La gente de la Tierra
ha entrado en varias medidas dentro de una comunidad universal, y se ha
desarrollado al punto, que las violaciones a las leyes en un lugar del mundo,
es sentido en todas partes. La idea de una ley cosmopolita no es por lo tanto
fantasía o exageración; es un complemento necesario para el código no escrito
de la ley y la política internacional, transformada en una ley universal de la
humanidad.
Emanuel Kant,
La Paz Perpetua.
Arnold Toynbee, el historiador británico, pensaba que el
auge y caída de las civilizaciones estaban sometidas a una inexorable ley de
vida; la historia le daba suficientes pruebas de que este ciclo se repetía de
manera invariable, las civilizaciones parecían comportarse como un organismo
vivo, nacen, crecen, maduran y finalmente mueren; para su pensamiento, era una
ley natural, al menos, que la civilización llegara a un estadio universal y,
hasta los momentos, eso no había sucedido.
En su monumental obra Estudio de la Historia (1946), dejaba abierta la interrogante sobre
el destino de la civilización occidental, pero todo apuntaba a que volvería a
repetirse el ciclo de auge y caída, tan popular entre los historiadores de la
época tales como Spangler, Voeguelin y el mismo Toynbee.
Pero, posteriormente, algunos críticos de su obra alegan
que Occidente había conseguido la fórmula de burlar el determinismo histórico
de la decadencia, sobre todo los EEUU que, gracias a la globalización, habían
logrado transmitir dos de los elementos esenciales de la herencia genética de
las civilizaciones y la habían diseminado en el orbe para garantizar su
subsistencia, y eran la preeminencia económica, la tecnología y el sistema
político.
Por muchos siglos, los intereses de comercio y militares
estuvieron ligados en importantes manifestaciones de poder en la forma de
imperios, que colonizaban a otras naciones para hacerlas sus súbditos y
dependientes; ya en los tiempos del senador Lucio Séneca, en Roma, los
ciudadanos disfrutaban de bienes y servicios de diversas procedencias, caballos
de Hispania, telas de Egipto, trigo de Cartago, armas forjadas en Germania,
profesores griegos, barcos construidos en Britania, soldados godos, esclavos de
Abisinia…
El mundo antiguo ya estaba globalizado, dentro de sus
parámetros y límites; fue un proceso que en Occidente ya tenía antecedentes en
Grecia con la hegemonía ateniense, y que luego, con los macedonios, hizo indetenible
su avanzada en manos de Alejandro, de modo que nuestra civilización fue
acumulando experiencia de los triunfos y errores de estas avanzadas dominantes,
de sus auges y caídas; el imperialismo y el colonialismo eran la manera en que
se incubaba esa red de contactos, rutas, capitales e intereses, que era esa
globalización incipiente, sostenida por un centro del poder, a la espera de
nuevas condiciones para su desarrollo.
Y fueron las tecnologías de las comunicaciones y el
transporte masivo, conjuntamente con la democracia, el sistema político que
mejor se adaptaba a las nuevas circunstancias, las que poco a poco predispusieron
a un planeta para la modernidad, para la posibilidad de un intenso intercambio
de bienes y servicios, de información, de estilos de vida, de lenguajes, de
sistemas económicos y legales, de conocimiento, de cultura, de libertades y
derechos, que de manera muy rápida expandieron los valores occidentales en el
orbe.
La pérdida de control sobre su contorno físico, que había
sido una de las consecuencias de la decadencia de los imperios anteriores, ya
no importaba; de hecho, se convirtió en una ventaja el poder replicar, en
lugares apartados y remotos, la cultura de la CocaCola, el uso de los pantalones Levi’s y el disfrutar del rock
and roll, que fueron los síntomas del contagio globalizante, aunque Toynbee
advierte que éste pudiera ser el principio del fin; en Estudio de la Historia señala el caso de la civilización Helénica,
que primero fue contenida por la Guerra del Peloponeso, pero luego se desbordó
con fuerza inusitada por el mundo. Al respecto nos dice Toynbee:
La
expansión del helenismo por tierra, inaugurada por Alejandro- que sobrepasó por
mucho en escala material a la anterior expansión marítima de la Hélade. Durante
los dos siglos que siguieron al paso del Helesponto por Alejandro, el helenismo
se expandió por Asia y el valle del Nilo a expensas de todas las demás
civilizaciones que encontró: la siríaca, la egipcia, la babilónica y la índica.
