sábado, 5 de junio de 2021

La diferencia entre globalización y cosmopolitismo

 


 

La gente de la Tierra ha entrado en varias medidas dentro de una comunidad universal, y se ha desarrollado al punto, que las violaciones a las leyes en un lugar del mundo, es sentido en todas partes. La idea de una ley cosmopolita no es por lo tanto fantasía o exageración; es un complemento necesario para el código no escrito de la ley y la política internacional, transformada en una ley universal de la humanidad.

 

Emanuel Kant, La Paz Perpetua.

 

Arnold Toynbee, el historiador británico, pensaba que el auge y caída de las civilizaciones estaban sometidas a una inexorable ley de vida; la historia le daba suficientes pruebas de que este ciclo se repetía de manera invariable, las civilizaciones parecían comportarse como un organismo vivo, nacen, crecen, maduran y finalmente mueren; para su pensamiento, era una ley natural, al menos, que la civilización llegara a un estadio universal y, hasta los momentos, eso no había sucedido.

En su monumental obra Estudio de la Historia (1946), dejaba abierta la interrogante sobre el destino de la civilización occidental, pero todo apuntaba a que volvería a repetirse el ciclo de auge y caída, tan popular entre los historiadores de la época tales como Spangler, Voeguelin y el mismo Toynbee. 

Pero, posteriormente, algunos críticos de su obra alegan que Occidente había conseguido la fórmula de burlar el determinismo histórico de la decadencia, sobre todo los EEUU que, gracias a la globalización, habían logrado transmitir dos de los elementos esenciales de la herencia genética de las civilizaciones y la habían diseminado en el orbe para garantizar su subsistencia, y eran la preeminencia económica, la tecnología y el sistema político.

Por muchos siglos, los intereses de comercio y militares estuvieron ligados en importantes manifestaciones de poder en la forma de imperios, que colonizaban a otras naciones para hacerlas sus súbditos y dependientes; ya en los tiempos del senador Lucio Séneca, en Roma, los ciudadanos disfrutaban de bienes y servicios de diversas procedencias, caballos de Hispania, telas de Egipto, trigo de Cartago, armas forjadas en Germania, profesores griegos, barcos construidos en Britania, soldados godos, esclavos de Abisinia…

El mundo antiguo ya estaba globalizado, dentro de sus parámetros y límites; fue un proceso que en Occidente ya tenía antecedentes en Grecia con la hegemonía ateniense, y que luego, con los macedonios, hizo indetenible su avanzada en manos de Alejandro, de modo que nuestra civilización fue acumulando experiencia de los triunfos y errores de estas avanzadas dominantes, de sus auges y caídas; el imperialismo y el colonialismo eran la manera en que se incubaba esa red de contactos, rutas, capitales e intereses, que era esa globalización incipiente, sostenida por un centro del poder, a la espera de nuevas condiciones para su desarrollo.

Y fueron las tecnologías de las comunicaciones y el transporte masivo, conjuntamente con la democracia, el sistema político que mejor se adaptaba a las nuevas circunstancias, las que poco a poco predispusieron a un planeta para la modernidad, para la posibilidad de un intenso intercambio de bienes y servicios, de información, de estilos de vida, de lenguajes, de sistemas económicos y legales, de conocimiento, de cultura, de libertades y derechos, que de manera muy rápida expandieron los valores occidentales en el orbe.

