lunes, 7 de junio de 2021

La leyenda del mono reilón y la manada de macacos


El pasado jueves 03 de mayo detuvieron en el estado Monagas al profesor Rafael Rattia, acusado de instigar el odio por medio de un artículo que publicó en El Nacional sobre el recién fallecido Ministro chavista de Educación, Aristóbulo Istúriz.

Esta medida policial e inconstitucional dice mucho del régimen político que actualmente sufrimos los venezolanos, caracterizado por un sistema de justicia parcializado y al servicio de la intolerancia y la persecución política de ciudadanos, que no están de acuerdo con la intención del llamado socialismo bolivariano, de imponerle al país un marco de censura política y de terror, para evadir la responsabilidad de las actuaciones de sus funcionarios y hacer de sus fracasos unas brillantes gestiones.

El ministro Istúriz tenía varias características que lo hacían resaltar entre el común de los revolucionarios del siglo XXI, además de ser el responsable del sistema educativo nacional, cuyo resultado es un desastre, tanto en la infraestructura, contenido de la enseñanza, políticas hacia los educadores y efectos en la población, era el único afro descendiente de todo el gabinete ejecutivo, lo cual destacaba y era destacado por sus pares como ejemplo de variedad racial, entre un grupo político que considera fundamental estos elementos de diferenciación del color de la piel y de fisionomía, sobre todo facial, en los que predominan los rasgos negroides.

Hubo un empeño de Hugo Chávez, durante su presidencia, en demostrar su tesis sobre los orígenes del llamado “Bolívar Zambo”, y no escatimó recursos de la nación para probar que el Libertador Simón Bolívar tenía no solo sangre de esclavos en su herencia genética, sino que ésta había influido en otorgarle un rostro con fuertes características de mulato, tal como es recogido en la supuesta reconstrucción fisionómica realizada sobre sus restos mortales, los cuales fueron exhumados, aún en contra del rechazo de la opinión pública, y sometidos a la experticia forense de un grupo de personas que nunca presentaron sus credenciales ante el país.

Esta caracterización del Bolívar zambo contradice toda la evidencia iconográfica y genealógica acumulada hasta el momento y, aun así, se promocionó y todavía favorece el régimen esta versión acomodada a los intereses de un movimiento político que ha demostrado ser racista, que desprecia y va en contra de las poblaciones blancas, en especial de las europeas, donde se encuentran las raíces de nuestro Padre de la Patria.

Esta forma de racismo a la inversa (la del negro contra los blancos) es parte de una ideología que se origina en el odio de clases, es común entre pueblos negroides su aversión a las personas con color de piel más claro; pero este racismo es muy mal interpretado por factores latinoamericanos, en su obligada exaltación de unos valores originarios, aborígenes y de razas que fueron sometidas por los procesos del descubrimiento de América y por la conquista.

En pueblos con un alto grado de mestizaje, como el venezolano, que ha superado en gran medida esos complejos (aunque siempre quedan resabios), esta manera de diferenciación racial aparece como artificial, y en lugar de una separación social en estancos bien definidos, la integración de razas ha devenido en una mezcla que ha favorecido nuestro acervo genético y cultural.

La filosofía de la liberación, tan popular entre la izquierda latinoamericana, propugna por estas diferencias raciales contra los blancos o contra quienes tienen otro color de piel, o hablan un lenguaje extranjero, o vienen de algún “imperio”… nuestros revolucionarios, aun cuando se creen universalistas de vocación y les encanta presentarse como humanistas e igualitarios, conservan en sus idearios una fuerte vena de racismo, que nace, como muy bien lo expresa Levinas, en el miedo al otro, a lo “diferente”, de allí que surjan contradicciones tan obvias como tratar como distintos a los grupos indígenas, destacándolos como pueblos originarios, dándoles un tratamiento especial en cuanto a sus territorio y culturas, creando barreras artificiales que los separan del resto de la población, solo para apartarlos de la sociedad dominante y utilizarlos a conveniencia, incluso exterminándolos y esclavizándolos, como hoy sucede en el infame Arco Minero.

Marx tenía muy claro que el racismo era un importante combustible para los hornos revolucionarios, era la diferencia entre el imperialista y los colonizados, entre el amo y los subyugados, la semilla de la opresión siempre empezaba por un color, sino era en la piel, era en los estandartes y banderas, las bragas azules de los obreros contra los jefes de cuello blanco y corbata, los usureros de frac y los descamisados, los ricos y los pobres…

Esta necesidad de diferenciarnos, de privilegiar nuestros contrastes más resaltantes, fue llevada por el abogado constitucionalista del Reich alemán, Carl Schmitt, en 1933, a sus últimas consecuencias, con la elaboración de su tesis que distinguía “amigos” de “enemigos”, perfectamente adecuada al pensamiento nacionalsocialista.