Y durante dos siglos después de esto, continuó expandiéndose bajo la égida
romana por las comarcas bárbaras del interior de Europa y el Noroeste de
África. Sin embargo, estos fueron los siglos durante los cuales la Civilización
Helénica estaba palpablemente en proceso de desintegración. La historia de casi
todas las civilizaciones ofrece ejemplo de expansión geográfica que coincide
con un deterioro de la calidad de vida.
Justamente, en la Grecia de los tiempos de Sócrates, en
el siglo IV a.C., vivía este filósofo de tendencia cínica, de nombre Diógenes,
al que, cuando se le preguntaba de dónde era, respondía que él era un ciudadano
del mundo (kosmopolitês), aunque su
verdadera intención, aparentemente, era la de desligarse de cualquier atadura y
obligación con su ciudad de origen, que era Sinope, y de sus conciudadanos, los
sinopeos.
Este uso de la palabra cosmopolita como perteneciente al
cosmos, era contrario a la política de la época, que exigía obediencia y
sujeción por parte de los ciudadanos a sus polis de origen, aunque para una buena
parte de aquellos filósofos errantes, obligados al trato con gente de diversas
procedencia, fuera natural pensar que pertenecían a una clase mucho más amplia
de ciudadanos, hermanados como seres humanos a un grupo no convencional de
hombres libres; de hecho, para los cínicos, el servicio de un filósofo en
tierras extranjera, para el beneficio de pueblos de otras culturas, era algo
normal y hasta deseable, pues cumplía con el deber de civilizar a los tenidos
como bárbaros.
Todavía este término de cosmopolita es utilizado, en
muchas ocasiones, para eludir justamente los deberes y lealtades de la política
local de donde es el individuo, la excusa perfecta para obviar los compromisos
con las leyes de sus estados de origen.
De modo que podemos ver como los términos de
globalización (que nace para algunos historiadores del hecho del comercio entre
diferentes pueblos extranjeros) y de cosmopolitismo, que implica una identidad
común para los ciudadanos del mundo, son simultáneos y, no pocas veces,
concurrentes.
Lo primero que debemos diferenciar en el término
globalización es su novedoso aspecto que lo separa de otras formas de
intercambios comerciales, por ejemplo, para la red mundial de colonias que
sostuvo el Imperio Británico en la época victoriana, donde concurría no sólo el
poder militar de una armada, con capacidad de disuasión a nivel mundial,
conjuntamente con una serie de intereses económicos que se desperdigaban desde
China, pasando por la India, con puertos en América y el sureste asiático y
colonias en el Pacífico, a pesar del enorme aliento de empresas coloniales como
la East
India Company y su inmensa red de almacenes y oficinas; aquello, aunque de
alcance mundial, no era globalización.
La globalización debemos entenderla como un fenómeno
moderno, de reciente data. Entre los conceptos que mejor la definen, en mi
opinión, se encuentra el del periodista sueco Thomas Larson, que publicó en su
libro The Race to the Top: The Real
Story of Globalization lo siguiente: “Es
el proceso del mundo reduciéndose de tamaño, de un acortamiento de las
distancias, y de una cercanía de las cosas. Permite la creciente interacción de
cualquier persona en una parte del mundo con alguien que se encuentra al otro
lado del mundo, en orden del beneficio mutuo.”
En el año 2000, el Fondo Monetario Internacional,
identificó cuatro aspectos básicos de la globalización: 1- comercio y
transacciones, 2- movimientos de capital e inversiones, 3- migración y
movimiento de gente y 4- el esparcimiento de conocimiento, nótese que no
incluye ningún contenido de orden político per
se.
