lunes, 26 de julio de 2021

Oliver Sacks, genio puro

 

Mi relación con este eminente neurobiólogo y psiquiatra viene por una de esas extrañas circunstancias donde elementos disímiles se conjugan en una jugada de billar de múltiples bandas, en el que impera el azar, pero cuyo resultado final es altamente satisfactorio; estaba preparando los alrededores de mi cabaña, limpiando mi propiedad en la montaña para el verano que se nos echa encima, y que a todas luces va a ser muy peligroso en cuanto a las altas temperaturas que podrían producirse por el cambio climático, con sus consecuentes fuegos forestales.

Visto los incendios que se han producido en California, Siberia, España, las temperaturas alcanzadas y la destrucción desatada, lo más probable es que en los próximos meses la candela vuelva a ser un factor de peligro para nuestras vidas y bienes, pero principalmente para la naturaleza.

Mi experiencia me dice que al fuego le encanta un bambusal, los pinares y los helechales, la candela se aviva y los consume con placer produciendo unos ruidos muy particulares: explosiones, crepitaciones y silbidos justo cuando la candela se pone más roja,  y las llamas se baten enfurecidas en contra de la montaña, las hojas secas y ramas de estas especies son un combustible altamente inflamable en estos ecosistemas de la cordillera interna de la Costa, por lo que hay que empezar a recogerlos o a quemarlos de manera preventiva (para las quemas preventivas de material vegetal consiga la asesoría de los bomberos forestales, es una práctica peligrosa que tiene un método y hay que hacerlo con mucho cuidado)

En cuanto a los pinos y los bambúes, no los puedo cortar, sino tratar de apartarlos de la ruta del fuego limpiando muy bien en su entorno, pero a los helechales los estaba cortando, dándoles el tratamiento de “monte”, y la verdad es que algunas de las terrazas de mi montaña me habían crecido unos helechales enormes, alguno de ellos de hasta de tres metros de altura y tan densos que parecían una intrincada selva.

Como no me gustan hacer las cosas sin saber bien porque las hago, me busqué en internet material sobre los helechos, a los pinos y a los bambúes los conozco suficientemente bien, pero de los helechos estaba en la completa orfandad, y buscando material sobre estas plantas apareció el nombre de Oliver Sacks, que me parecía conocido pero no recordaba quien era.

Y resulta que era un apasionado aficionado de la búsqueda, observación y estudio de los licopodios (Lycopodium), las colas de caballo (Equisetum) y las criptógamas Selaginella y Psilotum, que aunque no propiamente helechos, son familia.

Los helechos son las plantas más primitivas que existen, las primeras en aparecer sobre la superficie de la tierra, y cuando dominaban la superficie de la tierra hace eones atrás, un helecho podía medir fácilmente 30 o 40 metros de altura, de hecho son la base de los mejores carbones del mundo, se pueden conseguir entre sus tacos helechos fosilizados y arden que son una maravilla.

En uno de sus varios escritos sobre botánica, Sacks escribió uno en especial, El Diario a Oaxaca (2002), que fue un viaje que hizo con sus compañeros de la American Fern Society, adscrita al Jardín Botánico de la ciudad de New York donde Sacks residía, en el mismo nos relata lo siguiente:

 

En mi infancia me encantaban esas plantas primitivas como las colas de caballo y los equisetos, antecesoras de las que proceden todas las plantas superiores. En el exterior del Museo de Historia Natural de Londres, la ciudad donde crecí, había un jardín de fósiles, con los troncos y raíces fosilizados de equisetos y colas de caballo gigantes, y dentro del museo había unos dioramas que reconstruían el aspecto que pudieron tener los antiguos bosques paleozoicos, gigantescos equisetos de treinta metros de altura. Una de mis tías me mostró equisetos modernos (de sólo sesenta centímetros de altura) en los bosques de Cheshire, con los tallos rígidos, provistos de artejos, y los estróbilos semejantes a pequeñas piñas y minúsculos licopodios y Selaginellas. Pero no pudo enseñarme el más primitivo de ellos, pues el Psilotum no crece en Inglaterra. Las plantas que se le parecen, los Psilophiton, fueron pioneras, las primeras plantas terrestres que desarrollaron un sistema vascular para transportar agua a través de los tallos, lo cual les permitió instalarse en tierra firme hace cuatrocientos millones de años y preparar el camino a todo lo demás. Aunque en ocasiones se le dé el nombre de helecho, el Psilotum no lo es en absoluto, pues carece de raíces propiamente dichas y de frondes; de hecho, se trata de un tallo verde indiferenciado que se bifurca, poco más grueso que una mina de lápiz. Pero, a pesar de su aspecto humilde, era uno de mis favoritos, y me prometí que algún día lo vería en su medio natural.

