En las condiciones
vigentes en el posmodernismo, las personas existen en un estado de construcción
y reconstrucción permanente; es un mundo en el que todo lo que puede ser
negociado vale. Cada realidad del yo cede paso al cuestionamiento reflexivo, a
la ironía y, en última instancia, al ensayo de alguna otra realidad a modo de
juego. Ya no hay ningún eje que nos sostenga.
Kenneth Gergen,
El yo saturado, dilemas de identidad en el mundo contemporáneo (1991)
Hay una disciplina dentro de la psicología, que ha
abierto nuevos caminos para el entendimiento del comportamiento social y del
papel que juegan los comportamientos individuales dentro de este gran esquema, que
se conoce como Psicología Cultural, y hay un libro en particular que se ha
convertido en una pieza clave para sustentar esta nueva ala del conocimiento
humano; es el Manual de Psicología
Cultural, editado en el 2007 por los doctores Shinobu Kitayama y Dov Cohen,
ambos de la Universidad de Michigan, y la presentación del libro comienza con
una referencia directa a un comentario que hizo el profesor Richard Shweder en
1980: “La cultura y la psique se construyen
entre ellas”; pero dejemos que sean sus editores quienes amplíen esta idea
que engaña por su simpleza:
Significa
que la cultura no es una “cosa” que está allá afuera; es más bien unos procesos
organizados de manera muy libre, constituidos por juegos de acciones
interpersonales e institucionales producto de gente que participa en esos
procesos. De la misma manera, la psique no es una entidad discreta empacada en
el cerebro. Más bien, es una estructura de procesos psicológicos que son
amoldados y están en muy cercana frecuencia con la cultura que los contiene. De
esta manera, una cultura no puede ser entendida sin un conocimiento profundo de
las mentes de la gente que la conforma y de la que es parte, la mente no puede
ser comprendida sin referencia al ambiente sociocultural a la que está adaptada
y de la que se origina. De manera significativa, el campo se ha desarrollado
explorando la naturaleza de la constitución mutua de la cultura y la psique.
De modo que, en la variedad de las culturas que
encontramos en el mundo, podemos identificar en los extremos a unas que son
conservadoras, poco propensas a los cambios o, por lo menos, los asimilan
lentamente; los pueblos que mantienen este tipo de cultura elaboran sobre sus
legados y tradiciones, tratan, en lo posible, de mantener unos principios y
valores fundamentales u originarios que hacen de guía y compás a las
influencias que reciben de las otras culturas; son sociedades con una visión
del mundo muy acendrada y se distinguen por su unidad casi que monolítica, los cambios
que genera esa cultura los produce ella misma, por medio de sus propias
instituciones e individuos, metabolizando
las influencias foráneas y adaptándolas a su idiosincrasia.
En el otro extremo, encontramos las culturas con una
marcada tendencia a adoptar los cambios; son consumidoras de innovaciones,
abiertas a los contactos interculturales, con un estilo de vida globalizado,
que les permite adaptar tendencias y modas a su forma de ser y pensar, que
podría pensarse no tienen un sustrato o basamento propio, pero es todo lo
contrario, estos grupos tienen una muy fuerte conexión con su pasado, con su
historia que, en muchos casos, tiene que ver con raíces imperialistas o
colonialistas, o ambas; se trata de sociedades que fueron dominantes y se
apropiaron de otras formas culturales, o que, por estar en medio de rutas de
tránsito, recibieron la influencia de otros grupos conquistadores.
No debemos confundir estas culturas propensas a los
cambios con aquellos grupos o sociedades que no tienen definiciones culturales,
es decir, que no conforman propiamente un grupo con identidad propia, que
existen abundantemente en las periferias de toda sociedad organizada y que se
adaptan, sin ningún criterio o finalidad, a las modas, cambios o innovaciones.
Los primeros, los de cultura conservadora, tienden a ser
sociedades colectivizadas, cuyos miembros prefieren la interdependencia, los
segundos tienden a favorecer las formas individualizadas, valoran la autonomía
y las diferencias; las culturas conservadoras discriminan su grupo de otros en
términos categóricos, “nosotros y ellos”, “yo y el otro”; los individualistas
son más ecuménicos y universales, valoran las diferencias y las asimilan por la
vía rápida; entre ambos polos existe una variedad grande de culturas matizadas
por sus circunstancias y los cambios políticos de sus regiones.
Sobre estas premisas ya podemos entrever la importancia
de la llamada “identidad social”, una categoría que muchos teóricos del
comportamiento han utilizado como un elemento de unión entre la personalidad
del individuo y la caracterización del grupo; es una herramienta que permite
analizar una serie de elementos en constante cambio, la identidad social varía
de acuerdo a las exigencias ambientales sobre el grupo, o a las condiciones
políticas, se trata de respuestas del grupo a unas condiciones dadas y que,
inevitablemente, producen respuestas individuales, sobre todo psicológicas, que
tienen que ver con las motivaciones, las emociones y la manera de ver el mundo
que tiene cada quien.