Por lo general, los crímenes de odio se cometen contra grupos específicos de la sociedad y en ellos intervienen elementos diferenciadores como raza, religión, ideología, género, preferencias sexuales, etc. Quienes los perpetran son personas u organizaciones cuyas acciones desembocan en el vandalismo, daño contra las personas, y se agravan cuando están patrocinados por el estado, específicamente por los cuerpos de seguridad contra grupos ciudadanos que no pueden defenderse. La normativa en contra de los crímenes de odio, en nuestro país, por venir justamente de un gobierno supuestamente revolucionario y hegemónico, está parcializada para auspiciar la protección de los grupos afectos al régimen, en contra de todo aquel que piense diferente.

La libertad de pensamiento y su libre expresión ha sido reiteradamente violada por el chavismo en Venezuela, en nombre de la protección de ciertos grupos, cuya simple referencia o crítica puede acarrear la detención inmediata y la confiscación de sus bienes; esto ha sido común entre los medios de comunicación masiva, prensa, radio, televisión y redes sociales, basta que algún funcionario o grupo relacionado con el poder se sienta atacado o insultado, o le sea inconveniente la opinión para sus intereses particulares, para que de inmediato se accione la vindicta pública y el agresor sea anulado por el uso de la fuerza.

En el caso del historiador y escritor Rafael Rattia, la respuesta del régimen fue desproporcionada y a toda vista inconstitucional; si la familia, amigos o asociados del occiso Istúriz se hubieran sentido afectados por los comentarios expresados en el artículo mencionado, tenían a su disposición una serie de vías y mecanismos legales para actuar, tanto en el campo penal como civil, y con ello reponer el honor o la reputación del funcionario supuestamente afectado, pero decidieron actuar a la manera fascista, con el uso de la fuerza, de la manera más pública posible, convirtiéndolo en un hecho mediático, para acallar cualquier crítica a la memoria del camarada; hoy lo sabemos fuera de la prisión pero sometido a un humillante régimen de presentación y con una mordaza en la boca.

Una de los grandes vacíos de nuestra Constitución se encuentra precisamente en la protección a la libertad de expresión; los redactores de esa carta magna se encargaron de darle relevancia a los principios generales que se ocupaban de universales comunes a la ideología comunista, pero dejaron por fuera los particulares que se encargaban de darle relevancia al realismo constitucional; siendo el derecho a la libre expresión fundamental para la democracia, obviaron convenientemente su referencia y, por ende, su protección, en aras de principios generales y colectivos que aseguraban mayor poder para el estado y ninguno para la persona individualmente.

Es claro que, en el caso de Istúriz, un funcionario al que reiteradamente se le acusaba de vivir un estilo de vida que estaba fuera de sus posibilidades económicas (y sabemos que un yate, aunque sea mal habido, puede ser un valor en ciertos medios asociados con la corrupción), al que nunca se le exigió cuentas y con el que jamás se ejerció contraloría sobre su patrimonio personal.

En el caso de Istúriz se observaba que propendía a los excesos propios de los funcionarios intocables, que estaban más allá del escrutinio público, de esos que aparecen como detentadores del poder omnímodo y absoluto de un sistema totalitario, del cual era parte; es muy probable que este caso, tan sonado por el abuso de autoridad, no sea sino la preparación del terreno para mayores márgenes de impunidad de otros funcionarios que, al igual que Istúriz, no pueden justificar su tren de vida y gastos, y que, para curarse en salud, proceden a la agresión contra quienes protestan o critican tales excesos, todo con el fin de amedrentar a la opinión pública.

Estamos delante de un caso de abuso de autoridad, del uso del poder desnudo de un entorno burocrático sin otro principio actuante que la protección de compinches y asociaciones para delinquir. En lugar de estar levantando monumentos a una supuesta integridad violada, debería el gobierno investigar la sospecha de una actuación irregular, que es pública y notoria; el partido de gobierno, los altos jerarcas, las autoridades del estado deberían actuar, no en contra del denunciante o crítico, sino para aclarar, investigar, exponer hechos de lo que fue la actuación en vida de este funcionario, quien murió en una clínica privada y bajo un costoso tratamiento para sus dolencias, que no están al alcance de cualquier ciudadano y, menos, de un sindicalista convertido en ministro.