 

Y Oaxaca, en México es uno de los lugares del mundo donde se han contabilizado más de setenta especies de helechos, un lugar que atrae a los amantes de los helechos como un imán, el libro es espectacular, grato de leer y muy informativo, como todos los de Sacks, se lo recomiendo.

Pero seguía dándole vueltas a la cabeza, ¿De dónde conozco el nombre de Oliver Sacks? Y me cayó la locha en la memoria, fue el escritor de la obra “Despertares” que inspiró la película ganadora del Oscar en 1990, protagonizada por Robin Williams y Robert De Niro, fue su tratamiento experimental con la droga levodopa para la terrible enfermedad la encefalitis letárgica, que provoca una enfermedad del sueño que incapacita a la persona de moverse por su propia voluntad, convertido en un exitoso guion, que lo catapultó al éxito, de esta obra posteriormente se escribirían un ballet y una ópera, ambas montadas con casa llena y que recibieron elogios de la prensa especializada.

Hay una anécdota de Oliver acerca de su gran amistad con el actor y que escribió recordando a su amigo luego de que se quitó la vida, y va como sigue:

 

Robin podía hacer mil voces, y expresiones y personajes. Podía convertirse en Lon Chaney, Hamlet, Dr. Strangelove, Mae West… o todos ellos en una sola frase. Era así, podía convertirse en cualquier animal. Estábamos almorzando juntos hacía unos meses atrás, empezamos a hablar sobre los reptiles, Robin tuvo como mascota a una iguana, y combinando el conocimiento de un zoólogo sobre lagartijas y tortugas con un conocimiento interno de lo que era ser como ellos, podía imitar sus posturas y comportamientos a la perfección, imitar es una palabra muy ligera; se convertía en ellos como en “Awakenings” se convirtió en mí.

 

Oliver nació en Londres en 1933, proveniente de una familia judía con un alto pedigrí que incluía políticos en Israel y Premios Nobel, sus padres eran ambos médicos, su madre, una de las primeras cirujanas del país; el joven se graduó de médico en Oxford y a los 27 años viaja a los EEUU en donde residiría de por vida, primero en California donde se iniciaría en la neurobiología y en la práctica de la psiquiatría clínica.

Fue un período de adaptación y experimentación personal, se convirtió en un adepto a las motos de alta cilindrada, se unió en varias ocasiones a las manadas de los Hell´s Angels en sus viajes hacia el Gran Cañón de Colorado, vestía ropa de cuero negro, levantaba pesas, se drogaba más de lo prudente y era un gay atormentado, con cada oportunidad que le permitía el trabajo, tomaba carretera a la aventura.

Pero decidió darle un vuelco a su carrera, dejó aquel estilo de vida, según su autobiografía se impuso un durísimo celibato por 35 años, se mudó a New York y empezó a hacer trabajos para grandes hospitales públicos; metódico y riguroso llevaba expedientes muy detallados de cada caso que caía en sus manos, casi todos de enfermedades extremas y raras, su trabajo muy pronto llamó la atención de universidades y centros de investigación.

Su primer libro trató sobre la migraña, dolencia que padecía y estudió a fondo, investigó a profundidad sobre las alucinaciones, en su extraordinario libro El Hombre que Confundió a su Mujer con un Sombrero (1985), estudió la casi desconocida “agnosia” (imposibilidad de reconocer rostros, incluso el propio cuando se mira en un espejo), trató el Síndrome de Tourette, se zambulló en el mundo de los sordos, de la epilepsia, le siguió la pista al autismo, a la ceguera de los colores y como era un músico amateur, multi-instrumentalista y con una voz bien dotada, escribió un interesantísimo libro sobre las terapias musicales, todas estas obras estaban dirigidas al público en general no a los especialistas, muchas de ellas fueron convertidas en temas para otras obras de otros artistas y fue de esta manera, como labró su fama de ser una de los científicos que más había hecho por divulgar en el público el conocimiento de la ciencia, lo llamaban el “médico poeta”.