La identidad, tal como se entendía en un pasado reciente,
consistía básicamente en un asunto de la persona condicionada por su origen y
entorno geográfico, por la naturaleza de su trabajo, su sexo y condiciones
familiares, educación, afiliación a diversos grupos comunitarios (incluyendo
preferencias por equipos deportivos), y también había una identidad manejada
por el estado y que se expresaba en documentos oficiales, estadísticas (censo y
catastro), registros tributarios, tendencia política, etc…
En el aspecto psicológico, se habla de un constructo que
constituye la personalidad del individuo, que es el concepto que la persona
tiene de sí mismo, elaborado por el comportamiento del individuo y su
interacción con su ambiente y las personas que tienen significación en su vida;
la identidad psicológica e individual es la sumatoria de los pensamientos y
sentimientos que definen al yo interno y que se expresan en el comportamiento
social.
Parte fundamental de este constructo viene dado por el
lenguaje en que la persona crece y se educa, tal como lo refiere la
investigadora argentina Julia Zullo, en su obra Discurso, identidad y representación social (2013), donde explica
cómo influye la lengua materna en las etapas formativas de la persona:
Y
en cada una de ellas cumple un papel fundamental el uso del lenguaje: porque, a
través de él, nos autodefinimos y negociamos nuestras posiciones con los demás.
Gracias al lenguaje, nos sentimos identificados con la palabra de otros. Desde
los medios masivos, la palabra de otros nos interpela, nos describe o nos
redefine permanentemente y, al mismo tiempo, nos ofrece cada día una variedad
de modos novedosos de ser.
El problema de la identidad se ha complejizado en el
mundo a medida que nos adentramos en el proceso de globalización y de la
cultura de masas, esto ha sido posible gracias, entre otras cosas, a la enorme
expansión de las telecomunicaciones, en especial de las tecnologías digitales y
de los enormes avances en las técnicas del mercadeo, del llamado “branding” y
de las segmentaciones de mercado, y también por los avances en la Inteligencia
Artificial, que ha permitido que una innumerable cantidad de especialidades
confluya en procesos de identificación de las personas por medios biométricos y
el manejo simultáneo y en tiempo real de grandes bases de datos.
El comercio digital (e-commerce), el gobierno en línea,
los servicios de los sitios Web (Web community services), la vigilancia remota
(electronic survilance), son algunas de las funciones que le están dando un
nuevo giro al asunto de la identidad digital, un factor clave en la nueva
economía y en la imposición de un orden internacional donde se tienen que
regular los movimientos de las personas a través de las diferentes fronteras.
En el mundo comercial y de las redes sociales, así como
en el mundo académico y político, la identidad se ha convertido en el Santo
Grial de la manipulación y la captación de seguidores; a medida que el mundo de
la información se complejiza, la identidad de las personas es tentada por un
mayor número de opciones ónticas, es decir, nuevas maneras de ser, de compartir
valores, audiencia, amistades, mercado, público y seguidores; las ofertas de
modos de ser efímeros, de esos que la publicidad consumista nos ha acostumbrado
en la frase “úselo y bótelo”, se hacen más y más frecuentes, la publicidad y
las ideologías nos ofrecen espacios y momentos para compartir que sólo duran lo
suficiente para generarnos satisfacciones instantáneas y sentirnos parte de
algo.
Desde la promesa revolucionaria de hacernos parte de una
marcha o de un paro, para provocar la crisis en un gobierno de turno, o la
oportunidad para satisfacer deseos oscuros de cambios de sexo por unos días, o de
experimentar por unas horas un estilo de vida diferente al nuestro, en la vida
real o digital, el mercado de las identidades nos ofrece sus encantos en
diversas y tentadoras ofertas, sin necesidad de un compromiso a largo plazo; es
como en el cuento de Alicia en el País de
las Maravillas, decides que pastilla tomar, la azul o la roja, creces o te
reduces de tamaño, dependiendo de lo que quieras.
La identidad no es lo que era antes, ahora es como una
torta de diferentes capas de sabores y colores que puedes ir agregando a tu
personalidad, pero hay que tener cuidado, pues tantas variaciones sobre un
concepto lo hacen ilegible; cuando tratas de ser muchas cosas al mismo tiempo
puedes anularte como persona, puede quebrarse el “yo” y sobrevenir una crisis o,
peor aún, puedes dejar una secuela de consecuencias negativas que posiblemente
de enfermen, te hundan en la confusión o te desubiquen, al punto de perder tu
centro y enloquecer.