La pérdida de control sobre su contorno físico, que había sido una de las consecuencias de la decadencia de los imperios anteriores, ya no importaba; de hecho, se convirtió en una ventaja el poder replicar, en lugares apartados y remotos, la cultura de la CocaCola, el uso de los pantalones Levi’s y el disfrutar del rock and roll, que fueron los síntomas del contagio globalizante, aunque Toynbee advierte que éste pudiera ser el principio del fin; en Estudio de la Historia señala el caso de la civilización Helénica, que primero fue contenida por la Guerra del Peloponeso, pero luego se desbordó con fuerza inusitada por el mundo. Al respecto nos dice Toynbee:

 

La expansión del helenismo por tierra, inaugurada por Alejandro- que sobrepasó por mucho en escala material a la anterior expansión marítima de la Hélade. Durante los dos siglos que siguieron al paso del Helesponto por Alejandro, el helenismo se expandió por Asia y el valle del Nilo a expensas de todas las demás civilizaciones que encontró: la siríaca, la egipcia, la babilónica y la índica. Y durante dos siglos después de esto, continuó expandiéndose bajo la égida romana por las comarcas bárbaras del interior de Europa y el Noroeste de África. Sin embargo, estos fueron los siglos durante los cuales la Civilización Helénica estaba palpablemente en proceso de desintegración. La historia de casi todas las civilizaciones ofrece ejemplo de expansión geográfica que coincide con un deterioro de la calidad de vida.

 

Justamente, en la Grecia de los tiempos de Sócrates, en el siglo IV a.C., vivía este filósofo de tendencia cínica, de nombre Diógenes, al que, cuando se le preguntaba de dónde era, respondía que él era un ciudadano del mundo (kosmopolitês), aunque su verdadera intención, aparentemente, era la de desligarse de cualquier atadura y obligación con su ciudad de origen, que era Sinope, y de sus conciudadanos, los sinopeos.

Este uso de la palabra cosmopolita como perteneciente al cosmos, era contrario a la política de la época, que exigía obediencia y sujeción por parte de los ciudadanos a sus polis de origen, aunque para una buena parte de aquellos filósofos errantes, obligados al trato con gente de diversas procedencia, fuera natural pensar que pertenecían a una clase mucho más amplia de ciudadanos, hermanados como seres humanos a un grupo no convencional de hombres libres; de hecho, para los cínicos, el servicio de un filósofo en tierras extranjera, para el beneficio de pueblos de otras culturas, era algo normal y hasta deseable, pues cumplía con el deber de civilizar a los tenidos como bárbaros.

Todavía este término de cosmopolita es utilizado, en muchas ocasiones, para eludir justamente los deberes y lealtades de la política local de donde es el individuo, la excusa perfecta para obviar los compromisos con las leyes de sus estados de origen.

De modo que podemos ver como los términos de globalización (que nace para algunos historiadores del hecho del comercio entre diferentes pueblos extranjeros) y de cosmopolitismo, que implica una identidad común para los ciudadanos del mundo, son simultáneos y, no pocas veces, concurrentes.

Lo primero que debemos diferenciar en el término globalización es su novedoso aspecto que lo separa de otras formas de intercambios comerciales, por ejemplo, para la red mundial de colonias que sostuvo el Imperio Británico en la época victoriana, donde concurría no sólo el poder militar de una armada, con capacidad de disuasión a nivel mundial, conjuntamente con una serie de intereses económicos que se desperdigaban desde China, pasando por la India, con puertos en América y el sureste asiático y colonias en el Pacífico, a pesar del enorme aliento de empresas coloniales como la  East India Company y su inmensa red de almacenes y oficinas; aquello, aunque de alcance mundial, no era globalización.

La globalización debemos entenderla como un fenómeno moderno, de reciente data. Entre los conceptos que mejor la definen, en mi opinión, se encuentra el del periodista sueco Thomas Larson, que publicó en su libro The Race to the Top: The Real Story of Globalization lo siguiente: “Es el proceso del mundo reduciéndose de tamaño, de un acortamiento de las distancias, y de una cercanía de las cosas. Permite la creciente interacción de cualquier persona en una parte del mundo con alguien que se encuentra al otro lado del mundo, en orden del beneficio mutuo.”

En el año 2000, el Fondo Monetario Internacional, identificó cuatro aspectos básicos de la globalización: 1- comercio y transacciones, 2- movimientos de capital e inversiones, 3- migración y movimiento de gente y 4- el esparcimiento de conocimiento, nótese que no incluye ningún contenido de orden político per se.

