En memoria al
dipsómano más indigno de esta revolución, cuyos vicios hizo público a costa de
otras personas de la Tercera Edad, que tuvimos que verlo anulándose como
persona, incluso mientras ejercía sus tareas como funcionario supuestamente
electo, para desgracia y deshonor de nuestro país.
Se los digo de entrada para apartar suspicacias, voy a
cumplir 68 años de edad en medio de esta pandemia y de la grave crisis
humanitaria que sufre mi país, Venezuela, porque he sido afortunado, porque me
he cuidado y porque mi herencia biológica ha sido generosa; no me siento viejo,
aun cuando estoy dentro de ese grupo de personas que ya ha cumplido etapas de
la vida, y me encuentro en lo que debería ser mi declive como ser humano, es
decir, si tenemos como base que una persona tiene una vida que abarca más o
menos cien años antes de sucumbir al desgaste, las enfermedades o el cansancio,
ya he recorrido más de la mitad del ciclo vital que en principio me
corresponde… y todavía no me siento viejo.
Es verdad que ya no soy tan fuerte, ni tan rápido y
resistente, como lo era hace veinte años, pero me siento más sabio, con más
experiencia, estoy mucho más tranquilo y controlo mis sentimientos y apetitos
de manera más equilibrada que cuando era joven; gozo de una vida erótica y
sexual, como cualquier otra persona, y gracias a que he practicado la
autodisciplina y cultivado mi propia ética en relación con otras personas,
tengo mucho más control sobre mis relaciones humanas, hago que sean más
significativas y que realmente importen.
Pero lo más importante, no he parado de aprender, mi
proceso educativo se ha hecho más intenso, selectivo y profundo; ya no me
complacen las superficialidades ni los argumentos fáciles, leo e investigo
sobre temas de mi interés y trato de llevarlos hasta sus últimas consecuencias;
mi curiosidad por las cosas del mundo ha aumentado, al igual que las
interrogantes que me planteo, lo que hace de este proceso formativo algo que
nunca va a tener un fin sino cuando mi vida se acabe.
Y de las cosas que me he dado cuenta es que la vejez,
como etapa natural de la vida del hombre, está subvaluada y muy degradada
culturalmente; casi que me atrevería decir que hay ciertos intereses por que
esto sea así, intereses no solo económicos sino políticos, para anular a una
importante parte de la sociedad y controlarla a voluntad, sobre todo en la
Venezuela del Socialismo del Siglo XXI.
Me acabo de leer, más bien, de estudiar dos obras
fundamentales para entender la vejez, la primera es Cato maior de senectute liber, de Marco Tulio Cicerón, o Sobre la Senectud, como mejor se le
conoce, una de las mejores producciones de ese tribuno romano, asesinado en
tiempos de Augusto, por el enemigo de éste, Marco Antonio (43 a. de C).
La obra trata sobre una conversación imaginaria que tuvo
el viejo Marco Porcio Catón, un vigoroso anciano de 84 años, con dos jóvenes,
uno de los cuales sería con el tiempo Escipión El Africano; en este significativo trabajo se echa por tierra la
tesis de que la vejez se trata de un período inútil de la vida, una edad vacía
y triste, todo lo contrario, se trata de la plena madurez de la persona, el
período donde el hombre o la mujer llegan a la perfección terrenal.
Cicerón nos dice que se trata del tramo final de la
existencia, donde se hace el balance de una vida vivida, en la que ya llegar a
viejo y con buena salud es indicativo de haber triunfado sobre la muerte y las
enfermedades, que ya es de por sí un regalo inapreciable, tiempo de la serena
meditación y preparación para el eterno reposo, que es esperado sin angustia;
al efecto nos dice Cicerón, en boca de Catón:
“No,
no siento haber vivido, y salgo de esta vida como de una posada, y no como de
una morada permanente. ¡Oh, hermoso día en que iré a reunirme a la asamblea
celeste y al divino concierto de las almas, después de haberme alejado de esta
multitud impura, de este fango terrestre!”
Hay mucho de esa entereza socrática cuando el maestro
ateniense se despedía de sus alumnos, que lloraban su inminente partida; para
el profesor Newell Couch es la obra de Cicerón donde mejor desarrolla su estilo
literario y lo hace con una gracia y soltura que en nada presagian el brutal
final que le tenían preparado sus enemigos a escasas semanas de terminar este
escrito, el profesor Couch piensa que
aquellas ideas pudieron darle la compostura y la confianza que necesitó para
aceptar su inevitable muerte. Explico, para quienes no lo sepan, que Cicerón
estuvo involucrado en el complot para para asesinar a Julio Cesar por parte de
Casio y Bruto, que comandaron el atentado en su contra; Cicerón se hizo parte
de aquello porque quería salvar la República de la deriva totalitaria de Cesar.