En este marco de referencia, podemos identificar un
cierto ingrediente que no tenían los otros movimientos comerciales imperiales:
una tecnología al alcance de las masas, sobre todo en lo referente a las
comunicaciones y el transporte, lo que brinda una interconexión entre los
pueblos del orbe que antes no existía, pudiendo tener referentes culturales, de
estilo de vida, de consumo, de informaciones comunes para todos y casi de
inmediato.
Ahora, el mundo es
un pañuelo.
Por supuesto, no todo es positivo, las pandemias, como la
actual peste del coronavirus, las migraciones desbordadas como el caso de los
refugiados por guerras, hambre o sistemas políticos totalitarios, los problemas
ambientales, son hoy problemas graves, así como el desbordamiento de la
actividad criminal internacional, de las mafias que no reconocen fronteras y de
la corrupción que todo lo erosiona, para ello la comunidad internacional se ha
venido preparando aunque muchas veces es desbordada por estas fuerzas sin
control.
Pero en lo principal, en lo que atañe a la productividad,
la creación de riqueza y de trabajo, ha sido muy positivo, no sólo por la liberación de los mercados del mundo, sino a
una occidentalización del planeta, lo que se traduce en una proliferación de
empresas multinacionales, produciendo y comercializando sus productos localmente,
con socios regionales y atendiendo mercados con diferentes culturas.
Esta rapidez creciente en los intercambios de bienes y servicios
incrementaban los riesgos en las operaciones, lo que implica la participación
de instituciones de distintas índoles, sistemas económicos y políticos de otra
naturaleza, como lo sería operar bajo un régimen comunista o en una teocracia,
con mercados con diferente segmentación de gustos y necesidades, lo que aumenta
el grado de inestabilidad e incertidumbre en las transacciones y un incremento
en los costos operativos.
La presencia de la empresa privada, como actor principal
en el proceso de globalización, hizo obligatorio el desarrollo del derecho
privado junto a la injerencia de los estados nacionales en resolver conflictos;
aunque hemos visto cómo se ha incrementado el uso de las instancias de
arbitraje privados, la veeduría de organizaciones internacionales de comercio
exterior y la concurrencia de tratados y normas entre países pertenecientes a
regiones y sus circuitos de mercados, donde privan todavía las jurisdicciones
nacionales y sus tribunales, conforman una situación a veces compleja en aras
de conseguir una uniformidad y seguridad en las transacciones.
¿Cuáles son esas tendencias que apuntan hacia una concreción
de la globalización? Porque para algunos estudiosos ya dejó de ser un proyecto,
una utopía o, como apuntan algunos investigadores, una ideología, para
convertirse en algo real y palpable; el mundo está en plena transformación y,
como bien lo señala el investigador George Lawson, de la Escuela de Economía y
Ciencias Políticas de Londres:
El
aparente triunfo de Hayeck sobre Keynes, la pluralización de los significantes
culturales y el ascenso del relativismo, y quizás más importante, el aparente
abandono del público en las democracias de mercado, de que lo político es
fundamental para rehacer las relaciones sociales, ha generado, por lo menos en
Occidente, imperativos sistémicos que aparentan un mundo sin control, en los
que el ciudadano-consumidor es succionado ante la inevitable fuerza de la
globalización, del mercado, de la democracia y otras condicionantes. Amplias
tendencias como el individualismo, el secularismo y el consumismo, representan,
tal y como lo sostiene el teórico Jürgen Habermas (1994), nada menos que la
apertura de la modernidad organizada. Para Habermas, la fusión de lo público y
lo privado generado por éste proceso, ha provocado la modernidad de las
relaciones sociales y la monetización de la vida en el mundo.
