Nuestros supremos
gobernantes, ¡la turba!
Horacio Walpole,
Cuarto Earl de Oxford, carta a Mann, 7 de septiembre de 1743.
Se trata de una confrontación en la que el hombre se
debate desde que aparece en la existencia, a medida que nos hacemos humanos
cultivamos una personalidad propia entre la que destaca un pensamiento
individual, y por otro lado participamos de una vida social, de relaciones, en
la que estamos inmersos y exigen de nosotros un comportamiento grupal,
incluyendo una manera de pensar colectiva; encontrar el justo balance entre
estos dos polos de atracción no es fácil, es un acto de equilibrio que exige no
sólo inteligencia y sentimiento, sino también aprovechar la oportunidad de
hacerse de uno u otro.
Desde hace mucho tiempo, lustros, los venezolanos nos
hemos acostumbrado a dejarnos dominar por el colectivismo, por la idea del
grupo como razón principal de la vida; de hecho, nuestra idea de política está
signada por los intereses de masa, de los grandes números, de las ideas
multitudinarias que designan la patria, la nación, el pueblo; de allí que la
idea de la democracia y de las libertades solo tengan sentido tomando en cuenta
el todo y no la parte.
Si en la ecuación prevalece lo colectivo, se sacrifica al
individuo, se minimiza a la persona, se le deja sin poder, sin voz, deja de
tener interés y protagonismo en función de la multitud, lo que es bueno para
muchos no siempre resulta positivo para uno, para el ciudadano, quien es
empujado al fondo de las prioridades, sepultado por las necesidades y los
valores colectivos.
En democracia, la política electoral fue diseñada
justamente para capturar la atención de muchos, de la gran mayoría, es una
apuesta por los grandes números, que son la suma de los votos unipersonales
para la conquista del poder por medio de la voluntad popular, que no es otra
cosa que la sumatoria del universo de votantes; el individuo no cuenta, como
tampoco cuenta en el momento de diseñar y ejecutar políticas públicas, de hacer
gestión de gobierno, de recaudar y ejecutar presupuestos… el individuo, la
persona o el ciudadano se convierten, de facto, en una minoría casi invisible,
sin poder, sin voz, sin protagonismo, existen sólo como una alegoría o una
figura retórica en los discursos políticos.
Siendo éste el caso en Venezuela, no es de extrañar que
los medios de comunicación estén igualmente en función de la masa, de los
grandes números, de las audiencias y el “rating”, y que por diseño del modelo
democrático-electoral cumplan un papel importante en el mantenimiento del
statu-quo, que no es otro que el dictado por las organizaciones políticas que
compiten por el voto, por los intereses colectivos de donde se nutren las
principales fuerzas económicas del país, de donde nacen y se crean sus
instituciones. La persona, el individuo, sus intereses, son apenas una
aberración en ese océano uniforme, que responde como un todo a los estímulos
ambientales.
Los individuos, con sus acciones y pensamientos, son los
únicos que tienen realmente la capacidad de innovar, proponer ideas originales,
provocar los cambios necesarios en la sociedad de la que son parte; si no son
escuchados y tomados en cuenta, la sociedad pierde su única oportunidad para
renovarse, adaptarse y sobrevivir. Por supuesto, no todas las iniciativas
individuales son originales, brillantes, prácticas o viables, de modo que la
sociedad debe tener espacios donde estas propuestas sean publicitadas, espacios
de crítica y discusión, mecanismos de revisión, y hasta de experimentación,
para validar la utilidad o no de ciertas propuestas, pero que sin ellas, no hay
manera para una verdadera evolución social o perfeccionamiento de la
democracia.
Venezuela, en este sentido, se ha convertido en un erial,
tanto en el régimen hegemónico totalitario bolivariano del siglo XXI, como en
el de la oposición socialista decimonónica que padecemos desde hace más de 60
años; ninguno de los dos cree en el individuo, en la persona, en el ciudadano,
como fuerza fundamental de la democracia, por lo que utilizan la proyección de
sus instituciones, sobre todo de los medios de comunicación, para preservar un
estado de cosas que ha resultado en el colapso del país nacional.
Por lo tanto, no es de extrañar que la idea de una
negociación perenne con el régimen totalitario sea la propuesta favorita que
alientan ambos, gobierno y oposición, como solución a nuestros problemas políticos
y sociales más urgentes; cambiar las cosas para que no cambie nada pareciera es
el fin primordial de ambas tendencias.
Una negociación sin fin, un eterno “entente” entre las
partes, cuyo resultado, en algún momento no determinado del futuro, pudiera
darse, para efectos de una especie de contubernio malhadado entre víctimas y victimarios,
pero que tiene el solo propósito de preservar el bien general, el sueño
colectivista de una patria bonita donde todos, “malandros” y gente de bien,
puedan convivir sin detrimento del orden social.