Toda esta introducción fue hecha con el propósito de
analizar una circunstancia muy particular que está en pleno desarrollo en
Venezuela; tenemos un gobierno de corte autoritario, un socialismo bolivariano
que se dice ser democrático y que, por más de veinte años, ha copado los
espacios de poder político utilizando los medios electorales, controlando ellos
la institución que regula, dirige y realiza los procesos electorales del país.
Una y otra vez, de las más diversas maneras y en
distintos momentos, ha mantenido la hegemonía política, gracias a la
manipulación descarada de los elementos electorales, siempre inclinando los
resultados a su favor, utilizando los diferentes componentes del sistema para
introducir las distorsiones que le dan las victorias, incluso permitiéndose
algunas derrotas para aparentar la transparencia y la idoneidad de los
procesos.
Bien sea valiéndose de ventajismo en la campaña electoral,
manipulando a los votantes en el momento de consignar sus votos, durante el
conteo y registro de los resultados, en el pronunciamiento de los vencedores,
en cualquier etapa del proceso, el gobierno ha modificado las condiciones de
las votaciones a su favor y, porque el proceso es automatizado, puede
introducir múltiples variantes en los programas de las máquinas, en las
condiciones de los centros de votación, en el traslado de los elementos físicos
del proceso de la data, hemos
presenciado de manera pública y mediática como, a pesar de una mínima
concurrencia de votantes, se han obtenido caudales de votos imposibles de
justificar.
Esto sería lo más notorio, sino fuera porque una vez que
resulta ganador alguien de la oposición, le hacen imposible el ejercicio y el
respeto a la investidura otorgada por la voluntad popular, nombrando al poco
tiempo “protectores” de los cargos, replicando las funciones de alcaldes o
gobernadores en figuras sustitutas de adeptos al gobierno, que asumen funciones
de manera impuesta e ilegal.
Los socialistas bolivarianos ahogan a los posibles
ganadores de cargos de elección pública negándoles presupuestos, saboteando sus
gestiones, invisibilizando sus gestiones, negándoles apoyo y no tomándolos en
cuenta; la experiencia ha demostrado que solo aquellos candidatos de la
oposición que tengan un “arreglo” con el gobierno socialista pueden sobrevivir
si ganan un cargo, demás está decir, que jamás permitirán que alguien que no
sea de su tolda política llegue a ser presidente del país, de hecho, lo
predican, la oposición nunca volverá a tener un mandatario nacional.
Por dos largas décadas, la oposición política venezolana
ha vivido en continuo estado de negación existencial, nunca ganan elecciones y,
cuando ganan, o les hacen trampa o no los reconocen y no toleran su mandato,
razón por la cual los socialistas han tratado de modificar los conceptos que dan
razón de ser al juego democrático, entre ellos los más fundamentales: qué es
una democracia, qué significa ser libre, qué es soberanía, qué se logra con el
voto, qué es hacer política.
Esta degradación de contenido de los términos elementales
de una política democrática ha llevado a nuestros políticos a crear nuevas
identidades entre sus votantes; ya ser un votante no tiene nada que ver con los
resultados de unas elecciones, votar y sus consecuencias se han desligado, la
voluntad y el acto de decisión ya no cuentan, lo que importa es ir a los
comicios y abultar las estadísticas, ser un número más en listados que pueden
variar desde la boca de la urnas, pasando por tendencias, hasta convertirse en
un resultado irreversible.
Lo que le importa a nuestros políticos electoreros es
contar con nuestra identidad y un supuesto voto a favor que, una vez procesado
por el ente electoral, puede resultar en cualquier cosa, y es la razón por la
que aceptan que el órgano electoral quede en manos del partido del gobierno, a
sabiendas de que, mientras que el partido socialista tenga a sus fichas
controlando el aparato que cuenta los votos, siempre ganarán, no importa el
margen de diferencia en los resultados, de hecho, no importan los resultados,
sólo el acto electoral, para llenar un requisito y poder seguir usurpando el
poder.
Dos cosas quiero hacer notar en esta manera de maladaptación
a las circunstancias: acudir a una elecciones arregladas sólo legitima la
posición del socialismo bolivariano, y corrompe aún más a los partidos, que ya
están jugando a perder; pero también, al igual que esas identidades
sobresaturadas de roles y a punto de un ataque de nervios, este juego sin
sentido mina aún más la democracia, convirtiéndola en un mal chiste,
distrayendo al electorado en estas maniobras sin sentido, robándole atención y
oportunidad a cualquiera otra salida quiméricamente “democrática”. Éste, sin duda, es un muy buen ejemplo de
cómo la identidad se trastoca, con ineludibles consecuencias, en cuanto cambian
los conceptos. - saulgodoy@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario