martes, 13 de julio de 2021

El yo y los otros



 

Nuestros supremos gobernantes, ¡la turba!

Horacio Walpole, Cuarto Earl de Oxford, carta a Mann, 7 de septiembre de 1743.

 

Se trata de una confrontación en la que el hombre se debate desde que aparece en la existencia, a medida que nos hacemos humanos cultivamos una personalidad propia entre la que destaca un pensamiento individual, y por otro lado participamos de una vida social, de relaciones, en la que estamos inmersos y exigen de nosotros un comportamiento grupal, incluyendo una manera de pensar colectiva; encontrar el justo balance entre estos dos polos de atracción no es fácil, es un acto de equilibrio que exige no sólo inteligencia y sentimiento, sino también aprovechar la oportunidad de hacerse de uno u otro.

Desde hace mucho tiempo, lustros, los venezolanos nos hemos acostumbrado a dejarnos dominar por el colectivismo, por la idea del grupo como razón principal de la vida; de hecho, nuestra idea de política está signada por los intereses de masa, de los grandes números, de las ideas multitudinarias que designan la patria, la nación, el pueblo; de allí que la idea de la democracia y de las libertades solo tengan sentido tomando en cuenta el todo y no la parte.

Si en la ecuación prevalece lo colectivo, se sacrifica al individuo, se minimiza a la persona, se le deja sin poder, sin voz, deja de tener interés y protagonismo en función de la multitud, lo que es bueno para muchos no siempre resulta positivo para uno, para el ciudadano, quien es empujado al fondo de las prioridades, sepultado por las necesidades y los valores colectivos.

En democracia, la política electoral fue diseñada justamente para capturar la atención de muchos, de la gran mayoría, es una apuesta por los grandes números, que son la suma de los votos unipersonales para la conquista del poder por medio de la voluntad popular, que no es otra cosa que la sumatoria del universo de votantes; el individuo no cuenta, como tampoco cuenta en el momento de diseñar y ejecutar políticas públicas, de hacer gestión de gobierno, de recaudar y ejecutar presupuestos… el individuo, la persona o el ciudadano se convierten, de facto, en una minoría casi invisible, sin poder, sin voz, sin protagonismo, existen sólo como una alegoría o una figura retórica en los discursos políticos.

Siendo éste el caso en Venezuela, no es de extrañar que los medios de comunicación estén igualmente en función de la masa, de los grandes números, de las audiencias y el “rating”, y que por diseño del modelo democrático-electoral cumplan un papel importante en el mantenimiento del statu-quo, que no es otro que el dictado por las organizaciones políticas que compiten por el voto, por los intereses colectivos de donde se nutren las principales fuerzas económicas del país, de donde nacen y se crean sus instituciones. La persona, el individuo, sus intereses, son apenas una aberración en ese océano uniforme, que responde como un todo a los estímulos ambientales.

Los individuos, con sus acciones y pensamientos, son los únicos que tienen realmente la capacidad de innovar, proponer ideas originales, provocar los cambios necesarios en la sociedad de la que son parte; si no son escuchados y tomados en cuenta, la sociedad pierde su única oportunidad para renovarse, adaptarse y sobrevivir. Por supuesto, no todas las iniciativas individuales son originales, brillantes, prácticas o viables, de modo que la sociedad debe tener espacios donde estas propuestas sean publicitadas, espacios de crítica y discusión, mecanismos de revisión, y hasta de experimentación, para validar la utilidad o no de ciertas propuestas, pero que sin ellas, no hay manera para una verdadera evolución social o perfeccionamiento de la democracia.

Venezuela, en este sentido, se ha convertido en un erial, tanto en el régimen hegemónico totalitario bolivariano del siglo XXI, como en el de la oposición socialista decimonónica que padecemos desde hace más de 60 años; ninguno de los dos cree en el individuo, en la persona, en el ciudadano, como fuerza fundamental de la democracia, por lo que utilizan la proyección de sus instituciones, sobre todo de los medios de comunicación, para preservar un estado de cosas que ha resultado en el colapso del país nacional.

Por lo tanto, no es de extrañar que la idea de una negociación perenne con el régimen totalitario sea la propuesta favorita que alientan ambos, gobierno y oposición, como solución a nuestros problemas políticos y sociales más urgentes; cambiar las cosas para que no cambie nada pareciera es el fin primordial de ambas tendencias.

Una negociación sin fin, un eterno “entente” entre las partes, cuyo resultado, en algún momento no determinado del futuro, pudiera darse, para efectos de una especie de contubernio malhadado entre víctimas y victimarios, pero que tiene el solo propósito de preservar el bien general, el sueño colectivista de una patria bonita donde todos, “malandros” y gente de bien, puedan convivir sin detrimento del orden social.