En este marco de referencia, podemos identificar un cierto ingrediente que no tenían los otros movimientos comerciales imperiales: una tecnología al alcance de las masas, sobre todo en lo referente a las comunicaciones y el transporte, lo que brinda una interconexión entre los pueblos del orbe que antes no existía, pudiendo tener referentes culturales, de estilo de vida, de consumo, de informaciones comunes para todos y casi de inmediato.

 

Ahora, el mundo es un pañuelo.

 

Por supuesto, no todo es positivo, las pandemias, como la actual peste del coronavirus, las migraciones desbordadas como el caso de los refugiados por guerras, hambre o sistemas políticos totalitarios, los problemas ambientales, son hoy problemas graves, así como el desbordamiento de la actividad criminal internacional, de las mafias que no reconocen fronteras y de la corrupción que todo lo erosiona, para ello la comunidad internacional se ha venido preparando aunque muchas veces es desbordada por estas fuerzas sin control.

Pero en lo principal, en lo que atañe a la productividad, la creación de riqueza y de trabajo, ha sido muy positivo, no sólo por la  liberación de los mercados del mundo, sino a una occidentalización del planeta, lo que se traduce en una proliferación de empresas multinacionales, produciendo y comercializando sus productos localmente, con socios regionales y atendiendo mercados con diferentes culturas.

Esta rapidez creciente en los intercambios de bienes y servicios incrementaban los riesgos en las operaciones, lo que implica la participación de instituciones de distintas índoles, sistemas económicos y políticos de otra naturaleza, como lo sería operar bajo un régimen comunista o en una teocracia, con mercados con diferente segmentación de gustos y necesidades, lo que aumenta el grado de inestabilidad e incertidumbre en las transacciones y un incremento en los costos operativos.

La presencia de la empresa privada, como actor principal en el proceso de globalización, hizo obligatorio el desarrollo del derecho privado junto a la injerencia de los estados nacionales en resolver conflictos; aunque hemos visto cómo se ha incrementado el uso de las instancias de arbitraje privados, la veeduría de organizaciones internacionales de comercio exterior y la concurrencia de tratados y normas entre países pertenecientes a regiones y sus circuitos de mercados, donde privan todavía las jurisdicciones nacionales y sus tribunales, conforman una situación a veces compleja en aras de conseguir una uniformidad y seguridad en las transacciones.

¿Cuáles son esas tendencias que apuntan hacia una concreción de la globalización? Porque para algunos estudiosos ya dejó de ser un proyecto, una utopía o, como apuntan algunos investigadores, una ideología, para convertirse en algo real y palpable; el mundo está en plena transformación y, como bien lo señala el investigador George Lawson, de la Escuela de Economía y Ciencias Políticas de Londres: 

 

El aparente triunfo de Hayeck sobre Keynes, la pluralización de los significantes culturales y el ascenso del relativismo, y quizás más importante, el aparente abandono del público en las democracias de mercado, de que lo político es fundamental para rehacer las relaciones sociales, ha generado, por lo menos en Occidente, imperativos sistémicos que aparentan un mundo sin control, en los que el ciudadano-consumidor es succionado ante la inevitable fuerza de la globalización, del mercado, de la democracia y otras condicionantes. Amplias tendencias como el individualismo, el secularismo y el consumismo, representan, tal y como lo sostiene el teórico Jürgen Habermas (1994), nada menos que la apertura de la modernidad organizada. Para Habermas, la fusión de lo público y lo privado generado por éste proceso, ha provocado la modernidad de las relaciones sociales y la monetización de la vida en el mundo.

