domingo, 23 de mayo de 2021

La vejez reconsiderada

 



 

En memoria al dipsómano más indigno de esta revolución, cuyos vicios hizo público a costa de otras personas de la Tercera Edad, que tuvimos que verlo anulándose como persona, incluso mientras ejercía sus tareas como funcionario supuestamente electo, para desgracia y deshonor de nuestro país.

 

Se los digo de entrada para apartar suspicacias, voy a cumplir 68 años de edad en medio de esta pandemia y de la grave crisis humanitaria que sufre mi país, Venezuela, porque he sido afortunado, porque me he cuidado y porque mi herencia biológica ha sido generosa; no me siento viejo, aun cuando estoy dentro de ese grupo de personas que ya ha cumplido etapas de la vida, y me encuentro en lo que debería ser mi declive como ser humano, es decir, si tenemos como base que una persona tiene una vida que abarca más o menos cien años antes de sucumbir al desgaste, las enfermedades o el cansancio, ya he recorrido más de la mitad del ciclo vital que en principio me corresponde… y todavía no me siento viejo.

Es verdad que ya no soy tan fuerte, ni tan rápido y resistente, como lo era hace veinte años, pero me siento más sabio, con más experiencia, estoy mucho más tranquilo y controlo mis sentimientos y apetitos de manera más equilibrada que cuando era joven; gozo de una vida erótica y sexual, como cualquier otra persona, y gracias a que he practicado la autodisciplina y cultivado mi propia ética en relación con otras personas, tengo mucho más control sobre mis relaciones humanas, hago que sean más significativas y que realmente importen.

Pero lo más importante, no he parado de aprender, mi proceso educativo se ha hecho más intenso, selectivo y profundo; ya no me complacen las superficialidades ni los argumentos fáciles, leo e investigo sobre temas de mi interés y trato de llevarlos hasta sus últimas consecuencias; mi curiosidad por las cosas del mundo ha aumentado, al igual que las interrogantes que me planteo, lo que hace de este proceso formativo algo que nunca va a tener un fin sino cuando mi vida se acabe.

Y de las cosas que me he dado cuenta es que la vejez, como etapa natural de la vida del hombre, está subvaluada y muy degradada culturalmente; casi que me atrevería decir que hay ciertos intereses por que esto sea así, intereses no solo económicos sino políticos, para anular a una importante parte de la sociedad y controlarla a voluntad, sobre todo en la Venezuela del Socialismo del Siglo XXI.

Me acabo de leer, más bien, de estudiar dos obras fundamentales para entender la vejez, la primera es Cato maior de senectute liber, de Marco Tulio Cicerón, o Sobre la Senectud, como mejor se le conoce, una de las mejores producciones de ese tribuno romano, asesinado en tiempos de Augusto, por el enemigo de éste, Marco Antonio (43 a. de C).

La obra trata sobre una conversación imaginaria que tuvo el viejo Marco Porcio Catón, un vigoroso anciano de 84 años, con dos jóvenes, uno de los cuales sería con el tiempo Escipión El Africano; en este significativo trabajo se echa por tierra la tesis de que la vejez se trata de un período inútil de la vida, una edad vacía y triste, todo lo contrario, se trata de la plena madurez de la persona, el período donde el hombre o la mujer llegan a la perfección terrenal.

Cicerón nos dice que se trata del tramo final de la existencia, donde se hace el balance de una vida vivida, en la que ya llegar a viejo y con buena salud es indicativo de haber triunfado sobre la muerte y las enfermedades, que ya es de por sí un regalo inapreciable, tiempo de la serena meditación y preparación para el eterno reposo, que es esperado sin angustia; al efecto nos dice Cicerón, en boca de Catón:

 

“No, no siento haber vivido, y salgo de esta vida como de una posada, y no como de una morada permanente. ¡Oh, hermoso día en que iré a reunirme a la asamblea celeste y al divino concierto de las almas, después de haberme alejado de esta multitud impura, de este fango terrestre!”

 

Hay mucho de esa entereza socrática cuando el maestro ateniense se despedía de sus alumnos, que lloraban su inminente partida; para el profesor Newell Couch es la obra de Cicerón donde mejor desarrolla su estilo literario y lo hace con una gracia y soltura que en nada presagian el brutal final que le tenían preparado sus enemigos a escasas semanas de terminar este escrito, el profesor Couch  piensa que aquellas ideas pudieron darle la compostura y la confianza que necesitó para aceptar su inevitable muerte. Explico, para quienes no lo sepan, que Cicerón estuvo involucrado en el complot para para asesinar a Julio Cesar por parte de Casio y Bruto, que comandaron el atentado en su contra; Cicerón se hizo parte de aquello porque quería salvar la República de la deriva totalitaria de Cesar.