En estos momentos de crisis es cuando las ideas individuales, las pensadas por las personas, no por el colectivo - los colectivos no pueden pensar - son valoradas como aportes para una solución al conflicto; en sociedades avanzadas, a los ciudadanos que puedan aportar algo se les permite expresarse y sus contribuciones son discutidas en el foro público para analizar su factibilidad, sus posibilidades como resoluciones de los problemas y, de estas discusiones, se va formando un cauce, una corriente de aportes que pudieran terminar en curso de acción, razonable, posible y con un plazo para su ejecución. Si esta idea se aplicara y no hubiera el resultado deseado, volveríamos a la mesa de trabajo a escanciar otras ideas, hasta lograr alguna que funcione.

Pero en la Venezuela actual esto no es posible por dos razones fundamentales: la primera es que los intereses prevalentes del régimen y la oposición se expresan en términos colectivos y electorales, cuyo objetivo primordial es su permanencia como factores de poder de manera indeterminada en el tiempo; ellos no van a ceder sus cuotas de participación política, a la que creen tener derecho, por lo que hacen todo lo posible para que las instituciones del país los acompañen en lograr esas metas, imponiéndole a la sociedad, como única solución viable y civilizada, la vía de la negociación cuando esta se dé.

La segunda razón, pero no menos importante, es que las expresiones individuales de ideas, proyectos, soluciones posibles otras que la negociación eterna, están negadas en los espacios de opinión pública; solamente en los espacios ofrecidos por las redes sociales o medios digitales, pueden estos opinadores, conocidos bajo el mote de “guerreros del teclado”, avanzar sus propuestas y hacer públicas sus ideas al respecto, pero todo aquel cuya opinión difiera de la narrativa oficial del co-gobierno chavista y oposición democrática, son condenados al más absoluto silencio y anonimato.

Cuando en Venezuela alguien se atreve a criticar el pensamiento colectivista, la reacción inmediata es la de estigmatizarlo seguido de la acusación, más que pregunta, ¿Y qué propones tú? Y cualquiera que sea la respuesta, viene seguida del rechazo y la etiqueta de golpista, violento, anti demócrata, no se permite la discusión y se cierran las aguas en la uniformidad de un pensamiento único que es descrito como pacífico, constitucional y electoral.

De esta manera se le presenta al mundo exterior, a la comunidad internacional, una ilusión de unanimidad y concierto, en la única vía explotada desde hace ya décadas, de una negociación entre gobierno y oposición, tesis ésta que favorece la actitud de los países líderes en occidente, que están viviendo terribles momentos de indecisión ante los peligros de una disolución de la democracia en el mundo. Se vive en la actualidad una tendencia fatal que favorece el encierro de los intereses nacionales dentro de sus respectivos países y un temor hacia una pérdida de los valores de democracia y libertades en el resto del orbe, sobre todo en el llamado Tercer Mundo. Mientras tanto, los países del llamado “eje del mal” están dedicados a fomentar revoluciones y terrorismo a escala global.

Mientras la tesis de una negociación perpetua sea la única en discusión sobre la mesa, no hay manera de que el colectivo, la gente, el pueblo, tenga otra visión sobre su futuro; su mente estará ocupada en elaborar y esperar resultados sobre la idea de que, en algún utópico momento, se abrirán las compuertas de la libertad y la participación, y no tendrán razones ni argumentos para esperar otra cosa. La tesis de la negociación perenne es como tener gríngolas, que impiden ver el camino hacia la libertad y la independencia, y delega en otros, las organizaciones políticas, la facultad de accionar en nombre del colectivo.

Pero se trata de un proceso de negociación muy particular, lleno de ardides, trampas y falsos positivos, pareciera que no importara si la negociación es equilibrada y justa, no importa que los integrantes del gobierno abandonen las negociaciones cuando les venga en gana, no cumplan acuerdos previos, abusen del poder y le hagan daño a la contraparte… de acuerdo al manual de procedimientos de este particular proceso de negociación todo está fríamente calculado, cualquier contratiempo fue previsto con antelación, porque la fórmula de la negociación, cuando funcione, si es que funciona, algún día, será una solución mágica para reestablecer el orden y la concordia.

Ya hemos visto que la personalidad de la contraparte es pendular en extremo, dependiendo de su sentido de seguridad y del ambiente que le rodee, el Sr. Maduro, quien decide que es negociable y que no, exigirá ciertos requisitos previos y un “espíritu” para la negociación que se amolden a su carácter revolucionario, o se hace lo que él dice o lo más probable es que el negociante acabe preso en una ergástula acusado de fomentar el odio en contra de los chavistas, aderezado con cargos de traidor a la patria y fomentar el desasosiego social o algo parecido.

A los oficiantes del lejano reino de Noruega y a los otros oficiantes de la UE, que con tanto ahínco y desprendimiento han actuado en aras de la preservación del modelo socialista en el mundo, a ellos les debemos ser parte de este laboratorio viviente en el cual practican sus teorías sobre el comportamiento humano; mientras tanto, la idea de tener nuestro país reconstruido y en paz, sigue siendo una meta por allá lejos.   -    saulgodoy@gmail.com

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

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