A pesar de la reticencia de las ideologías de izquierda,
que en su mayor parte manifiestan su rechazo al proceso de globalización, éstas
ya han aceptado que el proceso de modernidad es producto del liberalismo y de
la democracia, reconociendo así un vuelco importante hacia la primacía de los
derechos individuales y libertades económicas en el mundo, aunque, para
caracterizarlos utilicen remoquetes como “capitalismo tardío”, “post-colonialismo”,
e insistan en llamarlo neoliberalismo, corporativismo global y otras
denominaciones, que evidencien su carácter económico-liberal.
Pero no podemos dejar de mencionar que, dentro del ala
progresista mundial, el socialismo internacional viene propugnando desde hace
ya varios lustros por un gobierno mundial, de carácter centralizado, multilateral,
con fines humanitarios y de justicia social, y con la meta de que termine, de
una vez por todas, con los nacionalismos que, según ellos, son los que
alimentan las guerras, los gobiernos opresores de sus pueblos y la gran
cantidad de refugiados que producen tales conflictos.
Pero hay unas diferencias que separan el proceso de
globalización del cosmopolitismo, y en esto vamos a seguir los conceptos
manejados por Christien Van den Anker,
de la Universidad de Susex en el Reino Unido. Para Van den Anker, la
globalización es un proceso entre estados nacionales y, para enmendar y reparar
desavenencias entre naciones, se recurre a la Justicia Internacional, que tiene
sus órganos, procedimientos y normas.
Esta tendencia de implantar una norma de comportamiento
para los estados y sus gobernantes, con la proliferación de instituciones
internacionales que administran justicia en el ámbito global, que trata de
regular los conflictos, de sentar a las partes para que resuelvan sus
diferencias en conversaciones de paz y la presencia de mediadores, ha obligado
a una revisión del concepto de soberanía; allí se asienta la validez de la
figura del estado nacional como forma de organización viable en un mundo
globalizado.
Venezuela ha sido y sigue siendo sujeto de estas organizaciones
internacionales de justicia, debido al mal comportamiento del jefe de estado,
Nicolás Maduro, quien ha instaurado un gobierno criminal y está a punto de
entrar en la historia de la justicia globalizada, por medio de la Corte Penal
Internacional, la cual, según información oficial, podría abrirle un proceso
por violaciones de Derechos Humanos y crímenes de lesa humanidad, Maduro ha
desperdiciado innumerables oportunidades de rectificación de su conducta y está
pronto a experimentar en carne propia, el poder y la evolución de estas instituciones.
El cosmopolitismo es un animal de diferente pelaje a la
globalización; de hecho, es una especie aparte, aunque la política de los
estados todavía afecta al cosmopolitismo, la injerencia global de las diversas
instancias de administración de los procesos de globalización, no las
determina, pero sí guían las tendencias cosmopolitas. Van den Anker señala
varias características que la distinguen:
El
individuo como sujeto moral es su máximo interés [para el cosmopolitismo],
todos los seres humanos estamos inmersos en la justicia universal, cuyos
principios nos aplican a todos por igual. Los argumentos cosmopolitas se han
hecho parte en los debates sobre un gobierno mundial, una democracia global, en
intervenciones humanitarias, cuando se discute sobre la paz perpetua, sobre la
justicia distributiva global y, muy específicamente, sobre el desarrollo de las
instituciones políticas europeas.
Los estudiosos en estos temas se han tomado el trabajo de
distinguir entre un cosmopolitismo moral y uno político, siendo este último el
que se ocupa de la gobernanza global y de un gobierno global; el cosmopolitismo
moral tiene que ver con la justicia global, con los deberes y obligaciones
independientes de las estructuras políticas de los gobiernos.
El cosmopolitismo tiene un inusitado aliado en el
multiculturalismo, que nace del pensamiento postcolonialista, sobre todo entre
quienes han desarrollado la tesis de que las diferencias entre culturas, razas,
religiones, son aspectos de complementariedad, propulsores del desarrollo de
las naciones y hallan lugar en la necesidad de convivencia, que se ha generado
debido a las continuas migraciones que se están dando desde las ex colonias a
las capitales mundiales hegemónicas.