Pero a Cesar lo sobrevivió su comandante de mayor confianza, Marco Antonio, quien estuvo en Roma durante el sangriento hecho y jugaría un importante papel en contener la crisis por el vacío de poder que se produjo luego de los idus de marzo; Marco Antonio era un soldado de mil batallas, brutal y despiadado con sus enemigos, y Cicerón, en su papel de senador, tuvo la mala idea de enfrentarlo y denunciarlo como uno de los causantes de la pérdida de la república; demás está decirles que Cicerón, el más grande orador de Roma, uno de los abogados más temidos del Foro, tenía un carácter mercurial, se dejó llevar por su pasión republicana y no reparó en las consecuencias; de este enfrentamiento surgieron Las Filípicas, que son los encendidas arengas de Cicerón en contra del general.

Lo cierto es que, luego del magnicidio, el senado jamás tomó el control de la situación, todos los involucrados, que pensaron que el pueblo agradecido saldría a las calles para apoyarlos, se escondieron, otros huyeron y, cuando Antonio creía que el juego era suyo, apareció el joven Octavio, quien había sido adoptado por Cesar como su legítimo sucesor; tanto el partido de Julio Cesar como el alto mando militar, que estaba con él, aceptaron la investidura de Octavio y, finalmente, Antonio se vio obligado a hacer lo mismo.

La historia nos dice que Octavio Augusto juró vengar la muerte de Cesar y que, cuando tuviera oportunidad, apresaría y ejecutaría a sus asesinos; pareciera que no tenía intenciones de eliminar a Cicerón, eso nunca lo sabremos, pero Antonio se adelantó, ubicó a Cicerón, que se había ido a una de sus casas de campo, lo persiguió y lo atrapó; sus soldados le cortaron la cabeza y las manos, llevadas como prueba a su jefe de que la sentencia se había cumplido; esto ocurrió a escasos dos meses de haber escrito Sobre la vejez, tenía 62 años.

El otro libro que utilicé para escribir éste artículo es Senectute Política, carta sin respuesta a Cicerón (2018), escrito por Pedro Olalla, unas reflexiones en forma epistolar que giran sobre el tema de la vejez y de la decadencia política, y están basadas en esa obra del gran retórico romano; Olalla es un cultísimo investigador de la cultura grecorromana y un pensador de valía, que ataca temas complejos como el de la vejez en nuestro siglo.

Y empieza su disertación preguntándose:

 

He de decirte, Marco, que, en nuestro mundo actual, quienes establecen para la vejez un umbral  numérico atendiendo a la fisiología y a la salud siguen fijándolo, curiosamente, casi en el mismo punto en que lo puso la antigua tradición hipocrática—los sesenta y tres años—, y que en torno a ese punto ponen también el límite quienes toman como criterio para la entrada en la vejez la edad en la que suele abandonarse formalmente el mundo del trabajo. Otros, dividiendo en tres partes iguales la esperanza de vida, sitúan el comienzo de esa tercera edad poco después de los cincuenta. Pero yo me pregunto: ¿adónde entramos, realmente, al cumplir esos años?

 

El socialismo del siglo XXI tiene en la vejez o la Tercera Edad a un gran sector de la población venezolana, como clientes del supuesto estado bienestar que el régimen intenta sostener de manera precaria y muchas veces inhumana, en bien de la propaganda e imagen de un sistema político que se ha convertido en la guadaña para nosotros, los provectos, los usuarios y usuarias de ese régimen, de esa lotería llamada el Seguro Social, donde se acreditan pensiones de hambre y se maltratan rutinariamente las dignidades por un sistema controlador de voluntades, porque allí, donde ustedes ven a nuestros vapuleados ancianos agredidos e insultados por funcionarios desalmados, detrás está un aparato de anulación de la humanidad de los venezolanos con más derechos y mejor dispuestos para la lucha por la vida.

Porque detrás de esas libretas de cuentas bancarias, donde todos los meses aparecen los bolívares devaluados con los cuales no pueden ni comprar un plato de comida decente, hay mecanismos de opresión y control político, para valerse de sus nombres y cédulas de identidad, para mover “votantes” en la nube digital y dar por vencedores a sus candidatos socialistas.