 

A pesar de la reticencia de las ideologías de izquierda, que en su mayor parte manifiestan su rechazo al proceso de globalización, éstas ya han aceptado que el proceso de modernidad es producto del liberalismo y de la democracia, reconociendo así un vuelco importante hacia la primacía de los derechos individuales y libertades económicas en el mundo, aunque, para caracterizarlos utilicen remoquetes como “capitalismo tardío”, “post-colonialismo”, e insistan en llamarlo neoliberalismo, corporativismo global y otras denominaciones, que evidencien su carácter económico-liberal.

Pero no podemos dejar de mencionar que, dentro del ala progresista mundial, el socialismo internacional viene propugnando desde hace ya varios lustros por un gobierno mundial, de carácter centralizado, multilateral, con fines humanitarios y de justicia social, y con la meta de que termine, de una vez por todas, con los nacionalismos que, según ellos, son los que alimentan las guerras, los gobiernos opresores de sus pueblos y la gran cantidad de refugiados que producen tales conflictos.

Pero hay unas diferencias que separan el proceso de globalización del cosmopolitismo, y en esto vamos a seguir los conceptos manejados por  Christien Van den Anker, de la Universidad de Susex en el Reino Unido. Para Van den Anker, la globalización es un proceso entre estados nacionales y, para enmendar y reparar desavenencias entre naciones, se recurre a la Justicia Internacional, que tiene sus órganos, procedimientos y normas.

Esta tendencia de implantar una norma de comportamiento para los estados y sus gobernantes, con la proliferación de instituciones internacionales que administran justicia en el ámbito global, que trata de regular los conflictos, de sentar a las partes para que resuelvan sus diferencias en conversaciones de paz y la presencia de mediadores, ha obligado a una revisión del concepto de soberanía; allí se asienta la validez de la figura del estado nacional como forma de organización viable en un mundo globalizado.

Venezuela ha sido y sigue siendo sujeto de estas organizaciones internacionales de justicia, debido al mal comportamiento del jefe de estado, Nicolás Maduro, quien ha instaurado un gobierno criminal y está a punto de entrar en la historia de la justicia globalizada, por medio de la Corte Penal Internacional, la cual, según información oficial, podría abrirle un proceso por violaciones de Derechos Humanos y crímenes de lesa humanidad, Maduro ha desperdiciado innumerables oportunidades de rectificación de su conducta y está pronto a experimentar en carne propia, el poder y la evolución de estas instituciones.

El cosmopolitismo es un animal de diferente pelaje a la globalización; de hecho, es una especie aparte, aunque la política de los estados todavía afecta al cosmopolitismo, la injerencia global de las diversas instancias de administración de los procesos de globalización, no las determina, pero sí guían las tendencias cosmopolitas. Van den Anker señala varias características que la distinguen:

 

El individuo como sujeto moral es su máximo interés [para el cosmopolitismo], todos los seres humanos estamos inmersos en la justicia universal, cuyos principios nos aplican a todos por igual. Los argumentos cosmopolitas se han hecho parte en los debates sobre un gobierno mundial, una democracia global, en intervenciones humanitarias, cuando se discute sobre la paz perpetua, sobre la justicia distributiva global y, muy específicamente, sobre el desarrollo de las instituciones políticas europeas.

 

Los estudiosos en estos temas se han tomado el trabajo de distinguir entre un cosmopolitismo moral y uno político, siendo este último el que se ocupa de la gobernanza global y de un gobierno global; el cosmopolitismo moral tiene que ver con la justicia global, con los deberes y obligaciones independientes de las estructuras políticas de los gobiernos.

El cosmopolitismo tiene un inusitado aliado en el multiculturalismo, que nace del pensamiento postcolonialista, sobre todo entre quienes han desarrollado la tesis de que las diferencias entre culturas, razas, religiones, son aspectos de complementariedad, propulsores del desarrollo de las naciones y hallan lugar en la necesidad de convivencia, que se ha generado debido a las continuas migraciones que se están dando desde las ex colonias a las capitales mundiales hegemónicas.