Para el multiculturalismo, el cosmopolitismo es un
estadio lógico y necesario para el desarrollo de una comunidad universal; uno
de sus promotores más conspicuos es el profesor de filosofía de las
universidades de Harvard, Princeton y NYU Law School, Kwame Anthony Appiah; él mismo, natural de
Ghana, de padre africano y madre inglesa, educado en Londres, es conferencista
internacional y ciudadano del mundo, como a bien se tiene.
Para Appiah, el cosmopolitismo no es el logro
civilizatorio máximo que se puede alcanzar, todo lo contrario, es la simple idea
de pertenecer a una comunidad humana; así como en las comunidades nacionales
sus miembros necesitan desarrollar los hábitos de coexistencia, de
conversación, en el sentido original, de vivir juntos en asociación, de la
misma manera cosmopolitismo es la necesidad de establecer contactos,
intercambios, afectos, nexos y arraigos en la comunidad planetaria.
Dice Appiah, en su libro Cosmopolitanism, ethics in a world of stragers, lo siguiente:
Cosmopolitismo es una aventura y un ideal: pero puede
que no se tenga el respeto por la diversidad humana ni se espere que todo el
mundo sea un cosmopolita. Las obligaciones de aquellos que desean su legitima
libertad de asociarse con los suyos- de mantener a los extraños fuera de su
mundo como lo hacen los Amish en los
EEUU- son las mismas obligaciones básicas que todos tenemos, el hacer por otros
lo que moralmente sea requerido. Pero aun así, un mundo donde las comunidades
son separadas como colmenas de las otras, no parece ser la opción, si es que lo
fue en algún momento. Esa manera de segregación y encierro es una anomalía para
nuestra especie en perpetuo viaje. Lo difícil no es ser cosmopolita, sino
repudiarlo.
París, Londres, New York, aún la misma Beijing, son un
verdadero caldero de razas y costumbres; en estas megalópolis se encuentra uno
con la diversidad del mundo contenida en un apretado espacio, resolviendo
asuntos de convivencia y socialización que escapan de cualquier intento de
comprensión; es, efectivamente, como apunta Appiah, el hombre actuando en su
estado natural.
Para un verdadero cosmopolita, entablar relaciones con
una pluralidad de culturas, como entidades apartes y originales, más que un
deber es un placer; se está dispuesto a sostener contacto con el “otro” y
buscar esa experiencia con el ánimo de un aficionado, que quiere sumergirse en
ella, que desea comprenderla, probar sus comidas, entender su cultura, aprender
su lengua…
El cosmopolita, aun teniendo su propia cultura, puede
hacer la conexión con la cultura divergente desconectándose simplemente de la
suya propia, para tratar de funcionar como un elemento competente en la otra,
lo que va a tomarle tiempo y pasar por un período de aprendizaje, pero lo
importante es que tiene el ánimo para hacerlo; esto lo diferencia del turista,
de las personas que viajan a un país para hacer negocios o para disfrutar de
unas vacaciones planificadas.
Para un verdadero cosmopolita, su intención siempre es
llegar a ser competente dentro de esa cultura que lo recibe como un extranjero;
algunos llegan a ser expertos, a otros les basta con desenvolverse con cierta
naturalidad, no sólo le da una sensación de dominio sobre el mundo, sino que su
ser interior, su persona, se expande y se enriquece con estos contactos;
definitivamente, se trata de individuos de una cultura amplia, que incorporan a
sus vidas una serie de hábitos y maneras que los hacen diferentes al resto de
los mortales.
Es por ello que estos rasgos de cosmopolitismo son
buscados para ciertos cargos y tareas, tanto en los diferentes servicios
exteriores de los países, como en contratos en entes multilaterales, donde
deben tener contactos de manera regular con diferentes culturas y gobiernos;
son, igualmente, una característica muy apreciada en las empresas
multinacionales para sus representantes en el extranjero y, sin duda alguna,
resultan ideales para el desempeño en cargos de asistencia en asuntos legales
para las grandes corporaciones. - saulgodoy@gmail.com
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