Pero a Cesar lo sobrevivió su comandante de mayor
confianza, Marco Antonio, quien estuvo en Roma durante el sangriento hecho y jugaría
un importante papel en contener la crisis por el vacío de poder que se produjo
luego de los idus de marzo; Marco Antonio era un soldado de mil batallas,
brutal y despiadado con sus enemigos, y Cicerón, en su papel de senador, tuvo
la mala idea de enfrentarlo y denunciarlo como uno de los causantes de la pérdida
de la república; demás está decirles que Cicerón, el más grande orador de Roma,
uno de los abogados más temidos del Foro, tenía un carácter mercurial, se dejó
llevar por su pasión republicana y no reparó en las consecuencias; de este
enfrentamiento surgieron Las Filípicas,
que son los encendidas arengas de Cicerón en contra del general.
Lo cierto es que, luego del magnicidio, el senado jamás
tomó el control de la situación, todos los involucrados, que pensaron que el
pueblo agradecido saldría a las calles para apoyarlos, se escondieron, otros
huyeron y, cuando Antonio creía que el juego era suyo, apareció el joven
Octavio, quien había sido adoptado por Cesar como su legítimo sucesor; tanto el
partido de Julio Cesar como el alto mando militar, que estaba con él, aceptaron
la investidura de Octavio y, finalmente, Antonio se vio obligado a hacer lo
mismo.
La historia nos dice que Octavio Augusto juró vengar la
muerte de Cesar y que, cuando tuviera oportunidad, apresaría y ejecutaría a sus
asesinos; pareciera que no tenía intenciones de eliminar a Cicerón, eso nunca
lo sabremos, pero Antonio se adelantó, ubicó a Cicerón, que se había ido a una
de sus casas de campo, lo persiguió y lo atrapó; sus soldados le cortaron la
cabeza y las manos, llevadas como prueba a su jefe de que la sentencia se había
cumplido; esto ocurrió a escasos dos meses de haber escrito Sobre la vejez, tenía 62 años.
El otro libro que utilicé para escribir éste artículo es Senectute Política, carta sin respuesta a
Cicerón (2018), escrito por Pedro Olalla, unas reflexiones en forma
epistolar que giran sobre el tema de la vejez y de la decadencia política, y
están basadas en esa obra del gran retórico romano; Olalla es un cultísimo
investigador de la cultura grecorromana y un pensador de valía, que ataca temas
complejos como el de la vejez en nuestro siglo.
Y empieza su disertación preguntándose:
He
de decirte, Marco, que, en nuestro mundo actual, quienes establecen para la
vejez un umbral numérico atendiendo a la
fisiología y a la salud siguen fijándolo, curiosamente, casi en el mismo punto
en que lo puso la antigua tradición hipocrática—los sesenta y tres años—, y que
en torno a ese punto ponen también el límite quienes toman como criterio para
la entrada en la vejez la edad en la que suele abandonarse formalmente el mundo
del trabajo. Otros, dividiendo en tres partes iguales la esperanza de vida,
sitúan el comienzo de esa tercera edad poco después de los cincuenta. Pero yo
me pregunto: ¿adónde entramos, realmente, al cumplir esos años?
El socialismo del siglo XXI tiene en la vejez o la
Tercera Edad a un gran sector de la población venezolana, como clientes del supuesto
estado bienestar que el régimen intenta sostener de manera precaria y muchas
veces inhumana, en bien de la propaganda e imagen de un sistema político que se
ha convertido en la guadaña para nosotros, los provectos, los usuarios y
usuarias de ese régimen, de esa lotería llamada el Seguro Social, donde se
acreditan pensiones de hambre y se maltratan rutinariamente las dignidades por
un sistema controlador de voluntades, porque allí, donde ustedes ven a nuestros
vapuleados ancianos agredidos e insultados por funcionarios desalmados, detrás
está un aparato de anulación de la humanidad de los venezolanos con más
derechos y mejor dispuestos para la lucha por la vida.
Porque detrás de esas libretas de cuentas bancarias,
donde todos los meses aparecen los bolívares devaluados con los cuales no
pueden ni comprar un plato de comida decente, hay mecanismos de opresión y
control político, para valerse de sus nombres y cédulas de identidad, para
mover “votantes” en la nube digital y dar por vencedores a sus candidatos
socialistas.
En medio de una aterradora pandemia, donde no existen
vacunas, ni servicios médicos para atender las emergencias de esas personas de
la Tercera Edad, mueren nuestros ancianos más débiles golpeados por la peste y
el estado simplemente los ignora; e ignorándolos están opinando, diciéndole al
resto del país que se trata de simples deshechos humanos sin derecho a la vida.