Para el multiculturalismo, el cosmopolitismo es un estadio lógico y necesario para el desarrollo de una comunidad universal; uno de sus promotores más conspicuos es el profesor de filosofía de las universidades de Harvard, Princeton y NYU Law School,  Kwame Anthony Appiah; él mismo, natural de Ghana, de padre africano y madre inglesa, educado en Londres, es conferencista internacional y ciudadano del mundo, como a bien se tiene.

Para Appiah, el cosmopolitismo no es el logro civilizatorio máximo que se puede alcanzar, todo lo contrario, es la simple idea de pertenecer a una comunidad humana; así como en las comunidades nacionales sus miembros necesitan desarrollar los hábitos de coexistencia, de conversación, en el sentido original, de vivir juntos en asociación, de la misma manera cosmopolitismo es la necesidad de establecer contactos, intercambios, afectos, nexos y arraigos en la comunidad planetaria.

Dice Appiah, en su libro Cosmopolitanism, ethics in a world of stragers, lo siguiente:

 

Cosmopolitismo es una aventura y un ideal: pero puede que no se tenga el respeto por la diversidad humana ni se espere que todo el mundo sea un cosmopolita. Las obligaciones de aquellos que desean su legitima libertad de asociarse con los suyos- de mantener a los extraños fuera de su mundo como lo hacen los Amish en los EEUU- son las mismas obligaciones básicas que todos tenemos, el hacer por otros lo que moralmente sea requerido. Pero aun así, un mundo donde las comunidades son separadas como colmenas de las otras, no parece ser la opción, si es que lo fue en algún momento. Esa manera de segregación y encierro es una anomalía para nuestra especie en perpetuo viaje. Lo difícil no es ser cosmopolita, sino repudiarlo.

 

París, Londres, New York, aún la misma Beijing, son un verdadero caldero de razas y costumbres; en estas megalópolis se encuentra uno con la diversidad del mundo contenida en un apretado espacio, resolviendo asuntos de convivencia y socialización que escapan de cualquier intento de comprensión; es, efectivamente, como apunta Appiah, el hombre actuando en su estado natural.

Para un verdadero cosmopolita, entablar relaciones con una pluralidad de culturas, como entidades apartes y originales, más que un deber es un placer; se está dispuesto a sostener contacto con el “otro” y buscar esa experiencia con el ánimo de un aficionado, que quiere sumergirse en ella, que desea comprenderla, probar sus comidas, entender su cultura, aprender su lengua…

El cosmopolita, aun teniendo su propia cultura, puede hacer la conexión con la cultura divergente desconectándose simplemente de la suya propia, para tratar de funcionar como un elemento competente en la otra, lo que va a tomarle tiempo y pasar por un período de aprendizaje, pero lo importante es que tiene el ánimo para hacerlo; esto lo diferencia del turista, de las personas que viajan a un país para hacer negocios o para disfrutar de unas vacaciones planificadas.

Para un verdadero cosmopolita, su intención siempre es llegar a ser competente dentro de esa cultura que lo recibe como un extranjero; algunos llegan a ser expertos, a otros les basta con desenvolverse con cierta naturalidad, no sólo le da una sensación de dominio sobre el mundo, sino que su ser interior, su persona, se expande y se enriquece con estos contactos; definitivamente, se trata de individuos de una cultura amplia, que incorporan a sus vidas una serie de hábitos y maneras que los hacen diferentes al resto de los mortales.

Es por ello que estos rasgos de cosmopolitismo son buscados para ciertos cargos y tareas, tanto en los diferentes servicios exteriores de los países, como en contratos en entes multilaterales, donde deben tener contactos de manera regular con diferentes culturas y gobiernos; son, igualmente, una característica muy apreciada en las empresas multinacionales para sus representantes en el extranjero y, sin duda alguna, resultan ideales para el desempeño en cargos de asistencia en asuntos legales para las grandes corporaciones.    -    saulgodoy@gmail.com



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