desarrollo en Venezuela; tenemos un gobierno de corte autoritario, un socialismo bolivariano que se dice ser democrático y que, por más de veinte años, ha copado los espacios de poder político utilizando los medios electorales, controlando ellos la institución que regula, dirige y realiza los procesos electorales del país.

Una y otra vez, de las más diversas maneras y en distintos momentos, ha mantenido la hegemonía política, gracias a la manipulación descarada de los elementos electorales, siempre inclinando los resultados a su favor, utilizando los diferentes componentes del sistema para introducir las distorsiones que le dan las victorias, incluso permitiéndose algunas derrotas para aparentar la transparencia y la idoneidad de los procesos.

Bien sea valiéndose de ventajismo en la campaña electoral, manipulando a los votantes en el momento de consignar sus votos, durante el conteo y registro de los resultados, en el pronunciamiento de los vencedores, en cualquier etapa del proceso, el gobierno ha modificado las condiciones de las votaciones a su favor y, porque el proceso es automatizado, puede introducir múltiples variantes en los programas de las máquinas, en las condiciones de los centros de votación, en el traslado de los elementos físicos del proceso de la data, hemos  presenciado de manera pública y mediática como, a pesar de una mínima concurrencia de votantes, se han obtenido caudales de votos imposibles de justificar.

Esto sería lo más notorio, sino fuera porque una vez que resulta ganador alguien de la oposición, le hacen imposible el ejercicio y el respeto a la investidura otorgada por la voluntad popular, nombrando al poco tiempo “protectores” de los cargos, replicando las funciones de alcaldes o gobernadores en figuras sustitutas de adeptos al gobierno, que asumen funciones de manera impuesta e ilegal.

Los socialistas bolivarianos ahogan a los posibles ganadores de cargos de elección pública negándoles presupuestos, saboteando sus gestiones, invisibilizando sus gestiones, negándoles apoyo y no tomándolos en cuenta; la experiencia ha demostrado que solo aquellos candidatos de la oposición que tengan un “arreglo” con el gobierno socialista pueden sobrevivir si ganan un cargo, demás está decir, que jamás permitirán que alguien que no sea de su tolda política llegue a ser presidente del país, de hecho, lo predican, la oposición nunca volverá a tener un mandatario nacional.

Por dos largas décadas, la oposición política venezolana ha vivido en continuo estado de negación existencial, nunca ganan elecciones y, cuando ganan, o les hacen trampa o no los reconocen y no toleran su mandato, razón por la cual los socialistas han tratado de modificar los conceptos que dan razón de ser al juego democrático, entre ellos los más fundamentales: qué es una democracia, qué significa ser libre, qué es soberanía, qué se logra con el voto, qué es hacer política.

Esta degradación de contenido de los términos elementales de una política democrática ha llevado a nuestros políticos a crear nuevas identidades entre sus votantes; ya ser un votante no tiene nada que ver con los resultados de unas elecciones, votar y sus consecuencias se han desligado, la voluntad y el acto de decisión ya no cuentan, lo que importa es ir a los comicios y abultar las estadísticas, ser un número más en listados que pueden variar desde la boca de la urnas, pasando por tendencias, hasta convertirse en un resultado irreversible.

Lo que le importa a nuestros políticos electoreros es contar con nuestra identidad y un supuesto voto a favor que, una vez procesado por el ente electoral, puede resultar en cualquier cosa, y es la razón por la que aceptan que el órgano electoral quede en manos del partido del gobierno, a sabiendas de que, mientras que el partido socialista tenga a sus fichas controlando el aparato que cuenta los votos, siempre ganarán, no importa el margen de diferencia en los resultados, de hecho, no importan los resultados, sólo el acto electoral, para llenar un requisito y poder seguir usurpando el poder.

Dos cosas quiero hacer notar en esta manera de maladaptación a las circunstancias: acudir a una elecciones arregladas sólo legitima la posición del socialismo bolivariano, y corrompe aún más a los partidos, que ya están jugando a perder; pero también, al igual que esas identidades sobresaturadas de roles y a punto de un ataque de nervios, este juego sin sentido mina aún más la democracia, convirtiéndola en un mal chiste, distrayendo al electorado en estas maniobras sin sentido, robándole atención y oportunidad a cualquiera otra salida quiméricamente “democrática”.  Éste, sin duda, es un muy buen ejemplo de cómo la identidad se trastoca, con ineludibles consecuencias, en cuanto cambian los conceptos.  -   saulgodoy@gmail.com

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