A la par de su trabajo sobre los problemas de la mente y el cerebro desarrolló una enorme capacidad literaria, escribía de todo lo que llamaba su atención no solo en su campo, sino en muchos otros, en especial en la historia de la ciencia, sostuvo relaciones con escritores, editores, productores y muy pronto su nombre estuvo ligado a las publicaciones más vendidas del país, sus artículos eran leídos por millones, sus libros empezaron a llegar entre los best sellers y pronto fue traducido en más de veinte lenguajes.

Su capacidad mental y preparación académica era tal, que una vez fue invitado a un panel para la producción en 1991 de una serie documental para televisión titulada A Glorious Accident, y según sus amigos Kate Edgar, Daniel Frank y Bill Hayes: “En el episodio final, seis científicos –el físico Freeman Dyson, el biólogo Rupert Sheldrake, el paleontólogo Stephen Jay Gould, el historiador de la ciencia Stephen Toulmin, el filósofo Daniel Dennett y el doctor Sacks– se reunían en torno a una mesa para discutir algunas de las cuestiones más importantes que investigan los científicos: el origen de la vida, el significado de la evolución y la naturaleza de la conciencia. En una animada discusión quedó clara una cosa: Sacks era capaz de moverse con fluidez entre todas las disciplinas. Sus conocimientos científicos no se limitaban a la neurociencia o a la medicina; los temas, las ideas y las cuestiones de todas las ciencias le entusiasmaban.”

Pero era indudable que un tema llamaba su atención sobre muchos otros, y eran la de los grandes viajes de los naturalistas por el mundo desentrañando los secretos de la vida, en su ensayo Darwin y el significado de las flores, nos informa:

 

Resulta extraño que incluso los estudiosos de Darwin presten relativamente poca atención a su obra botánica, aun cuando abarca seis libros y setenta y pico artículos. Así, Duane Isely, en su libro de 1994 One Hundred and One Botanists, escribe que a pesar de que se ha escrito más sobre Darwin que sobre cualquier otro biólogo de la historia [...] casi nunca se le ha presentado como botánico. [...] El hecho de que escribiera varios libros acerca de su investigación sobre las plantas se menciona en gran parte de los estudios sobre el autor, pero siempre de pasada, más o menos como si dijeran: «Bueno, el gran hombre de vez en cuando tiene que distraerse.» Darwin siempre había sentido un cariño especial por las plantas, y también una especial admiración. («Siempre me ha gustado elevar las plantas a la categoría de seres organizados», escribió en su autobiografía.) Creció en una familia de botánicos: su abuelo, Erasmus Darwin, había escrito un extenso poema en dos volúmenes titulado The Botanic Garden, y el propio Charles creció en una casa cuyos vastos jardines estaban llenos no solo de flores, sino de una variedad de manzanos cruzados para aumentar su vigor. Cuando era estudiante universitario en Cambridge, las únicas clases a las que Darwin asistía de manera regular eran las del botánico J. S. Henslow, y fue este, al reconocer las extraordinarias cualidades de su alumno, quien le recomendó para que le dieran un puesto en el Beagle.

 

Darwin era un experto en orquídeas, las investigó y escribió sobre ellas registrando su complejo mundo, muchos de sus alegatos para la defensa de su tesis evolutiva venían de sus observaciones de estas flores, eran su laboratorio viviente donde probaba cada una de sus asunciones, todo esto era investigado y analizado por Oliver con su hermosa prosa.

Pero si esto no era suficiente para su talento, Sacks se tomó muy en serio su papel como educador y fue profesor de varias instituciones y universidades donde formó personalmente a muchos médicos y terapeutas, entre ellas el Albert Einstein College of Medicine de la Universidad Yeshiva, de la Universidad de New York, Columbia University, en el Beth Abraham Hospital fundó el Instituto de Música e Investigaciones Neurológicas, siempre estuvo al servicio de instituciones caritativas sobre todo del hospital de las Hermanitas de la Caridad que funciona en New York, en el Centro Psiquiátrico del Bronx y de otros hospitales públicos.

Y como todo tiene su final, se le detectó un cáncer que finalmente se lo llevó a la edad de 82 años, murió en su casa el 30 de agosto del 2015, rodeado de sus amigos; semanas antes de su deceso escribió para el New york Times, anunciando a sus lectores de su padecimiento y de su próxima partida: “Quiero y espero en el tiempo que me queda profundizar mis amistades, despedirme de aquellos a quienes amo, viajar, si tengo la fuerza, conseguir nuevos niveles de entendimiento e iluminación.”   -    saulgodoy@gmail.com

 

 

 



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