Pero intuyo que no fue la referencia a los yates, las cuentas bancarias en el exterior, ni las casas de la playa lo que generó la furia del funcionariado en contra del denunciante; fue quizás las referencias a su raza, a su particular fisionomía y manera de ser, a la que Rattia se refería como memorias del personaje, y éste es un punto importante en el comportamiento de los revolucionarios bolivarianos - a Chávez le gustaba ponerle motes a sus enemigos y a quienes no lo apoyaban, los insultaba diciéndoles “escuálidos” y de allí partía para denigrar de ellos como “pitiyankis” y traidores a la patria - la utilización de la palabra “mono”, para referirse a una persona de color es una manera de despreciarlo, reducirlo en su calidad humana y llevarlo al plano de los brutos; el mote de “mono reilón” parece ser fue demasiado para los revolucionarios, quienes quizás tenían a Istúriz como un dechado de virtudes socialistas, pero que sí tenía un sentido del humor extraño y una risa fácil, lo que es afirmado como un lugar común entre quienes lo conocieron.

Hay sociedades como la japonesa y la de la India donde los monos ocupan un lugar importante en la cultura, porque este animal simboliza la sabiduría, la inteligencia, así como también la trampa y la intriga; hay lugares donde se los comen y sus cerebros son considerados un platillo delicado; en otros, donde abundan, pueden convertirse en una plaga, sobre todo entre los agricultores y por eso son tratados como tal; justamente, un mono sonriente configura la imagen de Hanuman, una figura sagrada y venerada en Bali e Indonesia, con templos dedicados a sus poderes curativos y a los valores morales que representan; en China, el mono es el noveno animal sagrado del zodíaco (el próximo año del mono será en el 2028); para algunas tribus de Centroamérica, los monos son respetados como espíritus de la selva; en nuestro país algunos petroglifos los tienen como familiares lejanos de los nativos que los dibujaron y en algunos textos originarios pemones, el mono es una malformación del hombre.

Los macacos por su parte es una familia de las más comunes en el mundo, entre ellos tenemos a los macacos comedores de cangrejos (Macaca fascicularis) y los macacos japoneses (Macaca fuscata) y otros muchos que son populares en zoológicos alrededor del mundo y que capturan la fascinación de los niños, de modo que el uso de denominativos animales para chancear o insultar es una práctica común en todas las sociedades, pero llevar esto a un delito político sólo ocurre en regímenes totalitarios donde la intolerancia es venerada.

El asunto principal que ha destapado esta controversia con el chavismo es que la reacción del gobierno, castigando una opinión con la privación de libertad y la confiscación de bienes de un historiador, se convierte en una pésima señal sobre las condiciones morales y éticas de los funcionarios del régimen, que podrían justificar reacciones similares en el futuro inmediato, a raíz del cúmulo de denuncias y solicitudes de investigación que existen referidas a altos personeros del gobierno acusados de corrupción.

Se está castigando, y en los términos más duros, la libertad de expresión; le están dando el trato de un delito a lo que en la realidad es un derecho; el denunciante no tiene la culpa de que Istúriz no haya guardado las formas y la imagen de “buen revolucionario”, como algunos chavistas que han hecho público el goce momentáneo de un deseo, inalcanzable para ellos en condiciones normales, y se han dejado llevar por el exhibicionismo, y todo esto en medio de la calamitosa situación del país, donde la mayor parte de los venezolanos no tienen para comer. Este tipo de comportamiento no es revolucionario ni es el adecuado para los momentos tan críticos que vivimos, pero ¿Cómo contener al que por naturaleza es vanidoso y ostentoso? ¿Cómo insuflarle repentinamente unos valores de recato y estoicismo? El exhibir una situación de esta naturaleza constituye en nuestras actuales circunstancias más bien un insulto, una afrenta al país.

Aquellas personas incursas en delitos contra el erario público deberían guardar prudencia, para que sus familiares y camaradas en el partido no sufran las consecuencias. Y, definitivamente, proceder con la fuerza del estado contra los denunciantes es, en todo caso, una política irritante y desgastante del orden social pues crea resentimiento generalizado, esta política de persecución y censura debe desaparecer por impropia, y porque, además, está dejando al chavismo como lo que verdaderamente es, una fuerza política antidemocrática y amoral.   -   saulgodoy@gmail.com

  



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