Las comunicaciones del régimen chavista se ocupan de
disminuir a este importante grupo de ciudadanos que, en otras culturas y civilizaciones,
son tenidos por los más sabios y experimentados miembros de la sociedad y cuyas
opiniones son respetadas hasta el punto de condicionar políticas públicas,
elecciones y políticas locales, regionales y nacionales, porque cada día que
pasa el grupo de la Tercera Edad se hace más y más grande.
Más adelante Olalla nos dice:
Era
el irrepetible Galeno—al que hubieras amado de haberlo conocido en vida—quien
decía que «no es viejo quien tiene muchos años, sino quien tiene mermadas sus
facultades»; y, si hemos de atenernos a esta idea, que me parece sabia, debemos
convenir que lo justo para definir la vejez no es hacerlo con fronteras
numéricas—que dejan fuera al que, tal vez, ya es viejo, e incluyen con
frecuencia al que aún no lo es—, sino atendiendo a ese criterio estricto de
degeneración y pérdida. Así entendida, Marco, la temida vejez— que no la edad
tercera—es el efecto cruel de perder con el tiempo facultades primordiales que
precisamos para ser autónomos y plenos. Así, si no me engaño, la vejez—esa
carga más pesada que el Etna- no comienza al cruzar el umbral de una edad:
comienza, en realidad, cuando otros toman el lugar de uno; cuando uno,
tristemente, pasa de ser su propio soberano, capaz de servirse a sí mismo y
dueño de sus facultades plenas, a verse dependiente de otro, incapaz de
valerse, y privado de aptitudes que tuvo y que nunca recuperará. «Espectro
deplorable de mí mismo», como dijo en Colono el viejo Edipo.
Llamando “abuelitos” a los pertenecientes a la Tercera
Edad, tratan de disminuir nuestra potencia ciudadana y política; la vejez no
disminuye nuestros derechos, debería aumentarlos, las personas de edad que son
avaras, egoístas, groseras y temperamentales son de esa manera porque ha sido ése
su carácter, desde que se educaron; la vejez lo que hace es aumentarlo y la crítica
de los demás generaliza esos comportamientos como pertenecientes al grupo,
cuando la verdad es que si la persona ha vivido siempre buscando ser mejor,
manteniendo a raya los vicios y las debilidades, practicando una ética personal
y colectiva que nos hace valer como seres humanos y tratando de ser felices, lo
más seguro es que en la vejez sea una persona sana, feliz y completa.
Hay una historia que nos llega de la antigua Atenas y es
que Sófocles, ese gran dramaturgo, creador de tantas obras inmortales y
populares aún en su tiempo, fue acusado por sus familiares de decrepitud y
senilidad ya que querían hacerse con su fortuna, por lo que lo llevaron ante un
tribunal para que determinara su condición; ya tenía noventa años cuando esto
ocurrió. Afortunadamente, acababa de terminar su obra Edipo en Colono, la cual recitó de memoria ante los magistrados,
quienes tuvieron que confirmar sus portentosas capacidades y dejar en evidencia
a sus ávidos familiares.
Los venezolanos estamos ante una estrategia de capitis deminutio por parte del régimen
chavista para hacernos ver a las personas de la Tercera Edad como unos seres
dependientes, limitados y como “cargas sociales”, en vez de nuestra verdadera
imagen, como los fundadores y constructores de esa sociedad fuerte y productiva
que el socialismo destruyó; anulando la memoria de los sabios y experimentados
tratan de aparecer como necesarios y tomar el control sobre nuestro país.
Les recomiendo ampliamente la lectura de ambos libros;
para que se quiten esa venda de los ojos, les dejo finalmente con otro
pensamiento bellamente expresado por Pedro Olalla en su obra:
Esto
último, ese vivir la última etapa de la vida con plenas facultades, con honesta
estima hacia uno mismo, con el respeto y la consideración de los demás,
alentados por la utilidad y el sentido, integrados en la sociedad, participando
en lo que nos incumbe a todos y ejerciendo nuestro derecho de ciudadanía, es, a
mi parecer, el ideal que hemos de perseguir en cuanto a la vejez concierne.
Dicho de otro modo: defender ante uno mismo y ante los demás esta digna forma
de envejecimiento es luchar contra la degradación y la pérdida tanto en el
ámbito de la persona como en el de la sociedad en su conjunto, cosa que, como te
decía, me parece un empeño encomiable, al mismo tiempo ético y político.
-
Saulgodoy@gmail.com
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