En medio de una aterradora pandemia, donde no existen vacunas, ni servicios médicos para atender las emergencias de esas personas de la Tercera Edad, mueren nuestros ancianos más débiles golpeados por la peste y el estado simplemente los ignora; e ignorándolos están opinando, diciéndole al resto del país que se trata de simples deshechos humanos sin derecho a la vida.

Las comunicaciones del régimen chavista se ocupan de disminuir a este importante grupo de ciudadanos que, en otras culturas y civilizaciones, son tenidos por los más sabios y experimentados miembros de la sociedad y cuyas opiniones son respetadas hasta el punto de condicionar políticas públicas, elecciones y políticas locales, regionales y nacionales, porque cada día que pasa el grupo de la Tercera Edad se hace más y más grande.

Más adelante Olalla nos dice:

 

Era el irrepetible Galeno—al que hubieras amado de haberlo conocido en vida—quien decía que «no es viejo quien tiene muchos años, sino quien tiene mermadas sus facultades»; y, si hemos de atenernos a esta idea, que me parece sabia, debemos convenir que lo justo para definir la vejez no es hacerlo con fronteras numéricas—que dejan fuera al que, tal vez, ya es viejo, e incluyen con frecuencia al que aún no lo es—, sino atendiendo a ese criterio estricto de degeneración y pérdida. Así entendida, Marco, la temida vejez— que no la edad tercera—es el efecto cruel de perder con el tiempo facultades primordiales que precisamos para ser autónomos y plenos. Así, si no me engaño, la vejez—esa carga más pesada que el Etna- no comienza al cruzar el umbral de una edad: comienza, en realidad, cuando otros toman el lugar de uno; cuando uno, tristemente, pasa de ser su propio soberano, capaz de servirse a sí mismo y dueño de sus facultades plenas, a verse dependiente de otro, incapaz de valerse, y privado de aptitudes que tuvo y que nunca recuperará. «Espectro deplorable de mí mismo», como dijo en Colono el viejo Edipo.

 

Llamando “abuelitos” a los pertenecientes a la Tercera Edad, tratan de disminuir nuestra potencia ciudadana y política; la vejez no disminuye nuestros derechos, debería aumentarlos, las personas de edad que son avaras, egoístas, groseras y temperamentales son de esa manera porque ha sido ése su carácter, desde que se educaron; la vejez lo que hace es aumentarlo y la crítica de los demás generaliza esos comportamientos como pertenecientes al grupo, cuando la verdad es que si la persona ha vivido siempre buscando ser mejor, manteniendo a raya los vicios y las debilidades, practicando una ética personal y colectiva que nos hace valer como seres humanos y tratando de ser felices, lo más seguro es que en la vejez sea una persona sana, feliz y completa.

Hay una historia que nos llega de la antigua Atenas y es que Sófocles, ese gran dramaturgo, creador de tantas obras inmortales y populares aún en su tiempo, fue acusado por sus familiares de decrepitud y senilidad ya que querían hacerse con su fortuna, por lo que lo llevaron ante un tribunal para que determinara su condición; ya tenía noventa años cuando esto ocurrió. Afortunadamente, acababa de terminar su obra Edipo en Colono, la cual recitó de memoria ante los magistrados, quienes tuvieron que confirmar sus portentosas capacidades y dejar en evidencia a sus ávidos familiares.

Los venezolanos estamos ante una estrategia de capitis deminutio por parte del régimen chavista para hacernos ver a las personas de la Tercera Edad como unos seres dependientes, limitados y como “cargas sociales”, en vez de nuestra verdadera imagen, como los fundadores y constructores de esa sociedad fuerte y productiva que el socialismo destruyó; anulando la memoria de los sabios y experimentados tratan de aparecer como necesarios y tomar el control sobre nuestro país.

Les recomiendo ampliamente la lectura de ambos libros; para que se quiten esa venda de los ojos, les dejo finalmente con otro pensamiento bellamente expresado por Pedro Olalla en su obra:

 

Esto último, ese vivir la última etapa de la vida con plenas facultades, con honesta estima hacia uno mismo, con el respeto y la consideración de los demás, alentados por la utilidad y el sentido, integrados en la sociedad, participando en lo que nos incumbe a todos y ejerciendo nuestro derecho de ciudadanía, es, a mi parecer, el ideal que hemos de perseguir en cuanto a la vejez concierne. Dicho de otro modo: defender ante uno mismo y ante los demás esta digna forma de envejecimiento es luchar contra la degradación y la pérdida tanto en el ámbito de la persona como en el de la sociedad en su conjunto, cosa que, como te decía, me parece un empeño encomiable, al mismo tiempo ético y político.

 

-          Saulgodoy@gmail.com

 

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