En estos momentos de crisis es cuando las ideas
individuales, las pensadas por las personas, no por el colectivo - los colectivos
no pueden pensar - son valoradas como aportes para una solución al conflicto; en
sociedades avanzadas, a los ciudadanos que puedan aportar algo se les permite
expresarse y sus contribuciones son discutidas en el foro público para analizar
su factibilidad, sus posibilidades como resoluciones de los problemas y, de
estas discusiones, se va formando un cauce, una corriente de aportes que
pudieran terminar en curso de acción, razonable, posible y con un plazo para su
ejecución. Si esta idea se aplicara y no hubiera el resultado deseado,
volveríamos a la mesa de trabajo a escanciar otras ideas, hasta lograr alguna
que funcione.
Pero en la Venezuela actual esto no es posible por dos
razones fundamentales: la primera es que los intereses prevalentes del régimen
y la oposición se expresan en términos colectivos y electorales, cuyo objetivo
primordial es su permanencia como factores de poder de manera indeterminada en
el tiempo; ellos no van a ceder sus cuotas de participación política, a la que
creen tener derecho, por lo que hacen todo lo posible para que las
instituciones del país los acompañen en lograr esas metas, imponiéndole a la
sociedad, como única solución viable y civilizada, la vía de la negociación cuando
esta se dé.
La segunda razón, pero no menos importante, es que las
expresiones individuales de ideas, proyectos, soluciones posibles otras que la
negociación eterna, están negadas en los espacios de opinión pública; solamente
en los espacios ofrecidos por las redes sociales o medios digitales, pueden
estos opinadores, conocidos bajo el
mote de “guerreros del teclado”, avanzar sus propuestas y hacer públicas sus
ideas al respecto, pero todo aquel cuya opinión difiera de la narrativa oficial
del co-gobierno chavista y oposición democrática, son condenados al más
absoluto silencio y anonimato.
Cuando en Venezuela alguien se atreve a criticar el
pensamiento colectivista, la reacción inmediata es la de estigmatizarlo seguido
de la acusación, más que pregunta, ¿Y qué propones tú? Y cualquiera que sea la
respuesta, viene seguida del rechazo y la etiqueta de golpista, violento, anti demócrata,
no se permite la discusión y se cierran las aguas en la uniformidad de un
pensamiento único que es descrito como pacífico, constitucional y electoral.
De esta manera se le presenta al mundo exterior, a la
comunidad internacional, una ilusión de unanimidad y concierto, en la única vía
explotada desde hace ya décadas, de una negociación entre gobierno y oposición,
tesis ésta que favorece la actitud de los países líderes en occidente, que
están viviendo terribles momentos de indecisión ante los peligros de una
disolución de la democracia en el mundo. Se vive en la actualidad una tendencia
fatal que favorece el encierro de los intereses nacionales dentro de sus
respectivos países y un temor hacia una pérdida de los valores de democracia y
libertades en el resto del orbe, sobre todo en el llamado Tercer Mundo.
Mientras tanto, los países del llamado “eje del mal” están dedicados a fomentar
revoluciones y terrorismo a escala global.
Mientras la tesis de una negociación perpetua sea la
única en discusión sobre la mesa, no hay manera de que el colectivo, la gente,
el pueblo, tenga otra visión sobre su futuro; su mente estará ocupada en
elaborar y esperar resultados sobre la idea de que, en algún utópico momento,
se abrirán las compuertas de la libertad y la participación, y no tendrán
razones ni argumentos para esperar otra cosa. La tesis de la negociación
perenne es como tener gríngolas, que impiden ver el camino hacia la libertad y
la independencia, y delega en otros, las organizaciones políticas, la facultad
de accionar en nombre del colectivo.
Pero se trata de un proceso de negociación muy particular,
lleno de ardides, trampas y falsos positivos, pareciera que no importara si la
negociación es equilibrada y justa, no importa que los integrantes del gobierno
abandonen las negociaciones cuando les venga en gana, no cumplan acuerdos
previos, abusen del poder y le hagan daño a la contraparte… de acuerdo al
manual de procedimientos de este particular proceso de negociación todo está
fríamente calculado, cualquier contratiempo fue previsto con antelación, porque
la fórmula de la negociación, cuando funcione, si es que funciona, algún día,
será una solución mágica para reestablecer el orden y la concordia.
Ya hemos visto que la personalidad de la contraparte es
pendular en extremo, dependiendo de su sentido de seguridad y del ambiente que
le rodee, el Sr. Maduro, quien decide que es negociable y que no, exigirá
ciertos requisitos previos y un “espíritu” para la negociación que se amolden a
su carácter revolucionario, o se hace lo que él dice o lo más probable es que
el negociante acabe preso en una ergástula acusado de fomentar el odio en
contra de los chavistas, aderezado con cargos de traidor a la patria y fomentar
el desasosiego social o algo parecido.
A los oficiantes del lejano reino de Noruega y a los
otros oficiantes de la UE, que con tanto ahínco y desprendimiento han actuado
en aras de la preservación del modelo socialista en el mundo, a ellos les
debemos ser parte de este laboratorio viviente en el cual practican sus teorías
sobre el comportamiento humano; mientras tanto, la idea de tener nuestro país
reconstruido y en paz, sigue siendo una meta por allá lejos. -
saulgodoy@gmail.com
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